Durante una exhibición gastronómica de las que se encuentran pocas en el cine, una chica con apariencia angelical va a caer en el restaurante que regenta Jean Gabin, el coloso actor francés. El título en castellano es un lamentable spoiler de lo que nos vendrá encima, porque efectivamente, nos vamos a encontrar con más de un alma perversa. El título en francés tampoco amaga las intenciones de la película, eso de presentar una película con la palabra asesino nos señala bastante el camino. No obstante, esa chica llega como un ángel, algo que es incuestionable, y no le quita el mérito a Duvivier, que es quien firma la película, por ofrecernos una historia que llega a nuestros días con la misma potencia que hace tantos y tantos años.

Es una historia universal, de la maldad y la bondad del ser humano, de la oscuridad más lamentable del ser humano, de la justicia también, con todos los ingredientes del mejor cine negro: nada que envidiar al género hecho en USA. Claro que aquí se bebe vino, y en la cocina lo mismo se hace una bechamel como unos riñones o el mejor lucio de París. Leo los comentarios de esta película y me encanta el que afirma que Gabin nació con una cacerola bajo el brazo, y yo añadiría que a nadie le queda mejor el delantal de chef que a él. Lo de este actor es espectáculo puro, cine esencial, lo mejor que te puedes echar a la cara del cine francés, decir que es inmenso es quedarse corto: Gabin es lo máximo, es el techo, no hay más.

Así que enhorabuena al que llegue aquí porque es un espectáculo como pocos de cine negro, con una constante culinaria que la hace más original. Hasta ahora tiene menos de doscientos votos, algo que produce cierta tristeza porque es una gran película.