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Críticas ordenadas por utilidad
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7,6
33.030
5
8 de diciembre de 2012
8 de diciembre de 2012
274 de 398 usuarios han encontrado esta crítica útil
VERLO:
No se puede negar que Michael Haneke es un verdadero autor. Sus señas de identidad están intactas en su última película. Los planos largos y desasosegantes, así cómo un perfecto dominio espacial de la vivienda de Georges y Anne, en el que uno diría que puede moverse sin haber estado allí. Uno casi puede recorrer sus estancias y empaparse de la tragedia de la pareja. Haneke se concede incluso algunos segundos magistrales de terror dentro la la propia pesadilla en sí; en una pesadilla dentro de la narración. Todo un prodigio técnico/artístico que me hace darle mi sobresaliente en la realización.
VIVIRLO:
Haneke no me emociona con su película, porque solo cuenta la realidad de la vida. Hace unos años mi abuela enfermó gravemente. De su inicial vitalidad pasó poco a poco a un estado indigno. Recuerdo ayudar a mi madre cuando mi abuela se cagaba y meaba en su habitación, recuerdo sus gritos de locura en mitad de la noche. Gritos desgarradores, sin sentido y escalofriantes, con algunos momentos de lucidez que hacían el martirio practicamente insoportable. Nosotros fuimos durante un año fantasmas al servicio de la muerte, porque finalmente murió.
Me fascina la técnica de Haneke, sus intérpretes, el uso de la cámara y la música clásica en momentos puntuales. Pero no me emociona, porque la realidad diaria supera con creces esta ficción. Además no empatizo con la tragedia, por la aséptica narrativa, que en este caso no beneficia al tejido vivo de la película.
No se puede negar que Michael Haneke es un verdadero autor. Sus señas de identidad están intactas en su última película. Los planos largos y desasosegantes, así cómo un perfecto dominio espacial de la vivienda de Georges y Anne, en el que uno diría que puede moverse sin haber estado allí. Uno casi puede recorrer sus estancias y empaparse de la tragedia de la pareja. Haneke se concede incluso algunos segundos magistrales de terror dentro la la propia pesadilla en sí; en una pesadilla dentro de la narración. Todo un prodigio técnico/artístico que me hace darle mi sobresaliente en la realización.
VIVIRLO:
Haneke no me emociona con su película, porque solo cuenta la realidad de la vida. Hace unos años mi abuela enfermó gravemente. De su inicial vitalidad pasó poco a poco a un estado indigno. Recuerdo ayudar a mi madre cuando mi abuela se cagaba y meaba en su habitación, recuerdo sus gritos de locura en mitad de la noche. Gritos desgarradores, sin sentido y escalofriantes, con algunos momentos de lucidez que hacían el martirio practicamente insoportable. Nosotros fuimos durante un año fantasmas al servicio de la muerte, porque finalmente murió.
Me fascina la técnica de Haneke, sus intérpretes, el uso de la cámara y la música clásica en momentos puntuales. Pero no me emociona, porque la realidad diaria supera con creces esta ficción. Además no empatizo con la tragedia, por la aséptica narrativa, que en este caso no beneficia al tejido vivo de la película.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No me gusta la metáfora de la paloma. Maniquea hasta el paroxismo.

6,8
74.602
4
13 de octubre de 2012
13 de octubre de 2012
115 de 154 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pasados los minutos iniciales, después de la catástrofe, todo se vuelve turbio:
—Enseñe abundantemente las heridas de Naomi, no sea que el espectador no lo pille a la primera.
—Aderece la película con reacciones atificiales: si te encuentras a un herido, arrástrale por el suelo, por el lodo, que sufra, que se oiga bien su sufrimiento.
—Que abunden los primeros planos con ojos llorosos. Que no solo salgan una vez, que sean abundantes y regulares, que se vea lo que el personaje sufre.
—Convierte el melodrama en una caricatura. Invéntate el metamelodrama. Que el dolor sea una caricatura de sí mismo. Ya que hay dolor: ¡QUE GRITE A VOCES!
