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7,2
9.527
8
21 de marzo de 2011
21 de marzo de 2011
72 de 79 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo:
su tiempo el reír y su tiempo el llorar,
su tiempo el lamentar y su tiempo el danzar,
su tiempo la guerra y su tiempo la paz.
Ante esta película podemos leer a críticos profesionales tildarla de insoportable mientras otros la consideran cine exquisito y obra maestra. Todos son sinceros y, de alguna manera, todos aciertan; ¿a quién creer, entonces?
Bien, hay que decir que "Dolls" es un ejemplo de obra en la que, por encima del vestuario, interpretación, efectos, duración e incluso guión, pesa especialmente el ritmo y, por así decirlo, el estado anímico del receptor.
"Dolls" es una magnífica película, pero en este caso es condición indispensable para su disfrute que coincida su ritmo secuencial con el ritmo vital del receptor. Y el ritmo vital del espectador, en este caso concreto, debe ser de melancolía suave. Un estado "zen", por así llamarlo.
Créeme, si el espectador llega a esta película con un estado interior de clara alegría se aburrirá en un primer momento y se enfadará después. Por otro lado, si el espectador se encuentra espiritualmente dolorido, esta película acentuará su sufrimiento y ahondará en su tristeza. En ambos casos, se arrepentirá de haberla visto.
Mira, "Dolls" es una película excelente en la que se mezclan pausada y poéticamente tres historias que van calando como la lluvia fina, conduciendo suavemente hacia una conclusión semejante: la vida es destino y el destino es tragedia, y cuando esto es asumido sin desesperación ni histrionismo, hay un algo hermoso y digno en todo ello.
Pero debes estar preparado.
su tiempo el reír y su tiempo el llorar,
su tiempo el lamentar y su tiempo el danzar,
su tiempo la guerra y su tiempo la paz.
Ante esta película podemos leer a críticos profesionales tildarla de insoportable mientras otros la consideran cine exquisito y obra maestra. Todos son sinceros y, de alguna manera, todos aciertan; ¿a quién creer, entonces?
Bien, hay que decir que "Dolls" es un ejemplo de obra en la que, por encima del vestuario, interpretación, efectos, duración e incluso guión, pesa especialmente el ritmo y, por así decirlo, el estado anímico del receptor.
"Dolls" es una magnífica película, pero en este caso es condición indispensable para su disfrute que coincida su ritmo secuencial con el ritmo vital del receptor. Y el ritmo vital del espectador, en este caso concreto, debe ser de melancolía suave. Un estado "zen", por así llamarlo.
Créeme, si el espectador llega a esta película con un estado interior de clara alegría se aburrirá en un primer momento y se enfadará después. Por otro lado, si el espectador se encuentra espiritualmente dolorido, esta película acentuará su sufrimiento y ahondará en su tristeza. En ambos casos, se arrepentirá de haberla visto.
Mira, "Dolls" es una película excelente en la que se mezclan pausada y poéticamente tres historias que van calando como la lluvia fina, conduciendo suavemente hacia una conclusión semejante: la vida es destino y el destino es tragedia, y cuando esto es asumido sin desesperación ni histrionismo, hay un algo hermoso y digno en todo ello.
Pero debes estar preparado.
22 de marzo de 2011
22 de marzo de 2011
42 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay nada más triste que una película palomitera con pretensiones. Y justo ante esto nos encontramos: un filme que debería haberse quedado en un agradable divertimento a base de ritmo trepidante, ruido y efectos especiales pero que pretende ir dando, como si de un Sócrates de celulosa se tratara, lecciones morales a lo largo de todo el metraje. Y no estaría mal si lo hiciese bien. Pero no lo hace.
Esta película naufraga estrepitosamente en su intento de sentar cátedra de filosofía con la tesis principal de que el bien y el mal son relativos, que uno es el reverso oscuro del otro, las dos caras de una moneda, etcétera.
Y fracasa no porque la tesis sea o no sea correcta, sino porque es abordada espantosamente mal y se va a pique. Pero lo peor es que arrastra toda la diversión hacia el fondo y el espectador, al acabar, ni se ha divertido aprendiendo (objetivo sublime), ni ha aprendido (objetivo loable), ni se ha divertido (objetivo mínimo)
A destacar la actuación de Ledger, promocionada como una cumbre inalcanzable de la interpretación. Pues bien, muchos actores, tanto extraordinarios como mediocres, serían capaces de bordar el papel de un personaje desequilibrado y atormentado, intencionadamente exagerado y teatral, y con la cara llena de pintura dramatizando todos sus gestos. Lo bordaría Jim Carrey, por poner un ejemplo, y lo bordaría porque no es difícil bordarlo.
