Ni risas, ni ternura, ni nostalgia, ni dolor, ni amargura, ni amor, ni dulzura... no conseguí que me transmitiera absolutamente nada a parte de VERGÜENZA AJENA.
Una viejuna diciendo bobadas: ese es el argumento de la película. Espero que no cuente como spoiler.
Puedo entender que todos nosotros tengamos sentimientos muy especiales hacia nuestros mayores pero no por eso se me ocurriría jamás hacer un documental en formato de entrevista sobre mi abuelo (que os aseguro que le pasaron cosas más interesantes que a esta señora, peripecias vitales de la guerra incluidas) porque entiendo que al resto de los mortales se la suda mi abuelo. Pues bien, los hijos de esta señora no se han percatado de este pequeño detalle. Pero es que, además, esta señora es cansina, vulgar, pesada, exagerada hasta la extenuación y con un punto de falsedad y naturalidad fingida que echa para atrás... vamos, un clon de mi suegra. Lo que pasa es que a esta última estoy obligado a aguantarla, y como a la protagonista de la pseudopelícula no, pues eso, la mandé a tomar por culo a la media hora.
Ojalá tuviese cojones de hacer lo mismo con mi suegra.