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7,0
75.934
9
20 de julio de 2015
20 de julio de 2015
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Suspenso, fatiga y tensión psicológica ponen a prueba el límite humano ante la incertidumbre y desesperación. Estar atrapados sin conocer los motivos de su perdición en una sofisticada celda cúbica que cuenta con un sinnúmero de trampas y habitaciones aledañas que podrían resultar letales.
La película transmite en su sofisticado minimalismo visual, una verdadera puesta en escena filosófica oda al pensamiento humano más oscuro: A René Descartes y su genial mentalidad matemática que otorga en la película el motor de acción ; A Friederich Nietszche y la idea del Eterno retorno que en definitiva construye la atmósfera pesimista y claustrofóbica; y a Thomas Hobbes y su conocida premisa de que “El hombre es el lobo del hombre” que termina por rematar este gran relato cúbico al poner en evidencia que no solo el cubo y las trampas de éste son los peligros a vencer, si no que existe uno mucho peor que deberán sobrellevar: ellos mismos. Porque es solo cuestión de tiempo para que la desconfianza y la paranoia vayan haciéndose presentes en sus mentes.
El cubo se trata de una película inteligente y dinámica en donde los personajes van continuamente sorprendiendo. Psicológicamente mutando. Con un leve toque gore que recuerda al cine de Serie B, El cubo deja en claro porqué debe ser considerada una película de culto: estamos frente a una narración a lo rubik. Como el cubo imposible que todos intentamos armar cuando niños. A cada logro, se desordena lo ya conseguido. Cada giro supone un retroceso. Con cada puerta, un nuevo rumbo. El suspenso funciona. La atmósfera funciona. Las trampas funcionan. Los personajes convencen y con un final que te deja reflexionando acerca del sentido de libertad con un desenlace si bien a simple vista inocente, contenedor de toda una crítica a la maldad humana.
*Extraído de Wambollywood.com
La película transmite en su sofisticado minimalismo visual, una verdadera puesta en escena filosófica oda al pensamiento humano más oscuro: A René Descartes y su genial mentalidad matemática que otorga en la película el motor de acción ; A Friederich Nietszche y la idea del Eterno retorno que en definitiva construye la atmósfera pesimista y claustrofóbica; y a Thomas Hobbes y su conocida premisa de que “El hombre es el lobo del hombre” que termina por rematar este gran relato cúbico al poner en evidencia que no solo el cubo y las trampas de éste son los peligros a vencer, si no que existe uno mucho peor que deberán sobrellevar: ellos mismos. Porque es solo cuestión de tiempo para que la desconfianza y la paranoia vayan haciéndose presentes en sus mentes.
El cubo se trata de una película inteligente y dinámica en donde los personajes van continuamente sorprendiendo. Psicológicamente mutando. Con un leve toque gore que recuerda al cine de Serie B, El cubo deja en claro porqué debe ser considerada una película de culto: estamos frente a una narración a lo rubik. Como el cubo imposible que todos intentamos armar cuando niños. A cada logro, se desordena lo ya conseguido. Cada giro supone un retroceso. Con cada puerta, un nuevo rumbo. El suspenso funciona. La atmósfera funciona. Las trampas funcionan. Los personajes convencen y con un final que te deja reflexionando acerca del sentido de libertad con un desenlace si bien a simple vista inocente, contenedor de toda una crítica a la maldad humana.
*Extraído de Wambollywood.com
10
24 de diciembre de 2014
24 de diciembre de 2014
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lagos, Nigeria. Dos asesores alemanes se encuentran hospedados en un hotel por motivos de negocios. Se trata de Frank Öllers y Kai Niederländer, dos compañeros de lo más particulares que reflejan de manera caricaturesca el estereotipo del capitalista exitoso: sin ética ni moral, que se siente un Semi dios, hijo de puta profesional, prepotente, ajeno al mundo y a las consecuencias que puede generar un negocio deshonesto en la población. A ellos se suma Bianca, una hermosa colega de unos treinta años que dice repudiar las conductas de sus colegas. Juntos vivirán una experiencia de lo más inesperada.
