El director inglés Ben Wheatley presenta su cuarta película hecha para la gran pantalla, una historia basada en la popular novela también llamada High-Rise del prolífico J.G. Ballard ambientada en un futuro distópico.

El doctor Laing (Tom Hiddleston) es el más nuevo vecino que ha llegado a vivir a la peculiar Torre Elysium, el primero de cinco edificios concebidos por el arquitecto Royal (Jeremy Irons) y que en sus 40 pisos cuentan con todo lo necesario para realizar cualquier actividad sin necesidad de salir fuera del inmueble, contando con una gran alberca, canchas deportivas, gimnasio y hasta un supermercado entre otras tantas instalaciones, y donde la gente que lo habita vive en la altura indicada según su estrato social, siendo el penthouse propiedad del excéntrico Royal, con un enorme jardín, caballos y un ascensor privado.

Cuando Laing empieza a socializar con sus vecinos en particulares reuniones irá descubriendo la forma de “gobierno” interna del edificio, donde el mandamás es el arquitecto Royal y donde los que habitan los pisos inferiores deben someterse ante los habitantes superiores, además de soportar las cada vez mayores carencias con que se empieza a vivir en el lugar, dando paso a una posible rebelión de los de abajo.

El relato en su inicio es atrapante tanto por lo intrigante de su premisa y la forma en que está narrada, donde el edificio en cuestión pasa a ser un personaje importante y la manera de contar el desmoronamiento paulatino de la sociedad que lo habita es contado de manera tal que sin saber bien a dónde va la trama se sigue con interés.

Pero cuando el caos empieza a aparecer y la lucha de clases se torna inevitable, el exceso de barroquismo, las constantes alegorías y esas secuencias desenfrenadas se vuelven un festín demasiado gráfico de destrucción y muerte que hacen que la narración pareciera perder el rumbo.

El gran elenco que incluye además de Hiddleston y Irons a nombres como Luke Evans, Siena Miller y Elizabeth Moss nunca desentona, así como la subyugante ambientación que consigue esa enrarecida y anárquica atmósfera de un relato interesante y ambicioso que por momentos es brillante y por momentos fallido.

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