En los años setenta en Japón se daba la bienvenida sin complejos a un tipo de cine que aprovechaba el filón de cualquier tendencia que pudiera ser rentable comercialmente, una especie de masiva ola 'exploitation' en la que como aquí, en "Sex and Fury", cabía una historia con mucha violencia, muchas escenas de sexo, ambientada en la época Meiji y en la que la congruencia del guión fuera lo de menos. Visual y estéticamente, las cosas como son, es una película para flipar.

Todo el que haya pasado por Tarantino se acordará de aquel duelo a katanazos al aire libre y bajo una buena nevada. Pues aquí queda la de Reiko Ike, varias décadas antes, en pelotas tras ser atacada mientras se da un baño, al aire libre también, cercenando cuerpos alegremente como la Thurman. Una protagonista a la que le van los tatuajes y que es más lista que nadie, dispuesta a usar su espada con el objetivo de cumplir con una venganza que arranca desde muy pequeña. Si nos ponemos tiquismiquis con el guión nos iremos corriendo, pero si atendemos a otras cuestiones como la riqueza de los personajes secundarios que pueblan constantemente la película, el placer cinéfilo está garantizado. No es una obra maestra ni pretende serlo, es una película nacida para consumir en una época muy concreta y rescatarla a día de hoy sólo cabe en la mente de cinéfilos muy especiales.

Merece la pena si se es un curioso de la historia del cine japonés, porque forma parte de una etapa muy curiosa en la que podemos encontrarnos con poderosas creaciones como "Sex and Fury", un verdadero ciclón cinéfilo.