La película es muy interesante. Resulta inteligente y mordaz. Con un humor de cinco estrellas tal como el hotel en que se quedan. La historia transcurre durante todo el metraje en las habitaciones de un hotel. Tres personajes que se van trenzando hasta formar cierta camaradería en una situación en donde el futuro se ve frágil y difuso.
La temática de esta cinta alemana es clara: el capitalismo como una enfermedad que hace de los hombres, caníbales. No importa nada más que cerrar negocios lucrativos. ¿Para qué salir del hotel? ¿Es un país tercermundista digno de conocer? ¿Y sus habitantes, son tan humanos como quien viste cuello y corbata? El que no salgan de sus piezas y traten con desdén a los funcionarios refleja la incisiva intención de exponer que para ellos no son más que mano de obra barata y desechable. Para qué prestarles atención. ¿Pero qué sucedería si se viesen inmersos en una situación en donde ignorarlos sea sinónimo de una muerte segura? Por ahí va el asunto a considerar.
A este escenario se suma otro y es precisamente lo que sucede fuera del hotel. Se trata de una subtrama latente e invisible pero no por ello silenciosa: en las convulsionadas calles de Lagos grupos extremistas islámicos han comenzado con las guerrillas. Desde las alturas Frank, Kai y Bianca oyen las metralletas y misiles que poco a poco se van acercando haciendo que la película se vaya haciendo claustrofóbica y que los personajes evolucionen. En definitiva lo que sucede fuera de las inmediaciones del hotel, es lo que permite que la historia se desarrolle. Genial.
El ritmo de la película funciona a la perfección. Con leves cortes en la narración que ayudan a dar un respiro al relato que se aborda. Los diálogos son geniales y las actuaciones sorprenden. Así tenemos a Frank, un intratable violento e irónico que no vacilará en destruir lo que tenga a mano. Kai es más sereno pero imposible más racista y clasista; y finalmente Bianca, una linda mujer que solo es correcta por política.
La película se comunica consigo misma. Y se construye desde adentro: la acción parte desde las ficticias calles nigerianas y el eco que hace la algarabía de las armas rebeldes (que no vemos pero se nos sugiere con ruidos estrepitosos creadores de momentos) que va subiendo hasta las alturas de un hotel pensado para que el turista occidental pueda aislarse y hacer sus negocios tranquilamente.
No puedo no hacer mención sobre el final: brillante, brillante, brillante. Un final así sólo se permite cuando la historia es trabajada con maestría desde el principio. Y este es el caso.
Tiempo de caníbales fue una sorpresa. Queda muy recomendada. Una ácida mirada al capitalismo y su convivencia forzada con la sociedad que sofoca.
Escrita para Wambollywood.com
La película es muy interesante. Resulta inteligente y mordaz. Con un humor de cinco estrellas tal como el hotel en que se quedan. La historia transcurre durante todo el metraje en las habitaciones de un hotel. Tres personajes que se van trenzando hasta formar cierta camaradería en una situación en donde el futuro se ve frágil y difuso.
La temática de esta cinta alemana es clara: el capitalismo como una enfermedad que hace de los hombres, caníbales. No importa nada más que cerrar negocios lucrativos. ¿Para qué salir del hotel? ¿Es un país tercermundista digno de conocer? ¿Y sus habitantes, son tan humanos como quien viste cuello y corbata? El que no salgan de sus piezas y traten con desdén a los funcionarios refleja la incisiva intención de exponer que para ellos no son más que mano de obra barata y desechable. Para qué prestarles atención. ¿Pero qué sucedería si se viesen inmersos en una situación en donde ignorarlos sea sinónimo de una muerte segura? Por ahí va el asunto a considerar.
