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5
28 de octubre de 2018
28 de octubre de 2018
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Retomamos las andaduras fílmicas del macabro Kriminal, el "Rey del crimen", en su inevitable secuela (eran los mejores años del fumetti), amén de repetir la temeraria pareja protagonista de aquélla: el inexpresivo Glenn Saxson y la percherona Helga Liné, que milagrosamente cuajaron tan bien 2 años antes. El escurridizo esqueletado ha vuelto pues a Londres tras escaparse de la penitenciaría de máxima seguridad de Estambul, donde se le condenó a trabajos forzados.
Ahora, Kriminal regenta una residencia de ancianitas en la capital británica, de las que él mismo se va deshaciendo a base de sobresaltos nocturnos, para así cobrar sus suculentos seguros. Siempre acompañado por su "fiel" secretaria y amante Janet (que tampoco tiene desperdicio, como os podéis imaginar), Kriminal nos demuestra de nuevo una falta de moral sin precedentes, superándose a sí mismo.
La misteriosa aparición de cuatro fragmentos de pergamino escondidos en 4 figuras de buda dignas de los chinos, llamarán pronto la atención de nuestro astuto bandido, que ansiará el tesoro que aparentemente se esconde tras su críptico mapa (según cuentan, auténticos lienzos de Goya y Rembrandt).
La aventura está servida, pues Kriminal se ganará fácilmente nuevos enemigos y recuperará rápidamente a los antiguos, sobre todo al entrañable inspector Milton, ocupado aquí con su propia boda.
Más aclamada por la crítica especializada que su predecesora (como dice Pedro Porcel, "se trata de una cinta de mayor atractivo"), a nivel personal no creo que esto sea así, pues aunque supera a su antecesora en dosis de delirio y solidez argumental, pierde en algo fundamental para mí : ya no resulta tan ingenuamente deliciosa como la anterior.
La solventada inoperancia de Saxson en La Máscara de Kriminal, aquí ya se torna más molesta que acertada, pues el actor trata de aportar algo más de cinismo al personaje, sobreactuándolo y convirtiéndolo, seguro que muy a su pesar, en una sombra de lo que fue. Éste Kriminal pretendidamente más chulesco, absurdamente fumador, medianamente sarcástico y de insoportable pose seductora, desdibuja definitivamente su popular rol y destapa sin remedio los preocupantes límites interpretativos del joven holandés.
De manera casi milagrosa, se verá compensado por el salto de calidad de Helga Liné (aquí interpretando a la señorita Gitan, una española que baila flamenco, nada menos), mucho más acertada, sensual y contenida que en su horrible actuación anterior.
Si bien la primera parte sufría graves irregularidades de guión (en ocasiones no sabíamos ni dónde estaban), en ésta ese problema queda más o menos solventado, pues la trama es aún más disparatada y se acentúa el delirio global. La historia del mapa del tesoro escondido en los budas, nos invita a un final de tintes arqueológicos, algo así como un Indiana Jones en números rojos que puede resultar divertido, sí, pero algo lamentable también (ese orificio en las rocas, ¡por favor!).
El film en cierto modo patina al intentar llegar más lejos que su antecesor. Un mayor número de diálogos infructuosos, más localizaciones (a todas las anteriores se le suma ahora Beirut), algo más de acción y explosiones (con una secuencia en coche aburridísima) o un imperdonable descenso en su contenido erótico (quizás lo más encendido de la cinta sea el dibujo de la portada, imaginaros...) no ayuda a la hora de construir una secuela de mayor calidad.
El agradable aire pulp se mantiene gracias a sus frames que se convierten en viñeta, sus decorados de cómic o las licencias argumentales que este tipo de cine ofrece al espectador, véase el macabro negocio con las ancianas, la imperdonable desconsideración del inspector Milton en el día de su boda o el asesinato de Kriminal en la bañera, puntos fuertes de una trama a caballo entre el thriller y la comedia más negra y desprejuiciada.
Como ocurre con demasiada asiduidad en este tipo de géneros, la película requeriría de una mejor edición digital, con la pertinente restauración de sus fotogramas dañados o sobreexpuestos y mejorando la calidad del audio y del subtitulado, ya que en ocasiones, es muy sonrojante. Seguiremos esperando.
Ahora, Kriminal regenta una residencia de ancianitas en la capital británica, de las que él mismo se va deshaciendo a base de sobresaltos nocturnos, para así cobrar sus suculentos seguros. Siempre acompañado por su "fiel" secretaria y amante Janet (que tampoco tiene desperdicio, como os podéis imaginar), Kriminal nos demuestra de nuevo una falta de moral sin precedentes, superándose a sí mismo.
La misteriosa aparición de cuatro fragmentos de pergamino escondidos en 4 figuras de buda dignas de los chinos, llamarán pronto la atención de nuestro astuto bandido, que ansiará el tesoro que aparentemente se esconde tras su críptico mapa (según cuentan, auténticos lienzos de Goya y Rembrandt).
La aventura está servida, pues Kriminal se ganará fácilmente nuevos enemigos y recuperará rápidamente a los antiguos, sobre todo al entrañable inspector Milton, ocupado aquí con su propia boda.
Más aclamada por la crítica especializada que su predecesora (como dice Pedro Porcel, "se trata de una cinta de mayor atractivo"), a nivel personal no creo que esto sea así, pues aunque supera a su antecesora en dosis de delirio y solidez argumental, pierde en algo fundamental para mí : ya no resulta tan ingenuamente deliciosa como la anterior.
