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Críticas ordenadas por utilidad
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6,3
30.027
1
2 de octubre de 2017
2 de octubre de 2017
457 de 660 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quien revise mi historial de votaciones, comprobará que no soy en absoluto un detractor de Aronofsky, más bien al contrario. Hubo un tiempo en el que vivía el estreno de sus películas como un acontecimiento, habiendo cantado alabanzas a sus obras, tanto cuando el entusiasmo era compartido (Réquiem por un sueño) como cuando mis loas parecían alzarse solitarias en el desierto (La fuente de la vida). Si bien es cierto que mi adhesión a su cine fue perdiendo vigor a partir de El cisne negro, y que no encontré en Noé nada de lo que me había hecho caer prendido de su filmografía, seguía siguiendo su carrera con interés. Hasta ahora. Porque madre! ha hecho que pierda, puede que definitivamente, todo el respeto que tenía por este autor.
"Autor" Palabra clave cuando tratamos de desgranar los impulsos creativos de Aronofsky. Y es que no puede negarse que el cineasta de Brooklyn sea el paradigma de lo que encumbraban los críticos del Cahiers, aquellos que exportaron al mundo el vocablo "auteur", convirtiéndolo en la mayor expresión de virtud con la que se podía definir a un cineasta. Su teoría sobre el cine no carecía de fundamento, pero convertirla en dogma grabado en piedra fue un error que a punto estuvo de arruinar el ejercicio de la crítica cinematográfica si no hubiera sido por algunas voces lúcidas que entendieron que la autoría no es, nunca fue, un valor en sí mismo.
La obra de Aronofsky, desde sus inicios, tuvo una gran vocación autoral, pero, quizás porque no había alcanzado la seguridad, el ego, del que hace gala hoy en día, esta ambición quedaba equilibrada por un gran oficio y dominio de la narrativa y los mecanismos emocionales. Y es que, desde que el cine es cine, su objetivo universal no ha sido otro que emocionar ("cinema" viene de "kinema", movimiento en griego; y no se refiere simplemente a las imágenes en movimiento que conforman una obra cinematográfica, porque... ¿qué es la emoción sino un movimiento interno que nos lleva de un estado a otro?), y sus primeras películas cumplían con creces con ese propósito (¿A quién no le ha embargado una profunda congoja al contemplar la última secuencia de Réquiem por un sueño?). Hay quien dirá incluso que pecaban de manipuladoras, haciendo especial incapié en los subrayados musicales a cargo del Kronos Quartet. Pero, a medida que Aronofsky se iba emborrachando con la adoración de su audiencia (cosa de la que es perfectamente consciente, como puede verse en su alter ego, interpretado por Bardem en la película que nos ocupa), la autoría iba consumiendo su obra, lastrándola con cada vez más carga alegórica - no deja de ser paradójico que sus películas más simbólicas y discursivas hayan sido precedidas por sus películas con mayor aceptación de crítica y público (Réquiem llevó a La fuente y Cisne negro a Noé)- hasta que ha sucedido lo inevitable; un filme que únicamente cobra sentido como alegoría.
No soy contrario, ni mucho menos, y mis gustos cinematográficos así lo corroboran, a las películas en las que la simbología ejerce un papel fundamental. De hecho opino que gran parte de lo que separa el arte del objeto de consumo es su valor como alegoría. Pero nunca hay que olvidar que el cine, desde sus orígenes de vodevil, se debe a su público. No es una herramienta onanista para disfrute únicamente de sus creadores y cierta élite intelectual, o aún peor, pretendidamente intelectual. Y para que una obra tenga valor, la alegoría debe ir tejida entre la urdimbre de una historia, unos personajes con motivaciones, al servicio de una trama que sigue una lógica interna y para nada caprichosa. En definitiva; una narración. Aronofsky ha demostrado tener talento de sobra, y su dominio de los resortes de la narrativa es incontestable, pero con su última película parece decirnos que él está por encima de todo esto. El gran creador se aburre en su torre de marfil, y está harto de complacer las demandas mundanas de su público.
