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Críticas 60
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
10
10 de junio de 2023
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estarás conmigo sin que nos preocupe el tiempo,
los adioses serán una pertenencia de los otros,
prepararé mi bosque, mi paz y mis senderos
para que tú los pises
como en aquel día lejano que yo pisé tu huella
para que me mostraras
tu felicidad.
(A Jaume Gimbert - In memoriam)


Aquí mi boca tibia,
mis versos más amargos
se funden con la gente que escapa de su casa
como la niña inquieta de un sueño inacabado,
la mujer que resiste tenaz en tus cuarteles
y el poeta lejano
que no encuentra su sitio
en un vuelo disperso que ahogaste en tus lazos,
que inmolaste con rabia
entre las flores mustias que cuidaran tus manos.

Esta ciudad perdió de la verdad el rumbo,
ni mirando de frente se cumple lo pactado
en sus torpes entrañas,
en sus bloques cansados,
el cine está vacío, apenas tres asientos,
nadie interrumpe
los sorbos de un ardor febril y enajenado,
y no importa el cartel, ni los actores,
ni las manchas de sombra que persisten
en la oscura butaca, en el fondo apagado
que vuelve a tu camisa destrozada
en el tenue recuerdo que disipa mi imagen
y el amor que enterraste con el último tango.

No importa la Celosa cuando no te requiere
y la dejas vagando
por la sierra perversa,
buscando a un amante atormentado
cuyo dolor se expande y aprisiona sus miembros
a la litera fría que pregona las nubes
y el espíritu amargo
de un romance extinguido
en la arista más bruna de un fuego masacrado.

Amabas la ciudad de las luces heridas
y la Casa de Campo,
el ruido que enloquece la razón de los cuerdos
que tú representabas en tu perfil humano,
los árboles que ocultan
las horas del placer y las caricias,
la danza de los cuerpos en la senda vibrando,
el humo proceloso que hiere tu palabra
y no desaparece de los ojos nublados.

Declaraste la guerra con hechos consumidos,
tu Pearl Harbor resiste con firmeza
en mi memoria aciaga, en mi rostro angustiado
me asalta y me castiga con su furia implacable;
aún me sobrecoge el fragor de las hélices,
las alas que marchitan la faz de lo dañado,
la sangre en las miradas,
tu voluntad constante de querer lo perdido
por encima del mar y los quebrantos,
de despreciar la túnica morada de un profeta
confuso que se enfrenta al trastorno vesánico
del mundo y sus escombros,
y guarda en la memoria un sueño amortajado.

No tengo ni un recuerdo malo de Jaume, ni poniéndome severo. Quizás me molestaba su persistencia en acompañarme en los últimos días del calvario porque yo vivía un melodrama particular que me había robado la sonrisa. No sé qué hizo en los veinte años que lo llevaron a la muerte, no puedo pronunciarme sobre su conducta ni imaginar una posible deriva vitalista. El familiar suyo que se puso en contacto conmigo me agradeció con emoción mi sentido de la persistencia de la amistad en el recuerdo pero no me dijo nada de su actitud ante la vida y la muerte. No me atreví a preguntarle cómo fue esta última, supongo que me lo habría dicho en esos correos que compartió conmigo.

Quise reflejar, reconozco que en un momento de pesimismo, el terrible paralelismo que puede haber entre el amor y la guerra.

https://foro.editorialalaire.es/viewtopic.php?p=572296&hilit=Sabina#p572296

Reconozco, Armilo, que el poema es raro; el solo de trompeta de Montgomery Clift es el más melancólico y amargo de la historia de cine, planea en él la figura menuda de La voz. El actor, antes del accidente que lo limitó dramáticamente hasta para expresarse con los ojos (Tartamudeaba, y no de emoción o nerviosismo incontrolable, como James Stewart), aprendía todo aquello que le exigía el guion.

Durante mucho tiempo los periodistas decían que el lento y tortuoso suicidio de Monty se debía a un sentimiento de culpa lacerante por ser homosexual. Las últimas indagaciones sobre ello han aclarado que vivía su homosexualidad con gozo y naturalidad. Era un intelectual exquisito. Su amiga íntima, Liz Taylor, fue la que le salvó la vida tras el terrible accidente, metiéndole decididamente la mano en la graganta para que no se asfixiara.