La solventada inoperancia de Saxson en La Máscara de Kriminal, aquí ya se torna más molesta que acertada, pues el actor trata de aportar algo más de cinismo al personaje, sobreactuándolo y convirtiéndolo, seguro que muy a su pesar, en una sombra de lo que fue. Éste Kriminal pretendidamente más chulesco, absurdamente fumador, medianamente sarcástico y de insoportable pose seductora, desdibuja definitivamente su popular rol y destapa sin remedio los preocupantes límites interpretativos del joven holandés.
De manera casi milagrosa, se verá compensado por el salto de calidad de Helga Liné (aquí interpretando a la señorita Gitan, una española que baila flamenco, nada menos), mucho más acertada, sensual y contenida que en su horrible actuación anterior.
Si bien la primera parte sufría graves irregularidades de guión (en ocasiones no sabíamos ni dónde estaban), en ésta ese problema queda más o menos solventado, pues la trama es aún más disparatada y se acentúa el delirio global. La historia del mapa del tesoro escondido en los budas, nos invita a un final de tintes arqueológicos, algo así como un Indiana Jones en números rojos que puede resultar divertido, sí, pero algo lamentable también (ese orificio en las rocas, ¡por favor!).
El film en cierto modo patina al intentar llegar más lejos que su antecesor. Un mayor número de diálogos infructuosos, más localizaciones (a todas las anteriores se le suma ahora Beirut), algo más de acción y explosiones (con una secuencia en coche aburridísima) o un imperdonable descenso en su contenido erótico (quizás lo más encendido de la cinta sea el dibujo de la portada, imaginaros...) no ayuda a la hora de construir una secuela de mayor calidad.
El agradable aire pulp se mantiene gracias a sus frames que se convierten en viñeta, sus decorados de cómic o las licencias argumentales que este tipo de cine ofrece al espectador, véase el macabro negocio con las ancianas, la imperdonable desconsideración del inspector Milton en el día de su boda o el asesinato de Kriminal en la bañera, puntos fuertes de una trama a caballo entre el thriller y la comedia más negra y desprejuiciada.
Como ocurre con demasiada asiduidad en este tipo de géneros, la película requeriría de una mejor edición digital, con la pertinente restauración de sus fotogramas dañados o sobreexpuestos y mejorando la calidad del audio y del subtitulado, ya que en ocasiones, es muy sonrojante. Seguiremos esperando.

4,5
37
5
28 de octubre de 2018
28 de octubre de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En pleno auge del subgénero fumetti en Italia (ya se habían estrenado la notable Diabolik y el entrañable díptico Superargo, entre otras), llegaba a las pantallas europeas una de sus escasísimas expresiones fílmicas con heroína femenina a la cabeza, la sensual a la par que letal Satanik.
El timonel para llevar a cabo este proyecto hispano-italiano fue el ya desaparecido Piero Vivarelli, quien tonteó con el fumetto nero gracias a su film "Mister X" años antes, y que se sirvió de los encantos naturales de la actriz y/o modelo polaca Magda Konopka para encabezar la cinta.
Lo que arranca como una simpática y muy libre adaptación de Jekyll y Mr. Hyde (con una mujer horriblemente fea asesinando a su colega científico para conseguir el elixir de la eterna juventud), va perdiendo su agradable y casposilla impronta fantástica para transformarse, pasada media hora, en una banalidad policíaca de lo más convencional.
La doctora Bannister (Konopka), comprensiblemente infeliz con su monstruoso aspecto, decide llevar al límite las consecuencias del experimento y se toma la supuesta pócima reparadora, para luego despertar como la sinuosa (y perfectamente maquillada) Satanik.
Será entonces cuando, como si de una venganza personal por sus carencias previas se tratase, comenzará su cruzada criminal para conseguir todos los lujos y joyas que se puedan, y por qué no, también algún que otro caballero de abultada billetera.
Como era de esperar, se abre una investigación por la muerte del científico asesinado y saltan a escena los inspectores de turno (entre ellos nuestro Julio Peña, aquí como miembro de Scotland Yard), que perseguirán a nuestra protagonista con bastante calma y que originarán una segunda línea argumental dentro del film, lamentablemente más aburrida.
Como viene siendo costumbre en estas co-producciones fumetti, tendremos un inevitable viajecito a la capital española, una sesión de auténtico flamenco, una moderada atmósfera pseudo-erótica (muy por debajo del homónimo en viñetas e incluso censurada en la España franquista) y gran cantidad de zooms innecesarios junto con un buen número de planos detalle que delatarán las limitadas artes de Vivarelli y su ramplona puesta en escena.
El potencial de la historia resulta en sí atractivo y por momentos prometedor, sobre todo en sus primeras secuencias, con un buen arranque. Cuenta además con una excelente banda sonora del todo apropiada y bastante superior al material de base (todo una pieza de culto para coleccionistas), pero desgraciadamente esa agradable y esperanzadora trama sobre el brusco cambio físico de la protagonista se difumina alrededor del robo de un collar de diamantes que nos hará desesperar y que miremos el reloj como haría Boyero.
El desfile de maquillajes, pelucas y modelitos de la Konopka aliviará momentáneamente nuestro sufrimiento, y pasaremos por alto sus sonrojantes ineptitudes interpretativas, gracias en buena medida, a sus contoneos y demás insinuaciones a cámara, a la que corteja a menudo y en especial, por su estupendo strip-tease final, bastante sutil pero genial (momento que no se disfrutó en la pacata versión española).
Sin embargo, de entre el grueso argumental que nos ofrece su plana segunda mitad, me gustaría destacar una secuencia en concreto con un puntito delicioso de pura erotomanía : la lucha entre una violenta Satanik y la mujer de un mafioso (con un minúsculo camisón y en bragas) dentro del dormitorio de ésta última.
