No es sólo su indiscutible capacidad de innovación para crear al milímetro un producto original y sorprendente. Es cómo se cuenta, desarrolla, monta e interpreta una de las mejores películas de ciencia ficción que podamos disfrutar, transportándonos este producto hasta un universo de completa evasión en el que los debates se multiplican y se cuestiona incluso nuestra propia realidad, quedando la especie humana representada en esta cinta prácticamente al desnudo ante la gran idea de los hermanos Wachowski. Su mayor acierto reside en un guión cómodo, ameno, muy inteligente pero a la vez, fácil de seguir, que se funde con una maravillosa y fría estética que perfila todos los rincones del inhóspito y extraño ambiente sobre el que rondan todos los personajes de esta película, en la que nada se repite y de cuyos efectivos recursos -ensalzados por unos magistrales efectos visuales- no se abusa.

Dentro de la corrección generalizada de su reparto, sobresalen Laurence Fishburne y Hugo Weaving, cuyos antagónicos papeles -cuidadosamente diferenciados- representan una particular visión del bien y del mal.

El resto es disfrutar contemplando inmóvil toda la duración de una película que mezcla un sinfín de géneros y que se hace muy corta pese a cumplir con creces su misión y aclarar al espectador todas las dudas iniciales. Una poderosa experiencia cuya principal curiosidad radica en el hecho de que, dentro de este bien labrado puzzle, en el interior de un mundo dudosamente perfecto, con tanta ciencia, cifra y programación informática, sea una emoción humana la que realmente pueda ser capaz de todo.