A este escenario se suma otro y es precisamente lo que sucede fuera del hotel. Se trata de una subtrama latente e invisible pero no por ello silenciosa: en las convulsionadas calles de Lagos grupos extremistas islámicos han comenzado con las guerrillas. Desde las alturas Frank, Kai y Bianca oyen las metralletas y misiles que poco a poco se van acercando haciendo que la película se vaya haciendo claustrofóbica y que los personajes evolucionen. En definitiva lo que sucede fuera de las inmediaciones del hotel, es lo que permite que la historia se desarrolle. Genial.
El ritmo de la película funciona a la perfección. Con leves cortes en la narración que ayudan a dar un respiro al relato que se aborda. Los diálogos son geniales y las actuaciones sorprenden. Así tenemos a Frank, un intratable violento e irónico que no vacilará en destruir lo que tenga a mano. Kai es más sereno pero imposible más racista y clasista; y finalmente Bianca, una linda mujer que solo es correcta por política.
La película se comunica consigo misma. Y se construye desde adentro: la acción parte desde las ficticias calles nigerianas y el eco que hace la algarabía de las armas rebeldes (que no vemos pero se nos sugiere con ruidos estrepitosos creadores de momentos) que va subiendo hasta las alturas de un hotel pensado para que el turista occidental pueda aislarse y hacer sus negocios tranquilamente.
No puedo no hacer mención sobre el final: brillante, brillante, brillante. Un final así sólo se permite cuando la historia es trabajada con maestría desde el principio. Y este es el caso.
Tiempo de caníbales fue una sorpresa. Queda muy recomendada. Una ácida mirada al capitalismo y su convivencia forzada con la sociedad que sofoca.
Escrita para Wambollywood.com

7,3
65.940
7
1 de enero de 2016
1 de enero de 2016
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como ya ha venido haciendo desde Bastardos sin gloria, Quentin Tarantino nuevamente recurre a una historia de época. Esta vez, ambientada en un Estados Unidos convulsionado tras el fin de la Guerra de Secesión y en donde bandidos, forajidos, cazarrecompenzas y un hombre de ley son las piezas que conforman este verdadero tablero de ajedrez.
En pocas palabras la trama es la siguiente: John Ruth (Kurt Russell) es un cazarrecompenzas quien lleva esposado consigo a Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), una fugitiva de la ley, para cobrar su recompensa. Durante su viaje a Red Rock, se encontrará con dos hombres y a causa de una ventisca que se aproxima, buscaran refugio en una mercería en donde se encuentran enigmáticos huéspedes.
Para todos los incondicionales al director, Lo odiosos ocho les resultará buenísima. La formula Tarantino nuevamente en su máximo estado de pureza: diálogos que invitan a ser memorizados y ser considerados para el bronce (incluso por muy absurdos y extensos que pueden resultar), personajes enigmáticos que llaman a la intriga, una generosa porción de referencias a la "Imaginería Tarantino" (como por ejemplo la marca de cigarrillos Red Apple o los caramelos), el sadismo gore, sanguíneo y violento que suele "tomar prestado" del cine japonés de los los setenta, y el empleo magistral de un Mcguffin de lo más particular que recae en la intimidad de uno de los personajes.
En Los odiosos ocho nuevamente Tarantino recluta a sus amigotes: Samuel L. Jackson, Michael Madsen, James Parks y un genial Tim Roth. Al elenco se suma un Kurt Russell bien de cine B. Porque es, en definitiva, el Russell que empleó John Carpenter en La cosa. Está fuera de dudas: nieve, en cautiverio, paranoico. Y si queremos llegar más lejos con esta observación, Ennio Morricone también contribuye con la banda sonora.
Si podríamos catalogarla de un Western propiamente tal, me inclino a que sería demasiado arriesgado caer en ello. Básicamente por la excesiva parsimonia con la que se desarrolla: estructurada en capítulos y con un narrador omnisciente que pareciera tener un control remoto al momento de explicar uno que otro asunto, lo que entorpece y actúa en detrimento a la esencia Western: pocos diálogos, muchas balas. Aquí ocurre lo contrario. Y he aquí la naturaleza híbrida de la cinta: estética western, suspenso a modo de juego psicológico tipo Michael Haneke (específicamente el que logra con Funny games), sumado a un vanidoso guión lleno de violencia que busca destacar.
