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aka IDIOT rating:
9
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October 14, 2008
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Ver Masacre: ven y mira es, sin duda alguna, una experiencia única. Contemplar ante tus ojos cómo desfilan los horrores de la guerra, las miserias del ser humano sin un ápice de exageración y con un realismo desmesurado y, sí, rozando lo puramente morboso, acercándose a lo simplemente grotesco. Pero hay maneras y maneras de ir concediéndole puntos a lo morboso y Klimov las conoce y aplica todas.
En la presentación, se muestra cómo Floryan cava en busca de un rifle para unirse a los partisanos bielorrusos -pieza clave, por cierto, en la desocupación de esta, por aquel entonces, república soviética de poético nombre: la Blanca Rusia- mientras es ayudado por un niño que viste un casco alemán y un largo abrigo militar. Un acercamiento al morbo con primeros planos del niño mientras alecciona a Flor para poder encontrar el fusil, un pequeño atisbo de la locura en que todos los civiles se van a ver sumidos. De ahí en adelante, el ambiente sólo puede crecer en dureza, en horror, en tristeza y en dolor. De ahí en adelante, la puta guerra.
(continúa un análisis/destripe de ciertas partes de la trama en la zona de spoiler)
Fundamental para la creación de ese ambiente cruel y de apocalipsis individual que azota al espectador es el sonido, no sólo la música, sino el excelente manejo que se realiza del sonido mientras acompaña a la imagen. El sonido marca la pauta en la película, en los momentos cumbre introduce al espectador en la perspectiva del protagonista y eleva su grado de implicación a límites difícilmente alcanzables, con el consiguiente sufrimiento que éste padece. Sufrimiento que muta en insania.
El progresivo envejecimiento de Floryan nos da una idea de la dureza de lo vivido y más sabiendo que, algún día y en algún lugar, todo eso fue real. Tras acabar la película debe comprobarse delante de un espejo si las balas que silbaban por encima de nuestra cabeza han provocado en nosotros el mismo resultado.
En la presentación, se muestra cómo Floryan cava en busca de un rifle para unirse a los partisanos bielorrusos -pieza clave, por cierto, en la desocupación de esta, por aquel entonces, república soviética de poético nombre: la Blanca Rusia- mientras es ayudado por un niño que viste un casco alemán y un largo abrigo militar. Un acercamiento al morbo con primeros planos del niño mientras alecciona a Flor para poder encontrar el fusil, un pequeño atisbo de la locura en que todos los civiles se van a ver sumidos. De ahí en adelante, el ambiente sólo puede crecer en dureza, en horror, en tristeza y en dolor. De ahí en adelante, la puta guerra.
(continúa un análisis/destripe de ciertas partes de la trama en la zona de spoiler)
Fundamental para la creación de ese ambiente cruel y de apocalipsis individual que azota al espectador es el sonido, no sólo la música, sino el excelente manejo que se realiza del sonido mientras acompaña a la imagen. El sonido marca la pauta en la película, en los momentos cumbre introduce al espectador en la perspectiva del protagonista y eleva su grado de implicación a límites difícilmente alcanzables, con el consiguiente sufrimiento que éste padece. Sufrimiento que muta en insania.
El progresivo envejecimiento de Floryan nos da una idea de la dureza de lo vivido y más sabiendo que, algún día y en algún lugar, todo eso fue real. Tras acabar la película debe comprobarse delante de un espejo si las balas que silbaban por encima de nuestra cabeza han provocado en nosotros el mismo resultado.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Y es que merece la pena dedicarle unas líneas a la media hora que sucede al bombardeo en el bosque. Todo en ella es perfecto, a mi parecer.
El pitido en los oídos y la posterior sordera temporal preceden al baño bajo la lluvia acumulada en los árboles más esperanzador. Volver a casa y descubrir que los zumbidos de las moscas se han apoderado de ella no te quita la alegría del cuerpo, aún... porque esa mirada atrás, en esa mirada te bajas de nuevo a la realidad de la guerra, en esa mirada hay más horror cinematográfico que en muchas horas de frustrados intentos de crudeza hollywoodienses. Esa mirada te lleva a sumergirte en una ciénaga, avanzando sin saber por qué ni hacia dónde.
Y uno ya no se recupera.
Todo lo que sigue es igual o más duro de afrontar que eso, pero permítidme que os diga que no le llega a la suela de los zapatos a esa secuencia. Todo lo que sucede en el granero, el retorno de la niña violada, etc... es de una crudeza enorme, pero no está tratado con la misma genialidad de la que Klimov hace gala en la huída de la casa familiar.
Eso, unido a ese final tan relacionado con el origen de la película (no olvidemos que fue un encargo), un final destinado a la personificación de la culpa bastante desacertado aunque estupendamente montado, resta méritos al titánico esfuerzo, que no por ello desmerece, ni mucho menos.
El pitido en los oídos y la posterior sordera temporal preceden al baño bajo la lluvia acumulada en los árboles más esperanzador. Volver a casa y descubrir que los zumbidos de las moscas se han apoderado de ella no te quita la alegría del cuerpo, aún... porque esa mirada atrás, en esa mirada te bajas de nuevo a la realidad de la guerra, en esa mirada hay más horror cinematográfico que en muchas horas de frustrados intentos de crudeza hollywoodienses. Esa mirada te lleva a sumergirte en una ciénaga, avanzando sin saber por qué ni hacia dónde.
Y uno ya no se recupera.
Todo lo que sigue es igual o más duro de afrontar que eso, pero permítidme que os diga que no le llega a la suela de los zapatos a esa secuencia. Todo lo que sucede en el granero, el retorno de la niña violada, etc... es de una crudeza enorme, pero no está tratado con la misma genialidad de la que Klimov hace gala en la huída de la casa familiar.
Eso, unido a ese final tan relacionado con el origen de la película (no olvidemos que fue un encargo), un final destinado a la personificación de la culpa bastante desacertado aunque estupendamente montado, resta méritos al titánico esfuerzo, que no por ello desmerece, ni mucho menos.