El siempre excelente Dana Andrews encabeza este sorprendente thriller original para la época, pues no está situado entre atracadores, traficantes, etc., sino en un mundo mucho más sutil y delicado: el de los encuestadores y toda esa maquinaria asociada, susceptible de influir en la opinión pública y, llegado el caso, muy capaz de manipularla para favorecer intereses particulares comerciales pero, sobre todo, políticos, de determinados grupos de presión o de otras minorías poderosas. Esta película de 1958 tiene un tema que sesenta y cinco años después es más actual que nunca.

Por supuesto, la película está enmarcada en la forma de hacer del Hollywood de la época, con su mensaje tranquilizador de que, pese a la mucha maldad, el bien siempre acaba imponiéndose, un bien que suele ser en forma de un héroe que, solo o con una mínima ayuda, se enfrenta a todo con abnegación, y donde no falta ni el beso final. Era la idea de los grandes estudios del Hollywood clásico: "Quiero películas tensas pero donde el bueno gana y en el último plano besa a la chica", dijo textualmente uno de aquellos productores.

Esta película es así, pero ahí queda el asunto bien esbozado de cómo puede haber alguien que manipula encuestas y lo que haga falta para favorecer a los poderosos que le pagan, y ese tema creo que no era nada corriente en 1958. Jacques Tourneur fue un excelente y muy recordable director que tocó los principales géneros, y ésta es una más de sus mejores películas, aunque no se la suela citar entre ellas, y demuestra una vez más que en cine se puede hacer mucho con muy pocos medios, si se tiene imaginación y algo que decir.