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Críticas ordenadas por utilidad
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6,2
5.019
4
25 de marzo de 2021
25 de marzo de 2021
14 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para mí, una total decepción. Un bluf total. Un desastre que brilla, sí, pero sólo gracias a la decoración, la fotografía y la interpretación de Haley Bennett.
Mérito tiene que haya podido levantar ella sola un proyecto con un personaje tan desdibujado sobre el papel que es, en pocas palabras, el de una mujer embarazada, ninguneada por todos los que le rodean, que sufre un trastorno de los impulsos y tiene la compulsión de tragarse todo tipo de objetos.
Podría haber recorrido el camino de la repulsión. En realidad, es lo que esperaba encontrarme después de ver el tráiler: un filme en sintonía con algunos de los mejores de Cronenberg. Un estudio de los placeres mórbidos donde pudiéramos empatizar de alguna manera con la protagonista, ahondando en la fascinación por la propia autodestrucción dibujaba desde el exterior desde que entran los objetos hacia un interior que va sufriendo cambios y heridas en consonancia con la perturbación de la protagonista.
Sin embargo, pronto vemos que no es así. Que aquí lo que hay es una comedia negra al estilo de Crudo. Lo crees por lo imposible de la situación de la protagonista, un ama de casa del siglo XXI que no tiene relación absolutamente con nadie fuera del entorno de su familia política. No tiene ninguna amiga, no tiene Whatsapp ni ningún tipo de redes sociales, ni siquiera nadie a quien haya conocido por Internet con el que hablar en algún chat, nada. Sólo está muy enamorada de su marido, un hombre que básicamente la ignora, del que busca una constante aprobación.
Y no sé si la casa en la que pierde el tiempo la protagonista no es otra cosa que una metáfora de algo, o si los suegros lo son del estigma que acompaña a la enfermedad mental, o si el marido una crítica de una sociedad patriarcal donde una mujer sumisa y servicial es el complemento de una vida perfecta, también podría ser una crítica a la medicalización de la sociedad actual (todo lo relacionado con el personaje de la psiquiatra resulta sonrojante).
En definitiva, podría ser muchas cosas, pero no acaba siendo ninguna.
Porque la película va avanzando y piensas: no puede ser. ¿De verdad la película se toma tan en serio a sí misma? ¿Puede ser que la intención del director sea contar un drama sobre la etiología de los trastornos mentales? Y sí, parece ser así, lo que, dado que los personajes son poco más que un arquetipo, absolutamente unidimensionales, lo que al principio resulta perturbador acaba resultando absolutamente ridículo. Porque la película, así planteada, sólo tenía dos opciones: o ser una sátira o una bonita colección de canciones e imágenes. Un sinsentido absolutamente inofensivo.
En definitiva, un pastiche posmodernista escrito y dirigido por alguien que no sabe a qué está jugando. Puede que ni siquiera sepa jugar.
Prescindible.
https://gauzarraroak.es/swallow-carlo-mirabella-davis-2019/
Mérito tiene que haya podido levantar ella sola un proyecto con un personaje tan desdibujado sobre el papel que es, en pocas palabras, el de una mujer embarazada, ninguneada por todos los que le rodean, que sufre un trastorno de los impulsos y tiene la compulsión de tragarse todo tipo de objetos.
Podría haber recorrido el camino de la repulsión. En realidad, es lo que esperaba encontrarme después de ver el tráiler: un filme en sintonía con algunos de los mejores de Cronenberg. Un estudio de los placeres mórbidos donde pudiéramos empatizar de alguna manera con la protagonista, ahondando en la fascinación por la propia autodestrucción dibujaba desde el exterior desde que entran los objetos hacia un interior que va sufriendo cambios y heridas en consonancia con la perturbación de la protagonista.
Sin embargo, pronto vemos que no es así. Que aquí lo que hay es una comedia negra al estilo de Crudo. Lo crees por lo imposible de la situación de la protagonista, un ama de casa del siglo XXI que no tiene relación absolutamente con nadie fuera del entorno de su familia política. No tiene ninguna amiga, no tiene Whatsapp ni ningún tipo de redes sociales, ni siquiera nadie a quien haya conocido por Internet con el que hablar en algún chat, nada. Sólo está muy enamorada de su marido, un hombre que básicamente la ignora, del que busca una constante aprobación.
Y no sé si la casa en la que pierde el tiempo la protagonista no es otra cosa que una metáfora de algo, o si los suegros lo son del estigma que acompaña a la enfermedad mental, o si el marido una crítica de una sociedad patriarcal donde una mujer sumisa y servicial es el complemento de una vida perfecta, también podría ser una crítica a la medicalización de la sociedad actual (todo lo relacionado con el personaje de la psiquiatra resulta sonrojante).
En definitiva, podría ser muchas cosas, pero no acaba siendo ninguna.
