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Críticas ordenadas por utilidad
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8
8 de julio de 2013
8 de julio de 2013
33 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los anteriores usuarios ya han comentado casi todos los detalles importantes sobre esta película.
Pero hay una cosa que me llamó la atención desde el primer momento y que luego no he visto en ninguna crítica. Nadie nunca ha mencionado algo que a mí me parece bastante claro. Tal vez estoy pasándome de rosca pero he aquí una teoría sobre el enigmático personaje de Marlene:
Pero hay una cosa que me llamó la atención desde el primer momento y que luego no he visto en ninguna crítica. Nadie nunca ha mencionado algo que a mí me parece bastante claro. Tal vez estoy pasándome de rosca pero he aquí una teoría sobre el enigmático personaje de Marlene:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El personaje de Marlene, la enigmática sirvienta de Petra von Kant ha sido analizado por multitud de críticos como un estudio del amor sumiso, pero me ha llamado muchísimo la atención ciertas cosas que Marlene hace, y sobre todo el momento en el que las hace.
Primero, la actriz que lo interpreta tiene unos rasgos más bien ambiguos.
Segundo, siempre está haciendo algún trabajo del hogar y obedeciendo puntualmente las órdenes de Petra.
Los únicos momentos en los que se detiene en su quehacer son los siguientes:
-Minuto 15 de película: Petra recibe la visita de su amiga Sidonie y vemos en el primer término del plano a Marlene escuchando su conversación, que trata el ex-marido de Petra. Marlene parece sufrir escuchando esto.
-Minuto 29: Petra sigue hablando sobre su ex-marido. En cierto momento menciona como él se comportaba de manera ridícula y cómo Petra disfrutaba con ello, humillándole. Justo cuando dice esto, Marlene, que había estado en segundo término del plano trabajando, se detiene y escucha atentamente. Para potenciar aún más el efecto, la cámara se acerca y enfoca a Marlene.
-Minuto 61: Una vez más, Marlene está en segundo plano escribiendo a máquina. Petra, delante, nos habla esta vez de su primer marido y padre de su hija.
Justo en el momento en el que lo menciona, Marlene deja de teclear y escucha atentamente.
-Minuto 102: Es el cumpleaños de Petra y su hija viene a visitarla. Marlene, por primera vez en toda la película, después de traer una bandeja con bebidas y pastas para la visita se queda sentada, junto a Petra y su hija, en vez de retirarse discretamente, como debe hacer una buena sirvienta.
Petra debe gritar a Marlene que se vaya.
-Y por último, al final, cuando Marlene decide hacer las maletas y abandonar a Petra suena la canción de The Platters "The great pretender" (el gran farsante, o el gran fingidor)
Vamos, que a mí la impresión que me da es que Marlene es el ex-marido y padre de la hija de Petra von Kant travestido
Primero, la actriz que lo interpreta tiene unos rasgos más bien ambiguos.
Segundo, siempre está haciendo algún trabajo del hogar y obedeciendo puntualmente las órdenes de Petra.
Los únicos momentos en los que se detiene en su quehacer son los siguientes:
-Minuto 15 de película: Petra recibe la visita de su amiga Sidonie y vemos en el primer término del plano a Marlene escuchando su conversación, que trata el ex-marido de Petra. Marlene parece sufrir escuchando esto.
-Minuto 29: Petra sigue hablando sobre su ex-marido. En cierto momento menciona como él se comportaba de manera ridícula y cómo Petra disfrutaba con ello, humillándole. Justo cuando dice esto, Marlene, que había estado en segundo término del plano trabajando, se detiene y escucha atentamente. Para potenciar aún más el efecto, la cámara se acerca y enfoca a Marlene.
-Minuto 61: Una vez más, Marlene está en segundo plano escribiendo a máquina. Petra, delante, nos habla esta vez de su primer marido y padre de su hija.
Justo en el momento en el que lo menciona, Marlene deja de teclear y escucha atentamente.
-Minuto 102: Es el cumpleaños de Petra y su hija viene a visitarla. Marlene, por primera vez en toda la película, después de traer una bandeja con bebidas y pastas para la visita se queda sentada, junto a Petra y su hija, en vez de retirarse discretamente, como debe hacer una buena sirvienta.
