Un talento para actuar con gran naturalidad ante las cámaras nos brindan, las actuaciones de ambos, Brie Larson y Jacob Tremblay, que parecen estar radicalmente pensadas, pulidas al límite; juraría que es un claro sentimiento materno lo que mueve la cara de Brie, su manera de mirar a su hijo, su rostro de madre adolescente, escondiendo su amargura en un rostro que su hijo no ve, pero nosotros sí. Es magistral, el lenguaje no verbal de la cara de Brie... Y magistral la naturalidad del niño, que brota como un manantial agua fresca en un ambiente crudo y malvado. Secuestrado, por el hombre que robó su vida, incluso antes de haber nacido. Cuesta pensar a veces que ciertos tipos de energúmenos pululen entre nosotros: monaguillos en la esfera social, bestias infernales en su casa con su mujer o como en la película, secuestradores y violadores, violentos exclusivamente con el sexo femenino. Pero estamos ante un antagonista que podemos decir de carne y hueso, por mucho que nuestra testaruda felicidad nos niegue ver, no nos contagia, esta película, la inmadura exageración del cine que nos acostumbramos a ver. Aquí cada personaje está perfilado como un diamante transparente. Sería un goce ver más películas como esta que nos ayuden a subsanar el imaginario colectivo. En definitiva esta película deja que sea la empatía la que te haga "sufrir" no una banda sonora excesiva, efectos de sonido y el suspense de las predecible escenas de este género; estas envuelto por la magia del rostro de una madre y un hijo mirándose entre sí. Por esto, la guardamos en el corazón.