Porque la película va avanzando y piensas: no puede ser. ¿De verdad la película se toma tan en serio a sí misma? ¿Puede ser que la intención del director sea contar un drama sobre la etiología de los trastornos mentales? Y sí, parece ser así, lo que, dado que los personajes son poco más que un arquetipo, absolutamente unidimensionales, lo que al principio resulta perturbador acaba resultando absolutamente ridículo. Porque la película, así planteada, sólo tenía dos opciones: o ser una sátira o una bonita colección de canciones e imágenes. Un sinsentido absolutamente inofensivo.
En definitiva, un pastiche posmodernista escrito y dirigido por alguien que no sabe a qué está jugando. Puede que ni siquiera sepa jugar.
Prescindible.
https://gauzarraroak.es/swallow-carlo-mirabella-davis-2019/
28 de marzo de 2023
28 de marzo de 2023
12 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sucede, a veces, que la ceremonia de los Oscars decide sorprendernos y, por una vez, hacer justicia al verdadero talento. Quizá incluso lo haga más a menudo de aquí en adelante, porque toda esa serie de películas mediocres que antes podíamos ver en las salas de cine ahora se estrenan directamente en plataformas digitales que, no suelen darnos agradables sorpresas en relación a los proyectos cinematográficos que producen o nos ofrecen, salvo honrosas excepciones nos dan más bien pocas.
Curiosamente, suele tratarse más bien de títulos no hollywoodienses, como Sin novedad en el Frente, Los miserables o Sólo nos queda bailar, que quizá no podríamos haber visto de otra manera pues se trata de películas que no suelen durar en cartelera o que, si lo hacen, lo hacen normalmente con pases a los que un honrado padre de familia no tiene posibilidad de acudir.
Pero, en fin, cuál es el futuro de cine, he ahí la polémica. Carlos Boyero, se refiere a ella como una “Lamentable película, un disparate inentendible, bobamente imaginativo, pesado de ver y escuchar” preguntándose: ¿Esa cosa es el presente del cine? (https://elpais.com/cultura/premios-oscar/2023-03-13/todo-a-la-vez-en-todas-partes-esta-cosa-es-el-presente-del-cine.html). A lo que yo contestaría que efectivamente no lo es, porque últimamente resulta muy difícil encontrar una película que como ésta reúna tantas virtudes y tanto talento.
Me arrepiento de no haberla visto en salas. Tengo una tele guay y eso, pero creo que la experiencia hubiera sido mejor en una sala de cine. Confieso que la primera vez que la vi me perdí un poco, bajo la llamada del sueño y el efecto de las benzodiacepinas que tomo como buen habitante de un país occidental. No llegué a verla entera, me quedé casi en el principio, medio dormido. No era el momento.
No obstante, a pesar de todo, guardaba un buen sabor de boca y, el otro día, cuando mi mujer me preguntó si poníamos otra vez la película del Oscar pensé: Sí, por supuesto.
Y esta vez me metí de lleno en el ojo del huracán, y una lluvia de escenas e imágenes coloridas, surrealistas, icónicas, cómicas, dramáticas, emotivas e hipnóticas me sumergieron en una historia que, en realidad, no es una alternativa al cine de superhéroes ni un divertimento vacuo sino una historia sobre el amor, sobre la capacidad que a veces perdemos de ver desde los ojos que nos miran y sobre la futilidad de pensar en lo que pudo haber sido y no fue frente al disfrute de las relaciones que entablamos en una vida que es como es: complicada, insatisfactoria, injusta, hostil y carente de sentido.
A mí me pasa lo mismo que al personaje de Evelyn Wang (extraordinaria Michelle Yeoh). No de verdad claro. Pero creo que a ustedes les pasa, a todos. Al menos a todos los que todavía no hemos perdido la capacidad de imaginar. A los que un día, hastiados de trabajar o de hacer otra cosa, nos imaginamos como un actor o un escritor famoso al que alguien está entrevistando (mi sueño siempre ha sido que me entreviste Bárbara Ayuso); también nos pasa, paseando por las calles de Madrid, perdidos entre tanta gente nos sentimos como un espía en medio de una conspiración que tenemos que desentrañar a través de los movimientos de otros viandantes; como cuando soñamos que somos superhéroes o caballeros oscuros que vencen en combate a multitud de enemigos humanos, malignos o deformes.
Pasa que nuestra imaginación también se confunde con películas que hemos visto o libros que hemos leído. De ahí el pastiche, las referencias a Ratatouille o a Deseando Amar de Wong Kar-Wai que, sobrepasando la consideración de ejercicio de estilo, son devoradas por la trama, masticadas y entremezcladas. Hablo, por ejemplo, de esa conversación en un callejón en la que Ke Huy Quan le explica a la protagonista que hay más de una manera de hacer las cosas, que todos los seres humanos somos diferentes y que nos enfrentamos a la vida de diversas maneras, no siendo necesariamente más válida que una de otra.
