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Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
10
13 de septiembre de 2015
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lev Nikoláievich Myshkin o, el príncipe Myshkin, es el protagonista de una de las obras más importantes de la literatura universal. Nos referimos, por supuesto, a El idiota (The Idiot, 1869), de Dostoievski. Este idiota, que representaba la figura del aristócrata, dotado de unos valores que se irían perdiendo paulatina en el Moscú del siglo XIX, no era denostadamente llamado de tal manera por una falta de inteligencia, juicio o discreción en su carácter, sino por su ingenuidad, que lo llevaba a ser víctima de toda clase de burlas y objetivo de desaprensivos caraduras, quienes se aprovechaban de su inocencia para lucrarse sin compasión a su costa. El director, guionista y compositor Yuri Bykov, compatriota del propio Fiodor, presenta con su The Fool (Durak), una evolución de esa pérdida de valores, en la que transforma el ideal mesiánico dostoievskiano en una maldad secular e inherente a los ciudadanos de un pequeño pueblo ruso, descendiente del realismo mágico más pesimista. Encontramos en este microcosmos a dos tipos de “fool”. Por un lado, el presentado en la segunda escena de la película, cuando el protagonista, Dima Nikitin, su padre y su madre son tachados de tontos en una definición que se acerca mucho a la del príncipe Myshkin. Se les llama tontos, incluso idiotas, por su carácter humano, bondadoso, aferrados a la idea de respeto por el prójimo. Por otro lado tenemos al idiota burgués, que ha perdido definitivamente cualquier atisbo de educación, modales y respeto. Este “fool” se aproximaría mucho más a un Imbécil, cuya B queda convertida abruptamente en una especie de P esputada sin compasión, al tiempo que se sobreacentúa la posterior vocal tónica, É, para infligir, a continuación, todo el peso fonéticamente peyorativo en la C, que se prolonga y se arrastra sin piedad hasta el límite en el que deja de ser una C para convertirse en una Z. Un imbécil que queda tan deformado conceptualmente en la película como morfológicamente en nuestra descripción.

La primera escena que se nos muestra es la de un vehemente drogadicto que, en un violento ataque fruto del síndrome de abstinencia, agrede brutalmente a su mujer y a su hija acusándolas de haberle robado el dinero que necesita para comprar su dosis. Esta escena será fundamental para entender el discurso moral que se llevará a examen a lo largo de toda la película. A consecuencia de esa discusión, se rompe una tubería y, en lo que parecía una inspección rutinaria, Dima, un estudiante de arquitectura, descubre una grieta en lo que pudiera ser un pilar maestro. Alertado, el protagonista se dirigirá al exterior del edificio para comprobar espantado que esa grieta se extiende amenazante desde el suelo hasta el piso noveno, por ambas fachadas del edificio, suponiendo una inminente amenaza que podría derrumbar la construcción en cualquier momento. Consciente de que el concejal de obras públicas no hará nada al respecto, como no lo ha hecho en los pasados 40 años, el héroe decide hablar directamente con la alcaldesa, que se encuentra celebrando, junto al jefe de policía, el de bomberos, el de servicios médicos, y el propio jefe de infraestructuras, su cincuenta cumpleaños en un restaurante. Dima, que calcula que los cimientos del edificio no resistirán durante más de 24 horas, trata de exponer su teoría a los mandatarios de la ciudad basándose en la inclinación de la edificación y el severo daño ocasionado por las dos enormes grietas. Su objetivo será convencer a la cúpula municipal de poner en marcha un dispositivo de emergencia para desalojar a las 820 personas que viven en el inmueble.
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spoiler:
The Fool (Durak)
La tensión creada por la inminencia de la situación se ve incrementada exponencialmente por la maestría de un director que focaliza toda la trama en el transcurso de una sola noche. Mediante una estructura narrativa que nos recuerda a la estupenda ¡Jo, qué noche! (After Hours, 1985), Bykov destroza con audaz cinismo las convenciones sociales de un país que no hace más que dar muestras de su mezquindad, y lo hace impertérrito desde el interior, como su personaje, negándose a dar la espalda a sus compatriotas, mirar hacia otro lado o huir de una situación con la que está en claro desacuerdo. Sin embargo, no todo en la película es política, también encontramos dos historias paralelas de carácter puramente social. La primera de ellas refleja las relaciones sentimentales, enfocada mucho más hacia la relación paterno-filial que hacia la recurrente relación de pareja. Se aprecia una clara transmisión de valores padre-hijo, de tal palo tal astilla, dos figuras entrañables en las que, mediante sus escenas conjuntas, podremos vislumbrar el apoyo incondicional del padre, el respeto, la admiración mutua, el constante aprendizaje recíproco de dos figuras que se tornarán una sola en el desenlace, y paralelamente el amor ciego de la madre, un amor que por momentos no responde a ninguna lógica más que a la necesidad de cuidar y amar por encima de todo aquello que forma parte de sí misma. La segunda historia plantea la posición femenina en esa jerarquía de poder. Observamos que en la cima de esa estructura de rango se encuentra una mujer. Una mujer a la que todo el mundo obedece y admira hasta que las cosas se tuercen, en ese momento será el centro de todas las acusaciones y culpas, vemos a la mujer poderosa rusa como una estrategia machista del hombre, quien la situará adrede en esa posición para cubrirse las espaldas y tener una cabeza de turco, a la que sigue considerando inferior, y a quien culpará y responsabilizará sin compasión cuando llegue el momento. El desenlace, completamente imprevisible, responde al ideal pesimista posmoderno que destruye la figura del héroe y sus principios, haciendo que ese título y epíteto de “idiota” cobre un sentido absoluto cuando se vea rodeado de una completa soledad: “Vete. No te das cuenta de que, ahora mismo, te odio”. Ya no hay duda, el idiota de Bykov es alguien a quien humillar, a quien maltratar y de quien aprovecharse por su inocencia e ingenuidad. La honestidad está a la baja, y se pagará finalmente con indolente crueldad. | ★★★★★ |