—Que sea una película resultona, que salga buena casquería de la boca de los intérpretes.
—Que la banda sonora suene potente y sin ton ni son: venga vamos a llorar más.
Con una factura técnica impecable, no es capaz de emocionarme una sola vez por culpa de un mediocre guion. No hay emociones verdaderas en esta película. Todo es humo; hay película, sin embargo no veo una película.
Ahora haga el siguiente experimento:
Reproduzca los primeros minutos de "Mas Allá de la Vida", la película de C. Eastwood. Habrá visto más cine y más dolor que en los 100 que dura la película de J.A. Bayona.
—Enseñe abundantemente las heridas de Naomi, no sea que el espectador no lo pille a la primera.
—Aderece la película con reacciones atificiales: si te encuentras a un herido, arrástrale por el suelo, por el lodo, que sufra, que se oiga bien su sufrimiento.
—Que abunden los primeros planos con ojos llorosos. Que no solo salgan una vez, que sean abundantes y regulares, que se vea lo que el personaje sufre.
—Convierte el melodrama en una caricatura. Invéntate el metamelodrama. Que el dolor sea una caricatura de sí mismo. Ya que hay dolor: ¡QUE GRITE A VOCES!
—Que sea una película resultona, que salga buena casquería de la boca de los intérpretes.
—Que la banda sonora suene potente y sin ton ni son: venga vamos a llorar más.
Con una factura técnica impecable, no es capaz de emocionarme una sola vez por culpa de un mediocre guion. No hay emociones verdaderas en esta película. Todo es humo; hay película, sin embargo no veo una película.
Ahora haga el siguiente experimento:
Reproduzca los primeros minutos de "Mas Allá de la Vida", la película de C. Eastwood. Habrá visto más cine y más dolor que en los 100 que dura la película de J.A. Bayona.

6,6
10.417
8
29 de octubre de 2018
29 de octubre de 2018
52 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
En ocasiones los colores son inseparables. Sobre todo cuando son la cara y la cruz de la misma moneda, y no se puede comprender un lado sin el otro. Un círculo perfecto y sincronizado, condenado a encontrarse una y otra vez, en distintos lugares, distintas ocasiones, distintos estratos sociales, o incluso cuerpos distintos que comparten la misma mente.
Muchas veces no importa el paso del tiempo, o lo que haya sucedido, con tal de no perder la memoria, engendrando una nueva identidad continuadora. Existen vidas que terminan allí dónde empiezan otra nueva. Y es que intentar olvidar no siempre es suficiente, para disipar nuestras más profundas emociones en conexión con una línea de entidad superior.
Carlos Vermut dirige sin que apenas se note su tercera película. Es capaz de unir tiempo y espacio, manejando distintos personajes, líneas argumentales y distintas voces. La Najwa Nimri más contenida en sintonía con Eva Llorach, mientras los fantasmas del pasado se funden con los presentes. Miedos nunca superados, jamás olvidados, al lado de hijos capaz de detonar o detener las pulsiones más básicas, consiguiendo que la rueda no deje de girar en uno u otro sentido. Esas amenazas teñidas de sangre que se esconden tras cuatro paredes, y esos cristales rotos y postizos de puertas, que igual se abren a veces quedan cerradas para siempre.
Planos dibujados de forma quirúrgica, muchas veces sostenidos y ofreciendo pistas para poder reescribir la trama una y otra vez, y no dejar de olvidar. Jamás olvidar. Todo ello utilizando abundancia de planificación larga, fotografía oscura con trazos experimentales, y música perenne que golpea repetidas veces las distintas capas de nuestros cerebros. Voces distintas, voces iguales; karaokes de costa, escenarios de postín. Juntas, en una permanente espiral que no puede aspirar a otra cosa que no sea a completarse.
Preciosa banda sonora minimalista de Alberto Iglesias, que se esconde entre canción y canción, mientras los colores se tornan Ultravioleta; y de forma inexorable se dejan engullir definitivamente por el devenir y el regurgitar de las olas del mar.