Y si bien no tiene la potencia del plomo de un Spagetti Western, la acción va latiendo y mancillándose a fuego lento para que, en el momento más inesperado, se desate una verdadera hecatombe de proporciones. ¡Bang, bang!
Los odiosos ocho es una buena película que debería ganar premios o al menos, que sin lugar a dudas se inmortalizará como una imperdible dentro de la filmografía de Tarantino; en parte por ser objetivamente mucho mejor que su antecesora. Y eso ya le juega a favor al momento de ser evaluada, y porque ese nivel de violencia proyectada en una sala de cine... ¡grito y plata!
Quedan ganas de volver a verla.
*extraída de Wambollywood.com
En pocas palabras la trama es la siguiente: John Ruth (Kurt Russell) es un cazarrecompenzas quien lleva esposado consigo a Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), una fugitiva de la ley, para cobrar su recompensa. Durante su viaje a Red Rock, se encontrará con dos hombres y a causa de una ventisca que se aproxima, buscaran refugio en una mercería en donde se encuentran enigmáticos huéspedes.
Para todos los incondicionales al director, Lo odiosos ocho les resultará buenísima. La formula Tarantino nuevamente en su máximo estado de pureza: diálogos que invitan a ser memorizados y ser considerados para el bronce (incluso por muy absurdos y extensos que pueden resultar), personajes enigmáticos que llaman a la intriga, una generosa porción de referencias a la "Imaginería Tarantino" (como por ejemplo la marca de cigarrillos Red Apple o los caramelos), el sadismo gore, sanguíneo y violento que suele "tomar prestado" del cine japonés de los los setenta, y el empleo magistral de un Mcguffin de lo más particular que recae en la intimidad de uno de los personajes.
En Los odiosos ocho nuevamente Tarantino recluta a sus amigotes: Samuel L. Jackson, Michael Madsen, James Parks y un genial Tim Roth. Al elenco se suma un Kurt Russell bien de cine B. Porque es, en definitiva, el Russell que empleó John Carpenter en La cosa. Está fuera de dudas: nieve, en cautiverio, paranoico. Y si queremos llegar más lejos con esta observación, Ennio Morricone también contribuye con la banda sonora.
Si podríamos catalogarla de un Western propiamente tal, me inclino a que sería demasiado arriesgado caer en ello. Básicamente por la excesiva parsimonia con la que se desarrolla: estructurada en capítulos y con un narrador omnisciente que pareciera tener un control remoto al momento de explicar uno que otro asunto, lo que entorpece y actúa en detrimento a la esencia Western: pocos diálogos, muchas balas. Aquí ocurre lo contrario. Y he aquí la naturaleza híbrida de la cinta: estética western, suspenso a modo de juego psicológico tipo Michael Haneke (específicamente el que logra con Funny games), sumado a un vanidoso guión lleno de violencia que busca destacar.
Y si bien no tiene la potencia del plomo de un Spagetti Western, la acción va latiendo y mancillándose a fuego lento para que, en el momento más inesperado, se desate una verdadera hecatombe de proporciones. ¡Bang, bang!
Los odiosos ocho es una buena película que debería ganar premios o al menos, que sin lugar a dudas se inmortalizará como una imperdible dentro de la filmografía de Tarantino; en parte por ser objetivamente mucho mejor que su antecesora. Y eso ya le juega a favor al momento de ser evaluada, y porque ese nivel de violencia proyectada en una sala de cine... ¡grito y plata!
Quedan ganas de volver a verla.
*extraída de Wambollywood.com
10
5 de julio de 2016
5 de julio de 2016
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un enigmático hombre de anteojos viaja a toda velocidad en un Chevy Malibú. Un policía lo detiene. Lo interroga y le pide las llaves para revisar el maletero.