Filmada con evidentes limitaciones pero con un estupendo ritmo, destaca por ser una escena del todo pasional y dueña de un peculiar erotismo, con tirones de pelo, agarrones en lencería, asfixias, coreografías asincrónicas, admisibles errores de raccord y un acelerado jazz de fondo, cargada además de una idónea selección de recursos fílmicos, como la cámara en mano o el trato subjetivo mientras Satanik "nos" abofetea. Una secuencia que otorga cierta dignidad al conjunto global y despierta algo más que simpatía en el espectador, convirtiéndose en una de las escenas clave del film (y que colma a nuestro pequeño fetichista interior).
Así pues, podemos decir que esta mítica cinta fumetti (tremendamente conocida en Italia, no tanto aquí), tiene un buen arranque gracias a su vertiente fantástica y su punto caspa, pero que deviene plana y convencional a medida que avanza, quedándose en terreno de nadie y por momentos aburriendo al personal.
Curiosamente Miguel Bardem le rindió un inesperado tributo en su film de 1999 "La mujer más fea del mundo", con resultados más que debatibles pero con un punto mitómano destacable. Una rareza que para algunos es de culto y que para otros va directamente al cubo de la basura.
Por último, debemos agradecer al sello italiano Nocturno por mimar tanto su edición en DVD, presentándola con un excelente transfer (debe ser el único fumetti junto a Diabolik que puede decir eso), buenos aunque escasos extras y un gran tratamiento del audio. Sólo se echan en falta unos buenos subtítulos en castellano, pero de eso, no tienen culpa los italianos.
SOSPECHOSOS CINÉFAGOS
El timonel para llevar a cabo este proyecto hispano-italiano fue el ya desaparecido Piero Vivarelli, quien tonteó con el fumetto nero gracias a su film "Mister X" años antes, y que se sirvió de los encantos naturales de la actriz y/o modelo polaca Magda Konopka para encabezar la cinta.
Lo que arranca como una simpática y muy libre adaptación de Jekyll y Mr. Hyde (con una mujer horriblemente fea asesinando a su colega científico para conseguir el elixir de la eterna juventud), va perdiendo su agradable y casposilla impronta fantástica para transformarse, pasada media hora, en una banalidad policíaca de lo más convencional.
La doctora Bannister (Konopka), comprensiblemente infeliz con su monstruoso aspecto, decide llevar al límite las consecuencias del experimento y se toma la supuesta pócima reparadora, para luego despertar como la sinuosa (y perfectamente maquillada) Satanik.
Será entonces cuando, como si de una venganza personal por sus carencias previas se tratase, comenzará su cruzada criminal para conseguir todos los lujos y joyas que se puedan, y por qué no, también algún que otro caballero de abultada billetera.
Como era de esperar, se abre una investigación por la muerte del científico asesinado y saltan a escena los inspectores de turno (entre ellos nuestro Julio Peña, aquí como miembro de Scotland Yard), que perseguirán a nuestra protagonista con bastante calma y que originarán una segunda línea argumental dentro del film, lamentablemente más aburrida.
Como viene siendo costumbre en estas co-producciones fumetti, tendremos un inevitable viajecito a la capital española, una sesión de auténtico flamenco, una moderada atmósfera pseudo-erótica (muy por debajo del homónimo en viñetas e incluso censurada en la España franquista) y gran cantidad de zooms innecesarios junto con un buen número de planos detalle que delatarán las limitadas artes de Vivarelli y su ramplona puesta en escena.
El potencial de la historia resulta en sí atractivo y por momentos prometedor, sobre todo en sus primeras secuencias, con un buen arranque. Cuenta además con una excelente banda sonora del todo apropiada y bastante superior al material de base (todo una pieza de culto para coleccionistas), pero desgraciadamente esa agradable y esperanzadora trama sobre el brusco cambio físico de la protagonista se difumina alrededor del robo de un collar de diamantes que nos hará desesperar y que miremos el reloj como haría Boyero.
El desfile de maquillajes, pelucas y modelitos de la Konopka aliviará momentáneamente nuestro sufrimiento, y pasaremos por alto sus sonrojantes ineptitudes interpretativas, gracias en buena medida, a sus contoneos y demás insinuaciones a cámara, a la que corteja a menudo y en especial, por su estupendo strip-tease final, bastante sutil pero genial (momento que no se disfrutó en la pacata versión española).
Sin embargo, de entre el grueso argumental que nos ofrece su plana segunda mitad, me gustaría destacar una secuencia en concreto con un puntito delicioso de pura erotomanía : la lucha entre una violenta Satanik y la mujer de un mafioso (con un minúsculo camisón y en bragas) dentro del dormitorio de ésta última.
Filmada con evidentes limitaciones pero con un estupendo ritmo, destaca por ser una escena del todo pasional y dueña de un peculiar erotismo, con tirones de pelo, agarrones en lencería, asfixias, coreografías asincrónicas, admisibles errores de raccord y un acelerado jazz de fondo, cargada además de una idónea selección de recursos fílmicos, como la cámara en mano o el trato subjetivo mientras Satanik "nos" abofetea. Una secuencia que otorga cierta dignidad al conjunto global y despierta algo más que simpatía en el espectador, convirtiéndose en una de las escenas clave del film (y que colma a nuestro pequeño fetichista interior).
