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Críticas ordenadas por utilidad
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4
25 de septiembre de 2011
25 de septiembre de 2011
378 de 487 usuarios han encontrado esta crítica útil
La tercera colaboración del tándem Enrique Urbizu-José Coronado ha resultado ser una dolorosa decepción para un servidor, fan del director vasco y que disfrutó bastante con las notables La caja 507 y La vida mancha. En efecto, No habrá paz para los malvados se presenta en su engañoso trailer -y van…- como un thriller vigoroso de acción y emoción a raudales, cuando en realidad estamos ante una película bastante taciturna que reduce su Rock & Roll tan sólo a dos escenas -una al principio y otra al final-, y que destina el grueso de su historia a mostrarnos una farragosa investigación policial sobre drogas y terrorismo islamista con ecos del 11-M. Una investigación esta que se desarrolla de forma bastante lenta y confusa y que provoca el paulatino desinterés del espectador, perdido de ver cómo van y vienen por una parte, la juez Chacón -Helena Miquel, la revelación del film- y por otra, el duro policía Santos Trinidad -un malote José Coronado-, para encontrarse con este y con aquel para obtener información sobre los criminales. Una falta de claridad argumental que provoca que uno al final desconecte por aburrimiento y que esté más pendiente de fijarse en detalles triviales, como contar los cubatas que se casca durante toda la película Santos, o el hecho de que fume en los bares y nadie le diga nada. Y no por miedo a que les pegue un tiro, sino porque en la época del rodaje -mayo-junio-julio de 2010- aún se podía.
Tampoco se puede decir que los personajes están muy bien dibujados en la historia, incluso el del propio Santos. Y es que Urbizu y su guionista Michel Gaztambide, en un exceso de celo por escamotearle al espectador información sobre el protagonista y darle así misterio, lo que consiguen en realidad es dificultar la identificación del público con él; ya bastante cuesta arriba desde los cinco minutos de metraje tras verle asesinar como un psicópata a tres personas a sangre fría y sin motivo aparente. Por mucho que luego descubramos que las víctimas no eran hermanitas de la caridad precisamente, o que antes de ser abandonado por la suerte y el desodorante, Santos fue número uno de su promoción y un policía como había pocos, y bla,bla,bla... Eso por no hablar de caracteres tan superfluos como los de Juanjo Artero o Rodolfo Sancho, que si se hubieran quedado en su casa o en la sala de montaje habría dado lo mismo.
Otro hecho que le resta atractivo a la puesta en escena de este film es el deficiente uso que hace del sonido directo. Y es que los actores no vocalizan lo suficiente y demasiadas veces no se les entiende lo que dicen, salvo las lógicas excepciones de aquellos intérpretes del reparto acostumbrados a trabajar con su voz, como Helena Miquel -cantante del grupo Delafé y las Flores Azules- o los actores de doblaje Pedro Mari Sánchez y Eduard Farelo. Vaya, como si al final no hubiera paz en este largo ni para nuestros oídos.
Tampoco se puede decir que los personajes están muy bien dibujados en la historia, incluso el del propio Santos. Y es que Urbizu y su guionista Michel Gaztambide, en un exceso de celo por escamotearle al espectador información sobre el protagonista y darle así misterio, lo que consiguen en realidad es dificultar la identificación del público con él; ya bastante cuesta arriba desde los cinco minutos de metraje tras verle asesinar como un psicópata a tres personas a sangre fría y sin motivo aparente. Por mucho que luego descubramos que las víctimas no eran hermanitas de la caridad precisamente, o que antes de ser abandonado por la suerte y el desodorante, Santos fue número uno de su promoción y un policía como había pocos, y bla,bla,bla... Eso por no hablar de caracteres tan superfluos como los de Juanjo Artero o Rodolfo Sancho, que si se hubieran quedado en su casa o en la sala de montaje habría dado lo mismo.
Otro hecho que le resta atractivo a la puesta en escena de este film es el deficiente uso que hace del sonido directo. Y es que los actores no vocalizan lo suficiente y demasiadas veces no se les entiende lo que dicen, salvo las lógicas excepciones de aquellos intérpretes del reparto acostumbrados a trabajar con su voz, como Helena Miquel -cantante del grupo Delafé y las Flores Azules- o los actores de doblaje Pedro Mari Sánchez y Eduard Farelo. Vaya, como si al final no hubiera paz en este largo ni para nuestros oídos.

