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8,0
159.846
8
8 de enero de 2011
8 de enero de 2011
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablar de Inception, la nueva película de Christopher Nolan, no es tarea fácil, ya que al acabar el visionado ya empiezan a acribillarte reminiscencias en forma de bucle que no dejan de poblar tu mente. Hablar de Inception es hablar de una obra de una creatividad abrumadora, es hablar de sugerencia, de espectáculo, de renovación y de personalidad.
A propósito de la película decía Nolan que un sueño lúcido se produce cuando uno se da cuenta de que está soñando y, entonces, puede tratar de cambiar lo que sucede o manipularlo de alguna forma. Sin duda, nos encontramos ante una película tremendamente lúcida en todos sus sentidos, no sólo por la notable integración que tienen sus elementos narrativos como parte de una coreografía visual magníficamente acompañada por la banda sonora, sino también por la estructura a la que tan bien acostumbrados nos tiene el británico, consiguiendo comprometernos en un metraje aproximado de dos horas y media gracias a un montaje altamente personalizado, que como ya ocurriese en Memento (2000), nos sumerge a través de una narración basada en el tránsito entre sueños la sensación profunda de estar en vigilia permanente.
Con un fuerte trasfondo en el que se niega a dogmatizar, Nolan nos hace caer de nuevo en el arte del engaño y del hipnotismo que hace que sintamos estar viviendo realmente un sueño trepidante, pero a la vez muy sugestivo.
Al terminar de ver la película recordé un episodio que se dio a mediados de los 60 en un congreso matemático en el que se enfrentaron dos grandes genios; en él Heisenberg expuso su famoso postulado del Principio de la Incertidumbre en el que reflejaba la imposibilidad de predecir cualquier comportamiento de las partículas en el futuro debido a la variabilidad de los acontecimientos que pudieran determinarlos. Einstein, muy descontento por esta aparente aleatoriedad en la naturaleza, resumió su opinión en su famosa frase ' ¡Dios no juega a los dados!'. Parecía que había presentido que la incertidumbre era sólo provisional, y que existía una realidad subyacente, onírica incluso, en la que las partículas tendrían posiciones y velocidades bien definidas; en respuesta a la tajante contraréplica, el mentor de Heisenberg respondió: '¡ No le diga a Dios lo que tiene que hacer ! '
Aquel congreso no acabó de la mejor forma, pues empezaron a separarse aún más los postulados de la Física Moderna hasta que finalmente acabó aceptándose la Teoría de la Relatividad (quien se lo iba a decir al propio Einstein).
De alguna forma, aunque Dios hubiese podido llegar a opinar algo en aquella conferencia, las conclusiones hubiesen seguido enfrentándose y siendo diversas; al final como en el film de Nolan sólo quedará el Tótem que cada uno se dignará a parar o a preservar, pues sólo los genios dejan en manos de sus valedores la posibilidad de decidir sobre su destino, aunque bien pudiera uno jugar a ser Dios.
A propósito de la película decía Nolan que un sueño lúcido se produce cuando uno se da cuenta de que está soñando y, entonces, puede tratar de cambiar lo que sucede o manipularlo de alguna forma. Sin duda, nos encontramos ante una película tremendamente lúcida en todos sus sentidos, no sólo por la notable integración que tienen sus elementos narrativos como parte de una coreografía visual magníficamente acompañada por la banda sonora, sino también por la estructura a la que tan bien acostumbrados nos tiene el británico, consiguiendo comprometernos en un metraje aproximado de dos horas y media gracias a un montaje altamente personalizado, que como ya ocurriese en Memento (2000), nos sumerge a través de una narración basada en el tránsito entre sueños la sensación profunda de estar en vigilia permanente.
Con un fuerte trasfondo en el que se niega a dogmatizar, Nolan nos hace caer de nuevo en el arte del engaño y del hipnotismo que hace que sintamos estar viviendo realmente un sueño trepidante, pero a la vez muy sugestivo.
Al terminar de ver la película recordé un episodio que se dio a mediados de los 60 en un congreso matemático en el que se enfrentaron dos grandes genios; en él Heisenberg expuso su famoso postulado del Principio de la Incertidumbre en el que reflejaba la imposibilidad de predecir cualquier comportamiento de las partículas en el futuro debido a la variabilidad de los acontecimientos que pudieran determinarlos. Einstein, muy descontento por esta aparente aleatoriedad en la naturaleza, resumió su opinión en su famosa frase ' ¡Dios no juega a los dados!'. Parecía que había presentido que la incertidumbre era sólo provisional, y que existía una realidad subyacente, onírica incluso, en la que las partículas tendrían posiciones y velocidades bien definidas; en respuesta a la tajante contraréplica, el mentor de Heisenberg respondió: '¡ No le diga a Dios lo que tiene que hacer ! '
Aquel congreso no acabó de la mejor forma, pues empezaron a separarse aún más los postulados de la Física Moderna hasta que finalmente acabó aceptándose la Teoría de la Relatividad (quien se lo iba a decir al propio Einstein).
De alguna forma, aunque Dios hubiese podido llegar a opinar algo en aquella conferencia, las conclusiones hubiesen seguido enfrentándose y siendo diversas; al final como en el film de Nolan sólo quedará el Tótem que cada uno se dignará a parar o a preservar, pues sólo los genios dejan en manos de sus valedores la posibilidad de decidir sobre su destino, aunque bien pudiera uno jugar a ser Dios.
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