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Críticas 34
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
11 de enero de 2007
147 de 165 usuarios han encontrado esta crítica útil
Está claro que el cine español está en crisis, lo es si sólo se habla y sólo se publicitan bodrios lamentables y se olvidan de maravillosas películas como esta. Es sencilla, sincera, muy hermosa como dicen por ahí, con una fotografía notable y esa música, con la melodía de una cancioncilla de los Cure rondando constantemente junto a las imágenes... Una delicia, sobre todo por el guión. Puede que sea cosa mía, que el haber visto “Donnie Darko” tantas veces me impida ver una película de una forma lineal y convencional, pero para mí la magia de la película está en la interpretación de lo que cuenta, a lo que dedico el spoiler (que no debéis ver sin haberla vista, porque básicamente cuenta todo). De todas formas, para los que aún la tengan pendiente, es muy recomendable.
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spoiler:
La película parece que peca en su guión de un exceso de casualidades, tanto que parece irreal, y el final aparente (que Dani acabe suicidándose después de estar con Cristina) me parece simplemente demasiado pueril para el conjunto de la película, como se le ha acusado, lo cual le restaría muchos puntos. No sé, quizá la canción de los Cure me hechizó demasiado como para resignarme a esa visión de la película, así que he elaborado una mucho más bonita y sí, algo rebuscada, pero también más coherente con lo que trata de expresar la película: para mí, Dani está muerto desde el principio. Nunca superó lo de Carolina y acabó suicidándose. El grueso de la película es sólo una visión idealizada de lo que podría haber sido de él si las cosas le hubiesen ido de otra forma, si en uno de sus domingos de rutina pasase algo que realmente le cambiase la vida, una casualidad (la confusión con la esquela del periódico) que le hiciese poder llevar la vida que sólo soñaba con llevar y poder volver a ser amado y comprendido por alguien, como sólo lo había sido con Carolina. Los paralelismos entre Dani y Albert (que tuviesen el mismo carácter, las mismas novias, el póster de la misma película en la habitación...) es la recreación que hace Dani para poder explicar el hallazgo de alguien que al fin le comprenda, y el final es sólo una vuelta a la realidad, a su funeral, porque nunca llegó a conocer a ninguna Cristina que le salvase la vida, por eso esa división un tanto brusca antes del final, por eso el chico de la grúa arranca el coche sin problemas, por eso la niña que guiña el ojo al final lo hace hacia un coche vacío...

Perdón por mis teorías conspirativas, pero creo que la película puede vivirse de varias maneras y no podía no dejar aquí plasmada la mía, por si alguna otra persona siente lo mismo al verla.
6 de diciembre de 2007
114 de 125 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque venga etiquetada como tal, Control no es un biopic. Empieza narrando la temprana juventud de Ian Curtis, mostrando hechos conocidos de ella (donde dibuja un importante parecido argumental con "24 Hour Party People", la estupenda (y muy diferente) película de Winterbottom), pero cuando realmente empieza a brillar es cuando deja atrás esos datos para hablar del alma y de los sentimientos de una persona tan confusa, sombría y lúcidamente trágica como Ian Curtis, el cantante de los aún hoy inimitables Joy Division. Sabemos la historia (para los que no la sepan están precisamente esos primeros minutos más "objetivos"), pero lo que no se espera es un relato tan profundo y emocional sobre la vida como el que realiza Anton Corbijn. Ian es casi sólo un pretexto para introducirse en la mente de una persona atormentada por sus actos pasados, atrapado en una vida insatisfecha e incapaz de satisfacer las exigencias espirituales que implican las expectativas de su banda y su familia. Un retrato crudo y oscuro sobre un alma que no necesariamente eligió el camino correcto y que desde luego anda bastante lejos de lo que suelen trazar los típicos biopics heroizadores hollywoodienses, lo cual de por sí sólo ya sería algo positivo pero que aquí realmente funciona porque Corbijn sí que logra transmitir todas las emociones, toda la tristeza y toda la poesía que pretende la historia.