6,2
5.673
6
15 de noviembre de 2011
15 de noviembre de 2011
31 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
La figura de William Shakespeare como el dramaturgo inglés más importante de la historia queda en entredicho si hacemos acaso a Anonymous, película que supone el salto al cine serio de Roland Emmerich. El director de 2012 hace aquí su particular apuesta a los Oscars con un film basado en esas teorías que cuestionan la maestría literaria del de Stratford-upon-Avon: una corriente crítica iniciada apenas siglo y medio después de su muerte y apoyada por nombres de la talla de Voltaire, Walt Whitman, Mark Twain, Charles Chaplin, Sigmund Freud o Derek Jacobi.
Los anti-Stratfordianos -que así se denoniman- alegan que un hombre de la extracción social baja y con una formación escasa como la de Shakespeare es imposible que hubiera podido producir una obra de tal calado y tan prolija en detalles intelectuales y refinados, más propios de alguien educado en clases altas y con un mayor acceso a la cultura o las artes. Pues bien, Emmerich hace suya esta propuesta y nos presenta a su verdadero Bardo Inglés: Edward De Vere -Rhys Ifans-, el 17º Conde de Oxford y autor en la sombra de obras maestras como Hamlet, Julio César o El Rey Lear. Un noble apasionado por la escritura pero que se vio obligado a esconder su vocación debido al puritanismo luterano de la época, que desdeñaba los escenarios como una simple distracción para la plebe. La narración nos conduce por las maniobras de De Vere para lograr ver sus obras estrenadas, como la de renunciar a su autoría en favor de terceros que se llevasen la gloria. Hombres como William Shakespeare -Rafe Spall- un actor de segunda y casi analfabeto que se aprovechará de las circunstancias para pasar a la posteridad usurpando el talento del Conde.
Los anti-Stratfordianos -que así se denoniman- alegan que un hombre de la extracción social baja y con una formación escasa como la de Shakespeare es imposible que hubiera podido producir una obra de tal calado y tan prolija en detalles intelectuales y refinados, más propios de alguien educado en clases altas y con un mayor acceso a la cultura o las artes. Pues bien, Emmerich hace suya esta propuesta y nos presenta a su verdadero Bardo Inglés: Edward De Vere -Rhys Ifans-, el 17º Conde de Oxford y autor en la sombra de obras maestras como Hamlet, Julio César o El Rey Lear. Un noble apasionado por la escritura pero que se vio obligado a esconder su vocación debido al puritanismo luterano de la época, que desdeñaba los escenarios como una simple distracción para la plebe. La narración nos conduce por las maniobras de De Vere para lograr ver sus obras estrenadas, como la de renunciar a su autoría en favor de terceros que se llevasen la gloria. Hombres como William Shakespeare -Rafe Spall- un actor de segunda y casi analfabeto que se aprovechará de las circunstancias para pasar a la posteridad usurpando el talento del Conde.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Hay que decir que Anonymous resulta una película entretenida en la cual se nota el entusiasmo e interés puestos en ella por su director, quien, a la vez que desmonta la reputación de Shakespeare como icono literario, también tiene tiempo para dudar de la de Isabel I -Joely Richardson / Vanessa Redgrave- como la supuesta Reina Virgen de Inglaterra. Una devora hombres con varios hijos no reconocidos en realidad, y pieza central de las intrigas y luchas de poder que nos ofrece el guión del film; en el que no podían faltar elementos tan inequívocamente shakesperianos como sexo, muerte, envidia, mentira o traición. Lástima que para desarrollar la trama el guionista John Orloff -Ga’Hoole- incurra de nuevo en su proverbial habilidad para complicarse la vida, mediante flash-backs, elipsis y saltos temporales algo innecesarios, sobre todo en el primer tercio. También el realizador alemán debería haber sacado las tijeras a pasear en algunos tramos del metraje, como en el anticlimático desenlace; si bien el buen hacer del reparto -en especial el de un brillante Rhys Ifans- compensa los altibajos que pueda tener el film. Una cinta en la que, a pesar del cambio de género, podemos apreciar momentos made in Emmerich como esos espectaculares planos aéreos del Londres del XVI generados por ordenador.
En definitiva, una película que, más que pretender enmendarle la plana radicalmente a Shakespeare, da la impresión de preferir maravillarse por el talento o la calidad que destilan esas 37 obras y 154 sonetos que hoy se le atribuyen a su nombre. Un legado de innegable perfección escribiese quien las escribiese, y que trascendieron a su época para alcanzar una merecida inmortalidad.