Lo del volatinero de los ojos tristes y la Kerr sobre la arena, entre las olas murientes es, sencillamente, antológico, devastador en su belleza destrozada.

Pearl Harbor es el principio del final de la expansión de los regímenes totalitarios.
26 de diciembre de 2023 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más de una vez le escuché recitar con una pasión desordenada fragmentos del discurso de Marco Antonio ante el cadáver de César en presencia del pueblo romano. Pero ¿a quién le importa el poder y la gloria? ¿Qué republicano sirve sin pestañear y sin que se agiten sus entrañas a un rey? ¿Qué demócrata siente veneración por un régimen pasado? ¿Quién lee a Shakespeare con la determinación de indagar en el alma humana y no deletrear su nombre con precisión? Así lo hacía Rafle cuando hablaba de la alegría de la vida y la tristeza de la muerte cuando citaba la indecisión ante la existencia y el amor de un príncipe danés que se resuelve entre la duda, la sed de venganza y los caprichos funestos del destino que le llevan a clavar un puñal en el pecho equivocado o que la mujer que ama acabe yaciendo en el lecho de un estanque porque no puede beber de un trago su enajenación de fingirse loco, y creo que así lo sigue haciendo, que seguirá hasta el final en esta aventura que emprendió de niño mientras leía “El Coyote” y desatendía las explicaciones del maestro, nunca me dijo si los héroes de su infancia fueron cómplices de sus malas notas. Ni siquiera sé si esto último es así.
23 de enero de 2016.

10
9 de enero de 2024 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Provocamos mareas,
tripulábamos barcos
y encendía con besos
el mar de tus labios.
(Quique González)

Descubrí verdaderamente a Enrique Urquijo dos años antes de que muriera. No tuve demasiado interés en los años anteriores por la Movida madrileña, lo reconozco, aunque casi todos sus representantes eran de mi generación me sentía desligado de la música que creaban y defendían, y de la acomodada extracción social de la que sus miembros más representativos procedían.
Entonces escuché una recopilación de los Secretos porque uno de mis hermanos la había puesto a mi alcance y conocí joyas como "Pero a tu lado" o "La calle del olvido".


Supe que Enrique ya no estaba en el grupo, que actuaba y había grabado varios discos con Los Problemas y que, al parecer, seguía con sus dificultades sempiternas con las mujeres y las drogas. No me costó decidirme a indagar por esta etapa artística de su vida y comprobé mejor que nunca que un cantante podía hacer suya una canción aunque no la hubiera compuesto. Aún suenan en mi mente como si tal cosa aunque me duelan la cruda y dolorosa "Para vivir" de Pablo Milanés y la desesperada "Aunque tú no lo sepas", variación esplendorosa de un poema de Luis García Montero firmada por Quique González, aquí tenemos a a Enrique con esta última canción, escucharle es una ocasión de volver a la vida desde el infierno de la noche vacía de las drogas.

Cada vez que voy a Madrid suelo ir al Galileo y aún espero encontrarme con la sombra de Enrique. Ese muchacho taciturno que supo extraer todo el lirismo que tiene la tristeza.
10 de junio de 2023 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Una película muy compleja, muy cabrona, muy hermosa, muy triste."
Carlos Boyero: Diario El País

"Posiblemente (...) sea la cumbre de la obra fordiana, el resumen definitivo de su visión del mundo (...) un entramado de historia y mito con una complejidad serena y admirable. (…) Puntuación: ★★★★★ (sobre 5)"
Fotogramas

El tío Ethan tiene un pasado doloroso que descubrimos muy pronto; pretendió a la que ahora es esposa de su hermano, quizàs, con más éxito e ilusiones de las que se podría pensar. Luchó al lado de los perversos racistas en la Guerra Civil y perdió en ella todas las batallas. Carece de presente, no digamos de futuro.