Petra debe gritar a Marlene que se vaya.
-Y por último, al final, cuando Marlene decide hacer las maletas y abandonar a Petra suena la canción de The Platters "The great pretender" (el gran farsante, o el gran fingidor)
Vamos, que a mí la impresión que me da es que Marlene es el ex-marido y padre de la hija de Petra von Kant travestido
6
15 de septiembre de 2022
15 de septiembre de 2022
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empecemos por lo obvio: Matrix Resurrections es una película innecesaria, y eso es una de las peores cosas que se pueden decir de una obra de arte. Más aún, como su nuevo Morfeo, es un quiero y no puedo. Como Neo, es vieja y ya no es lo que era. Como al nuevo Agente Smith, le falta carisma.
Y sin una sola traza de ironía, pienso que deberíamos darle las gracias a Lana Wachowski por Matrix Resurrections. Porque es la mejor continuación posible de una historia imposible de continuar.
Porque, como bien dice Smith en su primera aparición, esta cuarta parte habría sido filmada sí o sí, con las Wachowski o sin ellas. O peor aún, habrían rodado un reboot con, qué sé yo, Tom Holland interpretando a Neo.
Ese primer diálogo entre Smith y Neo, cuando aún son jefe y empleado de una empresa de videojuegos, es un delicioso dedo corazón arriba en la cara de Warner y de una industria que parece haber adoptado métodos de producción propios de una churrería. Y toda la secuencia narrativa siguiente sobre tormentas de ideas para el nuevo videojuego demuestra que los guionistas entienden perfectamente lo que está pasando aquí y quieren que nosotros lo entendamos también. Se preguntan qué se puede hacer con una historia cuando ya está contado todo. Porque lo que se espera de ellos es que revivan un cadáver, literal y metafórico.
Y como Neo, Wachowski se resiste a hacerlo hasta que no le queda otra opción. Porque si Matrix nos daba la ilusión de una eleccion binaria (pastilla roja-pastilla azul), Matrix Resurrections deja claro de manera muy poco sutil que, en realidad, nunca hubo verdadera libertad de elección. Porque una de las opciones es tan mala que ni siquiera cuenta como opción. Wachowski tuvo que rodar esta cuarta parte porque la otra opción era sencillamente dejar que un comité de ejecutivos mancillara su obra. Neo se vuelve a tomar la pastilla roja porque la alternativa es pasarse la vida tomándose pastillas azules y sintiéndose desgraciado y fuera de lugar.
El universo de Matrix trata sobre capas de realidades que se superponen. Hasta ahora conocíamos dos (el mundo real y Matrix). Ahora esta película añade una tercera de la única manera lógica posible: metaficción. Como a Alicia, a los despiertos por primera vez les hace falta un espejo para pasar de una capa a otra. Como en Black Mirror, nuestra pantalla es el espejo. La primera media hora de metraje nos lo muestra. Vemos un reflejo de cómo nosotros, los espectadores, reaccionamos en su momento ante la trilogía original. Puede que no nos guste lo que veamos. El mundo de Matrix Resurrections ha jugado a los videojuegos creados por Thomas Anderson. Juegos fotorrealistas que cuestionan las barreras entre ficción y realidad. Pero nadie parece plantearse a su vez si están viviendo también en una simulación fotorrealista. Nadie ve la verdad aunque la tengan delante de sus narices. Un rebaño feliz siendo controlado.
Desgraciadamente, pero no sorpresivamente, este tono reflexivo es abandonado. También ocurría en la primera película. Pero esta jugaba con ventaja. Nos tenía atrapados descubriendo cuán profunda era la madriguera del conejo e incluso cuando la hora de las preguntas terminó y empezó la ensalada de tiros, aún nos podíamos agarrar a una estética visual intachable, a unos efectos especiales innovadores, a una música memorable, a unas coreografías de combate imaginativas. Nada de eso tiene Matrix Resurrections. Bueno sí, tiene al maravilloso Neil Patrick Harris como el Analista, muchísimo mejor que el Arquitecto de la segunda parte, pero no es suficiente.
