Existir entre dorados campos de trigo cuasi infinitos, de manera elusiva, como una sombra furtiva que fuma con ansiedad un cigarrillo aplastado. El pelo al viento, sintiéndose salvaje y libre y pura, sintiendo el amor que emana de la tierra hacia ella.
Lo más notable de esta película, aparte de su inmaculado apartado visual, es el hecho de que todo lo veamos desde la óptica de la niña, cuya profunda sensibilidad nos embarca en un aventura que no es una aventura, pues no hay buenos ni malos ni objetivos claros, más allá de la supervivencia. A pesar de que su monologo interior este bañado de la ingenuidad propia de su edad, cuenta con determinadas observaciones y reflexiones cargadas de una profunda sensibilidad. Una sensibilidad solo al alcance de alguien que, ay!, todavía no ha sido manchado por la impureza del mundo.
La belleza salvara al mundo, parece querer decirnos Malick. Sus dos primeras obras padecen de cierto desapego, cierta ligereza, como si la belleza de los entornos, de la naturaleza, incluso de los propios protagonistas, fueran algo así como un revulsivo que anula todas las acciones horribles que estos cometen. Los asesinatos se producen como si fueran un nimio acto más, lo cual es muy acertado, pues así es la realidad cuando estas de verdad presente en el mundo, sintiéndolo todo, con la realidad y tu propia persona unidos. Entonces sabes que nada esta por encima de uno mismo, y que nada esta tampoco por encima de la belleza.