Pero Aronofsky parece haber olvidado un principio básico de la física; cuanto más alto esté el pedestal del que caes, más traumático será el momento en que te encuentres con el suelo. Y esta vez el batacazo ha sido terrible.
madre! es, desde la exclamación de su título y la negación de la mayúscula inicial, una obra cargada de pretenciosidad. Infumable hasta el extremo, pero no tanto irritante -eso sería claudicar ante su creador y admitir que ha tenido algún efecto en este espectador- Quiere ser provocadora, pero tras esa ambición transgresora sólo existe vacuidad y, personalmente, sólo me provocó hastío. En el lugar donde debería haber personajes, sólo existen símbolos. En lugar de historia, sólo hay parábola. Hace gala de un vergonzoso didactismo panfletario, de un discurso agresivo a la par que inmaduro, bobo, y se envuelve en él para ocultar su desnudez, igual que el emperador del cuento.
Hace un tiempo que vengo utilizando una metáfora de mi invención para definir a cierta corriente de la crítica actual, hiperreflexiva y ultradiscursiva que suele coincidir con aquellos que utilizan el análisis cinematográfico como arma ideológica, no son capaces de ver otra cosa que subtexto, equiparan arte y activismo y niegan cualquier influencia de la intuición, la casualidad o el simple instinto, sobre la creación. Me gusta compararles con alumnos de biología, abriendo el vientre de las obras que analizan sobre sus mesas de disección para desentrañar sus misterios. Y sí, pueden llegar a comprender cómo funciona un organismo analizando la disposición y objeto de sus distintos órganos, pero el misterio... eso es otra historia. En el misterio está la belleza, la poesía, el aliento vital. Y sólo alcanzaremos a estar cerca de ese misterio cuando observamos la obra en movimiento, respirando, viva. Para diseccionarla, primero hay que matarla. Y eso es lo que pasa con esta película; que sólo tiene sentido en cuanto a objeto destinado a la disección, ya que ha nacido muerta.
Diseccionémosla entonces:
"Autor" Palabra clave cuando tratamos de desgranar los impulsos creativos de Aronofsky. Y es que no puede negarse que el cineasta de Brooklyn sea el paradigma de lo que encumbraban los críticos del Cahiers, aquellos que exportaron al mundo el vocablo "auteur", convirtiéndolo en la mayor expresión de virtud con la que se podía definir a un cineasta. Su teoría sobre el cine no carecía de fundamento, pero convertirla en dogma grabado en piedra fue un error que a punto estuvo de arruinar el ejercicio de la crítica cinematográfica si no hubiera sido por algunas voces lúcidas que entendieron que la autoría no es, nunca fue, un valor en sí mismo.
La obra de Aronofsky, desde sus inicios, tuvo una gran vocación autoral, pero, quizás porque no había alcanzado la seguridad, el ego, del que hace gala hoy en día, esta ambición quedaba equilibrada por un gran oficio y dominio de la narrativa y los mecanismos emocionales. Y es que, desde que el cine es cine, su objetivo universal no ha sido otro que emocionar ("cinema" viene de "kinema", movimiento en griego; y no se refiere simplemente a las imágenes en movimiento que conforman una obra cinematográfica, porque... ¿qué es la emoción sino un movimiento interno que nos lleva de un estado a otro?), y sus primeras películas cumplían con creces con ese propósito (¿A quién no le ha embargado una profunda congoja al contemplar la última secuencia de Réquiem por un sueño?). Hay quien dirá incluso que pecaban de manipuladoras, haciendo especial incapié en los subrayados musicales a cargo del Kronos Quartet. Pero, a medida que Aronofsky se iba emborrachando con la adoración de su audiencia (cosa de la que es perfectamente consciente, como puede verse en su alter ego, interpretado por Bardem en la película que nos ocupa), la autoría iba consumiendo su obra, lastrándola con cada vez más carga alegórica - no deja de ser paradójico que sus películas más simbólicas y discursivas hayan sido precedidas por sus películas con mayor aceptación de crítica y público (Réquiem llevó a La fuente y Cisne negro a Noé)- hasta que ha sucedido lo inevitable; un filme que únicamente cobra sentido como alegoría.
No soy contrario, ni mucho menos, y mis gustos cinematográficos así lo corroboran, a las películas en las que la simbología ejerce un papel fundamental. De hecho opino que gran parte de lo que separa el arte del objeto de consumo es su valor como alegoría. Pero nunca hay que olvidar que el cine, desde sus orígenes de vodevil, se debe a su público. No es una herramienta onanista para disfrute únicamente de sus creadores y cierta élite intelectual, o aún peor, pretendidamente intelectual. Y para que una obra tenga valor, la alegoría debe ir tejida entre la urdimbre de una historia, unos personajes con motivaciones, al servicio de una trama que sigue una lógica interna y para nada caprichosa. En definitiva; una narración. Aronofsky ha demostrado tener talento de sobra, y su dominio de los resortes de la narrativa es incontestable, pero con su última película parece decirnos que él está por encima de todo esto. El gran creador se aburre en su torre de marfil, y está harto de complacer las demandas mundanas de su público.