Una preciosidad con un sello único. Una pieza de orfebrería para procurar no olvidar.
Muchas veces no importa el paso del tiempo, o lo que haya sucedido, con tal de no perder la memoria, engendrando una nueva identidad continuadora. Existen vidas que terminan allí dónde empiezan otra nueva. Y es que intentar olvidar no siempre es suficiente, para disipar nuestras más profundas emociones en conexión con una línea de entidad superior.
Carlos Vermut dirige sin que apenas se note su tercera película. Es capaz de unir tiempo y espacio, manejando distintos personajes, líneas argumentales y distintas voces. La Najwa Nimri más contenida en sintonía con Eva Llorach, mientras los fantasmas del pasado se funden con los presentes. Miedos nunca superados, jamás olvidados, al lado de hijos capaz de detonar o detener las pulsiones más básicas, consiguiendo que la rueda no deje de girar en uno u otro sentido. Esas amenazas teñidas de sangre que se esconden tras cuatro paredes, y esos cristales rotos y postizos de puertas, que igual se abren a veces quedan cerradas para siempre.
Planos dibujados de forma quirúrgica, muchas veces sostenidos y ofreciendo pistas para poder reescribir la trama una y otra vez, y no dejar de olvidar. Jamás olvidar. Todo ello utilizando abundancia de planificación larga, fotografía oscura con trazos experimentales, y música perenne que golpea repetidas veces las distintas capas de nuestros cerebros. Voces distintas, voces iguales; karaokes de costa, escenarios de postín. Juntas, en una permanente espiral que no puede aspirar a otra cosa que no sea a completarse.
Preciosa banda sonora minimalista de Alberto Iglesias, que se esconde entre canción y canción, mientras los colores se tornan Ultravioleta; y de forma inexorable se dejan engullir definitivamente por el devenir y el regurgitar de las olas del mar.
Una preciosidad con un sello único. Una pieza de orfebrería para procurar no olvidar.

6,9
17.419
6
3 de noviembre de 2024
3 de noviembre de 2024
38 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es ‘Anora’ (Sean Baker, 2024), una película triste desde su concepción hasta su ejecución final. Me cuesta encontrar una sola válvula de escape, partiendo de su arranque y siguiendo ese travelín lateral, donde nos deja a partir del comienzo una retahíla de cuerpos femeninos desnudos sin nombre; mujeres calatas jóvenes en un club que, a ritmo de música electrónica, nos presenta de espaldas a esas desposeídas del American Way of Life. Chicas demasiado jóvenes que, sin más explicación, aparecen bailando y frotándose contra los hombres teñidos de luz roja, en un mísero antro con un falso envoltorio de celofán bonito pero quebradizo; a medida que van apareciendo en tipos, también rojos, los títulos de crédito de apertura.
Un movimiento de cámara que acaba girando sobre sí mismo para presentar a Ani / Anora (Mikey Madison), mientras un cliente anónimo se dedica a fabricar un cinturón de billetes, alrededor del escueto hilo del tanga que circula alrededor de su cintura. Un servicio que acaba y otro que comienza, sin apenas recabar tiempo para conversar con sus compañeras, cuando uno de los proxenetas la reclama para empezar otro turno con un rico joven ruso (Mark Eydelshteyn), aduciendo los orígenes eslavos de esta para hacerle sentir confortable. Un primer encuentro une sus vidas, en una espiral ascendente de “amistad”, en el que las confesiones y las palabras parecen anticipar un futuro prometedor para Ani junto a Ivan.