En definitiva, una película que, más que pretender enmendarle la plana radicalmente a Shakespeare, da la impresión de preferir maravillarse por el talento o la calidad que destilan esas 37 obras y 154 sonetos que hoy se le atribuyen a su nombre. Un legado de innegable perfección escribiese quien las escribiese, y que trascendieron a su época para alcanzar una merecida inmortalidad.
7
25 de octubre de 2010
25 de octubre de 2010
28 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fueron muchas las voces integristas que se alzaron ante el futuro remake USA de Déjame entrar, el film sueco de 2008 que a poco de estrenarse ya era considerado un título de culto en medio mundo. Que si los yanquis iban a fastidiarla otra vez, que dos años no son nada, que será otro churro, que si me cago en ese Matt Reeves y en todo lo que se menea, etc. Puede que hasta a mí no me pareciera buena idea, pensando en lo mal que se le suele dar a Hollywood versionear películas europeas: Diabólicas, Vanilla Sky, Quarantine, etc. Sin embargo, el hecho de que ésta en particular fuera de Matt Reeves -autor de la interesante Cloverfield-, así como el respeto y la humildad con la que encaraba el proyecto desde un principio, le concedían al menos el beneficio de la duda. Pues bien, una vez pasado todo el jaleo y vistas por fin ambas versiones, hay que quitarse el sombrero ante Reeves y reconocer sin complejos que su Déjame entrar resulta un remake a la altura del original, por no decir superior en bastantes aspectos.
En efecto, la sobriedad y el minimalismo de Tomas Alfredson le otorgaban una atmósfera especial a su versión de la novela de Lindqvist, pero a veces daba la impresión de que eran consecuencia más de su escaso presupuesto que a una opción artística predefinida. En la nueva Déjame entrar, por una vez los dólares parecen invertidos con cabeza y en beneficio de la historia, aportando una relectura más comercial pero sin traicionar su hipnótico espíritu. La película de Reeves, iniciada con un sugestivo flash-back, nos ofrece un guión más fluido y lleno de matices que el de la cinta sueca -un poco lenta al final y demasiado sintética-, y en el que siguen estando presentes los temas principales de la trama: el aislamiento y las dudas adolescentes, el primer amor, el acoso escolar, el bien y el mal que habita en todos nosotros, etc. La puesta en escena del realizador de Monstruoso así mismo, también resulta imaginativa y sugerente, gracias a un montaje efectivo y a sus continuas referencias hitchcockianas, que harán las delicias de más de un cinéfilo.
Pero donde sale definitivamente ganando esta versión es en el reparto, confeccionado por su director con verdadero ojo clínico. Los dos niños actores son muy superiores a los del largometraje sueco, tanto una Chlöe Moretz superlativa -que con sólo 12 años tiene la mirada de un adulto experimentado-, como Kodi Smit-Mcphee, que ya demostró su talento en The Road y cuyo único hándicap es su nombre raro raro raro. Si a eso añadimos secundarios de la talla de Richard Jenkins -últimamente omnipresente- o el canadiense Elias Koteas, tan mimético a Robert De Niro que ya le acreditan hasta cuando no sale -Shutter Island-, el resultado habla por sí solo.
En definitiva, una película muy disfrutable y que deja el listón alto de cara a futuros remakes norteamericanos; demostrando por una vez que en Hollywood saben hacer bien las cosas cuando quieren… o cuando se las encargan a la gente apropiada.
En efecto, la sobriedad y el minimalismo de Tomas Alfredson le otorgaban una atmósfera especial a su versión de la novela de Lindqvist, pero a veces daba la impresión de que eran consecuencia más de su escaso presupuesto que a una opción artística predefinida. En la nueva Déjame entrar, por una vez los dólares parecen invertidos con cabeza y en beneficio de la historia, aportando una relectura más comercial pero sin traicionar su hipnótico espíritu. La película de Reeves, iniciada con un sugestivo flash-back, nos ofrece un guión más fluido y lleno de matices que el de la cinta sueca -un poco lenta al final y demasiado sintética-, y en el que siguen estando presentes los temas principales de la trama: el aislamiento y las dudas adolescentes, el primer amor, el acoso escolar, el bien y el mal que habita en todos nosotros, etc. La puesta en escena del realizador de Monstruoso así mismo, también resulta imaginativa y sugerente, gracias a un montaje efectivo y a sus continuas referencias hitchcockianas, que harán las delicias de más de un cinéfilo.