Pero Aronofsky parece haber olvidado un principio básico de la física; cuanto más alto esté el pedestal del que caes, más traumático será el momento en que te encuentres con el suelo. Y esta vez el batacazo ha sido terrible.
madre! es, desde la exclamación de su título y la negación de la mayúscula inicial, una obra cargada de pretenciosidad. Infumable hasta el extremo, pero no tanto irritante -eso sería claudicar ante su creador y admitir que ha tenido algún efecto en este espectador- Quiere ser provocadora, pero tras esa ambición transgresora sólo existe vacuidad y, personalmente, sólo me provocó hastío. En el lugar donde debería haber personajes, sólo existen símbolos. En lugar de historia, sólo hay parábola. Hace gala de un vergonzoso didactismo panfletario, de un discurso agresivo a la par que inmaduro, bobo, y se envuelve en él para ocultar su desnudez, igual que el emperador del cuento.
Hace un tiempo que vengo utilizando una metáfora de mi invención para definir a cierta corriente de la crítica actual, hiperreflexiva y ultradiscursiva que suele coincidir con aquellos que utilizan el análisis cinematográfico como arma ideológica, no son capaces de ver otra cosa que subtexto, equiparan arte y activismo y niegan cualquier influencia de la intuición, la casualidad o el simple instinto, sobre la creación. Me gusta compararles con alumnos de biología, abriendo el vientre de las obras que analizan sobre sus mesas de disección para desentrañar sus misterios. Y sí, pueden llegar a comprender cómo funciona un organismo analizando la disposición y objeto de sus distintos órganos, pero el misterio... eso es otra historia. En el misterio está la belleza, la poesía, el aliento vital. Y sólo alcanzaremos a estar cerca de ese misterio cuando observamos la obra en movimiento, respirando, viva. Para diseccionarla, primero hay que matarla. Y eso es lo que pasa con esta película; que sólo tiene sentido en cuanto a objeto destinado a la disección, ya que ha nacido muerta.
Diseccionémosla entonces:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película se mueve entre dos niveles de alegoría. Los dos conciernen al acto creativo y los dos parecen existir en un universo en el que la sutileza brilla por su ausencia.
En su estrato más superficial, encontramos el discurso de la creación como inquietud artística, con claros sesgos autobiográficos. Tenemos aquí a un autor (Javier Bardem) alter ego de Aronofsky, que ha llegado a una situación de estabilidad; profesional, después del éxito de su última obra, y personal, compartiendo su vida en un entorno idílico con una esposa (Jennifer Lawrence) que le adora y construye en torno a él la casa de sus sueños. Pero se siente insatisfecho. Su última creación, como le recuerda el diamante que guarda en su despacho (recordemos que los diamantes se obtienen de la compresión, de "hacer sufrir" al carbón) estuvo motivada por el incendio que destruyó su casa, un acto de destrucción. No es hasta cuando sus vidas son invadidas por elementos extraños y destructivos (encarnados en Ed Harris y Michelle Pfeiffer) cuando vuelve a sentirse vivo, siendo ésta la chispa que vuelve a encender su llama creativa, sufrimiento de su mujer mediante, que asiste impotente al derrumbe de todo lo que ha construido. El resto no es sino una repetición y subrayado de las mismas ideas. La fagocitación que el artista ejerce sobre sus musas y la relación entre la creación y la destrucción, que obedece a una idea del autor que no comparto; la creatividad se alimenta de la inestabilidad, del caos.