Mención aparte para el apartado técnico. El tratamiento visual es realmente impresionante. Está la fotografía en blanco y negro, brillante y decadente como la música que hace la banda del protagonista, pero aún mejor es la forma en que compone la imagen, sus encuadres y el ritmo que imprime. Y, por supuesto, la música, tan buena como siempre pero con el aliciente de esas muestras de las actuaciones en directo de la banda, rodadas de forma totalmente fiel a cómo nos han llegado los escasos documentos de Joy Division en directo, e imitando el sonido ruidoso y agresivo que gastaban en el directo, lo cual tiene aún más valor teniendo en cuenta que realmente son los actores que interpretan a los cuatro integrantes de la banda quienes están tocando. Y Sam Riley, que por momentos no interpreta a Ian Curtis, es Ian Curtis. Es un film espléndido y uno de los mejores del 2007, sin duda.
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Los últimos minutos son increíbles. Todos nos sabemos cómo acaba, sí, pero desde el momento en que ves aparecer en escena el disco de Iggy Pop empiezas a estremecerte. El último ataque epiléptico te corta el aliento. La forma en que narra el final, sin caer en lo innecesariamente explícito, y el hecho de que se reserve para entonces la mejor canción de Joy Division (no, no es "Love Will Tear Us Apart"), perfecto. Lástima que tengan que sonar los condenados Killers destrozando "Shadowplay" durante los títulos de crédito. Para mí es el único fallo de una película soberbia.
28 de junio de 2010
51 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Melville se despidió del blanco y negro con una obra salvaje, desmesurada y negra como el tizón. La historia de un criminal fugado persiguiendo un futuro que sabe que no podrá tener se vuelve a convertir en la eterna reflexión melvilliniana sobre la ética, el honor y la lealtad, aunque en esta ocasión la amoralidad vira hacia unos extremos despiadados poco habituales en la obra de Melville. Choca mucho ver a Lino Ventura convertido en ese frío asesino carente de compasión ante aquellos chacales que están haciéndose con el reino del crimen organizado desterrando a reliquias como él, “acabadas” en ese nuevo mundo que unos jóvenes carentes de toda noción de honor y elevados por su tendencia al gatillo fácil están creando.

“Hasta el último aliento” es una de las obras más largas y complejas de Melville. Durante la primera hora es probable que la mayoría de espectadores anden un poco perdidos, con el desarrollo paralelo de tres tramas (la fuga de Gu, el golpe de Ricci y la investigación de Blot) aparentemente inconexas, pero poco a poco el puzzle se va completando y la trama se convierte en una gloriosa sinfonía, acompañada siempre de la ominosa y brillante fotografía en blanco y negro y la dirección siempre elegantísima de Melville. La escena del robo al furgón es una de las cosas mejores rodadas que he visto en mucho tiempo. La imagen de esos cuatro hombres de negro, con gabardina y sombrero, al borde del acantilado, expresa perfectamente la esencia de un estilo de cine, y de una negrura, de la que han bebido muchos de los mejores autores del cine contemporáneo

