You must be a loged user to know your affinity with Kurtz
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred

6,2
5.569
7
7 de febrero de 2025
7 de febrero de 2025
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de ver The Order (La hermandad silenciosa), me queda una sensación ambivalente. Por un lado, es innegable que estamos ante una película técnicamente impecable, con una fotografía extraordinaria, interpretaciones más que solventes y escenas de gran potencia visual y narrativa. Justin Kurzel, a quien no conocía hasta ahora, demuestra ser un director con una marcada personalidad. Maneja con pulso firme la cámara, el montaje y la composición de los planos abiertos, en los que captura con maestría los paisajes agrestes y montañosos de Idaho y el estado de Washington. Sabe equilibrar la acción con momentos de introspección, combinando escenas familiares e íntimas con otras de pura inmersión paisajística. Todo ello refuerzado por una fotografía impecable que contribuye a la atmósfera densa y tensa que la historia exige.
Sin embargo, a pesar de todos estos aciertos, la película no termina de cerrar el círculo que la haría realmente redonda. Y es una lástima, porque tiene los elementos para ser una obra mucho más contundente. Da la impresión de que Kurzel busca un enfoque aséptico y objetivo en la narración de los hechos, evitando subrayar un posicionamiento explícito. Más que centrarse en la historia de la organización extremista que retrata, parece querer convertir la película en el estudio de dos personajes en contraste: el detective Terry Husk (Jude Law) y el joven líder radical Robert Jay Mathews (Nicholas Hoult).
Aquí es donde la película tropieza. A pesar de que Jude Law entrega una interpretación impecable como un detective decrépito, alcohólico y al borde del colapso vital, la contraposición con Mathews—idealista, fuerte, con convicciones férreas—no termina de funcionar. Kurzel parece querer plantear un duelo simbólico entre ambos, dos caras de una misma moneda: por un lado, una república desgastada y fatigada, que ha perdido parte de sus valores; por otro, la energía radical que busca derrocar el sistema en nombre de una causa. Sobre el papel, la idea es interesante, pero en la ejecución falla por varias razones.
Primero, porque el enfrentamiento entre ambos personajes no se siente realmente orgánico. Aunque comparten algunas escenas cruciales, la relación entre ellos carece de la tensión o el desarrollo necesario para sostener el peso de la narración. Es como si la película quisiera sugerir que su conflicto es inevitable, pero nunca termina de construirlo de manera convincente. Segundo, porque la historia de Terry Husk resulta demasiado convencional en su retrato del antihéroe decadente. Su arco narrativo se apoya en clichés ya explorados en numerosas ocasiones: el policía derrotado, el hombre atormentado por su pasado, el investigador que se enfrenta a una causa que lo supera. Y aunque Law eleva el material con su actuación, el personaje nunca llega a ser lo suficientemente singular como para que su historia destaque por encima de otras similares.
Por otro lado, Mathews tampoco está lo suficientemente desarrollado más allá de sus ideas. Hoult hace un trabajo sólido, pero el guion no le da la profundidad necesaria para que su personaje trascienda la mera representación de un fanático con carisma. Su mundo interior y sus motivaciones quedan apenas esbozados, lo que impide que su contraposición con Husk sea realmente efectiva.
El resultado es una película que, aunque visualmente poderosa y narrativamente bien estructurada, deja la sensación de que podría haber sido mucho más. Kurzel demuestra un gran dominio del lenguaje cinematográfico, pero la falta de un desarrollo más orgánico entre sus protagonistas impide que el duelo central cobre verdadera fuerza. Con un guion más afinado y un trabajo más profundo en la construcción de los personajes, The Order podría haber sido una película sobresaliente. Tal como está, se queda a medio camino entre la frialdad de su planteamiento y la intensidad que su historia requería.
Sin embargo, a pesar de todos estos aciertos, la película no termina de cerrar el círculo que la haría realmente redonda. Y es una lástima, porque tiene los elementos para ser una obra mucho más contundente. Da la impresión de que Kurzel busca un enfoque aséptico y objetivo en la narración de los hechos, evitando subrayar un posicionamiento explícito. Más que centrarse en la historia de la organización extremista que retrata, parece querer convertir la película en el estudio de dos personajes en contraste: el detective Terry Husk (Jude Law) y el joven líder radical Robert Jay Mathews (Nicholas Hoult).
