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4,4
1.285
1
24 de septiembre de 2008
24 de septiembre de 2008
73 de 108 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si alguien, a pesar de mi encarecida advertencia, o por simple curiosidad, decide finalmente adentrarse a ver Tiro en la cabeza, una de dos, o es un estandarte de las más radicales tendencias del gafapastismo extremo (en el cual, con nombre, todo vale), o más vale que entre al cine repitiendo: “Jaime no se está riendo de mí, Jaime no se está riendo de mí, Jaime no se está riendo de mí…”.
Es muy complicado comenzar a hablar de una película que lo es por el simple hecho de haberse realizado con una cámara y proyectado en pantalla grande. De no ser así, sería más sencillo encerrarla en una sala oscura de museo para que la gente se la quedara mirando un rato y luego prosiguiera su camino comentando lo mucho que te puede haber sugerido. Tiro en la cabeza no tiene ritmo. No tiene diálogos AUDIBLES. No tiene información.
Habría que haberlo grabado. Una montaña de acreditados formando una enorme cola en el festival de San Sebastián, pegándose por entrar y luego saliendo a los diez minutos, tras comprobar que la película no va a ofrecer absolutamente nada. Pongámonos en situación: el film de Rosales muestra la vida normal de un hombre desde planos lejanos, de modo que ninguna de sus conversaciones se escuchan, a pesar de que los protagonistas hablan, se relacionan, gesticulan. Cuando digo ninguna, me refiero a NINGUNA, ninguna se escucha. Una vida normal, aburrida. O simplemente, no peculiar. Personas que van y que vienen y que nos importan una mierda, porque ya la película da igual.
Mientras la veía pensé que Rosales se estaba descojonando de todo el mundo en sus narices, luego que simplemente se creía un genio creador por encima del resto de los mortales y luego que se estaba descojonando otra vez. La película seguía sin que nada pasara. Plano largo de ventana. Plano de estación. Plano de bar. Rosales en su casa se seguía riendo de mí blandiendo sus goyas en ambas manos. Plano interior. Plano de coche.
Es muy complicado comenzar a hablar de una película que lo es por el simple hecho de haberse realizado con una cámara y proyectado en pantalla grande. De no ser así, sería más sencillo encerrarla en una sala oscura de museo para que la gente se la quedara mirando un rato y luego prosiguiera su camino comentando lo mucho que te puede haber sugerido. Tiro en la cabeza no tiene ritmo. No tiene diálogos AUDIBLES. No tiene información.
Habría que haberlo grabado. Una montaña de acreditados formando una enorme cola en el festival de San Sebastián, pegándose por entrar y luego saliendo a los diez minutos, tras comprobar que la película no va a ofrecer absolutamente nada. Pongámonos en situación: el film de Rosales muestra la vida normal de un hombre desde planos lejanos, de modo que ninguna de sus conversaciones se escuchan, a pesar de que los protagonistas hablan, se relacionan, gesticulan. Cuando digo ninguna, me refiero a NINGUNA, ninguna se escucha. Una vida normal, aburrida. O simplemente, no peculiar. Personas que van y que vienen y que nos importan una mierda, porque ya la película da igual.
Mientras la veía pensé que Rosales se estaba descojonando de todo el mundo en sus narices, luego que simplemente se creía un genio creador por encima del resto de los mortales y luego que se estaba descojonando otra vez. La película seguía sin que nada pasara. Plano largo de ventana. Plano de estación. Plano de bar. Rosales en su casa se seguía riendo de mí blandiendo sus goyas en ambas manos. Plano interior. Plano de coche.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por si fuera poco, no creo que un tema tan crudo como la violencia etarra se pueda tratar a la ligera como le salga de las narices al primer inventor del octavo arte que aparezca. ¿Qué pretendía? En sus palabras, mostrar el absurdo de la violencia, desnaturalizándola. Pero no creo que para mostrar el absurdo de un asesinato sea necesaria hacer una película absurda. Creo que los tiempos en los que se pensaba que para mostrar el aburrimiento había que aburrir ya pasaron, o al menos, ya deberían haberse superado en un ejercicio de cine inteligente. En este caso, es mucho peor porque Rosales entra en el juego como un elefante en una cacharrería, con un desprecio por la muerte y una benevolencia final hacia los etarras impropias de su presuntamente inocuo acercamiento.
Sin duda hay quien ya ha calificado a esta película de genialidad. Por mí, que Rosales haga todos los experimentos fílmicos que quiera con su familia y los amigos que le aguanten. Si no me creéis, a ver que pensáis en la sala de
Sin duda hay quien ya ha calificado a esta película de genialidad. Por mí, que Rosales haga todos los experimentos fílmicos que quiera con su familia y los amigos que le aguanten. Si no me creéis, a ver que pensáis en la sala de
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