Pues sí, hay flores bellas, extrañas, inocentes, cándidas y las tormentas pueden apagar momentáneamente su brillo, pero siguen ahí, flores bellas en el lodo del jardín.
Poppy es como una de esas flores, casi increíble por su belleza, tan alejada de este mundo, como alejado e incomprensible se le presenta a ella, la necesidad que tienen quienes están amargados de apaciguar su frustración haciendo extensible su amargura, y da igual que sea un niño, víctima él mismo de la amargura de sus padres, que un paranoico profesor de autoescuela...
Lo importante es que la película muestra, de una manera sorprendente y a veces destornillante, cómo cada uno puede y debe ser el mismo, a pesar de todo, incluso aunque esa particularidad se exprese, como en el caso de sus compañera y hermana, unas responsable y escéptica la otra malencarada pero libre, en relación a su otra hermana frustrada y manipuladora.

Amenábar es sorprendente, tan tranquilito, tan aparentemente inocente, pero en sus manos, el cine es un arma contundente, el arma del buen arte, la ciencia, la libertad y la razón, es fuerte y pone siempre el dedo en algunas llagas. La película es muy buena, bella, llena de contenido, con una música perfectamente empastada en las imágenes, la cámara contribuye a expresar la dimensión grandiosa de una cultura, sin caer en ningún momento en el exotismo ni en la exageración, propio de otros clichés cinematográficos, la fotografía trasmite de forma magistral el colorido luminoso de un tiempo. Un puntazo para el mejor creador del cine español del momento.