En un estrato inmediatamente inferior (no hay que rascar demasiado, ya que es tan explícito que hasta tengo mis reticencias a llamarlo subtexto), encontramos el discurso de la creación a modo de parábola bíblica con connotaciones ecologistas. Aquí, Javier Bardem, el poeta, es Dios, mientras que Jennifer Lawrence y la propia casa, que no es sino su encarnación, es la creación, la naturaleza, la madre tierra, la diosa (negada la mayúscula inicial al haber sido relegada a un segundo plano o directamente ignorada por la deriva patriarcal de la religión organizada) y los elementos extraños que vienen a perturbar la paz de la casa que han creado para ellos y destruirla representan a la humanidad, que imponiéndose en dueños y señores de la creación, acaban provocando su destrucción. Siguiendo este discurso, la película va desplegándose como una sucesión de pasajes bíblicos tan literales como evidentes; La creación. La irrupción de Adán (Ed Harris) en el paraíso y Eva (Michelle Pfeiffer), surgida de su costilla (la llaga que Bardem oculta a su esposa mientras ayuda a su invitado a vomitar en el baño). Su expulsión del jardín del Edén. Caín y Abel derramando la primera sangre y abriendo las puertas del infierno (el sótano, caldera incluida). La reacción hostil de la naturaleza ante el intrusismo del hombre (en una doble lectura, los desastres ecológicos causados por la acción humana, y el diluvio universal; el personaje de Jennifer Lawrence llega a decir que va a arreglar "el apocalipsis" en un ejercicio de literalidad vergonzoso), el primer texto sagrado y la aparición de los profetas y las religiones organizadas, que llevan a la guerra, el hambre, la peste y la muerte, sólo aplacadas por el sacrificio del hijo de Dios, la comunión. Pero la humanidad no aprende, toma demasiado, y al final la naturaleza se revelará y acabará destruyéndonos, sólo para renacer y, con fortuna, tratar de no repetir los mismos errores.
Todo esto para nada. Tras tanta alegoría, no existe más que vacío. La película es un becerro de oro. No consigue siquiera provocar, y con sus excesos, más que transgredir, acaba aburriendo. Nadie niega su virtuosismo visual o el recital interpretativo que ofrecen sus actores, pero esto no hace sino agravar la inutilidad de la propuesta; el desperdicio de talento y recursos. Para colmo, su literalidad es casi pecaminosa. Si la literalidad es lo opuesto a la ironía, y la ironía es un rasgo de inteligencia... Bueno... sacad vuestras propias conclusiones.
En su estrato más superficial, encontramos el discurso de la creación como inquietud artística, con claros sesgos autobiográficos. Tenemos aquí a un autor (Javier Bardem) alter ego de Aronofsky, que ha llegado a una situación de estabilidad; profesional, después del éxito de su última obra, y personal, compartiendo su vida en un entorno idílico con una esposa (Jennifer Lawrence) que le adora y construye en torno a él la casa de sus sueños. Pero se siente insatisfecho. Su última creación, como le recuerda el diamante que guarda en su despacho (recordemos que los diamantes se obtienen de la compresión, de "hacer sufrir" al carbón) estuvo motivada por el incendio que destruyó su casa, un acto de destrucción. No es hasta cuando sus vidas son invadidas por elementos extraños y destructivos (encarnados en Ed Harris y Michelle Pfeiffer) cuando vuelve a sentirse vivo, siendo ésta la chispa que vuelve a encender su llama creativa, sufrimiento de su mujer mediante, que asiste impotente al derrumbe de todo lo que ha construido. El resto no es sino una repetición y subrayado de las mismas ideas. La fagocitación que el artista ejerce sobre sus musas y la relación entre la creación y la destrucción, que obedece a una idea del autor que no comparto; la creatividad se alimenta de la inestabilidad, del caos.
En un estrato inmediatamente inferior (no hay que rascar demasiado, ya que es tan explícito que hasta tengo mis reticencias a llamarlo subtexto), encontramos el discurso de la creación a modo de parábola bíblica con connotaciones ecologistas. Aquí, Javier Bardem, el poeta, es Dios, mientras que Jennifer Lawrence y la propia casa, que no es sino su encarnación, es la creación, la naturaleza, la madre tierra, la diosa (negada la mayúscula inicial al haber sido relegada a un segundo plano o directamente ignorada por la deriva patriarcal de la religión organizada) y los elementos extraños que vienen a perturbar la paz de la casa que han creado para ellos y destruirla representan a la humanidad, que imponiéndose en dueños y señores de la creación, acaban provocando su destrucción. Siguiendo este discurso, la película va desplegándose como una sucesión de pasajes bíblicos tan literales como evidentes; La creación. La irrupción de Adán (Ed Harris) en el paraíso y Eva (Michelle Pfeiffer), surgida de su costilla (la llaga que Bardem oculta a su esposa mientras ayuda a su invitado a vomitar en el baño). Su expulsión del jardín del Edén. Caín y Abel derramando la primera sangre y abriendo las puertas del infierno (el sótano, caldera incluida). La reacción hostil de la naturaleza ante el intrusismo del hombre (en una doble lectura, los desastres ecológicos causados por la acción humana, y el diluvio universal; el personaje de Jennifer Lawrence llega a decir que va a arreglar "el apocalipsis" en un ejercicio de literalidad vergonzoso), el primer texto sagrado y la aparición de los profetas y las religiones organizadas, que llevan a la guerra, el hambre, la peste y la muerte, sólo aplacadas por el sacrificio del hijo de Dios, la comunión. Pero la humanidad no aprende, toma demasiado, y al final la naturaleza se revelará y acabará destruyéndonos, sólo para renacer y, con fortuna, tratar de no repetir los mismos errores.