Es curioso comprobar cómo aparentemente estamos ante una obra “menor” de Melville. Desde luego, si todas las obras menores fuesen así el mundo, al menos para los cinéfilos, sería un lugar mejor.
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Si hay algo que reprocharle, es el hecho de que cuando llevas un puñado de películas de Melville a tus espaldas, hay parte de la intriga que se pierde inevitablemente. Desde los primeros compases de “Hasta el último aliento” sabes que el protagonista está condenado, y el resto de la película no es sino el camino que recorre este hasta encontrar su destino. Decía Belmondo en “El confidente” que, en esa profesión, o se acaba mendigando o se acaba lleno de plomo. Aquí, Gu ejerce su derecho a elegir como morir. Manteniendo su honor. Precioso detalle del personaje de Paul Meurisse en la última escena. A veces las personas más aparentemente diferentes acaban teniendo algo en común.
5 de noviembre de 2007
47 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Se puede hacer una película sin guión? Haynes casi lo logra aquí. Una historia mínima sobre la vida oculta de una antigua vieja gloria del glam se convierte en manos del director estadounidense en un pretexto para crear una de las películas más estetas, singulares y hedonistas de los últimos años. Usando como guión la biografía de Bowie, oculto bajo el nombre de Brian Slade y tocando canciones de Roxy Music y Brian Eno por temas de derechos, Haynes da un bonito repaso al género de la brillantina que marcó la música británica de la primera mitad de los setenta, trazando su origen y sus influencias cabareteras (el personaje de Jack Fairy, muy probablemente identificado en el propio Brian Eno) y salvajistas (ese Iggy Pop mimetizado por Ewan McGregor bajo el nombre de Kurt Wilde) y toda su evolución y señas de identidad, incluida la ambigüedad sexual y el cinismo que mejor le representaba. Lo hace mediante viñetas inconexas, trozos de supuestos videoclips y actuaciones y recuerdos aleatorios de sus personajes, que acaban creando el mosaico que conforma la película. Una película que decepcionará a aquellos que pretendan encontrar un significado o intención del director en ella y que fascinará a quien se meta en ella sin prejuicios ni restricciones, con la misma actitud liberal y hedonista que sus protagonistas.
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La banda sonora es insuperable. Originales de Brian Eno, Lou Reed o T-Rex, canciones nuevas de gente como Pulp o Shudder to Think imitando la música de aquellos días y, sobre todo, Venus in Furs, banda creada para la ocasión con miembros de Radiohead, Roxy Music y Suede que versionan las canciones de los propios Roxy Music y de Eno que Brian Slade convierte en su repertorio.
15 de julio de 2009
41 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mayoría de películas americanas suelen localizarse en la cosmopolita Nueva York, en la glamourosa California, en la pegajosa Florida. Sin embargo, existe en el corazón de Estados Unidos una enorme zona semidesierta, aislada, demasiado aburrida y paleta como para aparecer en el celuloide. Son esas personas las que deciden las elecciones, las que se dedican a perpetuar el retrógrado carácter del sur americano, su conservadurismo, su fanatismo religioso. Tienen sus propios iconos: lejos de modas y vanguardias, en el corazón de EEUU hay cantantes de country de los que no hemos oído hablar en la vida que venden más que Springsteen y los Stones juntos. El country es solo la punta de lanza de una sociedad desconocida, una minoría de cien millones de personas.

El objetivo de Robert Altman en Nashville fue crear un retrato certero de esta sociedad, de su cultura, de sus ambiciones, de sus obsesiones. Aprovechando la libertad que se vivía en Hollywood en aquellos años, Altman logró reunir suficiente presupuesto como para poder llevar a cabo un film descomunal, enorme, vasto, cuyo tamaño y su multitud de personajes e historias entrecruzadas por momentos hace que nos descolguemos de la trama pero que finalmente acaba consiguiendo su objetivo: olvidar los personajes y las historias individuales para crear un fresco colectivo de una sociedad y un momento donde estaban pasando tantas cosas que era difícil enterarse de todo. Nashville es una de las películas icónicas del cine americano de los setenta, un documento social impagable, una película que desarrolló un lenguaje innovador que, por suerte o por desgracia, ha sido copiado hasta la saciedad después, en esos dramas corales a veces brillantes (Magnolia, su propia Short Cuts) y a veces pretenciosos y sensibleros (¿alguien se ofende si cito Crash, y no me refiero a la de Cronnenberg?). Imprescindible para todo aquel interesado en la filmografía de Altman o en el cine de la auténtica era dorada de Hollywood.
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Y luego está la música. En Nashville, la capital del country. En el Grand Ole Opry, su catedral y el escenario al que Altman volvería en su último film, “El último show”. El country más comercial, vulgar y paleto, que es el equivalente americano a Camela. Y el country puro, con alma, ese que parece sacar de dentro Barbara Jean en algunos momentos. Y el soul, y esos cantautores de folk que veneran la música de Nashville aunque Nashville les odie a ellos. Y esa bonita “I’m Easy” por la que Keith Carradine se llevó un Oscar. Sí, Nashville también es su música y también es una película para aquel que aprecie medianamente la música tradicional americana. Y la actuación final es antológica.
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