Desde el mundo de la publicidad.
Isabel Coixet lleva años amargando una parte de nosotros y rellenando todo el resto con detalles que nos embelesan, que me transportan. Ha creado un tipo de cine que nace de las aristas, de los enfoques. El drama toma distintos matices al enternecerse.
En esta última entrega, nos regala una joya que parece sin ritmo, que se muestra sin ánimo. Sólo se ven imágenes bellas, urbes llenas de cuerpos y vacías de almas. Los rostros y los quehaceres se mezclan, se interponen en una historia que por momentos se va haciendo fuerte. Los momentos íntimos duran más que todo el metraje continuado. Y entonces llegan los últimos minutos donde todo se vuelca, cobrándose el todo trágico personal de su autoría. Se despliegan las alas del detallismo, del amor. Antony and the Johnsons nos ataca la ceguera y no podemos pestañear viendo unas imágenes preciosas, unos planos que te explican todo. Y consigue que me enamore...y...y...y eso vale para validar todo lo anterior.
Tal vez más breve y sobria que sus obras anteriores, pero maravillosa.