Y me quedo, injustamente sin señalar la soberbia lección de interpretación que nos da Jamie Lee Curtis, sin hablar de todo lo que rodea al personaje de Stephanie Hsu, elogiar al omnipresente James Hong, ni decirle a Tallie Medel lo dulce que es y lo bien que le quedaría el pelo largo.
Ni señalar que esta película nos explica el multiverso mucho mejor de lo que lo hacen en el somnoliento primer capítulo de la serie Loki o que hubiera sido lo que Spielberg hubiera rodado en lugar de Ready Player One a principios de los ochenta, cuando todavía le sobraba talento.
gauzarraroak.es
Curiosamente, suele tratarse más bien de títulos no hollywoodienses, como Sin novedad en el Frente, Los miserables o Sólo nos queda bailar, que quizá no podríamos haber visto de otra manera pues se trata de películas que no suelen durar en cartelera o que, si lo hacen, lo hacen normalmente con pases a los que un honrado padre de familia no tiene posibilidad de acudir.
Pero, en fin, cuál es el futuro de cine, he ahí la polémica. Carlos Boyero, se refiere a ella como una “Lamentable película, un disparate inentendible, bobamente imaginativo, pesado de ver y escuchar” preguntándose: ¿Esa cosa es el presente del cine? (https://elpais.com/cultura/premios-oscar/2023-03-13/todo-a-la-vez-en-todas-partes-esta-cosa-es-el-presente-del-cine.html). A lo que yo contestaría que efectivamente no lo es, porque últimamente resulta muy difícil encontrar una película que como ésta reúna tantas virtudes y tanto talento.
Me arrepiento de no haberla visto en salas. Tengo una tele guay y eso, pero creo que la experiencia hubiera sido mejor en una sala de cine. Confieso que la primera vez que la vi me perdí un poco, bajo la llamada del sueño y el efecto de las benzodiacepinas que tomo como buen habitante de un país occidental. No llegué a verla entera, me quedé casi en el principio, medio dormido. No era el momento.
No obstante, a pesar de todo, guardaba un buen sabor de boca y, el otro día, cuando mi mujer me preguntó si poníamos otra vez la película del Oscar pensé: Sí, por supuesto.
Y esta vez me metí de lleno en el ojo del huracán, y una lluvia de escenas e imágenes coloridas, surrealistas, icónicas, cómicas, dramáticas, emotivas e hipnóticas me sumergieron en una historia que, en realidad, no es una alternativa al cine de superhéroes ni un divertimento vacuo sino una historia sobre el amor, sobre la capacidad que a veces perdemos de ver desde los ojos que nos miran y sobre la futilidad de pensar en lo que pudo haber sido y no fue frente al disfrute de las relaciones que entablamos en una vida que es como es: complicada, insatisfactoria, injusta, hostil y carente de sentido.
A mí me pasa lo mismo que al personaje de Evelyn Wang (extraordinaria Michelle Yeoh). No de verdad claro. Pero creo que a ustedes les pasa, a todos. Al menos a todos los que todavía no hemos perdido la capacidad de imaginar. A los que un día, hastiados de trabajar o de hacer otra cosa, nos imaginamos como un actor o un escritor famoso al que alguien está entrevistando (mi sueño siempre ha sido que me entreviste Bárbara Ayuso); también nos pasa, paseando por las calles de Madrid, perdidos entre tanta gente nos sentimos como un espía en medio de una conspiración que tenemos que desentrañar a través de los movimientos de otros viandantes; como cuando soñamos que somos superhéroes o caballeros oscuros que vencen en combate a multitud de enemigos humanos, malignos o deformes.
Pasa que nuestra imaginación también se confunde con películas que hemos visto o libros que hemos leído. De ahí el pastiche, las referencias a Ratatouille o a Deseando Amar de Wong Kar-Wai que, sobrepasando la consideración de ejercicio de estilo, son devoradas por la trama, masticadas y entremezcladas. Hablo, por ejemplo, de esa conversación en un callejón en la que Ke Huy Quan le explica a la protagonista que hay más de una manera de hacer las cosas, que todos los seres humanos somos diferentes y que nos enfrentamos a la vida de diversas maneras, no siendo necesariamente más válida que una de otra.
Y me quedo, injustamente sin señalar la soberbia lección de interpretación que nos da Jamie Lee Curtis, sin hablar de todo lo que rodea al personaje de Stephanie Hsu, elogiar al omnipresente James Hong, ni decirle a Tallie Medel lo dulce que es y lo bien que le quedaría el pelo largo.