Aquí es donde la película tropieza. A pesar de que Jude Law entrega una interpretación impecable como un detective decrépito, alcohólico y al borde del colapso vital, la contraposición con Mathews—idealista, fuerte, con convicciones férreas—no termina de funcionar. Kurzel parece querer plantear un duelo simbólico entre ambos, dos caras de una misma moneda: por un lado, una república desgastada y fatigada, que ha perdido parte de sus valores; por otro, la energía radical que busca derrocar el sistema en nombre de una causa. Sobre el papel, la idea es interesante, pero en la ejecución falla por varias razones.
Primero, porque el enfrentamiento entre ambos personajes no se siente realmente orgánico. Aunque comparten algunas escenas cruciales, la relación entre ellos carece de la tensión o el desarrollo necesario para sostener el peso de la narración. Es como si la película quisiera sugerir que su conflicto es inevitable, pero nunca termina de construirlo de manera convincente. Segundo, porque la historia de Terry Husk resulta demasiado convencional en su retrato del antihéroe decadente. Su arco narrativo se apoya en clichés ya explorados en numerosas ocasiones: el policía derrotado, el hombre atormentado por su pasado, el investigador que se enfrenta a una causa que lo supera. Y aunque Law eleva el material con su actuación, el personaje nunca llega a ser lo suficientemente singular como para que su historia destaque por encima de otras similares.
Por otro lado, Mathews tampoco está lo suficientemente desarrollado más allá de sus ideas. Hoult hace un trabajo sólido, pero el guion no le da la profundidad necesaria para que su personaje trascienda la mera representación de un fanático con carisma. Su mundo interior y sus motivaciones quedan apenas esbozados, lo que impide que su contraposición con Husk sea realmente efectiva.
El resultado es una película que, aunque visualmente poderosa y narrativamente bien estructurada, deja la sensación de que podría haber sido mucho más. Kurzel demuestra un gran dominio del lenguaje cinematográfico, pero la falta de un desarrollo más orgánico entre sus protagonistas impide que el duelo central cobre verdadera fuerza. Con un guion más afinado y un trabajo más profundo en la construcción de los personajes, The Order podría haber sido una película sobresaliente. Tal como está, se queda a medio camino entre la frialdad de su planteamiento y la intensidad que su historia requería.
Miniserie

7,6
20.173
9
25 de marzo de 2025
25 de marzo de 2025
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya he visto Adolescencia, la aclamada miniserie de Netflix. No quiero detenerme en detalles del argumento ni profundizar excesivamente en cómo retrata la adolescencia actual. Porque, más allá del núcleo evidente de la historia, considero que su auténtico valor radica en el reflejo que hace de la sociedad en su conjunto.
La premisa parte de un hecho monstruoso: un adolescente, Jamie, criado en un entorno cómodo, con una familia estructurada y unos padres que lo quieren, asesina brutalmente a una compañera de colegio aparentemente sin motivo. Este punto de partida sirve para revelar la profunda desconexión que vivimos con nuestra realidad inmediata, incluso la más cercana. Vivimos en una sociedad aparentemente hiperconectada e hiperinformada, capaces de seguir casi en tiempo real un tornado en Wisconsin o una guerra al otro lado del océano. Sin embargo, permanecemos completamente ajenos a lo que sucede en la habitación contigua, en nuestro propio hogar.
Decía Milan Kundera, en La inmortalidad, que el exceso de información sin filtro, lejos de enriquecernos, genera frustración e impotencia por nuestra incapacidad para controlar lo que recibimos. Nos convertimos en meros espectadores pasivos de realidades que no podemos cambiar, lo que termina aislándonos y anestesiando nuestra empatía. Llegamos al punto donde la tragedia de alguien en otro continente apenas nos conmueve superficialmente, y aún peor, tampoco nos importa realmente lo que le sucede a nuestro vecino inmediato. Por extensión, incluso llegamos a desconocer y descuidar a nuestros seres más cercanos, como muestra crudamente la relación de los padres con su hijo Jamie.
En este sentido, Adolescencia no solo muestra un retrato inquietante del mundo juvenil actual, sino que expone brillantemente nuestra incapacidad contemporánea para conectar auténticamente con quienes nos rodean, cuestionando nuestra presunta cercanía en un mundo saturado de información y conexiones virtuales.
Técnicamente, la serie es maravillosa. Me imagino que orquestar cada capítulo para que se rodara en una sola toma ha debido ser muy exigente, no solo para el director y su equipo técnico, sino también para los actores principales y la legión de extras que intervienen en algunos de los capítulos, especialmente en el segundo. El hecho de filmar cámara en mano, en plano secuencia, imprime un ritmo trepidante que beneficia al desarrollo de la trama y al resultado final. No es solo un recurso estilístico para que el director se luzca demostrando virtuosismo en el manejo de cámara o tiempos. Es también una herramienta necesaria para lograr un objetivo narrativo. Lo cierto es que técnicamente es una auténtica virguería que da sentido al conjunto.
