Paul Haggis es por encima de todo un guionista. Si, han oído bien: GUI-O-NIS-TA. Y vaya si se nota... y se agradece. Trabajó para el tito Clint, escribiéndole, entre otras, la ganadora Million Dollar Baby. A partir de entonces decidió seguir su propio camino y al año siguiente nos presenta Crash, con la que tan sorprendente como merecidamente gana Mejor Película y Mejor Guión. ¿Desde cuándo en Hollywood se valoran los guiones? (Se pregunta Kaufman desde hace tiempo). Pero debió ser que se juntaron los planetas ese día en el que los académicos de Hollywood tuvieron un ataque de lucidez a la hora de votar. Y una vez votaron, se les fue de nuevo para no volver.

Si pasamos por alto su presuntuosa ostentación, que pretende manipularnos desde la ignorancia y no desde la arrogancia, el caso es que estamos ante un guión. Parece broma o una equivocación por mi parte el no añadirle ningún adjetivo a la palabra guión, pero no. Se ven tan pocos guiones en el mundo del cine actual, que cuando topas con uno, recobras la esperanza en el ser humano.

Las historias se entremezclan unas con otras de manera asombrosa a la par que elegante.
Nos susurra, nos habla y nos cuenta cosas sobre los seres humanos. Cosas que seguramente sepamos ya, como que en esta vida no hay dos grupos, el de los buenos y el de los malos. O que las apariencias engañan, etc. Pero nunca viene mal que nos lo sigan recordando, porque se nos olvida con excesiva facilidad.