Puede que la temática ahuyente a algún espectador (sacerdotes tratando de evangelizar en un país lejano), puede que el metraje resulte excesivo (hay secuencias que resultan largas si bien la fotografía de unos paisajes preciosos, llena esos vacíos que se produce cuando parece que la filmación se ha tomado unos segundos demás), pero cuando una película está bien hecha…

Hay una secuencia sublime, de las mejores que se han rodado en los últimos años, es la que entre la niebla aparece el inquisidor en el poblado, montado a caballo, y se dirige a la población. ¿¡Cuántas tomas habrán tenido que rodar!?, ¡¿Cuánto habrá costado acondicionar todo para la secuencia!?. Si hubiera un premio a la mejor escena del año estaría nominada.
Tiene un tira y afloja entre la razón y la fe. Cómo resulta de cruel la realidad de aquellas personas a las que se quiere imponer un religión renegando de la suya.

En 1640 dos jóvenes jesuitas portugueses, el padre Sebastian (Andrew Garfield) y el padre Garupe (Adam Driver), no se creen que su mentor el padre Ferreira (Liam Neeson), que había viajado tiempo atrás para predicar la doctrina cristiana en Japón, haya apostatado de su fe a pesar de las torturas que pudiera haber sufrido. Para ello deciden viajar a Japón para reunirse con él y resolver los rumores que hay desde la otra parte del mundo. Una vez llegan a Japón se dan cuenta del peligro que tiene declararse cristiano, y de las consecuencias que ello tiene.