‘Anora’, parte de los preceptos manidos de: joven de clase baja conoce a hombre rico. La película, Palma de Oro en Cannes 2024, cuenta con guion del propio Sean Baker (‘The Florida Project’, 2017), en un mundo en el que todo se puede comprar a base de efectivo contante, sonante y sin numerar. La exclusividad de Anora, adquirida después de repetidos encuentros sexuales y palabras hueras, ya dentro de los dominios del joven multimillonario. Fiestas, alcohol, sexo y drogas, en un terreno en el que solo se admiten mujeres. La pseudo promesa de un pubescente venido a más, que arrastra a Anora hacia un viaje fugaz a Las Vegas para contraer matrimonio.
“La Cenicienta” de Perrault se deforma, cuando hace aparición la familia de Ivan. Secuestros, maltratos y presiones; matones de medio pelo que hacen y deshacen a su antojo, inmersos en una cuenta atrás antes de que su carroza particular se convierta de nuevo en calabaza. Idas y venidas locas, desapariciones, y anulaciones imposibles. Interpretaciones solventes, con una acertada Mikey Madison a la cabeza. Menos indie de lo que aparenta ser, ‘Anora’, transita los recovecos menos resplandecientes del cuento popular actualizado. Su explosión de diversión es melancolía y profunda tristeza no advertida. Cada paso, cada avance, no hace más que ir deshilachando una promesa envenenada.
La cámara nos hace partícipes, con su tono mate y origen analógico, de una historia de brillo deslucido. Los sueños, en pleno éxtasis, de una veinteañera atrapada en una red de difícil escapatoria. Los pasajes de respiro y ascenso, confluyen en un estado de ánimo aplacado, que se desliza por un torrente subterráneo y asfixiante en la narración. Las numerosas canciones del score se adaptan al estado de ánimo de su protagonista. Y llega la hora bruja, en la que cada campanada devuelve el elemento a su lugar, y nos recuerda, tristemente, aquel sitio del que venimos y del que no es posible salir. Un anillo perdido en manos adecuadas, que nos abofetea en un abrupto pero consecuente final. Quizás, la única manera de emerger de aguas pantanosas.
https://cinemiamor.wordpress.com/2024/11/03/all-the-things-she-said-anora-sean-baker-2024/
Un movimiento de cámara que acaba girando sobre sí mismo para presentar a Ani / Anora (Mikey Madison), mientras un cliente anónimo se dedica a fabricar un cinturón de billetes, alrededor del escueto hilo del tanga que circula alrededor de su cintura. Un servicio que acaba y otro que comienza, sin apenas recabar tiempo para conversar con sus compañeras, cuando uno de los proxenetas la reclama para empezar otro turno con un rico joven ruso (Mark Eydelshteyn), aduciendo los orígenes eslavos de esta para hacerle sentir confortable. Un primer encuentro une sus vidas, en una espiral ascendente de “amistad”, en el que las confesiones y las palabras parecen anticipar un futuro prometedor para Ani junto a Ivan.
‘Anora’, parte de los preceptos manidos de: joven de clase baja conoce a hombre rico. La película, Palma de Oro en Cannes 2024, cuenta con guion del propio Sean Baker (‘The Florida Project’, 2017), en un mundo en el que todo se puede comprar a base de efectivo contante, sonante y sin numerar. La exclusividad de Anora, adquirida después de repetidos encuentros sexuales y palabras hueras, ya dentro de los dominios del joven multimillonario. Fiestas, alcohol, sexo y drogas, en un terreno en el que solo se admiten mujeres. La pseudo promesa de un pubescente venido a más, que arrastra a Anora hacia un viaje fugaz a Las Vegas para contraer matrimonio.
“La Cenicienta” de Perrault se deforma, cuando hace aparición la familia de Ivan. Secuestros, maltratos y presiones; matones de medio pelo que hacen y deshacen a su antojo, inmersos en una cuenta atrás antes de que su carroza particular se convierta de nuevo en calabaza. Idas y venidas locas, desapariciones, y anulaciones imposibles. Interpretaciones solventes, con una acertada Mikey Madison a la cabeza. Menos indie de lo que aparenta ser, ‘Anora’, transita los recovecos menos resplandecientes del cuento popular actualizado. Su explosión de diversión es melancolía y profunda tristeza no advertida. Cada paso, cada avance, no hace más que ir deshilachando una promesa envenenada.