Así pues, podemos decir que esta mítica cinta fumetti (tremendamente conocida en Italia, no tanto aquí), tiene un buen arranque gracias a su vertiente fantástica y su punto caspa, pero que deviene plana y convencional a medida que avanza, quedándose en terreno de nadie y por momentos aburriendo al personal.
Curiosamente Miguel Bardem le rindió un inesperado tributo en su film de 1999 "La mujer más fea del mundo", con resultados más que debatibles pero con un punto mitómano destacable. Una rareza que para algunos es de culto y que para otros va directamente al cubo de la basura.
Por último, debemos agradecer al sello italiano Nocturno por mimar tanto su edición en DVD, presentándola con un excelente transfer (debe ser el único fumetti junto a Diabolik que puede decir eso), buenos aunque escasos extras y un gran tratamiento del audio. Sólo se echan en falta unos buenos subtítulos en castellano, pero de eso, no tienen culpa los italianos.
SOSPECHOSOS CINÉFAGOS
13 de agosto de 2018
13 de agosto de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Del medio centenar de cintas italianas de índole fumetti comprendidas en la década de los 60, un proyecto en particular consiguió desmarcarse del resto con ciertos honores, y no solo por su descaradísimo, casi obsceno oportunismo, sino por saber rizar el rizo y caricaturizar lo ya previamente caricaturizado, extrayendo con un gran sentido del humor todo el jugo posible a este tipo de producciones protagonizadas por héroes baratos con mallas, y llegando a popularizarse de manera tan sorprendente como inesperada. Me estoy refiriendo, cómo no, a la divertida "Asalto a la corona de Inglaterra".
Honesta y conocedora de sus limitaciones pero también de sus libertades, la película de Sergio Grieco aka Terence Hathaway (1917-1982), se puede entender mucho mejor si tenemos en cuenta las previas incursiones del cineasta italiano en el entrañable subgénero del Eurospy, (con James Bonds de oferta), compartiendo un par de ellas con el mismo actor protagonista, el americano de rasgos angulosos instalado en Italia y con experiencia en Peplums, Roger Browne.
Así pues, con la esencia todavía palpable de sus dos últimas películas con espías conjuntas (ambas en 1966), pero sumándose ahora a la moda de lo superheróico, Grieco y Browne unieron esfuerzos para concebir un film de mixtura caprichosa, un cóctel de subgéneros extintos y efímeros, que coincidieron accidentalmente en el tiempo, y que desembocó en un spoof de irresistible encanto pulp.
Riéndose descaradamente de la mucho más sobria y antipática "Superargo, el hombre enmascarado", nos presentan aquí a Argo-Man, un ¿justiciero? embutido en una elástica amarilla con poderes extrasensoriales e innumerables habilidades que tiene como alter-ego a un inglés multimillonaro de modales exquisitos, el criminólogo Sir Reginald Hoover, que viene con todo el pack (mansión a medida, coleccionista de obras de arte, gadgets high-tech, irresistible playboy, fuma en pipa, servidumbre cómplice...).
Tras una serie de inexplicables robos que están volviendo loco tanto a Scotland Yard como a la policía francesa, éstos unen fuerzas para desenmascarar a la bella Jenabell (Dominique Boschero) y así evitar que robe un gigantesco diamante que podría desencadenar una guerra nuclear y ésta se autoproclame "reina del mundo". Como es fácil suponer, será fundamental la ayuda de Sir Hoover primero (en tareas de especialista en crímenes), y Argoman después para, no solo beneficiarse a la malvada villana, sino de paso evitar males mayores.
No sirve de mucho remarcar el evidente espíritu B que desprende el film, ni las consabidas limitaciones tanto técnicas como económicas del proyecto, por lo que obviaré aspectos de carencias de recursos y/o presupuesto, y más que la forma (que también), me interesa el fondo. Me encanta la idea de que un mismo personaje se dedique a su vez a delinquir y luego a investigar quién delinque, que la villana utilice sus encantos sexuales con la misma libertad que su equivalente masculino, que la trama contenga retazos de naturalezas variopintas (una delirante y maquilladísima mad doctor que replica mandatarios, el robot asesino más torpe de la historia, mamporros all'italiana o un adorable erotismo camp), y que sepa reírse de sí misma a la vez que estructurar medianamente bien una trama sin duda alocada, entretenida y sobre todo, muy divertida si se le sabe poner la lente precisa.
Argoman no solo parece poder controlar con su mente toda clase de tecnologías y jugar con su telequinesis a placer, sino que además presenta una fuerza sobrehumana y una inteligencia superior; pero tiene un punto débil, su kriptonita personal, y es que aunque sutil, en la cinta se nos muestra culebreando la censura con maestría. Al parecer, cuando Sir Reginald Hoover mantiene relaciones y se "desfoga", necesita una serie de horas para "revitalizarse" y así poder volver a ser Argoman, lo que conllevará que le apalicen en un furgón, todo sea dicho de paso.
Como curiosidad, la película tuvo un baile de títulos importante, todo por tratar de rentabilizarla en cada país como fuera necesario. El original italiano fue "Come rubare la corona d'Inghilterra" (Cómo robar la corona de Inglaterra), pero también se la conoce por "Argoman, the fantastic Superman", "Superman le diabolique", "Superman diabolico", "Fantastic Argoman" o incluso "Superman contre les robots".... sea como sea, se trata de un film discreto pero entrañable, divertido e incluso mítico en diminutos círculos, que la proyectan como cinta de culto en pequeños festivales, aunque sea para paladares muy concretos.
