Anora, la película que nadie necesitaba. La primera hora de Anora parece escrita por dos adolescentes ebrios y drogados. La narración divaga entre escenas absurdas y diálogos vacíos, convirtiéndose en una experiencia tan desagradable como soporífera. ¿El giro de guión? Más predecible que sorprendente, al menos rompe la monotonía de una película que no ofrece nada verdaderamente interesante aparte de ser ofensiva para las mujeres.

El film transita entre el humor absurdo y una sucesión de escenas sexuales explícitas, con encuadres que parecen más interesados en exhibir el cuerpo joven y perfecto de la protagonista que en aportar algo relevante a la historia. Una decisión que, sin duda, levantará el ánimo de algunos señores y jóvenes varones pero que no aporta nada a la historia.

No necesitábamos personajes que son poco más que caricaturas superficiales, ¿quizás reflejo de las nuevas generaciones? Ellos, creyéndose con derecho a todo. Ellas, reducidas a la complacencia y la sumisión.

Entonces, ¿qué pretende la película? Si su objetivo era satirizar la banalidad de las nuevas generaciones o cuestionar el intercambio de favores sexuales por dinero, no lo consigue. El mensaje se diluye en una ambigüedad que no deja clara ninguna postura, pero sí perpetúa ciertos clichés. Tampoco logra entretener, hacer reír, reflexionar o emocionar. Sin embargo, podría inspirar a más de un adolescente a imitar al protagonista. Al fin y al cabo, la película glorifica a un personaje vacío que actúa sin consecuencias y, aun así, sale triunfante. Con una gran perdedora en esta historia: la protagonista y, en última instancia, las mujeres en general.

Quizás el problema sea mío y no de la película. Después de todo, los expertos dicen que está magistralmente filmada. En ese caso, Anora es una obra vacía con una excelente técnica.

Pero una película así no debería haberse llevado un Oscar. Y mucho menos cinco.