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7,4
13.232
8
26 de diciembre de 2018
26 de diciembre de 2018
81 de 99 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace algunos años escribí un breve mensaje a la Generalitat de Cataluña preguntando en qué posición legal quedaríamos los descendientes de catalanes ante una eventual independencia. Para mi sorpresa recibí una llamada personal en la que una amable funcionaria me explicó que en Cataluña como en toda Europa, se aplica el derecho de sangre para definir la pertenencia. Es decir se aceptaba el peso del lazo biológico. El tema de la independencia dejó de interesarme, no así el de la pertenencia social ligada a los genes y su trascendencia en las dinámicas familiares. El derecho de sangre reconoce por encima de otros vínculos, una filiación basada en el parentesco biológico. Es común que este nexo de unión sea suficiente para asegurar los cuidados de las personas. Sin embargo en muchas ocasiones no es así. Hirokazu se detiene a considerar estas experiencias. El derecho de sangre puede acabar haciendo sangre. Puede hurtar los derechos a los que no corren por las mismas venas y avasallar mediante lealtades a los consanguíneos convirtiendo la pertenencia en propiedad. El derecho de sangre tiene su origen en el patriarcado que asegura su continuidad con la simiente y rechaza violentamente cualquier intento advenedizo que mezcle sangres. En un análisis Max Weber, explora las relaciones de continuidad del patriarcado con el patrimonialismo ya que la herencia material va ligada a la biológica manteniendo las diferencias de clase de generación en generación. Los curiosos personajes de Hirokazu cuestionan profundamente la naturaleza de los vínculos y crean un universo alternativo en el cuales las personas se encuentran unidas por las heridas comunes, el afecto, la libertad y la supervivencia en un mundo marginal pero bello.

8,0
75.268
7
5 de octubre de 2019
5 de octubre de 2019
53 de 75 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todd Phillips dirige esta alegoría sobre los orígenes de la violencia con Joaquin Phoenix en una excelente eclosión de histrionismo que parece ser del agrado de Hollywood y del carnaval de Venecia que gusta de las mascaradas. La exposición de cómo se realiza la transición desde una personalidad pre-mórbida hasta un asesino consumado, se establece mediante la secuencia de episodios de humillación, desprecio, agresión gratuita, y el engaño reiterado por personas significativas que sufre el protagonista hasta que la consecuencia lógica de estas premisas no puede ser otra que un sujeto que expresa una intensa violencia como respuesta defensiva de sí mismo y como factor purificador necesario de las maldades de un mundo viciado. Esta lógica aplastante parece convencernos a todos. El contexto social norteamericano brinda la salida habitual de un héroe solitario, incomprendido y asesino que es el revulsivo para que todo siga igual ya que las bases de la sociedad que lo rodea son incuestionables, solamente es necesaria cierta depuración. La película en este sentido, es estéril. Sin embargo escondido tras bambalinas, hay un personaje curioso que ha recibido las mismas humillaciones que el joker, que además contempla sus resoluciones de violencia extrema sin modificar su sentido de bondad: el enano. La extrañeza que nos produce su reacción, cuestiona la tesis de la película abriéndonos un mundo más allá de la certera lógica de mal. ¿De dónde surgen los hombres buenos?

6,5
5.375
9
6 de noviembre de 2019
6 de noviembre de 2019
26 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película británica dirigida por Gavin Hood. Excelente film, en cuanto a su contenido, interpretación y tensión narrativa, que a través de la experiencia de Katherine Gunn, similar a las de Snowden y Assange, nos obliga a meditar sobre el uso perverso y paradójico que hacen los políticos y los poderes financieros del secreto de estado. Este uso fraudulento del secreto, consciente de su malignidad, se blinda con las leyes para hacerse incuestionable e invulnerable a la lógica y moral de los intereses públicos. El secreto de estado se establece sobre una paradoja: ocultar al público lo que le pertenece y repercute. Por tanto el secreto de estado siempre va contra el pueblo y forma parte de la corrupción profunda de los estados. La publicidad de los actos de estado se convierte en un elemento esencial de todo Estado de derecho. 'Son injustas todas las acciones que se refieren al derecho de otras personas cuyos principios no soportan ser publicados,' afirmaba Kant elevando la publicidad de las intenciones y decisiones de los gobiernos a la categoría de principio trascendental, es decir, una exigencia previa a cualquier consideración práctica. Película necesaria para concienciarnos de la fragilidad de nuestras democracias.

