Aunque el recuerdo que tengo de la película original es muy lejano y especialmente borroso, siempre ha ido envuelto de ese fascinante halo (retro)tecnológico y revolucionario que la desmarcó del resto. Las imágenes que iban apareciendo de esta nueva entrega prometían mantener ese impactante nivel visual potenciado con la tecnología 3D, razón más que suficiente para acudir al cine a disfrutarla en todo su esplendor tridimensional. Apenas recabé información sobre la película, porque quería conocer la historia durante el visionado y evitar prejuicios e ideas preconcebidas. Así que me senté en la butaca, se apagaron las luces, me puse las gafas 3D y mis sentidos se concentraron en lo que estaba a punto de empezar.

El comienzo, que sirve tanto de recordatorio como de prólogo, da paso a la presentación del protagonista y a descubrirnos cómo encuentra el acceso a La Red, un mundo digital creado por un pariente muy cercano. No se trata de un inicio especialmente interesante, pero es suficientemente ameno como para que no se demore en exceso el momento más esperado y espectacular de la película: acompañar al protagonista en su llegada a La Red.

Es en esos primeros pasos por La Red cuando crece el interés, descubriendo ese espectacular mundo digital junto al protagonista, y el entretenimiento alcanza las cotas más altas, al ritmo de la bienvenida hostil que le aguarda.

Cuando la conexión del espectador (usuario) alcanza la intensidad a la que se desarrolla la película, se deja de pisar el acelerador y todo se ralentiza en exceso para centrarse en una historia empeñada en explicar la situación, diría que con algo de insistencia, destacando aún más el hecho de que queden algunas lagunas y sinsentidos. Los personajes principales toman entonces el protagonismo en esta historia a la que poco parecen poder aportar, con actuaciones correctas entre las que destaca la del personaje real de Jeff Bridges. Comienzan a sucederse secuencias, algunas de escasa trascendencia, en las que los protagonistas deambulan por La Red, con poco más que el objetivo de hacer tiempo, o ciclos, hasta que se presente el previsible final. Y es muy probable que el usuario que está sentado en la butaca, al contrario que los protagonistas, ya se haya desconectado de La Red, y ni siquiera la impresionante e hipnótica mirada de Quorra (Olivia Wilde) haya conseguido evitarlo.

En definitiva, se trata de una película con un diseño visual espectacular, magistralmente recreado, en el que encaja a la perfección el cuidado apartado sonoro. Pero ese enorme y fantástico envoltorio, provisto de tanto potencial, queda prácticamente vacío con una historia de flojo guión, irregular, con escenas prestadas y sin grandes personajes.

Una película que se descarga de la memoria en pocos ciclos.