La siguiente escena: ni rastros del oficial, más que sus botas humeando… Así comienza (y engancha de inmediato) Repo man.
El auto en cuestión posee algo tan preciado en el maletero que una organización del gobierno y una extraña mujer, harán lo que sea para recuperarlo; mientras esto sucede, se le ha puesto una recompensa tan alta en dinero, que una banda de antisociales, así como otras compañías de confiscaciones automovilísticas, intentaran lo mismo: adjudicarse el Malibú.
Repo Man está compuesta más que de una gran historia, de varias subtramas las cuales tienen en común precisamente el Chevy como elemento de convergencia, que motiva a los personajes a la acción, y consigue el desarrollo de la historia.
La genialidad de Repo man recae en cómo estas diversas historias van entretejiéndose con acción y suspenso de gran octanaje hasta lograr un cauce lo suficientemente torrentoso para desembocar en el gran desenlace.
La fascinación de Cox por la contracultura punk es sabida. Dentro de su filmografía destaca Sid & Nancy, la historia del bajista de los Sex Pistols y su novia.
Tiempo después hace una película que quedaría en el olvido llamada Straight to Hell, con Joe Strummer como actor principal y en donde también actuaron Elvis Costello, Courtney Love y Grace Jones.
En Repo Man, Cox logra plasmar con éxito la estética punk imperante de la época tanto visual como intelectualmente; jóvenes vestidos de cuero y peinados extravagantes, poseídos por un fuerte nihilísmo autodestructivo que lleva a delinquir y a la violencia extrema.
Este film de Alex Cox recuerda por varios motivos a la posterior joyita de John Carpenter They live, en donde un obrero descubre por medio de unos lentes de sol que los humanos no están solos en la tierra. En Repo Man el objeto es otro. El gran elemento de suspenso y motor de acción con el cual confluyen todas las historias, es un auto Chevy Malibú.
Ambas películas se desarrollan desde la vereda callejera. La clase media y la desmitificación del consumismo mediante una apuesta visual ciertamente innovadora.
Estamos frente a un peliculón. De esos de culto: lleno de frases y diálogos memorables, escenas más que absorbentes, personajes con carácter, una banda sonora que realza la acción. Todo en Repo Man es digno de elogio. Es Ciencia Ficción pura y con sello ochentero. Con acción y un suspenso exquisitamente trabajado bajo un Macguffin digno de Alfred Hitchcock.
La siguiente escena: ni rastros del oficial, más que sus botas humeando… Así comienza (y engancha de inmediato) Repo man.
El auto en cuestión posee algo tan preciado en el maletero que una organización del gobierno y una extraña mujer, harán lo que sea para recuperarlo; mientras esto sucede, se le ha puesto una recompensa tan alta en dinero, que una banda de antisociales, así como otras compañías de confiscaciones automovilísticas, intentaran lo mismo: adjudicarse el Malibú.
Repo Man está compuesta más que de una gran historia, de varias subtramas las cuales tienen en común precisamente el Chevy como elemento de convergencia, que motiva a los personajes a la acción, y consigue el desarrollo de la historia.
La genialidad de Repo man recae en cómo estas diversas historias van entretejiéndose con acción y suspenso de gran octanaje hasta lograr un cauce lo suficientemente torrentoso para desembocar en el gran desenlace.
La fascinación de Cox por la contracultura punk es sabida. Dentro de su filmografía destaca Sid & Nancy, la historia del bajista de los Sex Pistols y su novia.
Tiempo después hace una película que quedaría en el olvido llamada Straight to Hell, con Joe Strummer como actor principal y en donde también actuaron Elvis Costello, Courtney Love y Grace Jones.
En Repo Man, Cox logra plasmar con éxito la estética punk imperante de la época tanto visual como intelectualmente; jóvenes vestidos de cuero y peinados extravagantes, poseídos por un fuerte nihilísmo autodestructivo que lleva a delinquir y a la violencia extrema.