Para que todo funcione como un reloj, como sucede siempre, es necesaria la base de un buen guion. Excelente, en este caso. Como en una obra de teatro, la historia se desarrolla en cuatro actos, ofreciéndonos cada uno un pedazo de la misma desde diferentes enfoques. Todos los personajes tienen complejidad y profundidad, y todos aportan sentido a la historia. No hay nada superfluo ni se introducen macguffins para que la trama avance. Decía Chèjov, cuentista por excelencia, sobre la claridad y concreción de la narración: "Elimina todo lo que no tenga relevancia en la historia. Si dijiste en el primer capítulo que había un rifle colgado en la pared, en el segundo o tercero debe ser descolgado inevitablemente. Si no va a ser disparado, no debería haber sido puesto ahí". Y esto se cumple sin duda en esta narración. Aporta todos los elementos necesarios para implicarte en la historia, a un ritmo que crece continuamente, y deja los espacios suficientes para que tú, como espectador, participes llenando esos huecos con tus propios pensamientos. Te deja reflexionando, tratando de encontrar una explicación al porqué ese joven, en apariencia normal, ha podido cometer un acto tan monstruoso. Te hace partícipe en todo momento. Maravilloso.
Un buen guion, además, ofrece la posibilidad de lucirse a los actores. Es esa perita en dulce que cualquier intérprete desea. Y en este caso, todo el reparto está excelente. Empezando por el joven que encarna a Jamie (Owen Cooper) —parece mentira que este sea su primer papel y que lo desempeñe con tanta maestría siendo tan joven—, pasando por el creador y guionista Stephen Graham, como padre del protagonista, y, en general, todos los actores. Pero, si tuviera que quedarme con una actuación, sería la de Erin Doherty, interpretando a Briony Ariston, la psicóloga clínica que entrevista a Jamie en el magnífico tercer capítulo.
No es solo que me haya gustado mucho esta serie, sino que ha pasado de inmediato al olimpo de mis favoritas de todos los tiempos, no ya como serie, sino como producción cinematográfica y como historia, una historia de las que te tocan la patata y te deja tocado, meditando sobre tu propio mundo, preguntándote hasta que punto, eso que se narra no podría perfectamente ocurrirte a ti.
La premisa parte de un hecho monstruoso: un adolescente, Jamie, criado en un entorno cómodo, con una familia estructurada y unos padres que lo quieren, asesina brutalmente a una compañera de colegio aparentemente sin motivo. Este punto de partida sirve para revelar la profunda desconexión que vivimos con nuestra realidad inmediata, incluso la más cercana. Vivimos en una sociedad aparentemente hiperconectada e hiperinformada, capaces de seguir casi en tiempo real un tornado en Wisconsin o una guerra al otro lado del océano. Sin embargo, permanecemos completamente ajenos a lo que sucede en la habitación contigua, en nuestro propio hogar.
Decía Milan Kundera, en La inmortalidad, que el exceso de información sin filtro, lejos de enriquecernos, genera frustración e impotencia por nuestra incapacidad para controlar lo que recibimos. Nos convertimos en meros espectadores pasivos de realidades que no podemos cambiar, lo que termina aislándonos y anestesiando nuestra empatía. Llegamos al punto donde la tragedia de alguien en otro continente apenas nos conmueve superficialmente, y aún peor, tampoco nos importa realmente lo que le sucede a nuestro vecino inmediato. Por extensión, incluso llegamos a desconocer y descuidar a nuestros seres más cercanos, como muestra crudamente la relación de los padres con su hijo Jamie.
En este sentido, Adolescencia no solo muestra un retrato inquietante del mundo juvenil actual, sino que expone brillantemente nuestra incapacidad contemporánea para conectar auténticamente con quienes nos rodean, cuestionando nuestra presunta cercanía en un mundo saturado de información y conexiones virtuales.
Técnicamente, la serie es maravillosa. Me imagino que orquestar cada capítulo para que se rodara en una sola toma ha debido ser muy exigente, no solo para el director y su equipo técnico, sino también para los actores principales y la legión de extras que intervienen en algunos de los capítulos, especialmente en el segundo. El hecho de filmar cámara en mano, en plano secuencia, imprime un ritmo trepidante que beneficia al desarrollo de la trama y al resultado final. No es solo un recurso estilístico para que el director se luzca demostrando virtuosismo en el manejo de cámara o tiempos. Es también una herramienta necesaria para lograr un objetivo narrativo. Lo cierto es que técnicamente es una auténtica virguería que da sentido al conjunto.