Todo esto para nada. Tras tanta alegoría, no existe más que vacío. La película es un becerro de oro. No consigue siquiera provocar, y con sus excesos, más que transgredir, acaba aburriendo. Nadie niega su virtuosismo visual o el recital interpretativo que ofrecen sus actores, pero esto no hace sino agravar la inutilidad de la propuesta; el desperdicio de talento y recursos. Para colmo, su literalidad es casi pecaminosa. Si la literalidad es lo opuesto a la ironía, y la ironía es un rasgo de inteligencia... Bueno... sacad vuestras propias conclusiones.

8,0
159.827
6
7 de agosto de 2010
7 de agosto de 2010
251 de 366 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bueno, bueno, bueno... debería empezar diciendo que tengo que dedicarle un segundo visionado debido a la supuesta complejidad de la película. Pero no pienso verla por segunda vez. Lo siento Nolan, pero la idea no ha arraigado en mi mente.
Desde luego, una peli de ensueño no es precisamente. No ha pasado ni un día y la película no me ha dejado un solo momento perdurable en la memoria.
Qué pasa en cada momento, a dónde van los personajes, cuál es su objetivo, porqué escalan montañas... son aspectos que dejan de tener importancia a medida que avanza la trama. Nolan pretende confundirnos con todo lo que ha entretejido alrededor de esta. Básicamente, si pasan cincuenta cosas a la vez y suelto cada vez más información a velocidad de vertigo, aderezándolo con elaboradas secuencias de acción con un propósito nulo, el público no tendrá tiempo para hacerse preguntas, incluso, en su confusión, al final de la película estarán tan epatados que les parecerá haber visto una obra maestra, y el orgullo les impedirá ser sinceros; realmente no se han enterado de nada.
Porque el que se entere de algo enseguida se encontrará tropezando con baches en la coherencia de la película mientras intenta dilucidar qué ha visto, y porqué Nolan ha resuelto las cosas como las resuelve. La respuesta es que nos han engañado. Nolan es un farsante que crea unas reglas para su universo que resulta que no están ahí para cumplirse, no, son variables que Nolan maneja a su antojo según le convenga. Un ejemplo perfecto es la patada. Se supone que la patada despierta al durmiente, pero ha de ser aplicada al durmiente directamente, no a su proyección onírica, que no percibe el equilibrio de la misma forma. Más aún. Si mueren están condenados al limbo del subconsciente... parece ser que esto no implica tirarse al vacío desde un rascacielos... Todo el clímax final, a pesar de la pirotecnia visual y el obvio dominio de la planificación que hay que tener para narrar tres líneas argumentales diferentes en paralelo y no llevar a la confusión... está tan desprovisto de vida como ese vacío. No me importa nada de lo que suceda, no me importan los personajes... me es completamente indiferente lo que pase porque no son reales, son peones en el juego de laberintos que Nolan nos ha puesto delante para demostrar lo inteligente que es... Vale, me has vuelto a engañar... pensaba que iba a ver una película.
Desde luego, una peli de ensueño no es precisamente. No ha pasado ni un día y la película no me ha dejado un solo momento perdurable en la memoria.
Qué pasa en cada momento, a dónde van los personajes, cuál es su objetivo, porqué escalan montañas... son aspectos que dejan de tener importancia a medida que avanza la trama. Nolan pretende confundirnos con todo lo que ha entretejido alrededor de esta. Básicamente, si pasan cincuenta cosas a la vez y suelto cada vez más información a velocidad de vertigo, aderezándolo con elaboradas secuencias de acción con un propósito nulo, el público no tendrá tiempo para hacerse preguntas, incluso, en su confusión, al final de la película estarán tan epatados que les parecerá haber visto una obra maestra, y el orgullo les impedirá ser sinceros; realmente no se han enterado de nada.