JESÚS ÁLVAREZ (SOSPECHOSOS CINÉFAGOS)
Honesta y conocedora de sus limitaciones pero también de sus libertades, la película de Sergio Grieco aka Terence Hathaway (1917-1982), se puede entender mucho mejor si tenemos en cuenta las previas incursiones del cineasta italiano en el entrañable subgénero del Eurospy, (con James Bonds de oferta), compartiendo un par de ellas con el mismo actor protagonista, el americano de rasgos angulosos instalado en Italia y con experiencia en Peplums, Roger Browne.
Así pues, con la esencia todavía palpable de sus dos últimas películas con espías conjuntas (ambas en 1966), pero sumándose ahora a la moda de lo superheróico, Grieco y Browne unieron esfuerzos para concebir un film de mixtura caprichosa, un cóctel de subgéneros extintos y efímeros, que coincidieron accidentalmente en el tiempo, y que desembocó en un spoof de irresistible encanto pulp.
Riéndose descaradamente de la mucho más sobria y antipática "Superargo, el hombre enmascarado", nos presentan aquí a Argo-Man, un ¿justiciero? embutido en una elástica amarilla con poderes extrasensoriales e innumerables habilidades que tiene como alter-ego a un inglés multimillonaro de modales exquisitos, el criminólogo Sir Reginald Hoover, que viene con todo el pack (mansión a medida, coleccionista de obras de arte, gadgets high-tech, irresistible playboy, fuma en pipa, servidumbre cómplice...).
Tras una serie de inexplicables robos que están volviendo loco tanto a Scotland Yard como a la policía francesa, éstos unen fuerzas para desenmascarar a la bella Jenabell (Dominique Boschero) y así evitar que robe un gigantesco diamante que podría desencadenar una guerra nuclear y ésta se autoproclame "reina del mundo". Como es fácil suponer, será fundamental la ayuda de Sir Hoover primero (en tareas de especialista en crímenes), y Argoman después para, no solo beneficiarse a la malvada villana, sino de paso evitar males mayores.
No sirve de mucho remarcar el evidente espíritu B que desprende el film, ni las consabidas limitaciones tanto técnicas como económicas del proyecto, por lo que obviaré aspectos de carencias de recursos y/o presupuesto, y más que la forma (que también), me interesa el fondo. Me encanta la idea de que un mismo personaje se dedique a su vez a delinquir y luego a investigar quién delinque, que la villana utilice sus encantos sexuales con la misma libertad que su equivalente masculino, que la trama contenga retazos de naturalezas variopintas (una delirante y maquilladísima mad doctor que replica mandatarios, el robot asesino más torpe de la historia, mamporros all'italiana o un adorable erotismo camp), y que sepa reírse de sí misma a la vez que estructurar medianamente bien una trama sin duda alocada, entretenida y sobre todo, muy divertida si se le sabe poner la lente precisa.
Argoman no solo parece poder controlar con su mente toda clase de tecnologías y jugar con su telequinesis a placer, sino que además presenta una fuerza sobrehumana y una inteligencia superior; pero tiene un punto débil, su kriptonita personal, y es que aunque sutil, en la cinta se nos muestra culebreando la censura con maestría. Al parecer, cuando Sir Reginald Hoover mantiene relaciones y se "desfoga", necesita una serie de horas para "revitalizarse" y así poder volver a ser Argoman, lo que conllevará que le apalicen en un furgón, todo sea dicho de paso.
Como curiosidad, la película tuvo un baile de títulos importante, todo por tratar de rentabilizarla en cada país como fuera necesario. El original italiano fue "Come rubare la corona d'Inghilterra" (Cómo robar la corona de Inglaterra), pero también se la conoce por "Argoman, the fantastic Superman", "Superman le diabolique", "Superman diabolico", "Fantastic Argoman" o incluso "Superman contre les robots".... sea como sea, se trata de un film discreto pero entrañable, divertido e incluso mítico en diminutos círculos, que la proyectan como cinta de culto en pequeños festivales, aunque sea para paladares muy concretos.
JESÚS ÁLVAREZ (SOSPECHOSOS CINÉFAGOS)
25 de noviembre de 2016
25 de noviembre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Il boia Scarlatto es, sin duda, uno de los ejemplos más pintorescos de la historia del cine de terror gótico italiano. Obra de Massimo Pupillo (también conocido como Max Hunter), el film se estrenó a finales de 1965 en plena ebullición del fumetti neri y en co-producción con Estados Unidos, presentando no sólo una singular y muy libre adaptación de los escritos del Marqués de Sade, sino también por su poco habitual plasmación cinematográfica, ya que acude a muy diversas fuentes de inspiración (desde el péplum al otrora emergente cine erótico).
Filmado en los exteriores del precioso Castillo Piccolomini de Balsorano (ahora convertido en un hotel), Il Boia Scarlatto seduce por su clara composición camp derivada del cómic, más que del uso del lenguaje cinematográfico, con un cierto abuso de los planos muy abiertos, como si las intenciones del director fueran insertar globos de diálogo en los fotogramas cual viñeta.
Un irresistible y arriesgado planteamiento fílmico que desafortunadamente no dio los frutos en su día, pero que, pasados los años y toreada al fin la indeseable censura (que la prohibió durante años por toda Europa), la convierten ahora en un verdadero film de culto, con personalidad y autoridad.
Un flash-back a modo de prólogo nos muestra como en diciembre de 1648, ejecutaban en las catacumbas del castillo a un lunático verdugo por sus atroces crímenes, siendo ajusticiado de una manera no menos cruel a sus antes reprochables e inmisericordes actos.