Ni señalar que esta película nos explica el multiverso mucho mejor de lo que lo hacen en el somnoliento primer capítulo de la serie Loki o que hubiera sido lo que Spielberg hubiera rodado en lugar de Ready Player One a principios de los ochenta, cuando todavía le sobraba talento.
gauzarraroak.es

6,8
17.732
9
28 de agosto de 2018
28 de agosto de 2018
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si le gusta el cine, si le gusta de verdad, estoy seguro de que sin duda sabe quién es Paul Thomas Anderson. No necesitará ninguno de esos instructivos artículos que se han puesto tan de moda, del tipo Diez cosas que (quizá) no sabías de Paul Thomas Anderson o Te vamos a contar un secreto sobre Paul Thomas Anderson que (seguramente) te dejará helado. Y, por supuesto, podrá saltarse varios párrafos de esta crítica ya que no le aportarán lo más mínimo. Me disculpo por adelantado, en mi defensa sólo puedo decir que el redactor jefe de este blog da demasiada importancia a eso de ubicar al lector, y además es un tirano. Me temo por tanto que tendrá que recorrer todavía varias estaciones antes de llegar a El Hilo Invisible.
Tras un debut sin duda estimable, Paul Thomas Anderson pasaría a ser mundialmente conocido gracias a Boogie Nights. Película que sin duda se adaptaba muy bien a aquello que en los noventa se consideraba innovador. Deudora del estilo de todos esos grandes directores a los que ahora se agrupa bajo la etiqueta New Hollywood, recuperaba a otrora una gran estrella en horas bajas (Burt Reynolds), abusaba de movimientos de cámara al más puro estilo Casino o Uno de los Nuestros, trataba un tema quizá transgresor como la industria del porno, incluso colaboraba en ella alguna de las estrellas más rutilantes del sector, y contaba asimismo con la presencia de Julianne Moore, actriz de la que, si de verdad le gusta el cine, seguramente esté enamorado (no se preocupe, le guardaré el secreto).
Debo decir, sin embargo, que aquella película, a pesar de contener escenas por las que siempre daré gracias a Dios me resultó un pelín larga e insulsa como, dicho sea de paso, viene siendo tradición en la mayoría de películas comerciales decididas a introducirse en el mundo del porno.
Después de Boogie Nights vino Magnolia, una de esas películas que salen en artículos del tipo Las cien películas que deberías ver antes de morir, o aquellos otros del tipo Grandes películas que (quizá) no conozcas. Para no alargarme sólo diré que es miel y que esta escena es magistral, como también lo son ésta y ésta. Paul Thomas Anderson disipaba cualquier duda acerca de su talento y demostraba tener el valor necesario para rodar escenas que quizás algunos pudieran considerar, ejem, en exceso arriesgadas (o no).
Película imprescindible en todas las listas del tipo Los críticos dicen que estas son las mejores películas del nuevo milenio ¿estás de acuerdo?
Años después, de una nueva colaboración con Daniel Day Lewis surge Phantom Thread (El Hilo Invisible). He suplicado durante semanas a mi redactor jefe que me dejara escribir una crítica sobre esta película, de verdad, nuestro blog no debería limitarse a la pseudoliteratura, existen otros placeres que también alimentan nuestras almas. Creo que es, aludiendo al tópico una de esas películas de las que sales del cine quizá no siendo otra persona, pero sí sintiéndote diferente. Hablaré de ella, por supuesto, pero el tirano insiste en que siga ubicándoles.
Para mí, serían estas tres sus mejores películas, sin embargo, debo decir que el cine de Paul Thomas Anderson, guste o no, siempre merece una especial atención. Si dirige alguna película hay que ir a verla, así de simple.
Aun reconociendo que algunas de sus películas se podrían calificar como de digestión pesada. No me alargaré, sólo diré que Punch-Drunk Love me aburrió enormemente, Puro Vicio acabó con mi paciencia y, dicho sea de paso, también con la del segundo mejor crítico cinematográfico de este país del mismo modo que nos encandiló con The Master.
Y vayamos a lo que nos ocupa. Podría ir a ver El Hilo Invisible cada día hasta que la quiten de la cartelera sin temor a equivocarme. Es una película de factura clásica y contenido transgresor, en la que cada escena se abre a infinidad de interpretaciones.
Si pertenecen a ese grupo de personas a las que les encanta llorar en el cine, discúlpenme, pero ésta no es su película. Es una historia de amor, sí, y quizá una de las más tristes jamás contadas, pero estamos ante una película de Paul Thomas Anderson y no tras el efectismo estudiado de otros directores como Juan José Campanella (al que no menosprecio, pero es lo que hay).
Dicho esto, la película me decepcionó en sus primero minutos. Observaba aquellos vestidos, aquellos salones, aquellos paisajes, y pensaba que el director o el encargado de la fotografía se habían equivocado con el objetivo, considerando que si yo hubiera sido el hombre sentado en la silla hubiera escogido otro que proporcionara más profundidad a las escenas. Me hubiera recreado más en la belleza de las imágenes, los trajes, los decorados y me habría equivocado. Sobre todo porque todavía no sabía de qué iba de verdad la película.