Además, que la película sea autoconsciente y se dé cuenta de su propia innecesariedad no la redime. Es como ese cuñado borracho que dice "Es que yo canto muy mal" justo antes de torturarnos durante 5 minutos en un karaoke. La excusa para tener a Neo y Trinity de vuelta no es que suene a explicación de serial radiofónico, es que lo es. Las máquinas los reviven porque sí. Porque pueden. Un Deus ex Machina, o debería decir un Machina ex Machina, primero en off y luego en flashback. Un desastre ¿Pero se les ocurre otra idea mejor? A mí no.
Por otro lado, la vuelta de la pareja protagonista sirve para que Matrix Resurrections se convierta en una especie de Los Puentes de Madison ciberpunk. De hecho, creo que es una pena que no se le haya dedicado más metraje a esta historia de amor de mediana edad, algo poco habitual en un blockbuster y que habría hecho ganar un par de puntos a la película. También es un buen resumen: una película que tenía buenas ideas pero eran muy arriesgadas y al final tiró por el camino fácil.
Y sin una sola traza de ironía, pienso que deberíamos darle las gracias a Lana Wachowski por Matrix Resurrections. Porque es la mejor continuación posible de una historia imposible de continuar.
Porque, como bien dice Smith en su primera aparición, esta cuarta parte habría sido filmada sí o sí, con las Wachowski o sin ellas. O peor aún, habrían rodado un reboot con, qué sé yo, Tom Holland interpretando a Neo.
Ese primer diálogo entre Smith y Neo, cuando aún son jefe y empleado de una empresa de videojuegos, es un delicioso dedo corazón arriba en la cara de Warner y de una industria que parece haber adoptado métodos de producción propios de una churrería. Y toda la secuencia narrativa siguiente sobre tormentas de ideas para el nuevo videojuego demuestra que los guionistas entienden perfectamente lo que está pasando aquí y quieren que nosotros lo entendamos también. Se preguntan qué se puede hacer con una historia cuando ya está contado todo. Porque lo que se espera de ellos es que revivan un cadáver, literal y metafórico.
Y como Neo, Wachowski se resiste a hacerlo hasta que no le queda otra opción. Porque si Matrix nos daba la ilusión de una eleccion binaria (pastilla roja-pastilla azul), Matrix Resurrections deja claro de manera muy poco sutil que, en realidad, nunca hubo verdadera libertad de elección. Porque una de las opciones es tan mala que ni siquiera cuenta como opción. Wachowski tuvo que rodar esta cuarta parte porque la otra opción era sencillamente dejar que un comité de ejecutivos mancillara su obra. Neo se vuelve a tomar la pastilla roja porque la alternativa es pasarse la vida tomándose pastillas azules y sintiéndose desgraciado y fuera de lugar.
El universo de Matrix trata sobre capas de realidades que se superponen. Hasta ahora conocíamos dos (el mundo real y Matrix). Ahora esta película añade una tercera de la única manera lógica posible: metaficción. Como a Alicia, a los despiertos por primera vez les hace falta un espejo para pasar de una capa a otra. Como en Black Mirror, nuestra pantalla es el espejo. La primera media hora de metraje nos lo muestra. Vemos un reflejo de cómo nosotros, los espectadores, reaccionamos en su momento ante la trilogía original. Puede que no nos guste lo que veamos. El mundo de Matrix Resurrections ha jugado a los videojuegos creados por Thomas Anderson. Juegos fotorrealistas que cuestionan las barreras entre ficción y realidad. Pero nadie parece plantearse a su vez si están viviendo también en una simulación fotorrealista. Nadie ve la verdad aunque la tengan delante de sus narices. Un rebaño feliz siendo controlado.
Desgraciadamente, pero no sorpresivamente, este tono reflexivo es abandonado. También ocurría en la primera película. Pero esta jugaba con ventaja. Nos tenía atrapados descubriendo cuán profunda era la madriguera del conejo e incluso cuando la hora de las preguntas terminó y empezó la ensalada de tiros, aún nos podíamos agarrar a una estética visual intachable, a unos efectos especiales innovadores, a una música memorable, a unas coreografías de combate imaginativas. Nada de eso tiene Matrix Resurrections. Bueno sí, tiene al maravilloso Neil Patrick Harris como el Analista, muchísimo mejor que el Arquitecto de la segunda parte, pero no es suficiente.