Ya en la actualidad, observamos como un variopinto grupo de modelos femeninas, un fotógrafo (el propio productor, Ralph Zucker), un escritor y un publicista se dirigen al castillo buscando localizaciones perfectas para ilustrar las portadas de su próxima novela de horror ("La venganza de Skeletrik", nada menos, en clara alusión al antedicho movimiento fumetto).
Una vez en su interior, descubrirán que allí reside, y de manera bastante excéntrica, un musculoso ex-actor que ahora se cree la reencarnación del sádico verdugo, un ser superior que no tardará en aplicar tormento a todos y cada uno de los visitantes hasta causarles una muerte lenta y agónica.
Uno de los puntos fuertes de esta extraña producción es que todo gira en torno al torneado verdugo escarlata, encarnado por el polifacético actor húngaro Miklós Hargitay a.k.a Mickey Hargitay (ex-marido de la accidentada Jayne Mansfield y Mr. Universo en 1955), que a su vez es una simpática caricatura a los clásicos héroes apolíneos que plagaban los ya en decadencia péplums del cine italiano. Su despliegue de vanidad y enfermiza autoestima es parte importante de este delirio fílmico que, de una manera muy personal, lanza una cariñosa crítica a esa peculiar moda del héroe en taparrabos.
Por otro lado, su descaro en los efectos visuales provocará más de una carcajada (en concreto gracias a una inolvidable araña), el diseño de las mazmorras con su sala de torturas y el proceder de los martirios provocados seguro que no dejará a nadie indiferente; pero antes de que caigamos en el rubor más absoluto, debemos comprender la naturaleza de la que proviene, pues se trata, ante todo, de una película-cómic en su amplio sentido camp.
Este cuento de terror de voluntario sarcasmo global, también nos deleita con bellezones de aúpa, calabozos malsanos, guiños a otros fumetti (uno de ellos se embute en el esquelético atuendo tan propio de Kriminal), un buen surtido de horrendas muertes por doquier y asépticas líneas de diálogo de lo más estimables, que invitan no sólo a esbozar una tierna sonrisa de complicidad, sino también a re-descubrir un género, el horror a la italiana, desde un prisma bien distinto (además, no nos olvidemos, con sádicos tormentos a modelos en cueros).
El film, también conocido como "The Bloody Pit of Horror", "The Crimson Executioner", "The Red Hangman", "The Scarlet Hangman", "A Tale of Torture" o "Vierges pour le bourreau", tembló también por la censura, que le amputó casi 9 minutos y que gracias a la buena edición del DVD italiano (con un documental sobre Pupillo más que interesante), se han podido incluir en el apartado de material añadido.
En suma, una obra de lo más bizarra y estimable, que requiere de cierta complicidad con el género abordado pero que deja un buen sabor y varias escenas memorables, además de merecerse, sobradamente, la tan manida etiqueta de película de culto.
SOSPECHOSOS CINÉFAGOS.
Filmado en los exteriores del precioso Castillo Piccolomini de Balsorano (ahora convertido en un hotel), Il Boia Scarlatto seduce por su clara composición camp derivada del cómic, más que del uso del lenguaje cinematográfico, con un cierto abuso de los planos muy abiertos, como si las intenciones del director fueran insertar globos de diálogo en los fotogramas cual viñeta.
Un irresistible y arriesgado planteamiento fílmico que desafortunadamente no dio los frutos en su día, pero que, pasados los años y toreada al fin la indeseable censura (que la prohibió durante años por toda Europa), la convierten ahora en un verdadero film de culto, con personalidad y autoridad.
Un flash-back a modo de prólogo nos muestra como en diciembre de 1648, ejecutaban en las catacumbas del castillo a un lunático verdugo por sus atroces crímenes, siendo ajusticiado de una manera no menos cruel a sus antes reprochables e inmisericordes actos.
Ya en la actualidad, observamos como un variopinto grupo de modelos femeninas, un fotógrafo (el propio productor, Ralph Zucker), un escritor y un publicista se dirigen al castillo buscando localizaciones perfectas para ilustrar las portadas de su próxima novela de horror ("La venganza de Skeletrik", nada menos, en clara alusión al antedicho movimiento fumetto).
Una vez en su interior, descubrirán que allí reside, y de manera bastante excéntrica, un musculoso ex-actor que ahora se cree la reencarnación del sádico verdugo, un ser superior que no tardará en aplicar tormento a todos y cada uno de los visitantes hasta causarles una muerte lenta y agónica.
Uno de los puntos fuertes de esta extraña producción es que todo gira en torno al torneado verdugo escarlata, encarnado por el polifacético actor húngaro Miklós Hargitay a.k.a Mickey Hargitay (ex-marido de la accidentada Jayne Mansfield y Mr. Universo en 1955), que a su vez es una simpática caricatura a los clásicos héroes apolíneos que plagaban los ya en decadencia péplums del cine italiano. Su despliegue de vanidad y enfermiza autoestima es parte importante de este delirio fílmico que, de una manera muy personal, lanza una cariñosa crítica a esa peculiar moda del héroe en taparrabos.
Por otro lado, su descaro en los efectos visuales provocará más de una carcajada (en concreto gracias a una inolvidable araña), el diseño de las mazmorras con su sala de torturas y el proceder de los martirios provocados seguro que no dejará a nadie indiferente; pero antes de que caigamos en el rubor más absoluto, debemos comprender la naturaleza de la que proviene, pues se trata, ante todo, de una película-cómic en su amplio sentido camp.
