Tim Burton abandona su habitual estilo lúgubre y oscuro, así como su idilio con Johnny Depp (aunque sin renunciar a Helena Bonham Carter) para regalarnos una maravillosa adaptación de la novela de Daniel Wallace.
En una historia en la que fantasía y realidad se encuentran indisolublemente unidas, Edward Bloom (Albert Finney en la recta final de su vida y Ewan McGregor durante toda su fase adulta) nos cuenta la mágica historia de su existencia, postrado en una cama y rememorando tiempos mejores.

"Un hombre cuenta sus historias tantas veces que al final él mismo se convierte en esas historias. Siguen viviendo cuando él ya no está. De esta forma, el hombre se hace inmortal".

A través de mil y una anécdotas tenemos acceso a la realidad, o al menos la percepción de esta que el protagonista quiere transmitir a su hijo. Precisamente en la narración de estas aventuras reside la magia de la película, que nos conduce con paso firme y protector (como buena figura paterna) a través de toda una lección existencial.
Con la ayuda de interpretaciones memorables como la de Danny DeVito o Steve Buscemi presenciamos la evolución de una persona, desde que abandona su ciudad natal siendo poco más que un adolescente, hasta las últimas etapas de su vida. A lo largo de este proceso de maduración personal comprobamos como la apreciación de un mismo hecho depende de nosotros mismos y aprendemos necesariamente el valor de un padre.

"Hay momentos en la vida en el que un hombre razonable debe admitir que ha cometido un error terrible... lo cierto es que yo nunca fui un hombre razonable".

Big Fish no solo es una gran película, posiblemente sea el mejor trabajo de Tim Burton. Un regalo, una de esas películas que aparecen cada muchos años plagadas de magia, fantasía y escenas inolvidables. Una auténtica joya, no se la pierdan.