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Críticas ordenadas por utilidad
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6,8
49.975
10
14 de septiembre de 2017
14 de septiembre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El verdadero potencial del cine de terror, como lo han dejado clarísimo el cine de zombies, el slasher, o el cine de posesiones diabólicas (por mencionar algunos ejemplos), se encuentra en su capacidad para sintetizar, exponer y llevar hasta el límite de lo ridículo, la estupidez de una humanidad lamentablemente, soportada sobre endeble recurso de la actitud para la superficialidad y el melodrama, aspectos estos institucionalizados desde que la ficción adquiriera sus primeras potestades sobre los diversos aspectos de lo Real (esto es, las sociedades primitivas). Peele sabe que la dignidad con que este género consigue consolidar una metáfora coherente, es dúctil, y que movilizar erróneamente los resortes que le interesaban con Get out habría tirado por la borda todo el trabajo estético del filme.
Jordan Peele no es un improvisado, y gracias a su carrera en el cine de comedia se ha pertrechado de herramientas necesarias para crear una pieza como esta. Nos presenta entonces, con destreza, una historia que es en realidad tres historias. Por un lado vemos el surrealista argumento de la película, esta familia de blancos adinerados, cuyo capital se ha conformado a través de las ganancias que le propicia un lucrativo negocio “en negro” basado en el secuestro y posterior subasta de individuos “negros”, antes de hacerlos pasar por un proceso quirúrgico para un “fantástico” trasplante de personalidad, con lo cual el comprador se hace de un “recipiente” para perpetuar su “consciente” permanencia en el mundo de los vivos. Por otro lado se tiene una constante progresión fílmica que se convierte en homenaje al cine de terror, con referencias a la obra de directores como Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick, John Carpenter o Wes Craven, planos que son claras referencias a Psycho (1960), Halloween (1978), The shining (1980), Nightmare on Elm Street (1984) entre otros recurrentes de culto. Y por otra parte tenemos esta grandísima metáfora sobre el aspecto cosmopolita que ha adquirido la temática de —y sobre— la racialidad y el racismo, en los Estados Unidos a lo largo de su Historia.
Esto significa que, a la larga, todo en Get out, desde el encuadre con que abre la cinta y el divertidísimo dialogismo que establece con ese Run Rabbit Run, interpretado por Flanagan and Allen, y que nos parecen tan cercanos al Haddonfield de Michael Myers; la sobrecogedora atmósfera sureña recreada en la mansión de los Armitage, que tanto recuerda el espíritu interior de novelas de William Faulkner o del Django Unchained, de Quentin Tarantino; hasta el poderosísimo plano cliché de cierre con Rose Armitage moribunda en el medio de la carretera; todo en esta película, puede ser leído desde el sino de la ironía. Una ironía que viene a decirnos que, en resumidas cuentas, desde el período mismo de conquista y asentamiento anglosajón en territorio norteamericano y con el posterior crecimiento y diversificación étnica que tuvo lugar en esas tierras, debido al profuso flujo comercial y crecimiento económico que allí tuvieron sitio, lo que hoy es Estados Unidos se consolidó como nación sobre un arbitrario principio de discriminación, y por ende también de racialidad. Una racialidad traída a América por el pensamiento europeo, y que con la trata de esclavos y el tráfico de negros como fuerza bruta de trabajo, no hizo más que enraizarse e incorporarse en lo que poco a poco conformó una cultura racial estadounidense.
Lo que quiere decir que, lejos de toda lógica aparente o verificable, el ideario racial norteamericano, lo mismo que cualquier otro pensamiento racial, y lo mismo que cuanto toda racialidad va, querámoslo o no, más allá del simple color de la piel, y es utilizada como instrumento por medio del cual estratificar y esquematizar capas y grupos sociales, deja de ser, en determinado momento de la Historia, un ideario social para transformarse en ideario político. Este último corre siempre el peligro de, más tarde o más temprano, ejecutarse por medio de una Política Ideológica. Y en el marco de una estructura política cuyas bases se encuentran en la perpetuidad de una ideología, y en esa ideología persiste imborrable el sesgo etnocentrista, escondido tras las endebles autoridades de la moral pública, no hay manera de que la sociedad se desembarace del lastre de la “autonomía de las razas”, es imposible para ese “individuo social” dejar de verlo absolutamente todo desde el prisma de la oposición, la discriminación y la toma de posturas en ese patético juego de roles.
Es lo que se encuentra coherentemente distribuido en el decurso fílmico de Get out. La familia Armitage es una amarga vitrina en la que vemos transcurrir el dramático episodio de una civilización, la nuestra, marcada por el sinsentido de cómo la ganancia financiera se convierte en molde para un esquema de pensamiento, y cómo ese esquema de pensamiento se adecua a la dinámica de la cultura, y peor aún, cómo ciertos arquetipos de la cultura permanecen, al margen de toda intencionalidad, enquistados en el paradigmático espacio de las prerrogativas; y que en torno a dichas condiciones y a tales prerrogativas adquiere “morfología y sintaxis” una sociedad que discurre en la perpetua “realización de lo insubstancial” y sobre el arquetipo inverificable de la “memoria colectiva”.
De manera que, aun cuando corre el riesgo de convertirse en modelo estético, aun cuando se vea venir una nueva oleada de cine “black slasher”, y los spin-offs vayan a sucederse hasta el cansancio, Get out se posiciona en el podio de esa clase de parodias que, siguiendo la tradición de la crisis canónica provocada por la ridiculización de lo verosímil, no permiten que uno pare de reírse sin percatarse de que le han puesto una trampa ahí, en sus propias narices…
que no es en verdad tan gracioso.