La diferencia entre la mentira y el engaño es la intencionalidad.
Desde todos los frentes (prensa, tv, internet, ceremonias de premios) la crítica ha tildado de obra maestra la película y de actuación portentosa la interpretación de Ledger.
Estoy seguro de que nos han mentido, pero sospecho que nos han engañado.
Esta película naufraga estrepitosamente en su intento de sentar cátedra de filosofía con la tesis principal de que el bien y el mal son relativos, que uno es el reverso oscuro del otro, las dos caras de una moneda, etcétera.
Y fracasa no porque la tesis sea o no sea correcta, sino porque es abordada espantosamente mal y se va a pique. Pero lo peor es que arrastra toda la diversión hacia el fondo y el espectador, al acabar, ni se ha divertido aprendiendo (objetivo sublime), ni ha aprendido (objetivo loable), ni se ha divertido (objetivo mínimo)
A destacar la actuación de Ledger, promocionada como una cumbre inalcanzable de la interpretación. Pues bien, muchos actores, tanto extraordinarios como mediocres, serían capaces de bordar el papel de un personaje desequilibrado y atormentado, intencionadamente exagerado y teatral, y con la cara llena de pintura dramatizando todos sus gestos. Lo bordaría Jim Carrey, por poner un ejemplo, y lo bordaría porque no es difícil bordarlo.
La diferencia entre la mentira y el engaño es la intencionalidad.
Desde todos los frentes (prensa, tv, internet, ceremonias de premios) la crítica ha tildado de obra maestra la película y de actuación portentosa la interpretación de Ledger.
Estoy seguro de que nos han mentido, pero sospecho que nos han engañado.

7,8
116.994
1
23 de marzo de 2011
23 de marzo de 2011
72 de 121 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquel que es sabio y tiene algo que decir, intenta ser muy claro; el hipócrita o el necio que pretende ser tenido por sabio, se esfuerza en ser oscuro.
Pero Stanley Kubrick conoce la naturaleza humana. Sabe que ofrecer a las personas ambigüedad disfrazada de significado les colma de felicidad y gratitud, y les deja el sentimiento de ser como los iniciados de un nuevo credo.
“2001: una odisea en el espacio” no vale nada porque no dice nada. Recuerda a las parábolas del Nuevo Testamento: ambigüedad y metáforas de libre interpretación.
La única condición para que la interpretación sea válida es el "principio de coherencia" o de "no-contradicción".
En algún momento, los iluminados, si tienen labia, consiguen que sus interpretaciones se vuelvan certezas.
“2001: una odisea en el espacio” es como una carta escrita en un nuevo idioma que emplea las palabras convencionales. Así, a todos les suena a algo pero a nadie le dice nada.
Entonces, la gente acude al gran filólogo, al mago de las letras que ha escrito la carta, y le pregunta.
El mago tiene carisma, y sonríe como si supiese algo que los demás no saben. Sonríe como la vez en la que le preguntaron si el paseo del hombre por la luna pudo ser un montaje pero, lo mismo que entonces, sonríe insinuantemente, y luego calla.
Muchos, sin embargo, ven en ese silencio la prueba de que todo tiene un oculto sentido, de que es una carta maravillosa, la mejor carta que se haya escrito nunca. Muchos no pierden la fe.
Pero la pregunta queda sin respuesta.
Y un día, el mago muere.
Una carta escrita en un idioma desconocido es sólo una sucesión de garabatos indescifrables, aunque sean bonitos. Si el mago que la escribió no quiso traducirla, nunca se podrá saber si la carta decía algo interesante ni si el mago no era un hipócrita.
Pero Stanley Kubrick conoce la naturaleza humana. Sabe que ofrecer a las personas ambigüedad disfrazada de significado les colma de felicidad y gratitud, y les deja el sentimiento de ser como los iniciados de un nuevo credo.
“2001: una odisea en el espacio” no vale nada porque no dice nada. Recuerda a las parábolas del Nuevo Testamento: ambigüedad y metáforas de libre interpretación.
La única condición para que la interpretación sea válida es el "principio de coherencia" o de "no-contradicción".
En algún momento, los iluminados, si tienen labia, consiguen que sus interpretaciones se vuelvan certezas.
“2001: una odisea en el espacio” es como una carta escrita en un nuevo idioma que emplea las palabras convencionales. Así, a todos les suena a algo pero a nadie le dice nada.
Entonces, la gente acude al gran filólogo, al mago de las letras que ha escrito la carta, y le pregunta.