Para que todo funcione como un reloj, como sucede siempre, es necesaria la base de un buen guion. Excelente, en este caso. Como en una obra de teatro, la historia se desarrolla en cuatro actos, ofreciéndonos cada uno un pedazo de la misma desde diferentes enfoques. Todos los personajes tienen complejidad y profundidad, y todos aportan sentido a la historia. No hay nada superfluo ni se introducen macguffins para que la trama avance. Decía Chèjov, cuentista por excelencia, sobre la claridad y concreción de la narración: "Elimina todo lo que no tenga relevancia en la historia. Si dijiste en el primer capítulo que había un rifle colgado en la pared, en el segundo o tercero debe ser descolgado inevitablemente. Si no va a ser disparado, no debería haber sido puesto ahí". Y esto se cumple sin duda en esta narración. Aporta todos los elementos necesarios para implicarte en la historia, a un ritmo que crece continuamente, y deja los espacios suficientes para que tú, como espectador, participes llenando esos huecos con tus propios pensamientos. Te deja reflexionando, tratando de encontrar una explicación al porqué ese joven, en apariencia normal, ha podido cometer un acto tan monstruoso. Te hace partícipe en todo momento. Maravilloso.
Un buen guion, además, ofrece la posibilidad de lucirse a los actores. Es esa perita en dulce que cualquier intérprete desea. Y en este caso, todo el reparto está excelente. Empezando por el joven que encarna a Jamie (Owen Cooper) —parece mentira que este sea su primer papel y que lo desempeñe con tanta maestría siendo tan joven—, pasando por el creador y guionista Stephen Graham, como padre del protagonista, y, en general, todos los actores. Pero, si tuviera que quedarme con una actuación, sería la de Erin Doherty, interpretando a Briony Ariston, la psicóloga clínica que entrevista a Jamie en el magnífico tercer capítulo.
No es solo que me haya gustado mucho esta serie, sino que ha pasado de inmediato al olimpo de mis favoritas de todos los tiempos, no ya como serie, sino como producción cinematográfica y como historia, una historia de las que te tocan la patata y te deja tocado, meditando sobre tu propio mundo, preguntándote hasta que punto, eso que se narra no podría perfectamente ocurrirte a ti.

6,8
21.052
9
10 de noviembre de 2024
10 de noviembre de 2024
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La verdad es un armario muy solicitado y con poca luz" (E. Bunbury - Ella me dijo que no - Las Consecuencias)
Pues bien, este pasado viernes fui a ver "Jurado Nº 2", del viejo y prolífico Clint. Un tipo que a sus 94 años, edad en que la mayoría de los seres humanos están ya en la fosa o haciendose pipí encima y con la cabeza algo averiada, sigue dedicandose a lo que indudablemente es su pasión, que no es otra que hacer películas. Y lo más llamativo no es ya que a su provecta edad siga al pie del cañón, sino que sea capaz de seguir pariendo geniales obras cinematográficas, con un estilo personal inconfundible, conmovedoras y de una profundidad muy poco habitual, hoy en día, en el panórama cinematográfico américano y, casi diría, salvando honrosas excepciones, mundial. Pocas veces se hace ya cine para adultos, en el que el tipo que te cuenta la historia simplemente se presta a mostrarte unos hechos, a presentarte unos personajes que no son en blanco y negro, con malos muy malos y buenos buenérrimos, solo gente que actua acorde con sus circunstancias y con la que, en todos los casos, puedas sentirte perfectamente identificado, en sus grandezas y sus miserias. Porque así es la vida y así es como se plantean de una manera honesta y competente los dilemas morales que, de una manera u otra, a todos nos asaltan a lo largo de nuestras nímias existencias.
Y esta es, fundamentalmente, la grandeza de esta película y, en general, de la producción como director del viejo Clint. Es cierto que ha tenido altibajos en su carrera como director, pero sin duda los bajos, nunca han sido tan bajos y los altos han sido inconmensurables. Me atrevo a poner esta película, la que probablemente será su ultima película (aunque vayan ustedes a saber), a la altura de sus mejores producciones, muy en la linea de "Mystic River", tanto en la calidad de su historia como en dirección cinematográfica y de actores. No renuncia a su habitual austeridad ni a la ausencia de subrayados innecesarios. Los planos justos, el movimiento justo de cámara, solo lo necesario para construir la historia y desarrollar los personajes.
En fin, que me he quedado encantado de recuperar en mi imaginario al gran Eastwood, un señor con una serenidad y una lucidez envidiable a sus 94 años. Un tipo que sin duda ha conquistado el olimpo cinematográfico y que quedará para siempre como uno de los más grandes. Ya lo era, antes de esta película, pero ahora lo subraya de manera sublime.