Además, que la película sea autoconsciente y se dé cuenta de su propia innecesariedad no la redime. Es como ese cuñado borracho que dice "Es que yo canto muy mal" justo antes de torturarnos durante 5 minutos en un karaoke. La excusa para tener a Neo y Trinity de vuelta no es que suene a explicación de serial radiofónico, es que lo es. Las máquinas los reviven porque sí. Porque pueden. Un Deus ex Machina, o debería decir un Machina ex Machina, primero en off y luego en flashback. Un desastre ¿Pero se les ocurre otra idea mejor? A mí no.
Por otro lado, la vuelta de la pareja protagonista sirve para que Matrix Resurrections se convierta en una especie de Los Puentes de Madison ciberpunk. De hecho, creo que es una pena que no se le haya dedicado más metraje a esta historia de amor de mediana edad, algo poco habitual en un blockbuster y que habría hecho ganar un par de puntos a la película. También es un buen resumen: una película que tenía buenas ideas pero eran muy arriesgadas y al final tiró por el camino fácil.
1
12 de noviembre de 2023
12 de noviembre de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soy plenamente consciente del prestigio que tiene Deseret y, no pretendo presumir, pero soy capaz de apreciar y disfrutar películas que la mayoría de la gente consideraría aburridas o demasiado complejas. Y no porque crea que soy más cinéfilo que nadie, sino porque cada uno tiene su sensibilidad artística y es muy respetable.
Pero que me perdonen, soy absolutamente incapaz de disfrutar de Deseret. Si James Benning quiso crear una obra personal, experimental y arriesgada, pues es justo que mi crítica también lo sea. Deseret me parece anticine, y no en el buen sentido.
No es que sea aburrida (que lo es), es que es pretenciosa hasta el punto de renunciar a la mayoría de los elementos del lenguaje cinematográfico creado con esfuerzo y talento desde Melies hasta Haneke, pasando por Griffith, Renoir, Hitchcock, Goddard o Scorsese. Deseret se cree tan genial que limita su propuesta a imágenes estáticas y una voz en off que lee artículos de prensa.
Y sí, no soy tan tarugo como para no apreciar la sinergia que se crea entre las palabras y las imágenes en Deseret. A veces ambos discursos van de la mano y crecen por su unión, otras veces crean contradicciones o contrastes que pretenden ser irónicos, paradójicos o críticos.
Los textos están bien elegidos para ser una narración cronológica del estado de Utah, y las imágenes se van sucediendo en un montaje con sentido del ritmo creado por la voz. Da la sensación de que el director se esforzó en elegir las imágenes y los textos para que juntos lograran una especie de síntesis hegeliana (es decir, la culminación del choque dialéctico entre una tesis y una antítesis). Si la película se permite ser pretenciosa y pedante, pues yo también.
Mi problema principal con Deseret es mi idea de lo que debe ser el arte.
¿Por qué algunas actividades que requieren talento y dedicación son consideradas arte y otras no?
O mejor aún ¿Qué es lo que separa un arte de otro?
Su lenguaje.
Intenta recrear El jardín de las delicias de El Bosco sin usar pinceladas, manchas de color y composición pictórica.
¿Cómo lo harías? Podrías reunir a un montón de gente y ponerlos a posar como los personajes del cuadro, pero entonces estarías creando una obra de teatro o performance. Y probablemente, el espectador no podría abarcar con la mirada todo el conjunto. Además, el maquillaje y otros efectos escénicos serían demasiado evidentes para él. La suspensión de la incredulidad no es igual para mirar un lienzo con pintura encima que para ver unos actores quietos en mitad de una sala manteniendo una postura.
Y ahora véndeme ese conjunto de gente y decorado como si fuera un cuadro. Pues no, no lo sería. Si aún así te empeñas en colármelo como pintura, recibirá una mala crítica, porque no usa las técnicas y lenguaje pictóricos.
Deseret no usa lenguaje cinematográfico. Deseret podría representarse en una sala de conferencias con un proyector de diapositivas y un señor con un micrófono y un guión delante. Intenta hacer eso mismo con El Tercer Hombre, de Carol Reed, sin que se convierta en teatro malo.
