Una ópera prima de este director, E. L. Katz, que él mismo escribe y que para disfrutarla hay que entrar en su juego, en su ambiente y en su ritmo, que no tiene pegas ninguna.

Nos presenta una sociedad americana en donde al estar permitidas las armas, un mal endémico sin solución, la violencia a causa de las mismas no es tan ajena como aquí podría serlo. Por tanto, la película es violenta de por sí, añadiendo una historia de corrupción policial que en ningún momento intenta aclarar al espectador. Y esto es un gran acierto porque nos mete en una trama de arreglos de cuentas entre policías y mafiosos en los que quedaron cabos sin atar, contada con ese recurso diferente de ir un poco apartado del espectador, y esto es algo de agradecer.

Por otra parte no es una historia de redención ni tonterías de esas, aunque al principio sale un cura tratando de convencer del buen camino al protagonista, y se habla mucho de los delitos saldados en la cárcel y el derecho a pasar página e integrarse en la sociedad. Más tonterías. Cada uno es como es y no se cambia nunca. No obstante, no se queda ahí la cosa, la película nos ofrece una interesante historia de amor, una relación entre el policía que ha cumplido condena con una extraña enfermera y en fin, que se puede disfrutar si se tiene amplitud de miras y no se está, como siempre, a lo que uno quiere ver, sin darse cuenta que las cosas son también, como los demás las ven.