No dejen de verla, saldran del cine y seguiran pensando en ella, en sus protagonistas, en sus dudas y en su excelente final, quizás llenos de dudas y alguna que otra contradicción.
Pues bien, este pasado viernes fui a ver "Jurado Nº 2", del viejo y prolífico Clint. Un tipo que a sus 94 años, edad en que la mayoría de los seres humanos están ya en la fosa o haciendose pipí encima y con la cabeza algo averiada, sigue dedicandose a lo que indudablemente es su pasión, que no es otra que hacer películas. Y lo más llamativo no es ya que a su provecta edad siga al pie del cañón, sino que sea capaz de seguir pariendo geniales obras cinematográficas, con un estilo personal inconfundible, conmovedoras y de una profundidad muy poco habitual, hoy en día, en el panórama cinematográfico américano y, casi diría, salvando honrosas excepciones, mundial. Pocas veces se hace ya cine para adultos, en el que el tipo que te cuenta la historia simplemente se presta a mostrarte unos hechos, a presentarte unos personajes que no son en blanco y negro, con malos muy malos y buenos buenérrimos, solo gente que actua acorde con sus circunstancias y con la que, en todos los casos, puedas sentirte perfectamente identificado, en sus grandezas y sus miserias. Porque así es la vida y así es como se plantean de una manera honesta y competente los dilemas morales que, de una manera u otra, a todos nos asaltan a lo largo de nuestras nímias existencias.
Y esta es, fundamentalmente, la grandeza de esta película y, en general, de la producción como director del viejo Clint. Es cierto que ha tenido altibajos en su carrera como director, pero sin duda los bajos, nunca han sido tan bajos y los altos han sido inconmensurables. Me atrevo a poner esta película, la que probablemente será su ultima película (aunque vayan ustedes a saber), a la altura de sus mejores producciones, muy en la linea de "Mystic River", tanto en la calidad de su historia como en dirección cinematográfica y de actores. No renuncia a su habitual austeridad ni a la ausencia de subrayados innecesarios. Los planos justos, el movimiento justo de cámara, solo lo necesario para construir la historia y desarrollar los personajes.
En fin, que me he quedado encantado de recuperar en mi imaginario al gran Eastwood, un señor con una serenidad y una lucidez envidiable a sus 94 años. Un tipo que sin duda ha conquistado el olimpo cinematográfico y que quedará para siempre como uno de los más grandes. Ya lo era, antes de esta película, pero ahora lo subraya de manera sublime.
No dejen de verla, saldran del cine y seguiran pensando en ella, en sus protagonistas, en sus dudas y en su excelente final, quizás llenos de dudas y alguna que otra contradicción.

6,9
17.443
6
7 de marzo de 2025
7 de marzo de 2025
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por fin he visto la aclamada y multipremiada Anora, escrita y dirigida por Sean Baker, quien también se encarga del montaje, por el que ha recibido otra estatuilla. Perdí la oportunidad de verla en cine (o mejor dicho, prioricé otras películas) y la he visto en streaming, de alquiler, a través de la plataforma Filmin. En este caso, creo que la diferencia entre verla en cine o en televisión debe de ser mínima.
Empezaré diciendo que la dirección de Baker no me ha parecido nada del otro mundo. El guión me ha parecido flojo y las actuaciones no son especialmente memorables. Como bien dijo Woody Allen, sin un buen guión es muy difícil que una película funcione, porque por mucho énfasis que se ponga en la dirección técnica y artística, si no hay algo interesante que contar, ni profundidad en los personajes y en la historia, si todo resulta superficial y cargante, como sucede con Anora, el resultado está abocado al fracaso. Puede enmarcarse en el simple entretenimiento, que es lo que Anora ofrece, pero veo difícil que la película perdure en la memoria de quienes hoy la alaban como obra maestra, más allá de unos pocos años. No he visto ni un rasgo de algo parecido a gran cine.
La película parte de un guión flojo que no acaba de definirse. No es provocador, no tiene profundidad ni personajes potentes. En realidad, no cuenta nada interesante y, además, está plagado de clichés. Ahora bien, el uso de clichés no es un mal en sí mismo. Si se manejan con el tono paródico adecuado, como hacen Tarantino o su pupilo más destacado, Guy Ritchie, pueden convertirse en un recurso estilístico. Sin embargo, en Anora, los clichés no funcionan de ese modo y solo refuerzan la sensación de que la historia es predecible y sin sustancia.
