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Críticas ordenadas por utilidad
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9
3 de noviembre de 2007
3 de noviembre de 2007
110 de 129 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comparan a David Duchovny en su nuevo papel de Bukowski con el agrio y ácido sarcasmo, con la agresividad humilde y sincera del por todos conocidos ya Doctor House. No me parece desacertada esta comparación, pero sí un tanto desviada. El hombre que ya consiguió la fama con la famosa serie Expediente X vuelve a sus andadas con una genial comedia para adultos, llena de sexo lícito e ilícito, repleta de sarcasmo, humor, y un sentido de la vida en el que yo, normalmente, me agarro, y el cual pocas veces veo ya en la gente. Icono de antihéroe, más borracho que noble, trovador de musas jóvenes calientes y de sirenas experimentadas, cuarentón con apariencias de buen chico (que ya le diría Quique González a todos vosotros que no se fiaran de él), escritor que ha sido dado de lado por su afamada musa, David Duchovny aparece en uno de los papeles que más me han gustado de todo lo que he visto de televisión en mucho tiempo. Irónico, amante de todas las mujeres, inteligente y cínico, es este personaje que, a pesar de tener todas las papeletas para ser el malo o el chico al que nadie quiere, sucede justamente lo contrario: que todos lo adoran y lo necesitan. La serie está compuesta de capítulos cortos que se beben como chupitos de alcohol y que arden en la garganta igual de rápido que éstos, de una duración aproximadamente de veinte o veinticinco minutos, y que, desde luego, no causan indiferencia.
9
14 de marzo de 2008
14 de marzo de 2008
78 de 92 usuarios han encontrado esta crítica útil
Planos y contraplanos; enfoques al rostro y juegos con las miradas, la gesticulación, las manos, el sudor, la ira, los miedos. Un psicoterapeuta, y un paciente enfrente suyo. Treinta minutos por sesión que harán el deleite del espectador, con un fascinante Gabriel Byrne que tiene el papel de su vida, y que como anillo al dedo le viene. Capítulos semanales; cinco sesiones para cada una, cuatro con pacientes suyos, y una quinta en la que el actor, con sus crisis, se expondrá a lo mismo que sus clientes días atrás con otra psicoterapeuta, una amiga del pasado. Una maravilla de la televisión, que ya me tiene enganchado. Rodrigo García, el director, baña esos pocos minutos de sesión con la sensibilidad del que hace algo con esmero y cariño. Sólo diálogos, caras frustradas, miedos y sueños que salen al exterior, normalmente, después de encontrarse frente a frente consigo mismo, frente al terror de ser descubierto por el peor de nuestros conocidos: nosotros.

7,2
12.207
1
24 de febrero de 2010
24 de febrero de 2010
48 de 73 usuarios han encontrado esta crítica útil
De verdad que no entiendo cómo se puede intentar sacar tanto mensaje ante una paja intelectual de un autor aburrido y con ganas de aburrir, también, al público.
El pensamiento de que hoy día, desde hace ya bastante tiempo, se hace un cine de mierda, es muy válido. Que no se hacen videojuegos o novelas con guiones inteligentes, que se basan más en el efecto especial y en la música para que prime cualquier otro elemento antes que el primario, el que tiene que estar de fondo, el que hace desnudar a la película con un buen par de tetas. Lo mismo que si una mujer que consideres fea y de mal ver se viste y se maquilla con pretensiones, puede acabar pareciendo un dulce manjar: el cine de artificio, la mentira de la que hay que huir. Me parece que es algo hasta sensato, pero no podemos basarnos en este pensamiento para apoyar la realización de este bodrio sin razón de ser porque al director le sobraran unas monedas y quisiera invertirlas en un proyecto lleno de más ego que otra cosa. Porque en el fondo atisbamos eso, a Zulueta por todas partes queriendo hacerse pasar por el pobre yonqui de la narrativa audiovisual, carcomido por su arrebato, no llegando nunca a encontrar esa tan ansiada obra sublime, perfecta, de la que Juan Ramón Jiménez, neurótico perdido, supo tanto y no supo nada.
