Una de las peores cosas que le pueden ocurrir a una comedia romántica hollywoodiense (y a mí no me suelen disgustar las comedias románticas hollywoodienses) es que no consiga su objetivo de sumir al espectador en un hechizo que le haga concluir el visionado con una sensación de plenitud. Da igual la cantidad de azúcar que haya derramado, la cursilería que destile en cada fotograma, si el espectador admite ese juego y lo experimenta con agrado y, al terminar, ostenta en el rostro una sonrisa de oreja a oreja y hasta alguna lagrimilla furtiva.
Pero yo no he conseguido meterme en el “engaño”. Tantas coincidencias forzadas, tantas señales esquivas, tanta vacuidad en el desarrollo, tanta palabrería esotérica que me ha sonado a hueca, tanto vaivén que se me hacía más bien absurdo… Y, no sé a vosotros, pero yo he tenido la impresión de que se perseguía más buscar el gancho colocando a una guapísima Kate Beckinsale que no tiene mucho más que enseñar su bonita cara, y a un atractivo y simpaticón John Cusack sacando sus muecas de “mira qué guay y enrollado soy”. He percibido poca química, aparte el hecho de que una acaba hastiada de tanta señal del destino y tanta gaita y al final se está hasta las narices y ya da lo mismo que acaben juntos o que decidan hacerse monjes budistas o dedicarse al tiro al pichón o hacer un viaje espiritual por el Himalaya.
Y mira que a mí no me cuesta dejarme llevar por los engaños hollywoodienses, y los agradezco a veces, porque a nadie le amarga un dulce. Pero este dulce me ha sabido a poco.
Pese a todo, creo que por mi parte se merece el aprobado gracias a ciertos aspectos técnicos como la buena fotografía, aderezos como la banda sonora con aires clásicos y los pasables esfuerzos de Cusack y de algún secundario por darle algo de chispa al insulso guión.
Acartonada comedia romántica navideña de las del montón, envuelta en un papel de regalo muy vistoso pero con un contenido decepcionante.