Y es una grandísima sorpresa encontrar una película que, aunque utilizando un lenguaje tan sutil que exigirá una segunda visión para ser completamente descifrado, habla de algo tan esencial como el egoísmo, los sueños, deseos y miedos de la mente de un niño complejo, que goza de intensidad sensitiva e imaginación desbordantes.

La película no es fácil y según en qué casos, será imposible de abrazar, pues no todo el mundo vive la infancia del mismo modo, o es muy lejano el recuerdo de los mundos interiores de la primera etapa de nuestras vidas, o habrá quien haya interpretado de otro modo las propias acciones y reacciones de entonces.

Pero lo cierto es que está muy lejos de ser una película vacía; que se apoya en una fotografía y una banda sonora brutales y de un carácter onírico en el cual todo está patas arriba para pasar a estar del revés, con la diversión, el protagonismo de un aclamado rey y el cariño más absolutos intercalándose constantemente con las desilusiones, el hastío o la impotencia.

Discrepo mucho de quien cree que nada ocurre en ella, ya que no paran de suceder cosas que son absolutamente importantes para Max, y si se presta atención todo tiene razón de ser y siempre cambia exactamente al ritmo del estado anímico de un niño.