Porque el que se entere de algo enseguida se encontrará tropezando con baches en la coherencia de la película mientras intenta dilucidar qué ha visto, y porqué Nolan ha resuelto las cosas como las resuelve. La respuesta es que nos han engañado. Nolan es un farsante que crea unas reglas para su universo que resulta que no están ahí para cumplirse, no, son variables que Nolan maneja a su antojo según le convenga. Un ejemplo perfecto es la patada. Se supone que la patada despierta al durmiente, pero ha de ser aplicada al durmiente directamente, no a su proyección onírica, que no percibe el equilibrio de la misma forma. Más aún. Si mueren están condenados al limbo del subconsciente... parece ser que esto no implica tirarse al vacío desde un rascacielos... Todo el clímax final, a pesar de la pirotecnia visual y el obvio dominio de la planificación que hay que tener para narrar tres líneas argumentales diferentes en paralelo y no llevar a la confusión... está tan desprovisto de vida como ese vacío. No me importa nada de lo que suceda, no me importan los personajes... me es completamente indiferente lo que pase porque no son reales, son peones en el juego de laberintos que Nolan nos ha puesto delante para demostrar lo inteligente que es... Vale, me has vuelto a engañar... pensaba que iba a ver una película.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y es que lo que define una película, en mi opinión, lo que hace que una película sea buena, es un aspecto fundamental, sin él no tienes nada. Una trama medianamente original e ingeniosa, unos actores talentosos, un presupuesto que grita ¡alucinad! desde cada plano... nada de eso importa si no hay emoción. Y nada en esta película llega a emocionarme. Nolan, otra vez, es demasiado cerebral, frío, distante. Incluso cuando se ve que trata de llegar al corazoncito de la audiencia mediante recursos baratos como el juguete de Cillian Murphy, no lo consigue, porque para él es secundario. Y ahí vemos cuál es el concepto que tiene Nolan de la emoción; y está peligrosamente cerca de la cursilería más ridícula, de la sensiblería de saldo. Si la película se centrara en lo que realmente importa, el conflicto del personaje principal... porque, ¿qué interés tiene el conflicto paterno-filial de Cillian Murphy? La historia con su mujer... eso es lo que me importa, pero no, Nolan no tiene suficiente, tiene que revestirlo de espectáculo, un espectáculo que es puro truco de feria, pero después de ese espectáculo... ¿qué queda? Nada más que insatisfacción.
Y además, por si todo esto no fuera poco, la película es la más pretenciosa de Nolan hasta la fecha. ¿Qué sentido tiene sino la escena con Saito viejo, y cómo encaja con el principio? No tiene más sentido que crear preguntas sin respuesta... porque es muy cool y resulta muy intelectualoide que toda la película sea un bucle... idea que parece que deseche una vez ha conseguido el "ohhh" generalizado del público.
En resumen, Nolan ha creado con Inception la quintaesencia de la película para diletantes, para gente que, incluso me atrevería a afirmar que no le gusta el cine. Un blockbuster que pretende ser nutritivo presentado en formato fast-food. La película perfecta para aquellos a los que les encanta sentirse más listos que lo que realmente son. Pregúntales que han entendido de la película a los más entusiastas de ésta... cada cual te dirá una cosa... y en su mayoría incoherencias.
Y además, por si todo esto no fuera poco, la película es la más pretenciosa de Nolan hasta la fecha. ¿Qué sentido tiene sino la escena con Saito viejo, y cómo encaja con el principio? No tiene más sentido que crear preguntas sin respuesta... porque es muy cool y resulta muy intelectualoide que toda la película sea un bucle... idea que parece que deseche una vez ha conseguido el "ohhh" generalizado del público.
En resumen, Nolan ha creado con Inception la quintaesencia de la película para diletantes, para gente que, incluso me atrevería a afirmar que no le gusta el cine. Un blockbuster que pretende ser nutritivo presentado en formato fast-food. La película perfecta para aquellos a los que les encanta sentirse más listos que lo que realmente son. Pregúntales que han entendido de la película a los más entusiastas de ésta... cada cual te dirá una cosa... y en su mayoría incoherencias.
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