Esos primeros planos tan agresivos, los viajes nocturnos en coche a la velocidad de la luz, las habitaciones que se acortaban, tenían un objetivo claro: introducirnos en la psicología de los personajes, en pequeños mundos de objetivos a veces indispensables, a veces inenarrables y siempre opresivos. Donde para él cada día de rutina sin sobresaltos es una victoria y su trabajo una religión. Donde ella lucha constantemente por encontrar su lugar en un universo rendido a las rutinas de Reynolds Woodcock, en una casa llena de gente que trabaja para hacer su voluntad. Trata de encontrar un hueco entre las infinitas rutinas y obsesiones a las que Reynolds vive entregado gracias a la fe del converso, las mismas que le atrapan y le hacen tremendamente infeliz.
(continúa en el spoiler)
https://gauzarraroak.es/el-hilo-invisible-paul-thomas-anderson-2017/
Tras un debut sin duda estimable, Paul Thomas Anderson pasaría a ser mundialmente conocido gracias a Boogie Nights. Película que sin duda se adaptaba muy bien a aquello que en los noventa se consideraba innovador. Deudora del estilo de todos esos grandes directores a los que ahora se agrupa bajo la etiqueta New Hollywood, recuperaba a otrora una gran estrella en horas bajas (Burt Reynolds), abusaba de movimientos de cámara al más puro estilo Casino o Uno de los Nuestros, trataba un tema quizá transgresor como la industria del porno, incluso colaboraba en ella alguna de las estrellas más rutilantes del sector, y contaba asimismo con la presencia de Julianne Moore, actriz de la que, si de verdad le gusta el cine, seguramente esté enamorado (no se preocupe, le guardaré el secreto).
Debo decir, sin embargo, que aquella película, a pesar de contener escenas por las que siempre daré gracias a Dios me resultó un pelín larga e insulsa como, dicho sea de paso, viene siendo tradición en la mayoría de películas comerciales decididas a introducirse en el mundo del porno.
Después de Boogie Nights vino Magnolia, una de esas películas que salen en artículos del tipo Las cien películas que deberías ver antes de morir, o aquellos otros del tipo Grandes películas que (quizá) no conozcas. Para no alargarme sólo diré que es miel y que esta escena es magistral, como también lo son ésta y ésta. Paul Thomas Anderson disipaba cualquier duda acerca de su talento y demostraba tener el valor necesario para rodar escenas que quizás algunos pudieran considerar, ejem, en exceso arriesgadas (o no).
Película imprescindible en todas las listas del tipo Los críticos dicen que estas son las mejores películas del nuevo milenio ¿estás de acuerdo?
Años después, de una nueva colaboración con Daniel Day Lewis surge Phantom Thread (El Hilo Invisible). He suplicado durante semanas a mi redactor jefe que me dejara escribir una crítica sobre esta película, de verdad, nuestro blog no debería limitarse a la pseudoliteratura, existen otros placeres que también alimentan nuestras almas. Creo que es, aludiendo al tópico una de esas películas de las que sales del cine quizá no siendo otra persona, pero sí sintiéndote diferente. Hablaré de ella, por supuesto, pero el tirano insiste en que siga ubicándoles.
Para mí, serían estas tres sus mejores películas, sin embargo, debo decir que el cine de Paul Thomas Anderson, guste o no, siempre merece una especial atención. Si dirige alguna película hay que ir a verla, así de simple.
Aun reconociendo que algunas de sus películas se podrían calificar como de digestión pesada. No me alargaré, sólo diré que Punch-Drunk Love me aburrió enormemente, Puro Vicio acabó con mi paciencia y, dicho sea de paso, también con la del segundo mejor crítico cinematográfico de este país del mismo modo que nos encandiló con The Master.
Y vayamos a lo que nos ocupa. Podría ir a ver El Hilo Invisible cada día hasta que la quiten de la cartelera sin temor a equivocarme. Es una película de factura clásica y contenido transgresor, en la que cada escena se abre a infinidad de interpretaciones.
Si pertenecen a ese grupo de personas a las que les encanta llorar en el cine, discúlpenme, pero ésta no es su película. Es una historia de amor, sí, y quizá una de las más tristes jamás contadas, pero estamos ante una película de Paul Thomas Anderson y no tras el efectismo estudiado de otros directores como Juan José Campanella (al que no menosprecio, pero es lo que hay).
Dicho esto, la película me decepcionó en sus primero minutos. Observaba aquellos vestidos, aquellos salones, aquellos paisajes, y pensaba que el director o el encargado de la fotografía se habían equivocado con el objetivo, considerando que si yo hubiera sido el hombre sentado en la silla hubiera escogido otro que proporcionara más profundidad a las escenas. Me hubiera recreado más en la belleza de las imágenes, los trajes, los decorados y me habría equivocado. Sobre todo porque todavía no sabía de qué iba de verdad la película.