El mago tiene carisma, y sonríe como si supiese algo que los demás no saben. Sonríe como la vez en la que le preguntaron si el paseo del hombre por la luna pudo ser un montaje pero, lo mismo que entonces, sonríe insinuantemente, y luego calla.
Muchos, sin embargo, ven en ese silencio la prueba de que todo tiene un oculto sentido, de que es una carta maravillosa, la mejor carta que se haya escrito nunca. Muchos no pierden la fe.
Pero la pregunta queda sin respuesta.
Y un día, el mago muere.
Una carta escrita en un idioma desconocido es sólo una sucesión de garabatos indescifrables, aunque sean bonitos. Si el mago que la escribió no quiso traducirla, nunca se podrá saber si la carta decía algo interesante ni si el mago no era un hipócrita.
2
25 de marzo de 2011
25 de marzo de 2011
30 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
No parece existir mucha diferencia entre la mentira y el engaño, dando ambos a simple vista la impresión de ser sinónimos cuya distinción es puramente etimológica y fonética.
Pero hay un matiz que es importante: la intencionalidad.
Sospecho que engañar es justo lo que hace esta película que además pretende, imitando maneras, legitimarse bajo el protector disfraz de “documental”.
En los últimos años hemos asistido al éxito de una fórmula que, bajo las formas de un “documental”, aborda cuestiones polémicas como la tenencia de armas, la religión católica, el cambio climático o, como en este caso, la comida rápida, y las trata con enérgico compás narrativo, estética muy llamativa y lenguaje coloquial, inteligente y divertido.
Pero tiene trampa. Lo mismo que hay insectos que parecen avispas pero no pican, todos estos filmes parecen documentales pero no lo son. Así, bajo la apariencia de un análisis científico, imparcial y objetivo del tema en cuestión, en realidad todo el metraje está plagado de argumentos viciosos, de falacias científicas y de medias verdades que son, al mismo tiempo, medias mentiras.
Y lo peor es que da la sensación de que precisamente para eso fueron diseñados, que ése era el objetivo: en vez de educar, asustar; en vez de enseñar, escandalizar; en vez de criticar para construir, destruir.
Y hacerlo con tanta desmesura que el “espectador medio” sin conocimientos avanzados en nutrición, derecho o meteorología, salga del cine con la idea de que el Sistema es fascista, el planeta un desierto y la comida poco menos que veneno.
“Super size me” en un muy poco recomendable falso documental que, o bien no busca la verdad porque cree poseerla, o bien, como yo me temo, la verdad le importa un bledo y sólo pretende beneficiarse de la polémica; falso documental tanto más nocivo en cuanto que engancha al espectador por resultar fácil de ver, intencionadamente interesante y, en algunos momentos, incluso divertido.
Pero hay un matiz que es importante: la intencionalidad.
Sospecho que engañar es justo lo que hace esta película que además pretende, imitando maneras, legitimarse bajo el protector disfraz de “documental”.
En los últimos años hemos asistido al éxito de una fórmula que, bajo las formas de un “documental”, aborda cuestiones polémicas como la tenencia de armas, la religión católica, el cambio climático o, como en este caso, la comida rápida, y las trata con enérgico compás narrativo, estética muy llamativa y lenguaje coloquial, inteligente y divertido.
Pero tiene trampa. Lo mismo que hay insectos que parecen avispas pero no pican, todos estos filmes parecen documentales pero no lo son. Así, bajo la apariencia de un análisis científico, imparcial y objetivo del tema en cuestión, en realidad todo el metraje está plagado de argumentos viciosos, de falacias científicas y de medias verdades que son, al mismo tiempo, medias mentiras.
Y lo peor es que da la sensación de que precisamente para eso fueron diseñados, que ése era el objetivo: en vez de educar, asustar; en vez de enseñar, escandalizar; en vez de criticar para construir, destruir.
Y hacerlo con tanta desmesura que el “espectador medio” sin conocimientos avanzados en nutrición, derecho o meteorología, salga del cine con la idea de que el Sistema es fascista, el planeta un desierto y la comida poco menos que veneno.
“Super size me” en un muy poco recomendable falso documental que, o bien no busca la verdad porque cree poseerla, o bien, como yo me temo, la verdad le importa un bledo y sólo pretende beneficiarse de la polémica; falso documental tanto más nocivo en cuanto que engancha al espectador por resultar fácil de ver, intencionadamente interesante y, en algunos momentos, incluso divertido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Una persona que haya cursado estudios en nutrición humana sabe que para un varón con unas necesidades diarias de unas 2500 Kcal, el hecho de doblar la ingesta calórica a 5000 Kcal/día supone un exceso de 2500 Kcal.