Pero donde sale definitivamente ganando esta versión es en el reparto, confeccionado por su director con verdadero ojo clínico. Los dos niños actores son muy superiores a los del largometraje sueco, tanto una Chlöe Moretz superlativa -que con sólo 12 años tiene la mirada de un adulto experimentado-, como Kodi Smit-Mcphee, que ya demostró su talento en The Road y cuyo único hándicap es su nombre raro raro raro. Si a eso añadimos secundarios de la talla de Richard Jenkins -últimamente omnipresente- o el canadiense Elias Koteas, tan mimético a Robert De Niro que ya le acreditan hasta cuando no sale -Shutter Island-, el resultado habla por sí solo.
En definitiva, una película muy disfrutable y que deja el listón alto de cara a futuros remakes norteamericanos; demostrando por una vez que en Hollywood saben hacer bien las cosas cuando quieren… o cuando se las encargan a la gente apropiada.

5,9
52.514
1
18 de septiembre de 2011
18 de septiembre de 2011
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya cuando vi entrar a gente con palomitas a El árbol de la vida empecé a sospechar que algunos no sabían dónde se metían. Los dos o tres que abandonaron la sala a la media hora, en cambio, lo vieron claro: que el trailer -el más tramposo de los últimos tiempos- se la había jugado. Los de las palomitas siguieron a lo suyo pero intentando no hacer mucho ruido; más que avergonzados por romper la quietud proveniente de la pantalla, por concentrarse y averiguar qué carajo significaba el volcán o esos dinosaurios ahí de repente. Por fin, tras bastantes resoplidos o suspiros, el letrero postrero de written and directed by Terrence Malick fue recibido con risitas y abucheos ahogados por los supervivientes, que parecieron quedarse con el nombre del autor de Illinois para no volver a ver una película suya en la vida.
Esta es la crónica de mi experiencia el viernes pasado en la proyección de El árbol de la vida: un título ante el cual la crítica especializada y numerosos espectadores de todo el mundo han caído rendidos, saludándolo como una obra maestra similar a los grandes clásicos de la historia del cine, y compadeciendo a los pobres ignorantes que ni comprenden ni comparten su fervor. Sin pensar en que cada espectador es un mundo, y que lo mismo no tiene por qué gustarnos de igual grado a todos.
Un servidor disfrutó sin fanatismos de Malas Tierras, Días del cielo o La delgada línea roja, aunque ya El nuevo mundo me pareció un film de bella factura pero que bordeaba peligrosamente la pretenciosidad y el aburrimiento; un aviso de que a Malick se le podía acabar yendo la olla del todo con tanta mirada a su ombligo. Por desgracia, mis temores se han confirmado con The tree of life, otra sobredosis del Malick más críptico disfrazada de genialidad y que, más que provocarme el síndrome de Stendhal que a muchos parece haberles estimulado, lo que hizo fue obligarme a ver enseguida Casablanca por si moría de repente tras salir de El árbol de la vida y esa quedaba como la última película vista de mi ídem.
Bueno, quizá esto último sea una exageración -en realidad la vi 3 horas después- pero lo que sí es cierto es que Malick sigue fabricando películas para sí mismo sin pensar mucho en el público, dando la impresión de haber oído mal aquello que decía Hitchcock “para mí el cine son 400 butacas por llenar” y creer que de lo que se trata es de vaciarlas.
sigue en spoiler
Esta es la crónica de mi experiencia el viernes pasado en la proyección de El árbol de la vida: un título ante el cual la crítica especializada y numerosos espectadores de todo el mundo han caído rendidos, saludándolo como una obra maestra similar a los grandes clásicos de la historia del cine, y compadeciendo a los pobres ignorantes que ni comprenden ni comparten su fervor. Sin pensar en que cada espectador es un mundo, y que lo mismo no tiene por qué gustarnos de igual grado a todos.
Un servidor disfrutó sin fanatismos de Malas Tierras, Días del cielo o La delgada línea roja, aunque ya El nuevo mundo me pareció un film de bella factura pero que bordeaba peligrosamente la pretenciosidad y el aburrimiento; un aviso de que a Malick se le podía acabar yendo la olla del todo con tanta mirada a su ombligo. Por desgracia, mis temores se han confirmado con The tree of life, otra sobredosis del Malick más críptico disfrazada de genialidad y que, más que provocarme el síndrome de Stendhal que a muchos parece haberles estimulado, lo que hizo fue obligarme a ver enseguida Casablanca por si moría de repente tras salir de El árbol de la vida y esa quedaba como la última película vista de mi ídem.