Una obra que dice que es cine pero que podría representarse usando el lenguaje de otro arte o actividad diferente no es cine.
Así que no puedo puntuar a una exposición de diapositivas glorificada como si fuera cine. Cuando exista la web PowerPoint Affinity quizá le ponga un 10 a Deseret. Pero en Film Affinity no tengo más remedio que ponerle un 1 (y porque no me dejan poner un cero)
Pero que me perdonen, soy absolutamente incapaz de disfrutar de Deseret. Si James Benning quiso crear una obra personal, experimental y arriesgada, pues es justo que mi crítica también lo sea. Deseret me parece anticine, y no en el buen sentido.
No es que sea aburrida (que lo es), es que es pretenciosa hasta el punto de renunciar a la mayoría de los elementos del lenguaje cinematográfico creado con esfuerzo y talento desde Melies hasta Haneke, pasando por Griffith, Renoir, Hitchcock, Goddard o Scorsese. Deseret se cree tan genial que limita su propuesta a imágenes estáticas y una voz en off que lee artículos de prensa.
Y sí, no soy tan tarugo como para no apreciar la sinergia que se crea entre las palabras y las imágenes en Deseret. A veces ambos discursos van de la mano y crecen por su unión, otras veces crean contradicciones o contrastes que pretenden ser irónicos, paradójicos o críticos.
Los textos están bien elegidos para ser una narración cronológica del estado de Utah, y las imágenes se van sucediendo en un montaje con sentido del ritmo creado por la voz. Da la sensación de que el director se esforzó en elegir las imágenes y los textos para que juntos lograran una especie de síntesis hegeliana (es decir, la culminación del choque dialéctico entre una tesis y una antítesis). Si la película se permite ser pretenciosa y pedante, pues yo también.
Mi problema principal con Deseret es mi idea de lo que debe ser el arte.
¿Por qué algunas actividades que requieren talento y dedicación son consideradas arte y otras no?
O mejor aún ¿Qué es lo que separa un arte de otro?
Su lenguaje.
Intenta recrear El jardín de las delicias de El Bosco sin usar pinceladas, manchas de color y composición pictórica.
¿Cómo lo harías? Podrías reunir a un montón de gente y ponerlos a posar como los personajes del cuadro, pero entonces estarías creando una obra de teatro o performance. Y probablemente, el espectador no podría abarcar con la mirada todo el conjunto. Además, el maquillaje y otros efectos escénicos serían demasiado evidentes para él. La suspensión de la incredulidad no es igual para mirar un lienzo con pintura encima que para ver unos actores quietos en mitad de una sala manteniendo una postura.
Y ahora véndeme ese conjunto de gente y decorado como si fuera un cuadro. Pues no, no lo sería. Si aún así te empeñas en colármelo como pintura, recibirá una mala crítica, porque no usa las técnicas y lenguaje pictóricos.
Deseret no usa lenguaje cinematográfico. Deseret podría representarse en una sala de conferencias con un proyector de diapositivas y un señor con un micrófono y un guión delante. Intenta hacer eso mismo con El Tercer Hombre, de Carol Reed, sin que se convierta en teatro malo.
Una obra que dice que es cine pero que podría representarse usando el lenguaje de otro arte o actividad diferente no es cine.
Así que no puedo puntuar a una exposición de diapositivas glorificada como si fuera cine. Cuando exista la web PowerPoint Affinity quizá le ponga un 10 a Deseret. Pero en Film Affinity no tengo más remedio que ponerle un 1 (y porque no me dejan poner un cero)

4,2
2.486
7
18 de agosto de 2023
18 de agosto de 2023
Sé el primero en valorar esta crítica
Casi todo el trabajo de Carlo Padial se basa en dos pilares: los chistes malos y la neurosis. Si no disfrutas de los primeros y no sufres de la segunda, es complicado que Algo Muy Gordo conecte contigo.
El primer chiste malo de la película es el hecho de que sea un cómico mainstream como Berto quien la coescriba y protagonice. Porque la gente va a entrar a verla esperando ver a ese Berto de la tele. Olvidadlo. Ese Berto ahora es un niño gordo de EGB, o ha viajado en el tiempo o es víctima de un experimento del gobierno o vete a saber. ¿Desorientado? Bien, ahora estás en el estado correcto para ver la película.