Solo puedo suponer cuál fue la intención de Sean Baker al escribir el guión y planificar esta película. Entiendo que quiso mezclar diferentes estilos y conseguir una propuesta innovadora y original. Me da la sensación de que intenta seguir la estela de Tarantino o Ritchie (de ahí que los mencionara antes). En mi opinión, lo que logra no es una fusión de estilos, sino un batiburrillo indefinido. No es comedia, no es thriller, no es denuncia, no es cine underground, no es análisis de personajes ni de sus circunstancias, aunque parece pretenderlo todo sin lograrlo en ningún aspecto.
En cuanto a las actuaciones, los actores hacen lo que pueden. Es meritorio el papel de la protagonista, Mikey Madison, en tanto que baila y se mueve bien. Pero por lo demás, su personaje es el de una histérica que se pasa media película gritando y profiriendo insensateces y tacos a tutiplén, como si eso fuera sinónimo de empoderamiento. No me parece un personaje femenino especialmente potente, y el empoderamiento que se le supone es trivial y vacío. El resto del reparto está correcto, sin más. El chaval ruso (Mark Eydelshteyn), hijo de oligarcas, es directamente oligofrénico, y como oligofrénico lo hace estupendamente. Se pasa borracho todo el metraje. Lo que no acabo de entender es su propósito en la trama y, sobre todo, cómo una mujer a la que se le supone una vida difícil, que ya conoce el lado oscuro y salvaje de la vida, que ha tratado con un gran número de personajes similares en su profesión, puede llegar a creer que este muchacho estaba realmente enamorado de ella. Un sinsentido.
Últimamente, sucede muy a menudo con los premios Oscar que una película mediocre es elevada a la categoría de obra maestra, acaparando todos los grandes premios (película, dirección, guión original y montaje). Los Oscar no dejan de ser una enorme plataforma publicitaria, plegada a modas y tendencias, en la que el espíritu crítico brilla por su ausencia. Es significativo que Anora patinara en los Globos de Oro, premios otorgados por la prensa especializada, ajena (en teoría) a los tejemanejes de la industria.
En todo caso, centrándome en los premios, el hecho de que esta película haya recibido cinco estatuillas, compitiendo contra verdaderas maravillas como The Brutalist (sobre la que ya opiné en este foro) o Cónclave (que comentaré más adelante), me parece una aberración en línea con las muchas que se han perpetrado en los Óscar en los últimos años. El caso más sangrante, junto con Anora, es el de Todo a la vez en todas partes, de la que probablemente ya pocos se acuerdan.
Con Anora, intuyo, sucederá algo parecido. Una moda pasajera. No tiene mimbres para perdurar como una obra mayor, más allá de que se recuerde que ganó cinco Óscar y una Palma de Oro en Cannes (otro galardón que me resulta incomprensible).
Empezaré diciendo que la dirección de Baker no me ha parecido nada del otro mundo. El guión me ha parecido flojo y las actuaciones no son especialmente memorables. Como bien dijo Woody Allen, sin un buen guión es muy difícil que una película funcione, porque por mucho énfasis que se ponga en la dirección técnica y artística, si no hay algo interesante que contar, ni profundidad en los personajes y en la historia, si todo resulta superficial y cargante, como sucede con Anora, el resultado está abocado al fracaso. Puede enmarcarse en el simple entretenimiento, que es lo que Anora ofrece, pero veo difícil que la película perdure en la memoria de quienes hoy la alaban como obra maestra, más allá de unos pocos años. No he visto ni un rasgo de algo parecido a gran cine.
La película parte de un guión flojo que no acaba de definirse. No es provocador, no tiene profundidad ni personajes potentes. En realidad, no cuenta nada interesante y, además, está plagado de clichés. Ahora bien, el uso de clichés no es un mal en sí mismo. Si se manejan con el tono paródico adecuado, como hacen Tarantino o su pupilo más destacado, Guy Ritchie, pueden convertirse en un recurso estilístico. Sin embargo, en Anora, los clichés no funcionan de ese modo y solo refuerzan la sensación de que la historia es predecible y sin sustancia.
Solo puedo suponer cuál fue la intención de Sean Baker al escribir el guión y planificar esta película. Entiendo que quiso mezclar diferentes estilos y conseguir una propuesta innovadora y original. Me da la sensación de que intenta seguir la estela de Tarantino o Ritchie (de ahí que los mencionara antes). En mi opinión, lo que logra no es una fusión de estilos, sino un batiburrillo indefinido. No es comedia, no es thriller, no es denuncia, no es cine underground, no es análisis de personajes ni de sus circunstancias, aunque parece pretenderlo todo sin lograrlo en ningún aspecto.