Bueno, quizá esto último sea una exageración -en realidad la vi 3 horas después- pero lo que sí es cierto es que Malick sigue fabricando películas para sí mismo sin pensar mucho en el público, dando la impresión de haber oído mal aquello que decía Hitchcock “para mí el cine son 400 butacas por llenar” y creer que de lo que se trata es de vaciarlas.
sigue en spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Con The tree of life estamos ante algo más cercano al video-arte que a una cinta convencional con planteamiento, nudo y desenlace; algo que su sibilina publicidad ha intentado ocultar para extraer de la plebe el mayor botín posible antes del efecto negativo del boca-oreja. Y es que la película es una especie de poema visual con imágenes arrebatadoramente hermosas que pretende ser “un retrato familiar íntimo y una digresión filosófica sobre la existencia humana”, pero que en realidad supone un intento de remedo de 2001: Una odisea despacio -pero despacio, oiga- de Malick hacia su admirado Kubrick: otro autor con mayúsculas pero sin mucha sensibilidad que se creía con derecho a pontificar sobre los misterios de la vida y el universo.
En efecto, la película trata de mezclar los recuerdos infantiles y dudas de fe de Jack, el personaje de Sean Penn -actor que sólo sale al principio y al final- insertando entre medias imágenes naturales del origen del cosmos o de la aparición de la vida en la Tierra, para que veamos lo poco que significa el ser humano ante la inmensidad de la Creación. Algo que relativiza la acción dramática ambientada en los años ‘50 -el grueso de la película-, con un efectivo Brad Pitt encarnando al autoritario padre de Jack y sus dos hermanos, y Jessica Chastain como su delicada madre, recitando a las hojas y al crepúsculo como recién salida de un anuncio de compresas.
Alguien bastante perspicaz ha observado que las iniciales del protagonista, J.O.B. -Jack O’Brien- forman el nombre del Santo Job; de hecho, una de las citas de su libro bíblico abre el film. Yo quiero creer que todavía queda algo de empatía en Malick hacia sus semejantes y que, en realidad, esto obedece a un gesto de agradecimiento suyo para con los 5 montadores acreditados de la película. Porque ni siquiera el santo de la paciencia infinita habría sido capaz durante 3 años de visionar, editar y resumir a diario el batiburrillo megalómano-new age-todo a cien que les tenía preparado su grandilocuente jefe; efectuando un primer montaje de 6 horas -que se verá en Blue Ray- y luego dejándolo en esos 139 minutos definitivos, que de todas formas siguen siendo demasiados. Y es que esos 5 valientes sí que se han ganado el cielo, y no el Sean Penn de la playa.
En efecto, la película trata de mezclar los recuerdos infantiles y dudas de fe de Jack, el personaje de Sean Penn -actor que sólo sale al principio y al final- insertando entre medias imágenes naturales del origen del cosmos o de la aparición de la vida en la Tierra, para que veamos lo poco que significa el ser humano ante la inmensidad de la Creación. Algo que relativiza la acción dramática ambientada en los años ‘50 -el grueso de la película-, con un efectivo Brad Pitt encarnando al autoritario padre de Jack y sus dos hermanos, y Jessica Chastain como su delicada madre, recitando a las hojas y al crepúsculo como recién salida de un anuncio de compresas.
Alguien bastante perspicaz ha observado que las iniciales del protagonista, J.O.B. -Jack O’Brien- forman el nombre del Santo Job; de hecho, una de las citas de su libro bíblico abre el film. Yo quiero creer que todavía queda algo de empatía en Malick hacia sus semejantes y que, en realidad, esto obedece a un gesto de agradecimiento suyo para con los 5 montadores acreditados de la película. Porque ni siquiera el santo de la paciencia infinita habría sido capaz durante 3 años de visionar, editar y resumir a diario el batiburrillo megalómano-new age-todo a cien que les tenía preparado su grandilocuente jefe; efectuando un primer montaje de 6 horas -que se verá en Blue Ray- y luego dejándolo en esos 139 minutos definitivos, que de todas formas siguen siendo demasiados. Y es que esos 5 valientes sí que se han ganado el cielo, y no el Sean Penn de la playa.
5
3 de octubre de 2011
3 de octubre de 2011
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El fracaso de crítica y público de Larry Crowne en USA es la última muestra de que allí no están para muchas tonterías con la crisis. Y eso que las intenciones de Tom Hanks con esta cinta eran buenas; simplemente, emular lo mismo que hacía Frank Capra en la Gran Depresión de los ’30 en sus films con Gary Cooper o James Stewart: mostrar las bondades de la gente de a pie en Estados Unidos e insuflarles esperanza en unos tiempos duros.