Este film de Alex Cox recuerda por varios motivos a la posterior joyita de John Carpenter They live, en donde un obrero descubre por medio de unos lentes de sol que los humanos no están solos en la tierra. En Repo Man el objeto es otro. El gran elemento de suspenso y motor de acción con el cual confluyen todas las historias, es un auto Chevy Malibú.
Ambas películas se desarrollan desde la vereda callejera. La clase media y la desmitificación del consumismo mediante una apuesta visual ciertamente innovadora.
Estamos frente a un peliculón. De esos de culto: lleno de frases y diálogos memorables, escenas más que absorbentes, personajes con carácter, una banda sonora que realza la acción. Todo en Repo Man es digno de elogio. Es Ciencia Ficción pura y con sello ochentero. Con acción y un suspenso exquisitamente trabajado bajo un Macguffin digno de Alfred Hitchcock.

6,4
56
8
24 de junio de 2016
24 de junio de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
1990. La Unión Soviética está en crisis. A un año de desaparecer, en parte por la Perestroika y el Glasnot (reformas de todo el sistema comunista impulsadas por Gorvachov), Taxi blues expone de manera brillante el surgimiento de un nuevo estado de ánimo en la enigmática sociedad detrás de la cortina de acero. Un nuevo estado de ánimo a consecuencia de la decadencia del modelo que se ve como el gran perdedor de la Guerra Fría el que viene a ser encarnado en la generación del momento. De los jóvenes. Y es allí donde Taxi blues toma su genial premisa: la coexistencia de dos maneras de ser rusos: la dogmática, en donde el ciudadano vive por y para la comunidad; y la actual, que muy por el contrario se basa en la individualidad y el escape a desenfrenado al hedonismo.
La historia aborda de manera brillante esta dicotomía enfermiza. De una superpotencia que se desmoronará al año siguiente de su estreno. Porque la película sin lugar a dudas una radiografía en su máximo estado de pureza de la incertidumbre total. En donde los viejos ven en los jóvenes cáncer. Y en donde estos a su vez ven la podredumbre de lo que no funcionó en las manos y en los ojos de los viejos.
Un taxista soviético
Shlykov es un taxista soviético. Sí. Soviético. Porque él se niega a considerarse ruso. El modelo existe. Y El modelo con el que creció y por el que vive funciona. Con sus reparos pero ahí está: hijo de una revolución.
Maneja un taxi, es parte de un sindicato de taxistas. Ama a una mujer. Vive con lo justo.
Una noche conoce a Lyosha cuando éste no le paga la carrera. Se obsesiona por encontrarlo. Le debe dinero. Y cuando finalmente lo logra, le roba su saxofón. Ahí comienza esta historia de contrastes en donde a ratos pareciera que nada vale la pena. En donde se respira un ambiente hostil.
El taxista ve en el músico decadencia y se siente con el deber de enderezarlo. Así, va construyéndose una relación de padre e hijo que raya en lo enfermiza. De un padre que no es tal pero ve como su deber hacerse cargo de un compañero en problemas. Imponerle el deber ser que la sociedad exige. Y por otro lado tenemos a un músico que todo le importa un carajo.
Un músico ruso
Lyosha en cambio es ruso. Nada tiene que ver con Shykov. Nada. A diferencia del taxista, Lyosha disfruta cada instante como si fuera el último. Él improvisa en todas las esferas de su vida (Y en ello recae su virtuosismo como músico). Bebe vodka como si se tratase de agua y son más las veces en que se encuentra ebrio que sobrio.
Lyosha es músico. Pero músico de blues. Y aquí lo paradójico ya que el blues es por antonomasia un estilo norteamericano. Una forma de expresarse del artista si se le quiere “del otro bando”. Un comunista que toca el saxo como un capitalista. Por ahí va el chiste. Este encantamiento por lo externo. Aún más: por la contraparte. Y comportarse como uno de ellos. Libertinaje absoluto. Individualismo total.