En cuanto a las actuaciones, los actores hacen lo que pueden. Es meritorio el papel de la protagonista, Mikey Madison, en tanto que baila y se mueve bien. Pero por lo demás, su personaje es el de una histérica que se pasa media película gritando y profiriendo insensateces y tacos a tutiplén, como si eso fuera sinónimo de empoderamiento. No me parece un personaje femenino especialmente potente, y el empoderamiento que se le supone es trivial y vacío. El resto del reparto está correcto, sin más. El chaval ruso (Mark Eydelshteyn), hijo de oligarcas, es directamente oligofrénico, y como oligofrénico lo hace estupendamente. Se pasa borracho todo el metraje. Lo que no acabo de entender es su propósito en la trama y, sobre todo, cómo una mujer a la que se le supone una vida difícil, que ya conoce el lado oscuro y salvaje de la vida, que ha tratado con un gran número de personajes similares en su profesión, puede llegar a creer que este muchacho estaba realmente enamorado de ella. Un sinsentido.
Últimamente, sucede muy a menudo con los premios Oscar que una película mediocre es elevada a la categoría de obra maestra, acaparando todos los grandes premios (película, dirección, guión original y montaje). Los Oscar no dejan de ser una enorme plataforma publicitaria, plegada a modas y tendencias, en la que el espíritu crítico brilla por su ausencia. Es significativo que Anora patinara en los Globos de Oro, premios otorgados por la prensa especializada, ajena (en teoría) a los tejemanejes de la industria.
En todo caso, centrándome en los premios, el hecho de que esta película haya recibido cinco estatuillas, compitiendo contra verdaderas maravillas como The Brutalist (sobre la que ya opiné en este foro) o Cónclave (que comentaré más adelante), me parece una aberración en línea con las muchas que se han perpetrado en los Óscar en los últimos años. El caso más sangrante, junto con Anora, es el de Todo a la vez en todas partes, de la que probablemente ya pocos se acuerdan.
Con Anora, intuyo, sucederá algo parecido. Una moda pasajera. No tiene mimbres para perdurar como una obra mayor, más allá de que se recuerde que ganó cinco Óscar y una Palma de Oro en Cannes (otro galardón que me resulta incomprensible).

7,1
12.112
9
25 de enero de 2025
25 de enero de 2025
2 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
He visto The Brutalist, película guionizada y dirigida por Brady Corbet. Aunque no conocía al director, las críticas y premios que ha recibido despertaron mi curiosidad, y puedo decir sin rodeos que no me ha decepcionado. A pesar de sus 215 minutos de duración, no sobra ni un solo minuto.
Sé que algunos lectores fruncirán el ceño al leer esto. Especialmente aquellos integristas de los 90 minutos, nostálgicos de un tiempo en que el cine era visto como una actividad rápida y concisa, un pasatiempo que no debería durar más que un partido de fútbol. Pero no todas las historias pueden contarse en ese tiempo. Hay relatos que necesitan espacio para respirar, para desarrollarse, para explorar a fondo sus temas y personajes. Y The Brutalist es uno de ellos.
El tono narrativo de la película es abiertamente literario, algo que, como lector habitual, aprecio enormemente. Pero no se queda ahí: Corbet combina esta densidad narrativa con una dirección cinematográfica impecable, llena de imágenes que hablan por sí solas. Este equilibrio entre lo literario y lo visual es difícil de lograr, pero aquí se consigue con una elegancia asombrosa.
La película me recordó inevitablemente a Pozos de ambición de Paul Thomas Anderson. En ambas historias, se aborda la lucha entre dos formas de poder: el pragmático —político y económico— y el espiritual o creativo, aunque cada una lo hace desde su propio ángulo. En Pozos de ambición, esta tensión se personifica en la relación entre un magnate petrolero y un pastor iluminado que manipula las almas. En The Brutalist, el conflicto se centra en la relación entre el genio creativo, representado por Adrien Brody, y el poder político y económico que busca controlarlo, interpretado por Guy Pearce. Ambos filmes comparten esa sensación de enfrentamiento titánico, pero aquí el foco se pone en el arte como vehículo de libertad frente a la brutalidad que intenta subyugarlo.
Los personajes de la película son, sin duda, uno de sus mayores logros. No hay héroes ni villanos en el sentido tradicional. El personaje interpretado por Guy Pearce podría parecer un antagonista, pero está lejos de ser un cliché. Es un hombre lleno de contradicciones, con luces y sombras, como cualquier persona. Lo mismo ocurre con el personaje de Adrien Brody, un genio atormentado cuya complejidad emocional da forma a buena parte de la película. Esta humanidad en los personajes es lo que hace que la historia sea tan potente: no hay vidas perfectas, y Corbet no tiene interés en darnos respuestas fáciles ni en retratar el mundo en blanco y negro.