Este cuento de terror de voluntario sarcasmo global, también nos deleita con bellezones de aúpa, calabozos malsanos, guiños a otros fumetti (uno de ellos se embute en el esquelético atuendo tan propio de Kriminal), un buen surtido de horrendas muertes por doquier y asépticas líneas de diálogo de lo más estimables, que invitan no sólo a esbozar una tierna sonrisa de complicidad, sino también a re-descubrir un género, el horror a la italiana, desde un prisma bien distinto (además, no nos olvidemos, con sádicos tormentos a modelos en cueros).
El film, también conocido como "The Bloody Pit of Horror", "The Crimson Executioner", "The Red Hangman", "The Scarlet Hangman", "A Tale of Torture" o "Vierges pour le bourreau", tembló también por la censura, que le amputó casi 9 minutos y que gracias a la buena edición del DVD italiano (con un documental sobre Pupillo más que interesante), se han podido incluir en el apartado de material añadido.
En suma, una obra de lo más bizarra y estimable, que requiere de cierta complicidad con el género abordado pero que deja un buen sabor y varias escenas memorables, además de merecerse, sobradamente, la tan manida etiqueta de película de culto.
SOSPECHOSOS CINÉFAGOS.
17 de noviembre de 2016
17 de noviembre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al calor de otros forzudos de buen corazón como Hércules, Sansón o el infatigable Ursus, el cine péplum también "resucitó" al personaje de Maciste en la primera mitad de los años 60, llegando a protagonizar hasta una veintena de films (2 de ellos, ya en los 70, perpetrados por nuestro todoterreno Jesús Franco).
El rocoso Maciste, tras su largo periplo por el mudo (27 películas, nada menos), ahora se enfrentaba a un nuevo abanico de variopintos enemigos; cíclopes, vampiros, mongoles o hasta el mismísimo Zorro, y bajaba a los infiernos si era necesario, todo dentro de las libertades que el peculiar género mitológico ofrecía.
La mayoría de estos films, meros exploits a su vez de otros exploits, tenían como protagonista al culturista foráneo de turno, americano o británico, que sin entender demasiado el idioma (se aprendían los textos así, fonéticamente), se prestaban a lucir pectorales dentro de un siempre simpático y bienintencionado producto de serie B sin mayor pretensión.
Dentro del filón Maciste, obviamente hubo de todo; hubieron films regulares, flojos, más o menos interesantes, algunos del todo demenciales o incluso otros muy estimables (caso de "Maciste contra el vampiro", en 1961). Pero sólo uno se atrevió a adentrarse en la ciencia ficción como lo hizo "El Gigante de Metrópolis" años atrás, creando una película del todo inusual y en la que merece la pena detenerse.
"Maciste e la regina di Samar" (literalmente "Maciste y la Reina de Samar"), fue la penúltima producción de la saga, ya en plena decadencia del héroe, e inesperadamente fue una de las más significativas.
De entrada, aquí el fornido justiciero estaba encarnado por uno de los poquísimos actores italianos culturistas, el recientemente desaparecido Sergio Ciani (stunt de Steve Reeves en su día) y que también se concedió el lujo de cambiarse el nombre a uno más cool y de mayor tirón comercial, pasándose a llamar Alan Steel.
Curiosamente, el timón del film lo llevó el experimentado Giacomo Gentilomo (1909–2001), el que fuera co-director del mejor episodio de la franquicia antes citado, y que también tuvo un alter ego anglosajón, de nombre John Gentil.
Para la ocasión, Gentilomo llevó la misión del semidesnudo semidiós a terrenos inexplorados, y decidió que aparte de los estilemas propios del género como la figura del tirano que somete al pueblo (aquí la Reina Samara), el siempre casto flirteo entre el héroe y la estilizada de marras, los sudorosos combates contra seres imposibles o esos inevitables desastres naturales con final feliz donde prevalece el sentimiento de justicia y/o venganza, su film necesitaba condimentarse con nuevos sabores. Ingredientes de otra índole.
Así pues, Maciste acudirá a la llamada del sometido pueblo de Samar, se enamorará de la jovencísima hija del canciller (no sin antes advertir que su edad era, cuanto menos, inapropiada), y se enfrentará a numerosas criaturas, pero, y ahora viene lo curioso, nada es lo que parece a simple vista.
Lo insólito del caso es que la Reina Samara tiene un pacto secreto con seres extraterrestres (de la Luna) para conseguir la vida eterna y como no, más riquezas. Les deberá suministrar cada cierto tiempo un buen surtido de jóvenes para su sacrificio en "la Montaña de la muerte", para que la reina de éstos, Selene, resucite.
Para evitar dicho plan, Maciste deberá enfrentarse, por lo común al galope, con su ejército de hombres-piedra, gorilas dentados, escapar de trampas en subterráneos o conseguir seducir a la soberana en unas escenas para el recuerdo. Además de escapar a los devenires de la caprichosa Naturaleza, siempre causante de numerosos desastres en el último tercio de metraje (en este caso, por una conjunción astral).
Si todavía no os seduce la idea, aún hay más. A todo este desbarajuste conceptual hay que sumarle un incesante desfile de peinados femeninos con sus moños, extensiones y postizos, sonrojantes intrigas palaciegas, divertidos efectos especiales (¡ese inexplicable filtro dorado final!) y escenas de lucha que nos recuerdan inevitablemente al mítico Astérix contra los romanos, tanto en lo referente a su vis cómica como en lo "viñetesco" del enfoque.
Si no fuera por su autoasumida condición de cine menor y una inexplicable falta de pretensiones, estaríamos ante una pieza angular del péplum. De todas formas, y pese a su obvias carencias (dramas blanditos y fallidos, un héroe más tarugo de lo habitual, enemigos de chiste como los gigantes de piedra o una acción muy poco estimulante), se sigue tratando de un film bien curioso e insólito, que traspasa el género al que pertenece y cae simpático por su honestidad.