Notas bluseras
Cada que aparece en escena el bronce del saxofón la pantalla inmediatamente se empapa del más exquisito grito de frenesí. Transmite de manera casi eléctrica la pasión de un músico decadente que quiere escapar. Mandar todo a la mierda. Porque cada nota que el instrumento vomita convence y entusiasma. La sociedad está podrida. Para qué seguir con la farsa.
Mediante el desarrollo de la historia, la música va construyendo una atmósfera y generando en el espectador un estado de ánimo que termina por explotar al final de la película. Porque el final es notable. De ese tipo de desenlaces inesperados que te deja atónito. Sin saber qué pensar. Porque el final de esta película es brillante. Y en el cual queda de manifiesto que estamos frente a una obra maestra que nunca fue reconocida.
*Extraído de Wambollywood.com
La historia aborda de manera brillante esta dicotomía enfermiza. De una superpotencia que se desmoronará al año siguiente de su estreno. Porque la película sin lugar a dudas una radiografía en su máximo estado de pureza de la incertidumbre total. En donde los viejos ven en los jóvenes cáncer. Y en donde estos a su vez ven la podredumbre de lo que no funcionó en las manos y en los ojos de los viejos.
Un taxista soviético
Shlykov es un taxista soviético. Sí. Soviético. Porque él se niega a considerarse ruso. El modelo existe. Y El modelo con el que creció y por el que vive funciona. Con sus reparos pero ahí está: hijo de una revolución.
Maneja un taxi, es parte de un sindicato de taxistas. Ama a una mujer. Vive con lo justo.
Una noche conoce a Lyosha cuando éste no le paga la carrera. Se obsesiona por encontrarlo. Le debe dinero. Y cuando finalmente lo logra, le roba su saxofón. Ahí comienza esta historia de contrastes en donde a ratos pareciera que nada vale la pena. En donde se respira un ambiente hostil.
El taxista ve en el músico decadencia y se siente con el deber de enderezarlo. Así, va construyéndose una relación de padre e hijo que raya en lo enfermiza. De un padre que no es tal pero ve como su deber hacerse cargo de un compañero en problemas. Imponerle el deber ser que la sociedad exige. Y por otro lado tenemos a un músico que todo le importa un carajo.
Un músico ruso
Lyosha en cambio es ruso. Nada tiene que ver con Shykov. Nada. A diferencia del taxista, Lyosha disfruta cada instante como si fuera el último. Él improvisa en todas las esferas de su vida (Y en ello recae su virtuosismo como músico). Bebe vodka como si se tratase de agua y son más las veces en que se encuentra ebrio que sobrio.
Lyosha es músico. Pero músico de blues. Y aquí lo paradójico ya que el blues es por antonomasia un estilo norteamericano. Una forma de expresarse del artista si se le quiere “del otro bando”. Un comunista que toca el saxo como un capitalista. Por ahí va el chiste. Este encantamiento por lo externo. Aún más: por la contraparte. Y comportarse como uno de ellos. Libertinaje absoluto. Individualismo total.
Notas bluseras
Cada que aparece en escena el bronce del saxofón la pantalla inmediatamente se empapa del más exquisito grito de frenesí. Transmite de manera casi eléctrica la pasión de un músico decadente que quiere escapar. Mandar todo a la mierda. Porque cada nota que el instrumento vomita convence y entusiasma. La sociedad está podrida. Para qué seguir con la farsa.
Mediante el desarrollo de la historia, la música va construyendo una atmósfera y generando en el espectador un estado de ánimo que termina por explotar al final de la película. Porque el final es notable. De ese tipo de desenlaces inesperados que te deja atónito. Sin saber qué pensar. Porque el final de esta película es brillante. Y en el cual queda de manifiesto que estamos frente a una obra maestra que nunca fue reconocida.
*Extraído de Wambollywood.com
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