Las películas de cine independiente tienen la cualidad de imprimir un ritmo diferente: el tiempo se hace líquido, las relaciones humanas se intensifican, la luz filtra la realidad. En esta película una chica de 36 y un chico de 27 se conocen, se van a vivir juntos y hasta ahí todo muy común. Las turbulencias en su idílica y chispeante relación aparecen en el momento de abrirse a una nueva vida. Y es que en cuestiones de procreación las ciencias no son exactas y puede que el resultado no sea automático. La cosa se retrasa, ella siente que su reloj biológico apremia, y él sufre por no ser capaz de colmar su deseo de maternidad.
El tema es bastante actual, porque la paternidad se pospone cada vez más y las dificultades para concebir se multiplican. Cuando los meses corren inmisericordes y el niño se hace de rogar ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar para conseguirlo? ¿Es tan fácil que por el camino se nos queden nuestra esencia de pareja y nuestro amor? ¿Somos “usados” el uno al otro para embarazarnos a cualquier precio?
Me gusta mucho él (Josh O´Connor) en su papel: representa deliciosamente la ternura masculina. Sin ser sensiblero es un hombre sencillo que la ama, es responsable y maduro, es un hombre tranquilo y acogedor. Ella (Laia Costa) también interpreta muy bien quién es y qué quiere, dejándose llevar por los deseos del corazón, pero sin caer en lo cursi.