Sin duda, y pasando por alto el absurdo título español (de fantasmas, nada), sí es de ley resaltar que tuvo un doblaje cariñoso (con nuestra voz de Schwarzenegger en Maciste), aunque requiere de un mejor trato en su edición digital, muy descuidada en general (con sus altibajos de audio, escenas borrosas y demás lindezas del distribuidor).
En definitiva, una pequeña rareza, de impronta pre-fumetti, con altibajos de calidad pero que se disfruta con cariño y deja una balsámica sensación de cine humano y humilde. Que ya es mucho.
El rocoso Maciste, tras su largo periplo por el mudo (27 películas, nada menos), ahora se enfrentaba a un nuevo abanico de variopintos enemigos; cíclopes, vampiros, mongoles o hasta el mismísimo Zorro, y bajaba a los infiernos si era necesario, todo dentro de las libertades que el peculiar género mitológico ofrecía.
La mayoría de estos films, meros exploits a su vez de otros exploits, tenían como protagonista al culturista foráneo de turno, americano o británico, que sin entender demasiado el idioma (se aprendían los textos así, fonéticamente), se prestaban a lucir pectorales dentro de un siempre simpático y bienintencionado producto de serie B sin mayor pretensión.
Dentro del filón Maciste, obviamente hubo de todo; hubieron films regulares, flojos, más o menos interesantes, algunos del todo demenciales o incluso otros muy estimables (caso de "Maciste contra el vampiro", en 1961). Pero sólo uno se atrevió a adentrarse en la ciencia ficción como lo hizo "El Gigante de Metrópolis" años atrás, creando una película del todo inusual y en la que merece la pena detenerse.
"Maciste e la regina di Samar" (literalmente "Maciste y la Reina de Samar"), fue la penúltima producción de la saga, ya en plena decadencia del héroe, e inesperadamente fue una de las más significativas.
De entrada, aquí el fornido justiciero estaba encarnado por uno de los poquísimos actores italianos culturistas, el recientemente desaparecido Sergio Ciani (stunt de Steve Reeves en su día) y que también se concedió el lujo de cambiarse el nombre a uno más cool y de mayor tirón comercial, pasándose a llamar Alan Steel.
Curiosamente, el timón del film lo llevó el experimentado Giacomo Gentilomo (1909–2001), el que fuera co-director del mejor episodio de la franquicia antes citado, y que también tuvo un alter ego anglosajón, de nombre John Gentil.
Para la ocasión, Gentilomo llevó la misión del semidesnudo semidiós a terrenos inexplorados, y decidió que aparte de los estilemas propios del género como la figura del tirano que somete al pueblo (aquí la Reina Samara), el siempre casto flirteo entre el héroe y la estilizada de marras, los sudorosos combates contra seres imposibles o esos inevitables desastres naturales con final feliz donde prevalece el sentimiento de justicia y/o venganza, su film necesitaba condimentarse con nuevos sabores. Ingredientes de otra índole.
Así pues, Maciste acudirá a la llamada del sometido pueblo de Samar, se enamorará de la jovencísima hija del canciller (no sin antes advertir que su edad era, cuanto menos, inapropiada), y se enfrentará a numerosas criaturas, pero, y ahora viene lo curioso, nada es lo que parece a simple vista.
Lo insólito del caso es que la Reina Samara tiene un pacto secreto con seres extraterrestres (de la Luna) para conseguir la vida eterna y como no, más riquezas. Les deberá suministrar cada cierto tiempo un buen surtido de jóvenes para su sacrificio en "la Montaña de la muerte", para que la reina de éstos, Selene, resucite.
Para evitar dicho plan, Maciste deberá enfrentarse, por lo común al galope, con su ejército de hombres-piedra, gorilas dentados, escapar de trampas en subterráneos o conseguir seducir a la soberana en unas escenas para el recuerdo. Además de escapar a los devenires de la caprichosa Naturaleza, siempre causante de numerosos desastres en el último tercio de metraje (en este caso, por una conjunción astral).
Si todavía no os seduce la idea, aún hay más. A todo este desbarajuste conceptual hay que sumarle un incesante desfile de peinados femeninos con sus moños, extensiones y postizos, sonrojantes intrigas palaciegas, divertidos efectos especiales (¡ese inexplicable filtro dorado final!) y escenas de lucha que nos recuerdan inevitablemente al mítico Astérix contra los romanos, tanto en lo referente a su vis cómica como en lo "viñetesco" del enfoque.
Si no fuera por su autoasumida condición de cine menor y una inexplicable falta de pretensiones, estaríamos ante una pieza angular del péplum. De todas formas, y pese a su obvias carencias (dramas blanditos y fallidos, un héroe más tarugo de lo habitual, enemigos de chiste como los gigantes de piedra o una acción muy poco estimulante), se sigue tratando de un film bien curioso e insólito, que traspasa el género al que pertenece y cae simpático por su honestidad.
Sin duda, y pasando por alto el absurdo título español (de fantasmas, nada), sí es de ley resaltar que tuvo un doblaje cariñoso (con nuestra voz de Schwarzenegger en Maciste), aunque requiere de un mejor trato en su edición digital, muy descuidada en general (con sus altibajos de audio, escenas borrosas y demás lindezas del distribuidor).
En definitiva, una pequeña rareza, de impronta pre-fumetti, con altibajos de calidad pero que se disfruta con cariño y deja una balsámica sensación de cine humano y humilde. Que ya es mucho.
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