Teniendo en cuenta que un gramo de grasa (abdominal, glútea, mesentérica… da lo mismo) contiene un valor de 9 Kcal, eso supone, con esta dieta, un incremento de 277 gr de grasa al día y una ganancia de peso real (lo que comúnmente se llama “engordar”) de algo menos de 3 kg cada 10 días.
Para engordar 8 kg en poco más de una semana, sería necesario no duplicar, sino multiplicar x4 la ingesta calórica.
El hecho de que la báscula de precisión indique tanta ganancia de peso en tan poco tiempo se debe a la retención hidroelectrolítica (de agua y sales minerales); retención que también se produciría en un restaurante de tres estrellas y cuatro tenedores si se ingiriese el doble de lo necesario, y que iría desapareciendo en forma de orina en cuanto el protagonista recuperase el sentido común y dejase de intentar demostrar nada.
Todo esto no tiene porqué saberlo el espectador, pero sí deberían saberlo los tres competentes médicos y la elegante nutricionista que aceptan acompañar al protagonista en su estúpido experimento y, sin embargo, ninguno de ellos se lo dice, al menos delante de las cámaras, sino que todos parecen desconcertados y preocupados, transmitiendo ese sentir al espectador.
Teniendo en cuenta que un gramo de grasa (abdominal, glútea, mesentérica… da lo mismo) contiene un valor de 9 Kcal, eso supone, con esta dieta, un incremento de 277 gr de grasa al día y una ganancia de peso real (lo que comúnmente se llama “engordar”) de algo menos de 3 kg cada 10 días.
Para engordar 8 kg en poco más de una semana, sería necesario no duplicar, sino multiplicar x4 la ingesta calórica.
El hecho de que la báscula de precisión indique tanta ganancia de peso en tan poco tiempo se debe a la retención hidroelectrolítica (de agua y sales minerales); retención que también se produciría en un restaurante de tres estrellas y cuatro tenedores si se ingiriese el doble de lo necesario, y que iría desapareciendo en forma de orina en cuanto el protagonista recuperase el sentido común y dejase de intentar demostrar nada.
Todo esto no tiene porqué saberlo el espectador, pero sí deberían saberlo los tres competentes médicos y la elegante nutricionista que aceptan acompañar al protagonista en su estúpido experimento y, sin embargo, ninguno de ellos se lo dice, al menos delante de las cámaras, sino que todos parecen desconcertados y preocupados, transmitiendo ese sentir al espectador.

6,9
10.753
3
5 de abril de 2011
5 de abril de 2011
46 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Robin y Marian”, en opinión de sesudos críticos, es una película maravillosa, muy humana, y con convincentes despliegues físicos que dan al conjunto de la acción una autenticidad como la que hubo en la Edad Media. Realismo de tomo y lomo donde los soldados se pillan el dedo en la catapulta, los combates no huelen a pixels, escalan las puertas a pulso y hasta se le ve el culete a Robin Hood.
En resumen, una película que no tiene desperdicio y, como alguien muy bien apunta, “lo que hubiera deseado realizar Ridley Scott en su versión sobre el arquero”. Hiperrealismo.
En resumen, una película que no tiene desperdicio y, como alguien muy bien apunta, “lo que hubiera deseado realizar Ridley Scott en su versión sobre el arquero”. Hiperrealismo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
- En pleno 1199, cuando los Reyes, a causa del Juramento Divino, eran soberanos absolutos y hacían su voluntad, el “capitán” Robin Longstride se permite, delante de la plana mayor del ejército y del representante del Clero, desobedecer y cuestionar la palabra regia con frases como: “Allí sólo hay mujeres y niños.”, “¡Pues debería importarte!” o “¡Hazlo tú que eres un bruto y seguro que disfrutarás!”. Hiperrealismo.
- Ricardo I de Inglaterra muere tras ser alcanzado con una flecha lanzada por un anciano tuerto desde lo alto de un castillo y sin utilizar arco ni ballesta, esto es, disparándola a mano. Hiperrealismo.
- Juan I de Inglaterra, que modernizó la flota inglesa y constantemente se vio envuelto en conspiraciones e intrigas con el Clero, con la Nobleza y con su madre y hermanos, es retratado como un botarate adicto al sexo que resuelve los asuntos de la Corte, en los que se juega no sólo el trono sino también la vida, a la vez que se desnuda compulsivamente para ir a fornicar con Isabel de Angulema. Hiperrealismo.
