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Jlamotta rating:
3
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October 19, 2013
41 of 54 users found this review helpful
Tradicionalmente, la estructura de una película se compone de tres actos, a saber:principio, nudo y desenlace. Si hiciéramos una encuesta entre directores consagrados en el arte del entretenimiento, apuesto a que la gran mayoría coincidiría en señalar el final como la parte más importante de una historia. Porque es lo que te llevas a casa, es lo que va a decidir como se te queda el cuerpo y lo que subirá o bajará puntos a la hora de determinar si has presenciado una buena o una mala película, una obra maestra o solo notable. Por esto mismo, tan importante es comenzar y desarrollar eficientemente una trama como saber rematarla. Y es que muchos escritores no saben ponerle un punto y final adecuado a sus historias. Algunos las terminan antes de tiempo, de golpe y porrazo. Otros la estiran hasta proporcionar tres posibles finales sin que ninguno lo sea realmente. Y lo que ocurre en The Philosophers es exactamente eso. No saber concluir, no conocer hacia donde puede ir la historia después de resolver su trama fundamental (la respuesta es:hacia los títulos de crédito), aspirar a permanecer en la retina del espectador el mayor tiempo posible gracias a alguna acción o escena contundente. El problema del film escrito y dirigido por John Huddles (At Sachem Farm, 1998) es que ha caminado todo el metraje por una dirección muy definida para cambiar de rumbo de forma inesperada hacia el final, dando al traste con todo lo elaborado anteriormente. Porque si algo tiene The Philosophers es una idea fija de lo que quiere. Unos adolescentes pijos que estudian filosofía en Yakarta afrontan su último día en la escuela y su profesor decide despedirlos con algunos laberintos morales que pongan a prueba su concepto de la racionalidad. El film presenta dilemas como el asesinato de una persona en beneficio de salvar a cinco, así como la necesidad de probar la fidelidad de tus amigos y decepcionarte o continuar con la incógnita manteniéndolos a tu lado. Son buenos ejemplos, buenos tests, que no solo supone una tentativa para los alumnos sino también para nosotros. El film nos hace pensar con los personajes, nos incluye indirectamente en el relato. Huddles también cuestiona el uso permanente del racionalismo a través de un curioso juego sobre quien debería morir y quien debería vivir en un supuesto apocalipsis nuclear hasta que finalice, en un año. La idea es elegir a los mejores en sus profesiones y a los fértiles para repoblar la tierra. Pero, ¿Y la persona? ¿Supeditamos el entero porcentaje del dictamen al ámbito estrictamente profesional y obviamos las variables qué el carácter ocasiona a la persona en sí?. Para ellos, educados en teorías literales y estudiosos de los grandes pensadores, todo responde al pragmatismo que las cualidades innatas aportan, en lugar de la experiencia o las habilidades adquiridas a posteriori. Son esclavos de la razón, y para superar la difícil prueba a la que los somete su profesor, tendrán que tener en cuenta algunas consideraciones extra.
Hasta ahí, todo bien. La película plantea preguntas pero no las responde. Es lo suficientemente inteligente (o parecer serlo, que también tiene mérito) como para dejar el suficiente espacio al espectador y que este mismo forme su opinión. Tal vez estas cuestiones de suposiciones extremas hagan cambiar la perspectiva que teníamos de nosotros mismos, tal como ocurre con los propios personajes. Pero claro, como decía antes, el arte del tercer acto no es dominado por todos los profesionales del medio. Huddles enloquece, se carga su propia historia y nos ofrece una resolución alejada de cualquier previsión. En este caso, la imprevisibilidad no juega a favor de The Philosophers. Porque lo que antes era un juego de preguntas sin respuesta, ahora es un cuento moral donde solo los adolescentes esnobs tienen voz y voto. Esa alegoría del buenrollismo timorato y sin fronteras chirría hasta hacernos sangrar los oídos. Porque no tiene sentido. Porque la película no iba de eso, sino de situarnos en el borde de nuestro límite moral, desnudos ante la falta de soluciones. Esa innecesaria clase de moralidad (y la dramática historia sentimental final, absolutamente ajena a la película) choca categóricamente con una lección involuntaria de demagogia. El film se ha pasado sesenta minutos enarbolando la bandera de la igualdad ante la división de clases que propone el profesor. Y resulta que finalmente los niñatos ricachones no solo entran en el juego, sino que aprenden a adaptar sus pensamientos a las situaciones, asistiendo (supuestamente) un golpe mortal a la capacidad reflexiva de su tutor. Pero, y esto es un fallo garrafal de Huddles, lo hacen cayendo en el mismo pecado que él, alimentando en el fondo la disparidad y la desemejanza. Solo que lo envuelven con una hipócrita manta de comunismo místico. Porque no dividir a las personas en grupos según un criterio pero si teniendo en cuenta otro, por mucho que sea más cool y moderno, es LO MISMO.
