'Drive' lo tiene todo para ser una película de culto (a la vista está si echamos un vistazo a críticas y votaciones). Su poderío visual es innegable y su apartado musical una verdadera delicia. Cuenta además con un plantel de actores entregadísimo, gracias, deduzco, a la labor del director, aquí algo más comedido que en otros trabajos pero igualmente talentoso en grado sumo (sus movimientos de cámara y el montaje de cualquier escena son empalmatorios; un ejercicio de estilo sublime). Funciona también la atmósfera cargada y fantasmagórica que consigue elaborar, a través de juegos de luces, vistas aéreas, ralentizaciones en el momento justo y el ya mentado poderío visual de su fotografía, impresionante. Los actores, decíamos, pasan el examen con nota, destacando, como se ha dicho, los secundarios malotes, aquí perfectos; por su parte, Gosling sigue dando buena muestra de versatilidad y talento, y Mulligan, como contrapunto, me sigue enamorando (tenemos actriz pa rato).

La historia, despojada de lírica textual acaba por encontrarla en sus silencios, sus miradas (siempre importantes hasta en el pestañeo, una, dos, hasta tres veces), sus gestos y toda lectura que creamos atisbar entre sus líneas, pues la evocación y la sugerencia juegan un papel primordial a lo largo de todo el metraje, que, por cierto, se pasa en un suspiro. Siendo, pues, la violencia nota dominante, tanto da si explícita o latente, hay algo en torno a ella que la justifica y la embellece, acaso los ecos de la ciudad dormida, otra protagonista más en esta marejada de pasiones y ambiciones que se cruzan y se escupen para acabar por destrozarse. La bilis y la sangre salpican la pantalla por momentos, mientras que en otros pareciéramos sentir el roce de los cuerpos, sincero y delicado, como en una danza arrítmica -tac tac- en que se perfilan corazones maltratados por la esencia negra de la obra.

Al final, algo me priva de sentir mi satisfacción completa, si bien no sé qué nombre darle. Lo que está claro es que 'Drive' ha nacido para ser una de las mejores cintas de este, de momento, decepcionante 2011, y, también, como ya dijéramos, futura obra de culto para todos aquellos capaces de mimetizar con la angustia vital y la extraña animosidad desprendidas de este fugaz viaje a la noche más hermosa y patética de cuantas se recuerdan. Y es que la película, como la chaqueta del protagonista, cobra vida según se suceden sus imágenes, algunas de ellas, fundidas con la música, de una elegancia y emoción apabullantes. Todo un estado de ánimo que, de pillarte en el instante justo, quizá consiga doblegarte.