Y es aquí donde radica la verdadera fuerza de The Brutalist: cuando el cine se hace bien y se saben combinar el lenguaje cinematográfico y el literario, cuando, como cualquier buen arte, es capaz de suscitarnos más preguntas que respuestas categóricas, a través de las imágenes y de un guión acertado, es sublime. Esta película lo es.
El mensaje final de la película, encapsulado en un discurso que cierra la historia, es una nota de esperanza. Sin revelar demasiado, diré que es un recordatorio de que, aunque el camino pueda ser duro y lleno de sombras, el destino puede ser redentor. Es una idea que resuena mucho más allá de la pantalla, invitándonos a reflexionar sobre nuestra propia capacidad de encontrar significado en medio de la adversidad.
En resumen, The Brutalist es una obra que merece ser vista, pensada y debatida. No tengan miedo a su duración, ni a su complejidad. Porque cuando el cine se hace bien, como en este caso, lo que te deja no es agotamiento, sino la sensación de haber vivido una experiencia que importa. Absolutamente recomendable.
Sé que algunos lectores fruncirán el ceño al leer esto. Especialmente aquellos integristas de los 90 minutos, nostálgicos de un tiempo en que el cine era visto como una actividad rápida y concisa, un pasatiempo que no debería durar más que un partido de fútbol. Pero no todas las historias pueden contarse en ese tiempo. Hay relatos que necesitan espacio para respirar, para desarrollarse, para explorar a fondo sus temas y personajes. Y The Brutalist es uno de ellos.
El tono narrativo de la película es abiertamente literario, algo que, como lector habitual, aprecio enormemente. Pero no se queda ahí: Corbet combina esta densidad narrativa con una dirección cinematográfica impecable, llena de imágenes que hablan por sí solas. Este equilibrio entre lo literario y lo visual es difícil de lograr, pero aquí se consigue con una elegancia asombrosa.
La película me recordó inevitablemente a Pozos de ambición de Paul Thomas Anderson. En ambas historias, se aborda la lucha entre dos formas de poder: el pragmático —político y económico— y el espiritual o creativo, aunque cada una lo hace desde su propio ángulo. En Pozos de ambición, esta tensión se personifica en la relación entre un magnate petrolero y un pastor iluminado que manipula las almas. En The Brutalist, el conflicto se centra en la relación entre el genio creativo, representado por Adrien Brody, y el poder político y económico que busca controlarlo, interpretado por Guy Pearce. Ambos filmes comparten esa sensación de enfrentamiento titánico, pero aquí el foco se pone en el arte como vehículo de libertad frente a la brutalidad que intenta subyugarlo.
Los personajes de la película son, sin duda, uno de sus mayores logros. No hay héroes ni villanos en el sentido tradicional. El personaje interpretado por Guy Pearce podría parecer un antagonista, pero está lejos de ser un cliché. Es un hombre lleno de contradicciones, con luces y sombras, como cualquier persona. Lo mismo ocurre con el personaje de Adrien Brody, un genio atormentado cuya complejidad emocional da forma a buena parte de la película. Esta humanidad en los personajes es lo que hace que la historia sea tan potente: no hay vidas perfectas, y Corbet no tiene interés en darnos respuestas fáciles ni en retratar el mundo en blanco y negro.
Y es aquí donde radica la verdadera fuerza de The Brutalist: cuando el cine se hace bien y se saben combinar el lenguaje cinematográfico y el literario, cuando, como cualquier buen arte, es capaz de suscitarnos más preguntas que respuestas categóricas, a través de las imágenes y de un guión acertado, es sublime. Esta película lo es.
El mensaje final de la película, encapsulado en un discurso que cierra la historia, es una nota de esperanza. Sin revelar demasiado, diré que es un recordatorio de que, aunque el camino pueda ser duro y lleno de sombras, el destino puede ser redentor. Es una idea que resuena mucho más allá de la pantalla, invitándonos a reflexionar sobre nuestra propia capacidad de encontrar significado en medio de la adversidad.
En resumen, The Brutalist es una obra que merece ser vista, pensada y debatida. No tengan miedo a su duración, ni a su complejidad. Porque cuando el cine se hace bien, como en este caso, lo que te deja no es agotamiento, sino la sensación de haber vivido una experiencia que importa. Absolutamente recomendable.
Más sobre Kurtz
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here