Ya desde su comienzo, la película de Andrew Dominik nos remite a cierta búsqueda no demasiado sutil de trascendencia, de configurar algo grande con todos los elementos de que dispone el narrador para contar su historia, de reminiscencias y recovecos mucho más amplios que los que el cine, como mecanismo de comunicación limitado -entre otras cosas por el tiempo-, es capaz de abrazar y resumir de manera si no idónea sí satisfactoria para todo mortal que se acerque a sus imágenes... la tarea es, obviamente, un imposible. Dominik lo sabe, sabe que cierto sector del público renegará de sus métodos y sus sobradas, de esa búsqueda constante de la bonita estampa y el lirismo, arrebatado para mí, pegoteado por la cara para quien guste (está en todo su derecho).

No obstante, digo que ya desde su comienzo la cinta de este tipo de tan prometedor futuro aboga por el esteticismo y la hipnosis preanunciada... a un lado, y a otro, a un lado y a otro, y así hasta caer de lleno en el conjuro que esconde el minutaje de una obra que encuentra en la calma y en la contención la mayor parte del tiempo su mejor aliado. Un aliado que termina por dotar al conjunto de un barniz majestuoso de desnudez en sus propósitos: que sí, que aquí se pretende trascender, como en todo, más que nunca cuando los personajes a tratar han inspirado tanto y de forma tan ambigua, que uno no sabe si está tratando con un hombre al que temer por su mirada fiera y sus arrebatos de furia intermitente o con uno al que admirar por su extremada cercanía y jovialidad. Y lo mismo podríamos decir de Ford, no se vayan a pensar, la galería de monigotes animados es amplia y en todo caso, de verdad, perfecta en cada puta pincelada. Y el cuadro es digno de admiración, faltaría más.

En esto ayudan, repito, unas interpretaciones impresionantes, donde cada gesto y cada silencio encuentra su porqué, acompasado por el silbido distante de las nubes recorriendo un cielo vívido brille el sol o llueva, ande el mundo de luto o radiante de contento, todo depende de las emociones que traspasen en ese instante las almas torturadas de nuestros compañeros de viaje. Además, siempre hablando de la versión original, que es la que yo he visto, verán que el uso de la voz en off se antoja acertadísimo, no sólo para el tono lúgubre, melancólico y documental que se desea, sino porque esa voz, esa jodida voz en concreto, es tan misteriosamente hechizante, tan embrujadora, tan desgarrada sin necesidad de estridencias vocales, se amolda, en fin, de manera tan delicada a imágenes y acontecimientos, a desenfoques en la lente y miradas de soslayo que uno se queda sin palabras, como absorto, queriendo oír más, anhelando que no paren ni la música de Nick Cave (un puto genio) ni su homólogo sin cuerdas.

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