No es que sea humor absurdo, la película no tiene nada de absurda. De hecho, es realista, si acaso un realismo un poco distorsionado. Es humor sobre el absurdo de la vida, que no es lo mismo.
No se trata de que te rías mientras piensas "qué gracioso el chiste!", se trata de que, después de que el chiste haya sido desnudado, atado, amordazado y violado delante tuya, te lo cuenten otra vez y tú no tengas más remedio que reír, por pura supervivencia, porque la otra opción es demasiado horrible para siquiera pensarla. Porque, en el fondo, nuestra existencia debe estar siendo hilarante para algún extraterrestre o ser superior que la contempla. Nosotros somos el chiste. Y como el humorista que se ríe de su propio chiste para provocar algún efecto en el público, esa risa está contaminada de otras cosas.
Como buen seguidor del psicoanálisis, Padial cree que debajo de nuestra pequeña y frágil capa de civilización y respeto a los demás, bulle nuestro verdadero ser brutal. Solo hace falta un pequeño clic para que se rompa esa capita de crema catalana y aparezca la barbarie y el horror.
Cualquier neurótico entiende y percibe esto. Y ahora, los que no son neuróticos, pueden ver Algo Muy Gordo para entender un poco el chiste malo que es la vida. No era malo al principio, pero la vida lo alarga tanto que termina volviéndose malo. Y aquí entra Padial a alargarlo un poquito más para que entendamos cómo funciona el proceso.
¿Te acuerdas de cuando triunfó Chiquito de la Calzada? ¿Y que años después, pasó de moda y ya no le hacía gracia a nadie? ¿Y que más años después, al recordarlo, nos volvió a parecer gracioso? Si las situaciones de Algo Muy Gordo no te hacen gracia, piensa en que estás en el punto (in)correcto del círculo, sigue avanzando y de repente... ¡Chiquito vuelve a hacer gracia!
El primer chiste malo de la película es el hecho de que sea un cómico mainstream como Berto quien la coescriba y protagonice. Porque la gente va a entrar a verla esperando ver a ese Berto de la tele. Olvidadlo. Ese Berto ahora es un niño gordo de EGB, o ha viajado en el tiempo o es víctima de un experimento del gobierno o vete a saber. ¿Desorientado? Bien, ahora estás en el estado correcto para ver la película.
No es que sea humor absurdo, la película no tiene nada de absurda. De hecho, es realista, si acaso un realismo un poco distorsionado. Es humor sobre el absurdo de la vida, que no es lo mismo.
No se trata de que te rías mientras piensas "qué gracioso el chiste!", se trata de que, después de que el chiste haya sido desnudado, atado, amordazado y violado delante tuya, te lo cuenten otra vez y tú no tengas más remedio que reír, por pura supervivencia, porque la otra opción es demasiado horrible para siquiera pensarla. Porque, en el fondo, nuestra existencia debe estar siendo hilarante para algún extraterrestre o ser superior que la contempla. Nosotros somos el chiste. Y como el humorista que se ríe de su propio chiste para provocar algún efecto en el público, esa risa está contaminada de otras cosas.
Como buen seguidor del psicoanálisis, Padial cree que debajo de nuestra pequeña y frágil capa de civilización y respeto a los demás, bulle nuestro verdadero ser brutal. Solo hace falta un pequeño clic para que se rompa esa capita de crema catalana y aparezca la barbarie y el horror.
Cualquier neurótico entiende y percibe esto. Y ahora, los que no son neuróticos, pueden ver Algo Muy Gordo para entender un poco el chiste malo que es la vida. No era malo al principio, pero la vida lo alarga tanto que termina volviéndose malo. Y aquí entra Padial a alargarlo un poquito más para que entendamos cómo funciona el proceso.
¿Te acuerdas de cuando triunfó Chiquito de la Calzada? ¿Y que años después, pasó de moda y ya no le hacía gracia a nadie? ¿Y que más años después, al recordarlo, nos volvió a parecer gracioso? Si las situaciones de Algo Muy Gordo no te hacen gracia, piensa en que estás en el punto (in)correcto del círculo, sigue avanzando y de repente... ¡Chiquito vuelve a hacer gracia!
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