- La coreografía del combate final nos muestra a un Robin Hood viejo, gravemente herido, extenuado, y a merced de un oponente hábil y precavido que, sin ningún motivo, baja totalmente la guardia para que el león de Sherwood pegue un salto y le atraviese con su espada. Hiperrealismo.
- El hiperrealista final de la película tampoco tiene desperdicio:
La noche anterior Lady Marian, al servicio desde hacía veinte años de un Dios medieval, esto es, vengativo y castigador, dice frases como: “¿Tan poco te importa la muerte?” o “No vayas a buscarla, que llegue cuando ella quiera”.
Y, al día siguiente, ella se suicida (pecado mortal) y a él le asesina (pecado mortal). Hiperrealismo.
- Y, por último, cargada de simbolismo y poesía, la escena final. Memorable epílogo de dos amantes moribundos:
“Donde caiga la flecha, John, ponnos juntos y déjanos allí”. Y, después de decir esto, Robin Hood, agonizante por una herida profunda en su costado y envenenado por la cicuta, tensa todo lo que puede su arco y manda la flecha a tomar por culo, como si ésta tuviese incorporado un sistema de GPS.
Me imagino al bueno de John buscando desesperado la puta flecha por todos lados y, al final, enterrando los dos fiambres donde le salga de los cojones. Y también me imagino a un Ridley Scott atreviéndose a seguir semejante guión y, al margen de actores, interpretaciones y aspectos técnicos, siendo masacrado y con razón por los mismos críticos que ensalzan la hiperrealista obra de Lester.
Hay más cosas, necesarias para comprender la crítica, pero el Sistema amablemente me avisa de que no está dispuesto a permitir una palabra más. Amén.
En fin, no tengo nada más que decir, así que amablemente me retiro del escenario. Pero que nadie sufra; prometo que si recibo en mi buzón diez mil peticiones de regreso, volveré. Tened bien por cierto y por seguro que esto no es un “adiós” sino un “hasta luego”. Agur.
- Ricardo I de Inglaterra muere tras ser alcanzado con una flecha lanzada por un anciano tuerto desde lo alto de un castillo y sin utilizar arco ni ballesta, esto es, disparándola a mano. Hiperrealismo.
- Juan I de Inglaterra, que modernizó la flota inglesa y constantemente se vio envuelto en conspiraciones e intrigas con el Clero, con la Nobleza y con su madre y hermanos, es retratado como un botarate adicto al sexo que resuelve los asuntos de la Corte, en los que se juega no sólo el trono sino también la vida, a la vez que se desnuda compulsivamente para ir a fornicar con Isabel de Angulema. Hiperrealismo.
- La coreografía del combate final nos muestra a un Robin Hood viejo, gravemente herido, extenuado, y a merced de un oponente hábil y precavido que, sin ningún motivo, baja totalmente la guardia para que el león de Sherwood pegue un salto y le atraviese con su espada. Hiperrealismo.
- El hiperrealista final de la película tampoco tiene desperdicio:
La noche anterior Lady Marian, al servicio desde hacía veinte años de un Dios medieval, esto es, vengativo y castigador, dice frases como: “¿Tan poco te importa la muerte?” o “No vayas a buscarla, que llegue cuando ella quiera”.
Y, al día siguiente, ella se suicida (pecado mortal) y a él le asesina (pecado mortal). Hiperrealismo.
- Y, por último, cargada de simbolismo y poesía, la escena final. Memorable epílogo de dos amantes moribundos:
“Donde caiga la flecha, John, ponnos juntos y déjanos allí”. Y, después de decir esto, Robin Hood, agonizante por una herida profunda en su costado y envenenado por la cicuta, tensa todo lo que puede su arco y manda la flecha a tomar por culo, como si ésta tuviese incorporado un sistema de GPS.
Me imagino al bueno de John buscando desesperado la puta flecha por todos lados y, al final, enterrando los dos fiambres donde le salga de los cojones. Y también me imagino a un Ridley Scott atreviéndose a seguir semejante guión y, al margen de actores, interpretaciones y aspectos técnicos, siendo masacrado y con razón por los mismos críticos que ensalzan la hiperrealista obra de Lester.
Hay más cosas, necesarias para comprender la crítica, pero el Sistema amablemente me avisa de que no está dispuesto a permitir una palabra más. Amén.
En fin, no tengo nada más que decir, así que amablemente me retiro del escenario. Pero que nadie sufra; prometo que si recibo en mi buzón diez mil peticiones de regreso, volveré. Tened bien por cierto y por seguro que esto no es un “adiós” sino un “hasta luego”. Agur.
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