Para mí el cine tiene que ser, ante todo, inteligente, en el auténtico sentido de la palabra: tiene que demostrarme que está ahí para mí, que puede engañarme, convencerme y persuadirme de cualquier cosa. Lo puede hacer con un buen guión, con una bonita fotografía o una música deliciosa, por ejemplo. O con todas ellas mezcladas. El medio audiovisual tiene que servir para eso, aunque obviamente el exceso de alguno de sus elementos siempre pueda acabar afeándolo. Arrebato, a diferencia de lo que muchos expresan, no es la muestra de que «para hacer cine sólo se necesita una cámara, sin elementos extras que sobran y dan por culo», sino de que un mensaje de tres líneas como el que tiene esta película, asfixiante y hermoso eso sí, no puede alargarse hasta la saciedad sin considerar otros elementos necesarios para su cometido, como la coherencia en el guión, la música, las actuaciones, lo visual. Porque entonces estamos ante un proyecto fallido o, citando la propia película, ante «una paja sin correrse».
El pensamiento de que hoy día, desde hace ya bastante tiempo, se hace un cine de mierda, es muy válido. Que no se hacen videojuegos o novelas con guiones inteligentes, que se basan más en el efecto especial y en la música para que prime cualquier otro elemento antes que el primario, el que tiene que estar de fondo, el que hace desnudar a la película con un buen par de tetas. Lo mismo que si una mujer que consideres fea y de mal ver se viste y se maquilla con pretensiones, puede acabar pareciendo un dulce manjar: el cine de artificio, la mentira de la que hay que huir. Me parece que es algo hasta sensato, pero no podemos basarnos en este pensamiento para apoyar la realización de este bodrio sin razón de ser porque al director le sobraran unas monedas y quisiera invertirlas en un proyecto lleno de más ego que otra cosa. Porque en el fondo atisbamos eso, a Zulueta por todas partes queriendo hacerse pasar por el pobre yonqui de la narrativa audiovisual, carcomido por su arrebato, no llegando nunca a encontrar esa tan ansiada obra sublime, perfecta, de la que Juan Ramón Jiménez, neurótico perdido, supo tanto y no supo nada.
Para mí el cine tiene que ser, ante todo, inteligente, en el auténtico sentido de la palabra: tiene que demostrarme que está ahí para mí, que puede engañarme, convencerme y persuadirme de cualquier cosa. Lo puede hacer con un buen guión, con una bonita fotografía o una música deliciosa, por ejemplo. O con todas ellas mezcladas. El medio audiovisual tiene que servir para eso, aunque obviamente el exceso de alguno de sus elementos siempre pueda acabar afeándolo. Arrebato, a diferencia de lo que muchos expresan, no es la muestra de que «para hacer cine sólo se necesita una cámara, sin elementos extras que sobran y dan por culo», sino de que un mensaje de tres líneas como el que tiene esta película, asfixiante y hermoso eso sí, no puede alargarse hasta la saciedad sin considerar otros elementos necesarios para su cometido, como la coherencia en el guión, la música, las actuaciones, lo visual. Porque entonces estamos ante un proyecto fallido o, citando la propia película, ante «una paja sin correrse».
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Me sumerjo en un mar de críticas donde la gente la eleva como mejor película del cine español, la barrera que separa lo culto de lo ingenuo, bla, bla, bla. Al final descubro que todos estos petimetres de lo intelectual no hacen más que alabar algo que ni siquiera entienden. Sólo uno, con humildad, es capaz de decir que ante semejante mierda no ha entendido nada, pero que se queda con la escena final y que por eso le da un seis. Bueno, eso lo hace, con todo el perdón del mundo, porque no quiere sentirse más tonto de lo que ya se siente, lo cual es todavía más peligroso. En mi opinión. El mensaje de Arrebato, críptico y arrogante, es el que sigue: el cine, el arte, te vampiriza, del mismo modo en que lo puede hacer la heroína —el caballo— o las mujeres, puede llegar a ser una droga mortal que te saca del plano, te expulsa, te envenena hasta que te elide, en búsqueda de esa esencia siempre imposible: la perfección. El mensaje y la metáfora del autor como vampiro ya ha sido vista muchas veces antes. Símbolo trillado hasta la saciedad en lo literario, no puede venir a usarse ahora en tres minutos de película para reivindicar ese cometido a lo largo de casi dos horas de aburrimiento, de metraje, música y actuaciones absurdas, y de un guión empobrecido hasta lo insulso. Uno puede jugar a autoengañarse, como al creer que puede dormir cuando el insomnio le invade, pero me parece que no estamos aquí para eso. Fueron varios segundos de ilusión los que me mantuvieron con esa idea en la cabeza. Luego la deseché, claro, no porque no pudiera hacerme feliz solamente, sino porque me hubiera visto como el pérfido traidor que se conforma con ver un trozo de mierda de perro y pensar que está disfrutando con el arte vanguardista, cool y experimental.