Esos primeros planos tan agresivos, los viajes nocturnos en coche a la velocidad de la luz, las habitaciones que se acortaban, tenían un objetivo claro: introducirnos en la psicología de los personajes, en pequeños mundos de objetivos a veces indispensables, a veces inenarrables y siempre opresivos. Donde para él cada día de rutina sin sobresaltos es una victoria y su trabajo una religión. Donde ella lucha constantemente por encontrar su lugar en un universo rendido a las rutinas de Reynolds Woodcock, en una casa llena de gente que trabaja para hacer su voluntad. Trata de encontrar un hueco entre las infinitas rutinas y obsesiones a las que Reynolds vive entregado gracias a la fe del converso, las mismas que le atrapan y le hacen tremendamente infeliz.
(continúa en el spoiler)
https://gauzarraroak.es/el-hilo-invisible-paul-thomas-anderson-2017/
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En el apartado interpretativo, Daniel Day Lewis está perfecto en el papel de un hombre tremendamente desequilibrado que sólo encuentra la paz en un orden perfecto y cuyo único camino a la liberación conduce directamente a la enfermedad. Su personaje evoluciona a lo largo de todo el metraje, primero seduciéndonos, después descolocándonos hasta llegar un momento de odio supremo en el que deseamos que ella salga corriendo sin mirar atrás. Y, sin embargo, después aquel dictador empieza a mostrar sus deseos, sus debilidades y acaba conduciéndonos a la empatía, deseando que logre obtener la catarsis que tan desesperadamente niega necesitar.
Se dice que la desazón que le provocó interpretar este papel es uno de los motivos que le ha llevado a tomar la decisión de retirarse, algo que no resulta extraño dada la intensidad con la que el actor interpreta siempre sus papeles. La etiqueta de mejor actor de su generación siempre me ha parecido una boutade, no obstante hay que reconocerle una trayectoria intachable, no siendo capaces en esta redacción de recordar título alguno que no sea relevante.
A pesar de la lección dada por su compañero de reparto, su labor no eclipsa la de la para mí hasta ahora semidesconocida Vicky Krieps. Interpreta un personaje fuerte, a pesar de estar atrapada por la admiración, el amor y demás circunstancias dañinas, lucha durante todo el metraje por destacar sus opiniones, su aportación, la originalidad de su personalidad y, finalmente, también por encontrar el modo de comunicarse de una forma única y sincera con la persona que más ama en este mundo.
Al contrario de lo que ocurre con él, del pasado de ella apenas conocemos nada. Nada que nos haga entender el motivo por el que se entrega a ese amor descorazonador y mínimamente pasional. Sin embargo, la actriz consigue crear un personaje fuerte, que a pesar de haber entregado todo su ser a su gran amor es incapaz de conformarse con ser solamente un maniquí, de ocultar su personalidad, sus opiniones, sus aportaciones y su manera suicida de resolver los problemas. A destacar también el tour de forcé que mantiene con Leslie Manville, el tercer pilar, la hermana de él, a quien domina y por quien hace esfuerzos sobrehumanos para mantener el orden de su universo.
Finalmente, no me queda claro si el amor triunfa o quizá sólo se trata de las últimas reacciones químicas de dos almas moribundas. No lo sé, me encuentro indeciso, vean la película y saquen sus propias conclusiones porque yo no puedo ayudarles.
Se dice que la desazón que le provocó interpretar este papel es uno de los motivos que le ha llevado a tomar la decisión de retirarse, algo que no resulta extraño dada la intensidad con la que el actor interpreta siempre sus papeles. La etiqueta de mejor actor de su generación siempre me ha parecido una boutade, no obstante hay que reconocerle una trayectoria intachable, no siendo capaces en esta redacción de recordar título alguno que no sea relevante.
A pesar de la lección dada por su compañero de reparto, su labor no eclipsa la de la para mí hasta ahora semidesconocida Vicky Krieps. Interpreta un personaje fuerte, a pesar de estar atrapada por la admiración, el amor y demás circunstancias dañinas, lucha durante todo el metraje por destacar sus opiniones, su aportación, la originalidad de su personalidad y, finalmente, también por encontrar el modo de comunicarse de una forma única y sincera con la persona que más ama en este mundo.
Al contrario de lo que ocurre con él, del pasado de ella apenas conocemos nada. Nada que nos haga entender el motivo por el que se entrega a ese amor descorazonador y mínimamente pasional. Sin embargo, la actriz consigue crear un personaje fuerte, que a pesar de haber entregado todo su ser a su gran amor es incapaz de conformarse con ser solamente un maniquí, de ocultar su personalidad, sus opiniones, sus aportaciones y su manera suicida de resolver los problemas. A destacar también el tour de forcé que mantiene con Leslie Manville, el tercer pilar, la hermana de él, a quien domina y por quien hace esfuerzos sobrehumanos para mantener el orden de su universo.
Finalmente, no me queda claro si el amor triunfa o quizá sólo se trata de las últimas reacciones químicas de dos almas moribundas. No lo sé, me encuentro indeciso, vean la película y saquen sus propias conclusiones porque yo no puedo ayudarles.