Larry Crowne -Tom Hanks-, un hombre optimista y buena persona, se queda sin empleo y decide apuntarse a la universidad comunitaria para ocupar el tiempo y completar su formación. Allí conocerá a un grupo humano formidable y comenzará a sentirse atraído por su profesora -Julia Roberts-, una mujer estancada en su propia vida y aburrida de su matrimonio con un escritor fracasado -Bryan Cranston, el de Breaking Bad-.
Sin duda que Tom quería aportar aquí su granito de arena contra la crisis y paliar el decaído estado de ánimo de sus espectadores, ofreciéndoles un cuento de hadas bienintencionado en el que todo el mundo es amable y se ayuda, los moteros van en scooter, es fácil entrar en la universidad y encontrar trabajo para un cincuentón, y hasta Teddy Bautista nos habría caído bien si hubiera aparecido por allí. Y es que ese es el problema principal de Larry Crowne: que transmite tan buen rollo y pinta una realidad tan de color de rosa para sus personajes que acaba resultando más increíble que una muerte a pellizcos. La situación actual es mucho más dura y dramática, y probablemente el fracaso del film se deba a que a la gente de USA no le ha gustado nada que unos actores que ganan 20 millones de dólares por película se disfracen de pobres en una historia edulcorada para decirles que se puede ser feliz a pesar de perder el trabajo y la casa.
Sin embargo, hay que reconocer que Tom Hanks, en su faceta de director, productor, co-guionista y actor, domina las claves del cine comercial y logra hacer de esta Larry Crowne un entretenimiento que se deja ver, con un mensaje positivo que parece sincero y que, probablemente, no habría sufrido una reacción tan hostil con otra coyuntura económica más desahogada en el mundo. Destaquemos así mismo, la luminosa presencia en su reparto de la joven Gugu Mbatha-Raw, un nombre a retener… aunque eso suponga un esfuerzo tan agotador como el de acordarse de los de Adewale Akinnuoye-Agbaje -el señor Eko de Perdidos-, Shohreh Aghdashloo -24, Casa de arena y niebla- o del de mi favorito: Apichatpong Weerasethakul -Uncle Boonmee-.
Larry Crowne -Tom Hanks-, un hombre optimista y buena persona, se queda sin empleo y decide apuntarse a la universidad comunitaria para ocupar el tiempo y completar su formación. Allí conocerá a un grupo humano formidable y comenzará a sentirse atraído por su profesora -Julia Roberts-, una mujer estancada en su propia vida y aburrida de su matrimonio con un escritor fracasado -Bryan Cranston, el de Breaking Bad-.
Sin duda que Tom quería aportar aquí su granito de arena contra la crisis y paliar el decaído estado de ánimo de sus espectadores, ofreciéndoles un cuento de hadas bienintencionado en el que todo el mundo es amable y se ayuda, los moteros van en scooter, es fácil entrar en la universidad y encontrar trabajo para un cincuentón, y hasta Teddy Bautista nos habría caído bien si hubiera aparecido por allí. Y es que ese es el problema principal de Larry Crowne: que transmite tan buen rollo y pinta una realidad tan de color de rosa para sus personajes que acaba resultando más increíble que una muerte a pellizcos. La situación actual es mucho más dura y dramática, y probablemente el fracaso del film se deba a que a la gente de USA no le ha gustado nada que unos actores que ganan 20 millones de dólares por película se disfracen de pobres en una historia edulcorada para decirles que se puede ser feliz a pesar de perder el trabajo y la casa.
Sin embargo, hay que reconocer que Tom Hanks, en su faceta de director, productor, co-guionista y actor, domina las claves del cine comercial y logra hacer de esta Larry Crowne un entretenimiento que se deja ver, con un mensaje positivo que parece sincero y que, probablemente, no habría sufrido una reacción tan hostil con otra coyuntura económica más desahogada en el mundo. Destaquemos así mismo, la luminosa presencia en su reparto de la joven Gugu Mbatha-Raw, un nombre a retener… aunque eso suponga un esfuerzo tan agotador como el de acordarse de los de Adewale Akinnuoye-Agbaje -el señor Eko de Perdidos-, Shohreh Aghdashloo -24, Casa de arena y niebla- o del de mi favorito: Apichatpong Weerasethakul -Uncle Boonmee-.
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