He tenido el inmenso placer de coincidir dos veces con Agnès Jaoui en un pequeño restaurante italiano de París, a pocos metros de St. Germain-des-Près. Es una mujer no muy alta, de enorme sonrisa y ojos brillantes, que da abrazos de cuerpo entero, sin dejar el menor resquicio entre las pieles, y que enseguida desempolva su castellano para practicar un poco. Tiene una preciosa boca en forma de corazón y carnes generosas donde es menester. Es una persona sensible, culta, inteligente y curiosa. Hablando de su entonces pareja Jean-Pierre Bacri, que siempre se mostraba distante y circunspecto, decía que era soso como el típico parisino que era, pero a ella le encantaba besar y abrazar. Y vaya si lo hacía.
La descubrí en Le goût des autres/Para todos los gustos, me sentí atraído hacia ella como mujer y como intérprete, y desde entonces procuro seguir su filmografía, sobre todo después de conocerla. En 50 primaveras, es Aurore, una mujer llegada a la cincuentena, en el paro, sobre la cual acaba de descender la menopausia en todo su apogeo. Sufre sofocos en los momentos más inesperados, y contempla desconcertada los cambios que se están operando en su cuerpo y en su ánimo. Divorciada, tiene dos hijas, una de las cuales está a punto de convertirla en abuela, otro cambio radical. La otra es una adolescente aquejada de los terribles picores propios de su edad. Aurore se lleva bien con su ex, al que había conocido en clase, y acaba de reencontrarse con el amor de su vida, aunque hay un segundo pretendiente. Ambos fueron también compañeros de instituto. Al final, tomará la decisión que suponemos acertada, y no se rendirá ante los giros que la vida le está deparando.
Aurore es una película de mujeres, hecha por mujeres, para mujeres y los hombres que aman a las mujeres. Es un fragmento de una vida cotidiana, alguien que podría ser, por ejemplo, tu vecina de al lado. Es un retrato sensible, delicado y tierno, servido por una interpretación potente de Agnès. No se trata de ningún panfleto feminista, sino la recreación de los cambios que padece una persona cuando se queda sin trabajo, empieza a sentirse de segunda o tercera fila, y encima se le rebela el cuerpo. Cabe decir que los hombres de la trama no son machistas, ridículos o grotescos, sino seres humanos que albergan dudas, inquietudes, vacilaciones y se sienten, a veces, tan desconcertados y perdidos como ellas.
Con una acertada banda sonora, una espléndida ambientación en la bonita ciudad de La Rochelle, y una interpretación notable de todo el reparto, 50 primaveras es una película que roza la amargura sin caer en ella, y que en ningún momento deja paso a la memez o la sacarina. Cuenta cosas que están pasando a nuestro lado todos los días, y lo hace con respeto y sinceridad. Os la recomiendo fervorosamente,.