6,3
8.736
6
11 de enero de 2025
11 de enero de 2025
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La distribuidora A24 nos ha traído en los últimos años muchas buenas razones para ir al cine, sobre todo para los aficionados al terror y al suspense.
Gracias a ellos nos han llegado películas de directores como Robert Eggers o Ari Aster, posiblemente dos de los creadores que más se han esforzado por redefinir el género de terror en la última década, también nos ha dado a conocer al director, amante de la distopía, Alex Garland y, asimismo, nos ha traído algunas de las piezas de género más interesantes de los últimos años. Me refiero a títulos como Háblame, Saint Maud, Sangre en los labios o la trilogía de X, Pearl y Maxxxine.
Así que creo poder afirmar que tenía muchas razones para acudir a ver Heretic, y no sólo por su distribuidora, sino también por ver a un Hugh Grant, últimamente redefiniendo su carrera al optar por papeles más arriesgados que no conllevan la necesidad de tartamudear y parpadear constantemente.
En esta película está más allá del elogio. Su personaje al principio resulta encantador e inofensivo, adquiriendo a medida que avanza el metraje matices más sombríos, perturbadores y perversos. Pero sería injusto no mencionar también a las dos actrices, Sophie Tatcher y Chloe East, porque la interacción entre los tres aporta matices que suponen un valor añadido para la película.
El argumento es simple: dos misioneras mormonas van a casa de un hombre que había mostrado interés por su fe y se establece entre ellos un debate acerca de la verdadera fe y naturaleza de las religiones. A medida que avanza el metraje ellas se van dando cuenta de que el anfitrión está ocultándoles sus verdaderas intenciones, comenzando un juego del que no pueden huir cuyo objetivo no llega a estar demasiado claro.
La película, por algún motivo, me recuerda un poco a Mártires de Pascal Laugier. No en la forma, ni en relación a su truculencia, sino en el trasfondo filosófico en relación a la idea de cómo llegar a conocer el verdadero significado del hecho religioso que hasta ahora sólo se nos ha mostrado a través de ciertas personas a las que llamamos santos o profetas que nos han transmitido un mensaje que podemos asumir como cierto no porque tengamos una prueba fehaciente o vívida de ello, sino porque es lo que en algún momento de nuestra vida nos han inculcado.
El problema de la película es para mí el mismo que el que tiene la de Pascal Laugier, es decir, la primera parte es realmente interesante en cuanto al desasosiego que provoca (podríamos discutir algunas de las afirmaciones que hacen los protagonistas, sí, pero también extraer conceptos interesantes como el tema de la iteración), desembocando en una segunda parte que no se resuelve en mi opinión de una manera satisfactoria sino con fuegos de artificio, sobreentendidos y explicaciones innecesarias, que llegan incluso a difuminar el mensaje o sentido último de la película.
En resumen, la recomiendo porque es una película que realmente me ha entretenido y me ha resultado hasta cierto punto interesante. Sin embargo, a medida que avanza el metraje el guion se vuelve cada vez más tramposo e incapaz de responder a las preguntas que había planteado en un principio y que, a medida que avanza la trama, se vuelve cada vez más convencional.
Gracias a ellos nos han llegado películas de directores como Robert Eggers o Ari Aster, posiblemente dos de los creadores que más se han esforzado por redefinir el género de terror en la última década, también nos ha dado a conocer al director, amante de la distopía, Alex Garland y, asimismo, nos ha traído algunas de las piezas de género más interesantes de los últimos años. Me refiero a títulos como Háblame, Saint Maud, Sangre en los labios o la trilogía de X, Pearl y Maxxxine.
Así que creo poder afirmar que tenía muchas razones para acudir a ver Heretic, y no sólo por su distribuidora, sino también por ver a un Hugh Grant, últimamente redefiniendo su carrera al optar por papeles más arriesgados que no conllevan la necesidad de tartamudear y parpadear constantemente.
En esta película está más allá del elogio. Su personaje al principio resulta encantador e inofensivo, adquiriendo a medida que avanza el metraje matices más sombríos, perturbadores y perversos. Pero sería injusto no mencionar también a las dos actrices, Sophie Tatcher y Chloe East, porque la interacción entre los tres aporta matices que suponen un valor añadido para la película.
El argumento es simple: dos misioneras mormonas van a casa de un hombre que había mostrado interés por su fe y se establece entre ellos un debate acerca de la verdadera fe y naturaleza de las religiones. A medida que avanza el metraje ellas se van dando cuenta de que el anfitrión está ocultándoles sus verdaderas intenciones, comenzando un juego del que no pueden huir cuyo objetivo no llega a estar demasiado claro.
La película, por algún motivo, me recuerda un poco a Mártires de Pascal Laugier. No en la forma, ni en relación a su truculencia, sino en el trasfondo filosófico en relación a la idea de cómo llegar a conocer el verdadero significado del hecho religioso que hasta ahora sólo se nos ha mostrado a través de ciertas personas a las que llamamos santos o profetas que nos han transmitido un mensaje que podemos asumir como cierto no porque tengamos una prueba fehaciente o vívida de ello, sino porque es lo que en algún momento de nuestra vida nos han inculcado.
