Y es que esta es una peli que trata de impactar al espectador con los giritos argumentales que bailan entre la locura del protagonista y las conspiraciones de todos los que le rodean; cosa que ya en su día hizo la magistral Shutter Island.

Cuando ya ves que está todo el pescado vendido al llegar al hospital (por el montaje del accidente, el cambio de humor repentino de su mujer, los planos de los personajes mientras atienden a la "familia"...) introducen la subtrama de la muerte de su primera esposa como posible enlace de la trama principal, pero que se queda entre dos aguas a modo de relleno. Lo único que aporta es más información acerca de la mala persona que es el protagonista. Y el otro único elemento que hace a uno ponerse un poco pensativo de nuevo son las miradas sospechosas que se marcan algunos protagonistas, pero un par de segundos más tarde se cae en la cuenta de que están ahí para despistar.

Con todo, lo que más me ha sacado del juego de la ambigüedad que plantea esta película tiene que ver con la propia Netflix...

Por todo el mundo es sabido que esta plataforma tiene como uno de sus pilares el activismo social y la abolición de los estereotipos negativos que discriminan a los colectivos más desfavorecidos. Es por ello que, cuando veo como protagonista al típico hombre blanco heterosexual con problemas en su matrimonio y de alcoholismo, acusando de ser los malos a una multitud de profesionales sanitarios y de las fuerzas de seguridad representados con igualdad de género y diversidad de etnias, tratándose de Netflix, es imposible que el protagonista sea el bueno de la película.