Anthony Minnghella fue un director apasionado, que trataba y componía sus películas con una total entrega a nivel profesional. En esta película, su realizador hace gala de esas habilidades pero en un menor grado. La culpa no recae precisamente en él, sino en la mala elección de Matt Damon como protagonista.

La película tiene un arranque espectacular y unos 40 minutos iniciales soberbios. La culpa de todo la tiene el increíble Jude Law, que con unos pocos minutos de aparición nos ofrece, tal vez, la mayor interpretación de toda su gran carrera. No creo exagerar demasiado cuando opino que su actuación es equivalente a los grandes actores del cine clásico. Law dota a su personaje de una personalidad apabullante y desbordante. Su trabajo en esta película pasará a la historia del celuloide por su singular magistralidad.

El resto de la película, pese a tener una calidad fuera de toda dudas, no llega a las altas cuotas de sus 40 minutos iniciales. Dispone todavía de momentos realmente intensos e interesantes, pero no tan arrolladores ni con tanta fuerza. En parte, se debe a Matt Damon. Hay que dejar claro que el chico, dentro de lo que cabe, no lo hace mal. Pero no puede medirse ante la magnitud de Jude Law, de Philip Seymor Hoffman o de Cate Blanchett, que le devoran cuando comparten la pantalla.

Estamos ante un thriller más que interesante pero que va perdiendo aceite a medida que avanza. Aún así, tenemos una gran fotografía y banda sonora que nutren muy bien el conjunto. Pero queda esa amarga sensación que el personaje de Ripley es demasiado interesante y está demasiado desaprovechado ante la falta de talento de Damon, una lástima, pese a que el actor no lo hace del todo mal si lo comparamos con otros de sus trabajos. La película vale la pena de ver sobre todo para deleitarnos con la fuerza interpretativa de Jude Law, cuyo talento y carisma atrapa al espectador.