El problema de la película es para mí el mismo que el que tiene la de Pascal Laugier, es decir, la primera parte es realmente interesante en cuanto al desasosiego que provoca (podríamos discutir algunas de las afirmaciones que hacen los protagonistas, sí, pero también extraer conceptos interesantes como el tema de la iteración), desembocando en una segunda parte que no se resuelve en mi opinión de una manera satisfactoria sino con fuegos de artificio, sobreentendidos y explicaciones innecesarias, que llegan incluso a difuminar el mensaje o sentido último de la película.
En resumen, la recomiendo porque es una película que realmente me ha entretenido y me ha resultado hasta cierto punto interesante. Sin embargo, a medida que avanza el metraje el guion se vuelve cada vez más tramposo e incapaz de responder a las preguntas que había planteado en un principio y que, a medida que avanza la trama, se vuelve cada vez más convencional.

6,4
5.828
6
26 de mayo de 2022
26 de mayo de 2022
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Correcta adaptación de Daphne Du Maurier, a quien con tanto éxito adaptó Alfred Hitchcock en multitud de ocasiones, que, sin embargo, no suele ser recordada más que por su famosa escena de sexo entre Donald Sutherland y Julie Christie sobre la que en su día circuló la leyenda urbana de que lo que se mostraba en pantalla no era una simulación sino un acto carnal efectivo.
Precisamente es en esta escena donde destacan los aspectos más relevantes de esta película. Uno de ellos es la química entre la pareja protagonista, que interpreta a un matrimonio que ha perdido a su hija en un trágico accidente que, probablemente, hubiera podido no haber resultado mortal si el personaje de Sutherland de no haber ignorado las señales que se presentaban ante sí a causa del don o sexto sentido que posee e ignora.
Más tarde el matrimonio se desplaza a Venecia con el fin de poner distancia con la tragedia donde Donald Sutherland se entrega al trabajo de restaurar una antigua iglesia. La importancia de la ciudad es clave pues se nos presenta como un laberinto por el que los protagonistas transitan, en muchas ocasiones sin ser conscientes del lugar en que se encuentran.
Una ciudad donde los mismos puentes son transitados una y otra vez, donde las calles son estrechas, oscuras y vacías en la noche. Una noche que esconde al autor de unos terribles asesinatos que, sin ser centrales en el argumento de la película, suponen un perfecto trasfondo para este thriller psicológico en el que, como en la famosa escena de sexo, se entrelazan imágenes de pasado, presente y futuro.
Señales del futuro que, como al principio de la película, son ignoradas consciente o inconscientemente por parte del protagonista o, simplemente, resultan incomprensibles para él e inútiles para averiguar la manera de evitar la tragedia que, supuestamente, le espera acechante en alguno de los infinitos recovecos o esquinas profusamente presentes entre góndolas y canales.
En definitiva, una película atrayente y extraña que, aunque no llega a explotar su potencial consigue superar el reto de ver una película entera sin mirar el móvil una sola vez.
https://gauzarraroak.es/amenaza-en-la-sombra/
Precisamente es en esta escena donde destacan los aspectos más relevantes de esta película. Uno de ellos es la química entre la pareja protagonista, que interpreta a un matrimonio que ha perdido a su hija en un trágico accidente que, probablemente, hubiera podido no haber resultado mortal si el personaje de Sutherland de no haber ignorado las señales que se presentaban ante sí a causa del don o sexto sentido que posee e ignora.
Más tarde el matrimonio se desplaza a Venecia con el fin de poner distancia con la tragedia donde Donald Sutherland se entrega al trabajo de restaurar una antigua iglesia. La importancia de la ciudad es clave pues se nos presenta como un laberinto por el que los protagonistas transitan, en muchas ocasiones sin ser conscientes del lugar en que se encuentran.
Una ciudad donde los mismos puentes son transitados una y otra vez, donde las calles son estrechas, oscuras y vacías en la noche. Una noche que esconde al autor de unos terribles asesinatos que, sin ser centrales en el argumento de la película, suponen un perfecto trasfondo para este thriller psicológico en el que, como en la famosa escena de sexo, se entrelazan imágenes de pasado, presente y futuro.
Señales del futuro que, como al principio de la película, son ignoradas consciente o inconscientemente por parte del protagonista o, simplemente, resultan incomprensibles para él e inútiles para averiguar la manera de evitar la tragedia que, supuestamente, le espera acechante en alguno de los infinitos recovecos o esquinas profusamente presentes entre góndolas y canales.
En definitiva, una película atrayente y extraña que, aunque no llega a explotar su potencial consigue superar el reto de ver una película entera sin mirar el móvil una sola vez.
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