El mensaje no sólo está infectado de una atroz prepotencia: soy un artista y como no consigo satisfacerme me fustigaré de por vida y no volveré a hacer cine, sino que nos demuestra que si el autor sólo ha sido capaz de crear estas dos pusilánimes horas que se hacen pesadas, aburridas, y hasta insultantes, para no saber luego volver a darle forma a su «musa», estamos ante la mente retorcida de un victimista, un falso artista que quiso jugar demasiado con el metacine y acabó torciéndose en un acto pueril, además de hacerse un daño irreparable que no sólo no otorgó nada nuevo al mundo sino que le hizo más mal que bien. Bravo entonces, si eso es lo que buscaba, pero no creo que dicho esperpento merezca el tiempo de más de un imbécil que se pare a visionar esa excusa, ese pretexto para llorar y hacer ver lo difícil que es «ser artista» pero lo rápido que se diviniza lo incomprensible por darle enseguida una supuesta capa de inteligencia. He leído que la película fue en principio un corto. Fue entonces cuando lo comprendí todo.
El mensaje no sólo está infectado de una atroz prepotencia: soy un artista y como no consigo satisfacerme me fustigaré de por vida y no volveré a hacer cine, sino que nos demuestra que si el autor sólo ha sido capaz de crear estas dos pusilánimes horas que se hacen pesadas, aburridas, y hasta insultantes, para no saber luego volver a darle forma a su «musa», estamos ante la mente retorcida de un victimista, un falso artista que quiso jugar demasiado con el metacine y acabó torciéndose en un acto pueril, además de hacerse un daño irreparable que no sólo no otorgó nada nuevo al mundo sino que le hizo más mal que bien. Bravo entonces, si eso es lo que buscaba, pero no creo que dicho esperpento merezca el tiempo de más de un imbécil que se pare a visionar esa excusa, ese pretexto para llorar y hacer ver lo difícil que es «ser artista» pero lo rápido que se diviniza lo incomprensible por darle enseguida una supuesta capa de inteligencia. He leído que la película fue en principio un corto. Fue entonces cuando lo comprendí todo.