Sigo en spoiler sin ser spoiler
Hasta ahí, todo bien. La película plantea preguntas pero no las responde. Es lo suficientemente inteligente (o parecer serlo, que también tiene mérito) como para dejar el suficiente espacio al espectador y que este mismo forme su opinión. Tal vez estas cuestiones de suposiciones extremas hagan cambiar la perspectiva que teníamos de nosotros mismos, tal como ocurre con los propios personajes. Pero claro, como decía antes, el arte del tercer acto no es dominado por todos los profesionales del medio. Huddles enloquece, se carga su propia historia y nos ofrece una resolución alejada de cualquier previsión. En este caso, la imprevisibilidad no juega a favor de The Philosophers. Porque lo que antes era un juego de preguntas sin respuesta, ahora es un cuento moral donde solo los adolescentes esnobs tienen voz y voto. Esa alegoría del buenrollismo timorato y sin fronteras chirría hasta hacernos sangrar los oídos. Porque no tiene sentido. Porque la película no iba de eso, sino de situarnos en el borde de nuestro límite moral, desnudos ante la falta de soluciones. Esa innecesaria clase de moralidad (y la dramática historia sentimental final, absolutamente ajena a la película) choca categóricamente con una lección involuntaria de demagogia. El film se ha pasado sesenta minutos enarbolando la bandera de la igualdad ante la división de clases que propone el profesor. Y resulta que finalmente los niñatos ricachones no solo entran en el juego, sino que aprenden a adaptar sus pensamientos a las situaciones, asistiendo (supuestamente) un golpe mortal a la capacidad reflexiva de su tutor. Pero, y esto es un fallo garrafal de Huddles, lo hacen cayendo en el mismo pecado que él, alimentando en el fondo la disparidad y la desemejanza. Solo que lo envuelven con una hipócrita manta de comunismo místico. Porque no dividir a las personas en grupos según un criterio pero si teniendo en cuenta otro, por mucho que sea más cool y moderno, es LO MISMO.
Sigo en spoiler sin ser spoiler
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Spoiler:
Además, la narración rebosa auto-indulgencia y condescendencia por los cuatro costados. En parte, porque el deseo de que todos los adolescentes mueran por la maldita radiación es enorme. Todos tienen un defecto de actitud altiva que los hace odiosos y asesinables. Por no hablar de la decisión de otorgarle a Sophie Lowe el peso dramático del argumento, pues esta responde con una inamovible cara de modelo congelada y eternos labios de "o". Desesperante. Dead Poets Society (Peter Weir, 1989), Die Welle (Dennis Gansel, 2008), Batoru Rowaiaru (Kinji Fukasaku, 2000) o The Hunger Games (Gary Ross, 2012) son referentes que le quedan muy lejos a Huddles (incluso, aunque parezca mentira, The Hunger Games). Por si esto fuera poco, la estructura del desenlace está orquestada con malignos flashbacks explicativos que toman al espectador por un patán de segunda categoría. Es increíble como una película puede mostrar tanta inteligencia e idiotez en solo noventa minutos. Poco importan las referencias al siempre atractivo mito de la caverna de Platón, pues a esas alturas la libertad de pensamiento del film está vetada. Solo puedes mirar y oír los disparates que se suceden en la pantalla, preguntándote cuantos meses de diferencia existen entre la escritura de los dos primeros actos y el último.
@Jlamotta23
@Jlamotta23