La cámara nos hace partícipes, con su tono mate y origen analógico, de una historia de brillo deslucido. Los sueños, en pleno éxtasis, de una veinteañera atrapada en una red de difícil escapatoria. Los pasajes de respiro y ascenso, confluyen en un estado de ánimo aplacado, que se desliza por un torrente subterráneo y asfixiante en la narración. Las numerosas canciones del score se adaptan al estado de ánimo de su protagonista. Y llega la hora bruja, en la que cada campanada devuelve el elemento a su lugar, y nos recuerda, tristemente, aquel sitio del que venimos y del que no es posible salir. Un anillo perdido en manos adecuadas, que nos abofetea en un abrupto pero consecuente final. Quizás, la única manera de emerger de aguas pantanosas.
https://cinemiamor.wordpress.com/2024/11/03/all-the-things-she-said-anora-sean-baker-2024/
7
1 de agosto de 2022
1 de agosto de 2022
48 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
La exploración de nuevas localizaciones y la necesidad de volver a los sentimientos universales que nos unen. De esta manera podría definir el nuevo trabajo de David Serrano (‘Días de Fútbol’, 2001; ‘Tenemos que Hablar’, 2016), dentro de la incursión del musical al ritmo de Hombres G, creadores indiscutibles de varios himnos del pop-rock en español, con canciones que forman del imaginario indeleble de varias generaciones en varios países. Aquellos pijos acomodados para algunos, transgresores canallas para otros, trazan la recta, aún sin visos de final, creando la banda sonora de numerosas almas que cantaron y soñaron desde los 80 hasta la actualidad; dentro de un sueño que modela una forma de ser y comprender obviando la tecla de stop.
David Serrano nos transporta a dos líneas temporales alejadas en el tiempo. La primera, dentro del inicio de la adolescencia de un grupo de chicos y chicas en el Valladolid de finales de los 80. La historia de David y Layla, compañeros que se encuentran en la misma clase, conectando rápidamente gracias la música de la banda capitaneada por David Summers. Acompañados por Luis, Paco y Fernando, amigos de fatigas, conoceremos el día a día de los pequeños; sus travesuras, el grupo de malotes que acosan sus jornadas escolares, fiestas, casetes de Hombres G, canciones y bailes que inundan los más variados rincones de la ciudad. Nos harán testigos de ese primer amor, aquel que se queda en la memoria y, en cierto modo, se convierte en la vara de medir para toda la vida. Un vivo y colorido retrato, interpretado magníficamente por un elenco infantil que nos contagia su alegría de vivir; con ellos conoceremos también la ida y la pérdida dentro de esa fina línea que suponen los primeros palos de la adultez.
La segunda línea nos muestra a los jóvenes 30 años después de aquel inolvidable encuentro de la infancia. David (Raúl Arévalo) regenta una librería en su Valladolid natal, mientras Layla (Karla Souza) se ha convertido en una directora de éxito en Estados Unidos, a punto de recibir la Espiga de Oro de honor en SEMINCI. Un mensaje de Layla llega al teléfono de David, con la intención de volver a verse unos días antes de celebrarse el Festival de Cine, y reunirse con él y sus amigos.
Serrano dota a la comedia musical de un carácter melancólico, gracias a una rotunda interpretación de Raúl Arévalo, con su voz grave y potente. Son los paseos nocturnos por la ciudad los que acentúan ese aire de pérdida, esas canciones de karaoke con cánticos de batallas pasadas, y esas cenas recordando momentos pretéritos que convierten lo ausente en presente y latido acelerado. Nos muestra pinceladas de sus antiguos compañeros, dando el do de pecho, enriqueciendo una vibrante narración.
