Las comparaciones son odiosas, pero es inevitable hacerlo cuando ves la versión francesa y la italiana.

A pesar de que a la película no le faltan ganas, recuerda tanto a la francesa que es imposible no pensar en el poco esfuerzo invertido acumulando gags del país italiano y manteniendo un guión casi al pie de la letra (los primeros 30 minutos son practicamente idénticos). Claramente han aprovechado el tirón de la primera para hacer caja y sin esforzarse en ocultarlo. Con toda la cara.

Así como la original es entrañable y los personajes bien dibujados ésta parece una versión más básica de aficionados que gana con los golpes de humor (copiados) y el bonito entorno en que se desarrolla.
Si has visto la francesa, quédate con eso.

Poco sabía de Edith Piaf, aparte de su música, antes de ver esta película y, despúes de verla, descubres un ser humano con una vida tan intensa como triste.

En un principio cuesta adaptarse a los saltos cronológicos de la película, sin embargo, éstos nos dan una visión de conjunto más completa que una historia lineal. Es importante mencionar la cuidada fotografía y la dirección y, por supuesto, la banda sonora, la cual nos acompaña durante todo el metraje con acordes conocidos de las canciones de la Piaf. Especial mención el plano secuencia de varios minutos en una escena crucial de la película en la que Marion Cotillard despliega una gama de sentimientos que son un regalo para el espectador, increible trabajo de esta actriz a la que contrataron por expreso deseo del director y que recuerda a las grandes actrices clásicas. Sólo por ella vale la pena verla.

Una vez termina la película te queda un sentimiento agridulce al pensar en este pequeño gorrión enfermizo que cantaba como un ruiseñor. Durante unos días no puedes dejar de tararear las canciones de Edith Piaf. Si es posible, vale la pena verla en versión original.

Una delicia para la vista y los oídos.