Ada, una mujer muda y madre de una hija pequeña, viaja hasta la entonces salvaje Nueva Zelanda para ver a su marido, con el que se ha casado por poderes en la distancia. Resulta que el marido no es feo ni ordinario, como cabría esperar para tener que recurrir a algo así, sino un tipo educado y apuesto interpretado por Sam Neill, que incluso estuvo a punto de ser James Bond en la gran pantalla. Toma castaña.

Bah, pero a Ada no le gusta nada. A ella le tira un tipo garrulo, más feo y mayor que Neill, y que encima la chantajea porque va más caliente que la moto de un hippie. "Yo te dejo tocar el piano, y tú me dejas tocarte a ti". ¡En plena mitad del siglo XIX! Y ella no sólo acepta, sino que se enamora de alguien... tan increíblemente romántico. ¡Y a esto lo llaman feminismo!

El cornudo no reacciona al verlos follar, pero luego le corta un dedo con un hacha por una frase de despedida escrita en la tecla de un piano (?????). “Con dos cojones”, debió pensar el guionista. Luego Neill va a buscarlo a él, lo amenaza con un fusil, pero no le hace nada, salvo invitarlo a largarse.

Y ellos dos, al fin juntos, viven como caballeros no se sabe donde. Sí, el garrulo analfabeto y la viuda muda y con una hija que se casó porque no tenía pasta.

En cuanto al comportamiento de la insoportable niña, no voy a extenderme, pero es absurdo de principio a fin. Detesta al nuevo papá, que hasta la encierra, pero, de la noche a la mañana, le cuenta una confidencia que desencadena el final. Uffffff.

Alucinante, ¿verdad? Pues le dieron el Oscar al mejor guión original. ¡Toma Moreno!