7,2
17.589
9
26 de septiembre de 2021
26 de septiembre de 2021
32 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta excelente película dirigida por Icíar Bollaín corresponsable del guion, e interpretada de forma magistral por Blanca Portillo y Luis Tosar en los personajes más destacados, nos lleva a meditar cuando menos en tres aspectos esenciales que han afectado a la humanidad a lo largo de su historia: la colonización mental de los individuos y del discurso social por parte de estructuras ideológicas totalitarias fundamentadas en conceptos mitificados, útiles en cierto modo pero falsos como, dios, patria, raza o clase, que definen las identidades de pertenencia y justifican el exterminio de los ajenos y herejes y la complacencia de los propios; la extraña y tortuosa senda que conduce a la toma de conciencia de los propios errores y crímenes y que capacita para asumir la experiencia desde una perspectiva que incluye la vivencia de otros; y, las condiciones de posibilidad para el arrepentimiento, el perdón y la restauración. Icíar Bollaín mantiene el pulso de una narración muy bien organizada, convincente, que permite al espectador hacerse cargo de estos tres temas que le conciernen y apelan a una toma de posición ante el sufrimiento. El pensamiento totalitario sumerge a sus súbditos en una cárcel mental que impide asimilar la realidad del sufrimiento que genera y encuentra justificaciones en sus mitos. Stefan Sweig recuerda una y otra vez al mundo, un mundo que sólo ve los monumentos de los vencedores, que quienes construyen sus dominios sobre las tumbas y las existencias destrozadas de millones de seres no son los verdaderos héroes, sino aquellos otros que sin recurrir a la fuerza sucumbieron frente al poder de la brutalidad y, sin embargo, anuncian el advenimiento de una mejor humanidad. Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre, argumentaba Castellion a Calvino. Darse cuenta del propio error, de la propia monstruosidad, asumir que se es un verdugo injustificable, que la acusa defendida era un proceder asesino y equivocado, observar el daño provocado en seres humanos concretos, en definitiva, acceder a una conciencia moral, es una dolorosa experiencia de madurez que pocos alcanzan. El sufrimiento derivado de esta conciencia acaba convirtiendo al verdugo en victima pues al castigo legal se le añade la asumida reprensión ética. Precisamente este es el momento en que el perdón de los afectados es capaz de desatar ese lazo para, aunque la justicia siga su curso, el reo vaya en paz y la victima recupere la libertad a la que la ofensa terrible la abocó.

6,3
1.973
8
12 de octubre de 2016
12 de octubre de 2016
18 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dramatización escrita y dirigida por Terence Davies recreando la vida de la poetisa americana del siglo XIX Emily Dickinson. Más que ante un apasionamiento por algo, la película nos sitúa ante un gran padecimiento derivado del conflicto entre la ley y el deseo, entre el amor y el repudio, entre la libertad y la seguridad y, en fin, entre la vida y la muerte. Max Weber sostenía que la Reforma no significó la eliminación del poder eclesiástico sobre la vida, sino su sustitución por otro que habría de intervenir de modo infinitamente mayor en todas las esferas de la vida pública y privada, sometiendo a regulación onerosa y minuciosa la conducta individual. Esta exigencia sobre el individuo lo convierte, paradójicamente, en un absoluto, un absoluto solitario. Weber atribuye al calvinismo ascético el origen de la racionalidad occidental en su proceso de desencantamiento del mundo y, posteriormente, de la propia comprensión de Dios. Un mundo en orden que, paradójicamente, no tiene permiso para disfrutar porque no deja de ser un mundo caído. Orden que acabará por no dejar lugar a Dios abandonando al individuo ante su angustia. Emily Dickinson vive en su experiencia ambas presiones, la dogmática y la individualizadora, no pudiendo hallar conciliación salvo en su poesía. Hereda de Calvino el rechazo de sí misma pero al no alcanzar a disolver su identidad en el Otro, se queda en un páramo existencial arrojada hacia la muerte, arrojada a la condenación que teme y a la vez denuncia como absurda. Pearl S. Buck refleja esta misma tensión en la magnífica biografía de sus padres, El espíritu y la carne, en la que ella se asoma reiteradamente, moviéndose entre el desprecio por la vida terrenal de su padre y el amor por la belleza y el arte de su madre. Tensión que se vive en la culpa por perder una u otra parte y que ella resuelve mediante un ejercicio hermenéutico liberal en sus Comentarios a los Evangelios. En Dickinson, el temor a perder el cobijo de su familia, unido al dolor por su fealdad y la inquietud que le causa adentrarse en un mundo hostil, la lleva a recluirse en la casa de sus padres primero, luego en su habitación y al final en su mente de donde sale tan solo de noche, para escribir. Sus propuestas quedan extenuadas en un ámbito cada vez más reducido. Una fantasía uterina. La obra de arte no procede de la contemplación de la belleza sino de la experiencia del dolor y la huida desde la fealdad que parecen más extensos y permanentes.
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