Trabajada desde el guion, ofrece una progresión natural de sus personajes. Descacharrantes expresiones propias de los ochenta que todavía se oyen y tienen repercusión en nuestro lenguaje. Deslumbrantes coreografías de baile con banda sonora de excepción, bañados por la luz de la fotografía de Kiko de la Rica. Decenas de bailarines, figurantes y extras, movilizados por los lugares más emblemáticos, alimentan la llama que nunca terminó de apagarse en nuestros protagonistas.
Intercambio de guiones y citas ineludibles. Esa niña que mira desde el cristal del asiento de un cristal de un Ford Fiesta blanco. Ese vehículo de alta gama que se aleja con una mujer; la promesa optimista de un futuro cercano mientras la obligación llama. Una novela, un guion: una bella coincidencia. De momento, ¿por qué no ser amigos? Solo así la espera será más corta y evitaremos para siempre que la carroza se convierta en calabaza.
https://cinemiamor.wordpress.com/2022/08/01/mirada-desde-un-ford-fiesta-blanco-voy-a-pasarmelo-bien-2022-david-serrano/
David Serrano nos transporta a dos líneas temporales alejadas en el tiempo. La primera, dentro del inicio de la adolescencia de un grupo de chicos y chicas en el Valladolid de finales de los 80. La historia de David y Layla, compañeros que se encuentran en la misma clase, conectando rápidamente gracias la música de la banda capitaneada por David Summers. Acompañados por Luis, Paco y Fernando, amigos de fatigas, conoceremos el día a día de los pequeños; sus travesuras, el grupo de malotes que acosan sus jornadas escolares, fiestas, casetes de Hombres G, canciones y bailes que inundan los más variados rincones de la ciudad. Nos harán testigos de ese primer amor, aquel que se queda en la memoria y, en cierto modo, se convierte en la vara de medir para toda la vida. Un vivo y colorido retrato, interpretado magníficamente por un elenco infantil que nos contagia su alegría de vivir; con ellos conoceremos también la ida y la pérdida dentro de esa fina línea que suponen los primeros palos de la adultez.
La segunda línea nos muestra a los jóvenes 30 años después de aquel inolvidable encuentro de la infancia. David (Raúl Arévalo) regenta una librería en su Valladolid natal, mientras Layla (Karla Souza) se ha convertido en una directora de éxito en Estados Unidos, a punto de recibir la Espiga de Oro de honor en SEMINCI. Un mensaje de Layla llega al teléfono de David, con la intención de volver a verse unos días antes de celebrarse el Festival de Cine, y reunirse con él y sus amigos.
Serrano dota a la comedia musical de un carácter melancólico, gracias a una rotunda interpretación de Raúl Arévalo, con su voz grave y potente. Son los paseos nocturnos por la ciudad los que acentúan ese aire de pérdida, esas canciones de karaoke con cánticos de batallas pasadas, y esas cenas recordando momentos pretéritos que convierten lo ausente en presente y latido acelerado. Nos muestra pinceladas de sus antiguos compañeros, dando el do de pecho, enriqueciendo una vibrante narración.
Trabajada desde el guion, ofrece una progresión natural de sus personajes. Descacharrantes expresiones propias de los ochenta que todavía se oyen y tienen repercusión en nuestro lenguaje. Deslumbrantes coreografías de baile con banda sonora de excepción, bañados por la luz de la fotografía de Kiko de la Rica. Decenas de bailarines, figurantes y extras, movilizados por los lugares más emblemáticos, alimentan la llama que nunca terminó de apagarse en nuestros protagonistas.
Intercambio de guiones y citas ineludibles. Esa niña que mira desde el cristal del asiento de un cristal de un Ford Fiesta blanco. Ese vehículo de alta gama que se aleja con una mujer; la promesa optimista de un futuro cercano mientras la obligación llama. Una novela, un guion: una bella coincidencia. De momento, ¿por qué no ser amigos? Solo así la espera será más corta y evitaremos para siempre que la carroza se convierta en calabaza.
https://cinemiamor.wordpress.com/2022/08/01/mirada-desde-un-ford-fiesta-blanco-voy-a-pasarmelo-bien-2022-david-serrano/
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