Alberto Sáez Villarino
Enviado especial al Jameson Dublin International Festival 2015
7 de agosto de 2008
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nadie puede negar que se trata de un hito de la ciencia ficción, la película que marcó un antes y un después en el género.

Luego de observarla para su estreno en el formato Cinerama, en diciembre de 1968, una conclusión lapidaria impregnó todo mi ser: desde los albores de la humanidad hasta sus tiempos por venir ha existido y existirá una sola certeza: la "naturaleza" en el planeta Tierra y en el resto del universo transita por cuerda separada del hombre, "todo" siempre ha estado y seguirá estando, desde antes de su aparición y después que, en algún instante y de manera inevitable, se extinga como especie al menos en la Tierra, sólo que en ese caminar existencial el hombre ha ido descubriendo lo que antes no veía, no obstante siempre el hombre tuvo a la mano un hueso para convertirlo en herramienta o arma, siempre estuvieron latentes las matemáticas, la física, la química, en fin, todo los ingredientes para redundar en viajes espaciales. Sólo que la naturaleza nunca se ha hecho parte interviniente en la evolución del hombre, ha estado presente y en calidad de mero voyeur, como el monolito de la trama fílmica que está allí, se le puede observar, tocar y estudiar pero jamás lograr una intervención a favor de una especie. Es que cada una de ellas se las deberá arreglar como mejor pueda, bajo las impersonales y gélidas reglas de la selección natural y de la capacidad de mutar que tenga.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Justamente el monolito que aparece en varias ocasiones y que ha ocasionado todo tipo de especulaciones y polémicas durante cuatro décadas, es tan sólo eso y nada más: la ausencia de un Dios, la carencia del mínimo amparo a las especies existentes en el Universo, el hombre sometido a la más aterrorizante orfandad; todo está allí, pero nadie ayudará al hombre en su dramático intento por desarrollar su inteligencia para ir descubriendo, con lentitud morosa, lo que siempre ha estado latente, a su disposición, pero que nadie le concederá gratuitamente, con la salvedad que cualquier error en la utilización de sus conocimientos puede costarle su extinción prematura.

Todo lo demás es sólo la exhibición de la puesta en escena más maravillosa que el género de la ciencia ficción tenga memoria en el cine.

El mensaje indubitado que subyace en la película: que en algún momento el hombre descubrirá el ateísmo universal, para al fin aceptar que está caminando solito por la senda existencial, sin ayuda de nadie, al igual que el feto sideral y mutado una vez más que emerge orbitando en su propia soledad espacial. Deberá ser el instante en que los dioses dejarán de habitar en la imaginación humana, será el momento en que aprenda a convivir con los monolitos diseminados por las galaxias.

Muy propio del genio superlativo de Stanley Kubrick, en todo caso.
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