La evitable secuela de “The Equalizer” profundiza en el pasado del protagonista, sacando a la luz un envidiable Currículum Vitae de juventud en las Fuerzas Especiales, trabajos para la CIA, tres masters en la Universidad Rey Juan Carlos y una Tesis en la Universidad Camilo José Cela. Luego llegó la consabida jubilación en un apacible barrio de la Costa Este de EEUU que se dedica a mantener en orden, creando huertos urbanos y dando charlas y sermones a los grafiteros.

Y así discurre batante de las dos horas. De cuando en cuando, para dar algo de interés a lo que podría ser una película filmada por León de Aranoa, Denzel Washington se chupa un viaje a Turquía a meter hostias a unos nativos que han molestado a sus vecinos o se enfrenta a una trama de asesinos internacionales. Lo normal que hace cualquier jubilado entre la hora de dar de comer a las palomas y supervisar alguna zanja.

A los defensores de la saga les gustó esta secuela incluso más que la primera, cosa que nunca entenderé. El ritmo baja considerablemente, las tramas humanas son más aburridas de lo que ya lo eran en la primera parte y la acción, más escasa, ni es creíble ni forma parte de una historia con sentido. Que el protagonista se revele como una especie de dios de la guerra - mitad Rambo, mitad Steven Seagal – con inquietudes literarias no hace el conjunto más interesante, al contrario, parte de la gracia de la primera parte era pensar en él como el típico vecino que se cabrea y la lía, no que el vecino fuese casualmente, vaya por Dios, un ninja jubilado.

Bien hecha, pero artificial. No convence. Sabe a colorantes y conservantes.