Jordan Peele no es un improvisado, y gracias a su carrera en el cine de comedia se ha pertrechado de herramientas necesarias para crear una pieza como esta. Nos presenta entonces, con destreza, una historia que es en realidad tres historias. Por un lado vemos el surrealista argumento de la película, esta familia de blancos adinerados, cuyo capital se ha conformado a través de las ganancias que le propicia un lucrativo negocio “en negro” basado en el secuestro y posterior subasta de individuos “negros”, antes de hacerlos pasar por un proceso quirúrgico para un “fantástico” trasplante de personalidad, con lo cual el comprador se hace de un “recipiente” para perpetuar su “consciente” permanencia en el mundo de los vivos. Por otro lado se tiene una constante progresión fílmica que se convierte en homenaje al cine de terror, con referencias a la obra de directores como Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick, John Carpenter o Wes Craven, planos que son claras referencias a Psycho (1960), Halloween (1978), The shining (1980), Nightmare on Elm Street (1984) entre otros recurrentes de culto. Y por otra parte tenemos esta grandísima metáfora sobre el aspecto cosmopolita que ha adquirido la temática de —y sobre— la racialidad y el racismo, en los Estados Unidos a lo largo de su Historia.
Esto significa que, a la larga, todo en Get out, desde el encuadre con que abre la cinta y el divertidísimo dialogismo que establece con ese Run Rabbit Run, interpretado por Flanagan and Allen, y que nos parecen tan cercanos al Haddonfield de Michael Myers; la sobrecogedora atmósfera sureña recreada en la mansión de los Armitage, que tanto recuerda el espíritu interior de novelas de William Faulkner o del Django Unchained, de Quentin Tarantino; hasta el poderosísimo plano cliché de cierre con Rose Armitage moribunda en el medio de la carretera; todo en esta película, puede ser leído desde el sino de la ironía. Una ironía que viene a decirnos que, en resumidas cuentas, desde el período mismo de conquista y asentamiento anglosajón en territorio norteamericano y con el posterior crecimiento y diversificación étnica que tuvo lugar en esas tierras, debido al profuso flujo comercial y crecimiento económico que allí tuvieron sitio, lo que hoy es Estados Unidos se consolidó como nación sobre un arbitrario principio de discriminación, y por ende también de racialidad. Una racialidad traída a América por el pensamiento europeo, y que con la trata de esclavos y el tráfico de negros como fuerza bruta de trabajo, no hizo más que enraizarse e incorporarse en lo que poco a poco conformó una cultura racial estadounidense.
Lo que quiere decir que, lejos de toda lógica aparente o verificable, el ideario racial norteamericano, lo mismo que cualquier otro pensamiento racial, y lo mismo que cuanto toda racialidad va, querámoslo o no, más allá del simple color de la piel, y es utilizada como instrumento por medio del cual estratificar y esquematizar capas y grupos sociales, deja de ser, en determinado momento de la Historia, un ideario social para transformarse en ideario político. Este último corre siempre el peligro de, más tarde o más temprano, ejecutarse por medio de una Política Ideológica. Y en el marco de una estructura política cuyas bases se encuentran en la perpetuidad de una ideología, y en esa ideología persiste imborrable el sesgo etnocentrista, escondido tras las endebles autoridades de la moral pública, no hay manera de que la sociedad se desembarace del lastre de la “autonomía de las razas”, es imposible para ese “individuo social” dejar de verlo absolutamente todo desde el prisma de la oposición, la discriminación y la toma de posturas en ese patético juego de roles.
Es lo que se encuentra coherentemente distribuido en el decurso fílmico de Get out. La familia Armitage es una amarga vitrina en la que vemos transcurrir el dramático episodio de una civilización, la nuestra, marcada por el sinsentido de cómo la ganancia financiera se convierte en molde para un esquema de pensamiento, y cómo ese esquema de pensamiento se adecua a la dinámica de la cultura, y peor aún, cómo ciertos arquetipos de la cultura permanecen, al margen de toda intencionalidad, enquistados en el paradigmático espacio de las prerrogativas; y que en torno a dichas condiciones y a tales prerrogativas adquiere “morfología y sintaxis” una sociedad que discurre en la perpetua “realización de lo insubstancial” y sobre el arquetipo inverificable de la “memoria colectiva”.
De manera que, aun cuando corre el riesgo de convertirse en modelo estético, aun cuando se vea venir una nueva oleada de cine “black slasher”, y los spin-offs vayan a sucederse hasta el cansancio, Get out se posiciona en el podio de esa clase de parodias que, siguiendo la tradición de la crisis canónica provocada por la ridiculización de lo verosímil, no permiten que uno pare de reírse sin percatarse de que le han puesto una trampa ahí, en sus propias narices…
que no es en verdad tan gracioso.

7,1
764
7
30 de agosto de 2017
30 de agosto de 2017
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director Srdan Golubovic aborda con puntería y sobriedad una temática que siempre corre el riesgo de recaer en la trampa del burdo melodrama. Sin embargo, en el caso de CÍRCULOS, el excelente trabajo fotográfico y la elegante dirección de actores, a pesar de lo evidente que resulta a veces el carácter ingenuo con que el realizador se acerca a determinadas zonas de la historia, fundamentalmente desde el guión, han dado forma a un producto que se convierte en metáfora para la historia humana: la conclusión de que el instinto está llamado a ser la cura para los daños causados por la estupidez y cómo esa natural consecución de los hechos expresa, de manera concreta en la dinámica de la vida, ese principio de la física según el cual la magnitud y la repercusión de un impacto solo es disipado por su propia prolongación en el espacio, y por consecuencia en el tiempo. Esto, parece corroborar Golubovic, es algo que, querámoslo o no, se encuentra por encima de la lamentable dramaturgia de las ideologías...
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