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Servadac rating:
7
Drama An ex-military chaplain (Ethan Hawke) is wrecked by grief over the death of his son in Iraq. Amanda Seyfried plays a member of his church whose husband, a radical environmentalist, commits suicide, setting the plot in motion.
Language of the review:
  • es
October 8, 2018
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Paul Schrader bebe, en su teoría cinematográfica, de las más excelsas fuentes: Bresson, Tarkovski, Ozu, Dreyer, Bergman.

El padre Toller (un notable Ethan Hawke) tiene bastante del rictus severo y torturado del pastor Tomas Ericsson, encarnado ejemplarmente por Gunnar Björnstrand en ‘Los comulgantes’. Los personajes de Esther (Victoria Hill) y Märta (Ingrid Thulin) también guardan parecidos razonables. Ambas aman y resultan cruelmente rechazadas. La semejanza argumental es, por lo demás, muy evidente.

Ozu y el intraducible ‘mono no aware’ (algo así como la emoción ante lo efímero de la vida y la belleza, sujetas siempre al cambio, con matices de dolor y finitud, melancolía y pérdida), Ozu, digo, queda fuera de la estética de Schrader, pese a los planos fijos y el alcohol.

Quizá en la desnudez de la puesta en escena haya ecos de Dreyer, tan cercano, en su estética, del pintor Vilhelm Hammershøi y sus blancos interiores calvinistas.

Y Bresson… Aparte del obvio paralelismo con ‘Diario de un cura rural’ en la composición de su protagonista, en la escritura sistemática, en la agonía (en sentido unamuniano) del pastor, la película del director francés que más se aproxima a ‘El reverendo’ es ‘El diablo probablemente’, en que se ofrece una visión desoladora y autodestructiva del fallido ser humano. Después de la Caída, sólo la Gracia podría obrar el milagro del rescate...

Schrader se permite incluso una levitación, patrimonio de Tarkovski en el imaginario de la cinefilia.



Pero, más allá de esas ilustres referencias, el impacto, la catarsis violenta, el grito de rabia expresionista, sitúan a Paul Schrader más cerca de von Trier y Haneke, directores en que a menudo cala el estallido, la furia existencial o el clímax desgarrado.

Paul Schrader es también, en ‘El Reverendo’, esclavo de sus propias obsesiones: ‘Aflicción’, ‘Mishima’, ‘Taxi driver’...

Me pregunto por qué volvemos una y otra vez a los autores que he citado al principio de estas líneas, por qué su manantial de cine nos parece inagotable. Por qué la sed de ellos no se acaba en un primer, segundo o aun en un tercer o cuarto visionado.

Sin embargo, Haneke o Lars von Trier, dotados de un oficio incuestionable, rara vez invitan a volver a sus películas. Pasado el golpe, nos resistimos a reaparecer en el lugar del crimen. La explicación fácil sería un verso de Eliot: “Human kind cannot bear very much reality”, el ser humano no puede soportar demasiada realidad. Siendo sincero, creo que tal explicación sería un autoengaño. Los grandes autores nos permean capa a capa, hilo a hilo, nos dejan un poso de silencio y reflexión, se asientan en el alma. Son mucho más que sus escenas de violencia, explícita o en elipsis espacial. Desencadenan en nosotros sentimientos insondables. Mientras que cineastas como Michael Haneke y Lars von Trier van directos al mentón; y, después de la resaca, pasan a ser recuerdo o artefacto intelectual; por algo su talento es de este mundo.

‘El Reverendo’ es una película estimable, con aciertos y alguna disonancia. Pero Paul Schrader, por quien siento un respeto genuino, es para mí un autor de vuelo limitado. En cierto modo, su cine acaba donde empieza el de los grandes.
Servadac
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