Es un hombre monolítico, acorralado por un racismo irracional como todos), en esta película debió de nacer la funesta leyenda de que el único indio bueno es es el muerto. Nathalie Wood demuestra al final que desea a pertenecer al mundo del que fue, salvajemente, arrebatada. La escena de John intentando pegarle un tiro a su sobrina es una de las más angustiosas que se recuerden. Su joven acompañante es mestizo, pero por haber sido criado por rostros claros, es tan americano como Ethan.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por quién doblan las campanas.

Creo que fue John Ford quien dijo que no había ninguna fórmula para alcanzar el éxito con una película pero había una en la que siempre se fracasaba; intentar satisfacer a todo el mundo.

No soy partidario de fragmentar una obra, pienso en la amargura de Mankiewicz con la hora y media de Cleopatra arrojada al cubo de la basura cuando empezaba a recuperarse del desasosiego que le habían provocado Liz Taylor (con grave enfermedad por medio que precisó de una traqueotomía) y Richard Burton con el inicio de su tempestuosa relación regada de alcohol y reconciliaciones, el divorcio de Welles con Hollywood después de rodar solo tres películas, por que reivindicaba la intervención del artista en todo el proceso de la obra hasta que llegara al público, la agonía interminable de Peckinpah que, posiblemente, no pudo rodar ni montar una sola película tal como lo hubiera deseado y acabó teniendo todas las noches la pesadilla de que se acercaba la productora con el reloj y las tijeras abiertas en la mano, el retiro temprano de Billy Wilder, cuando aún era un viejo lleno de vida que tenía muchas cosas que contar, por el fracaso económico de su última aportación a la leyenda.

Como si lo que escribo tuviera alguna importancia, la tiene para tres o cuatro amigos, el motivo por el que he roto lo que es mi visión sobre este asunto tiene que ver más con el azar que con razones de índole creativa; sin saber el momento ni el por qué me he convertido en un escritor de pies de página, mantengo a través de ellos un precario equilibrio entre lo que soy y lo que hubiera querido ser, suelo hablar mucho de un medio que me neutraliza, que tiene el mismo efecto que la voz en off, intenta objetivar lo que no tiene remedio en la proclividad hacia la aserción del pequeño burgués que surgió de la pesadilla de la Tercera Revolución Industrial.

Un compañero de un Foro al que le había gustado el poema "Lluvia de primavera" me indicó amablemente que no entendía la extensión excesiva de la última estrofa, decidí, vamos a convenir que quizás equivocadamente, dejarla como estaba después de releerla varias veces y no encontrar el sitio adecuado para dar el corte.

Posiblemente porque no tengo vocación de poeta, no suelo irritarme mucho cuando se me corrige o se me hace alguna observación, no veo que se resienta una seguridad, que por otro lado no tengo, cuando se me indica que la cosa puede mejorar con unos retoques leves; he modificado algunos versos cuando las indicaciones de los compañeros me parecían pertinentes y las he agradecido con sinceridad, aunque es posible que no me creyeran, y si no pude dormir alguna de esas noches habría sido por problemas de conciencia o mi niñez de católico que cree todo lo que le dicen. Pero otras veces, como ésta me he mantenido en mis errores, considero que mis problemas no radican en una sílaba de más o menos, o en la precisa colocación de los acentos, o en la búsqueda de una palabra adecuada. Admito que Kubrik cuide hasta el último detalle con una obsesión enfermiza pero siento una debilidad irracional por la pasión ahónica de Fassbinder o el vitalismo irrefrenable Huston.

Creo que "Por quién doblan las campanas" es una película sensiblemente mejor de lo que nos suelen decir, sé que decepcionó a la crítica cuando al fin se pudo estrenar en España tras la muerte de Franco y que se ensañaron especialmente con el director, Sam Wood, que era un excelente artesano y con la pareja protagonista; Ingrid Bergman por no parecer una muchacha española que encuentra refugio en un bizarro grupo de luchadores republicanos en la sierra de Gredos, en este caso se pueden entender los reparos, pero en ninguno las hechuras de americano de Gary Cooper, Robert Jordan era como el sabor de una conocida marca de cigarrillos. Además pocas veces se ha dispuesto de un elenco de secundarios tan dispares y exóticos que supieran acometer con tanta eficacia y pasión sus minutos de gloria.
12 de enero de 2024 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
He estado aquí antes, pequeña,
conozco esta alcoba, he hollado sus caminos,
solía estar solo antes de encontrarte,
sobre un arco de mármol vislumbré tu bandera
pero el amor no es una marcha triunfal.
(Leonard Cohen – Versión: F. E. León))