10
15 de junio de 2009
15 de junio de 2009
20 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podría extenderme horas para hablar de esta serie televisiva pero me gustaría concederme hoy el gusto de decir las cosas, si se puede, muy brevemente. Comencé a verla alentado por comentarios de algunos amigos, por la multitud de buenas críticas que habían llegado a mis oídos desde hacía algunos años. Recientemente acabé con la quinta y última temporada de The Wire y puedo agradecer. Puedo además lamentarme porque la voy a echar demasiado en falta. Los personajes de Baltimore se hacen tan grata compañía, a pesar de sus a veces oscuras influencias, que prácticamente pasean con nosotros como si fueran de la familia. La antiheroicidad de Mcnulty, el carisma de Lester, la testarudez de Omar, la frialdad de Stringer… y un sinfín de virtudes más que podría destacar sin ningún tipo de pudor; la humanidad de todos ellos, sus errores, sus complejos, sus dudas, sus miedos, sus muertes, sus matanzas; todo se acumula en una vorágine de singular maestría. En Baltimore todo es posible porque la vida al final es como nos la cuentan, sin forma alguna de reparo, sin concesiones, sin maquillaje. La verosimilitud no es un efecto aquí, es un pilar. Esto es precisamente lo que distingue a The Wire de la otra multitud de series policíacas-detectivescas que inundan le petit écran, donde todo sucede con la perfección de un cuento increíble. Aquí la ficción no sólo es real sino que de esa triste realidad se saca belleza, se hace poesía del momento y de lo humano. Uno sospecha que los dioses abandonaron por siempre Baltimore cuando comienza a comprender su microcosmo; uno lo aprecia y también sabe que precisamente allí donde no moran los eternos, las calles son barridas por los héroes de la calle, donde la muerte y la vida se baten en un hilo muy difuso, donde las cosas suceden como ocurren en nuestro mundo: sin ningún tipo de grandeza. Es posible que los guionistas lo tuviesen todo planeado, por eso hablo de circularidad y conexión mágica, de historias y sagas, intrigas judiciales, corrupciones políticas, de la vena del poder y del riesgo, de la droga, del amor, del sexo y de la locura. Aunque lo siguiente vaya a sonar extraño, diría que no es difícil encontrar magia entre tanta basura. Aquí todo es oscuro, aquí las balas entran al igual que salen por la pantalla y le impactan en el corazón. En este espectáculo que resulta ante nuestros ojos maravilla, no podemos parar de pensar en qué osada mente cabría el pensamiento de obviar este regalo. The Wire es perfecta en su imperfección.
Serie

8,0
42.836
10
9 de diciembre de 2009
9 de diciembre de 2009
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante un tiempo me he instalado en la familia Fisher. Hacía mucho que no veía un producto televisivo tan crudo a la vez que realista. Por ello quizá me ha dejado vulnerable. Si uno de los sentimientos más temidos por el que busca algo con que satisfacerse es la indiferencia, el que visiona los capítulos de esta serie se dará cuenta de que es ese sentimiento precisamente el único que nunca invade la pantalla. Cada personaje y cada historia que dan pase por nuestros ojos causan siempre alguna sensación.
Six Feet Under es uno de esos lugares a los que uno acude para llorar o, por el contrario, hacerse con fuerzas para afrontar la verdadera voluntad de la vida y de la muerte. Esos hilos que nos unen con tanta débil fatalidad. El vínculo que puede mañana haberse roto. Es triste y densa, aunque admirable. Como un gigante que nos aplasta pero al que queremos ayudar.
Sus personajes nos dejan ver a través de sus ojos el largo recorrido de esta familia, sus desdichas y sus pocas alegrías, la miseria y el amor. Hay capítulos en los que sobrecogerse ya sabe a poco, y otros en los que sencillamente, estás viviendo. Viviendo esa otra vida, junto a los Fisher. Es una saga, el horizonte en continuo desarrollo de unos seres que convivieron junto a la muerte, la descripción dantesca de una familia y su entorno a lo largo del tiempo.
Lo depresivo que es ver Six Feet Under se solventa con ese final maravilloso. Esos minutos en los que la tristeza se hace amor y en los que el círculo y la ficción se cierran.
Six Feet Under es uno de esos lugares a los que uno acude para llorar o, por el contrario, hacerse con fuerzas para afrontar la verdadera voluntad de la vida y de la muerte. Esos hilos que nos unen con tanta débil fatalidad. El vínculo que puede mañana haberse roto. Es triste y densa, aunque admirable. Como un gigante que nos aplasta pero al que queremos ayudar.
Sus personajes nos dejan ver a través de sus ojos el largo recorrido de esta familia, sus desdichas y sus pocas alegrías, la miseria y el amor. Hay capítulos en los que sobrecogerse ya sabe a poco, y otros en los que sencillamente, estás viviendo. Viviendo esa otra vida, junto a los Fisher. Es una saga, el horizonte en continuo desarrollo de unos seres que convivieron junto a la muerte, la descripción dantesca de una familia y su entorno a lo largo del tiempo.
Lo depresivo que es ver Six Feet Under se solventa con ese final maravilloso. Esos minutos en los que la tristeza se hace amor y en los que el círculo y la ficción se cierran.
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