Jeff Buckley solo publicó un disco en vida, Grace, aclamado por la crítica y por grandes nombres del mundo de la música, no tanto por el público aunque con el paso del tiempo haya logrado cifras respetables de venta. Era el año 1994, fue una aparición relativamente tardía y sorprendía que no se hubiera acelerado su lanzamiento por ninguna discográfica desde que en 1991 dejara a la audiencia en estado de trance con la interpretación de cuatro canciones, una de ellas a capella, durante un concierto en homenaje a su padre, el también cantante, Tim Buckley, muerto por sobredosis en 1974 cuando Jeff tenía 8 años, aunque casi nunca había convivido con él, pues lo abandonó cuando solo tenía unos meses. Este es un hecho que marcaría su personalidad tendente a un pesimismo lírico y profundo en sus letras, y su convencimiento de que aquellos que vivió fueron unos tiempos difíciles que habían consagrado a la soledad como una diosa implacable en el torbellino de unas comunicaciones vacías y sin alma, un momento en que las grandes empresas especulaban con el destino de millones de asalariados y una cortina oscura no dejaba que pasara la luz de las buenas intenciones.

Grace, considerado, desde el mismo momento de su publicación, una obra maestra deslumbrante desde un punto de vista cualitativo y emocional, contaba con composiciones propias en las que desarrollaba con entrega la amplia gama de su virtuosismo vocal con una gran variedad de registros usados con maestría y una precisión que hacía parecer innata su habilidad para pasar de graves a agudos sin solución de continuidad según lo requerían las palabras, y dos versiones[1]. Una faceta esta en la que se empleó con verdadera devoción y en la que conseguía que los oyentes se quedaran con la impresión de que las canciones elegidas habían encontrado su interpretación definitiva, que nadie podría igualarlas (ni siquiera Bob interpretó tan bien a Dylan) pues las abordaba con fe, convencimiento y con sensibilidad, una virtud esta última que se nombra indefectiblemente como su característica más acusada y a la que no renunciaba a pesar de saber que era denostada en aquel momento tan prosaico y asertivo.

No incluyó ninguna de sus magníficas versiones de Dylan en el disco, pero sí la que le proporcionaría su mayor éxito y la que todos cantan aunque no conozcan al autor; Hallelujah, publicada en 1984 por su compositor, Leonard Cohen. A pesar de su calidad y la celebridad del poeta no había llamado especialmente la atención del gran público, fue Buckley quien hizo que éste advirtiera que Cohen había añadido una nueva obra maestra a su cuenta repleta de pasiones y desengaños, quien la convirtió en el himno de la triste alegría que ha podido desplegar todo su significado entre el amor, la mística, las referencias bíblicas y el ansia indescriptible de inmortalidad; otros grandes cantantes la han elegido en momentos especialmente emotivos; el independiente y exquisito Rufus Wainright hizo una magnífica aunque no pudo quitarse de la mente el influjo sentimental de la memoria de Jeff, quizás la última a tener en cuenta sea la estremecedora de Chester Bennintong para ofrecer un sentido adiós a su amigo Chris Cornell en su funeral.

Jeff Buckley murió ahogado en el río Wolf a su paso por Memphis adonde se había desplazado para grabar su segundo disco, solo tenía treinta años. Parece ser que pagó caro su atrevimiento al sumergirse en el río vestido y con botas, en lo que no era más que un juego en un instante de euforia. Sus seguidores sostienen que su trastorno bipolar, confesado poco antes, habría estado en el origen de ello, una fase de manía habría propiciado su temeridad, ese momento en que no se percibe el peligro, en el que cualquier obstáculo, por muy difícil que sea, parece fácil de superar.

[1] La otra versión es Lilac wine, una canción situada en la zona tibia dentro del repertorio de Nina Simone por su falta de profundidad que Jeff supo elevar sacando un partido sorprendente a la calidad impresionante de su voz.
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