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Críticas 35
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
15 de mayo de 2008
105 de 116 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soylent Green es una de las grandes películas de la ciencia ficción apocalíptica, género distópico que presenta el mundo yéndose al carajo por culpa de nuestro modo de vida (ya sea por el agotamiento de los recursos, por la guerra o por el holocausto nuclear) y que tiene por tanto un tono crítico respecto al presente, aunque esa crítica suela matizarse y a menudo quede descontextualizada y/o reducida a sus aspectos más obvios y por ello más fácilmente asumibles por el público.
Ambientada en el año 2022, Soylent Green presenta un futuro en el que la Tierra ha quedado yerma por culpa de un cambio climático que ha hecho subir las temperaturas. A ello se une la preocupante superpoblación del planeta. Así pues, tenemos un descenso brutal de los recursos alimenticios y un incremento desproporcionado de la población (¿alguien ha dicho malthusianismo?). La situación es más que preocupante, menos mal que tenemos nuestro soylent green para alimentarnos... ¿qué haríamos sin él?
El futuro presentado es netamente distópico: no aparecen nuevos adelantos tecnológicos espectaculares ni coches volando ni nada por el estilo, este futuro tiene un aire más bien cutre, lo que se podría achacar tanto a que el guionista quiso presentar una historia desnuda, sin aditivos, como a la falta de presupuesto de la producción y las limitaciones de los efectos especiales. Pero lo que es cierto es que este aire “cutre” le concede un cierto encanto y, sobre todo, lo hace más cercano, más creíble y, por ello, más temible. Ese futuro se parece más al pasado (al de comienzos del siglo XX) que a lo que esperaríamos de una sociedad por venir.
Estamos frente una sociedad en la que los que son ricos viven muy bien, ellos sí pueden comer carne de buey y otros manjares como fresas (a 150 dólares el bote, oiga), y disfrutar de prostitutas de lujo a juego con la casa como si de "mobiliario" (como se las llama en la película) se tratase; mientras, los pobres se mueren literalmente y por miles en calles e iglesias convertidas en hospicios. Una sociedad en la que los polis no tienen recursos, son corruptos y muy violentos (y con unos uniformes que parecen los de un electricista) y la ley no vale nada frente al poder y el dinero (esto también me suena). Hay una escena que ejemplifica esto perfectamente: Charlton Heston haciendo de poli bueno (a pesar de ser un fascista, el expresidente alcohólico de la ANR actuó en algunas películas memorables) interroga al guardaespaldas del ricachón que acaba de morir en su lujosa casa: «-¿Cuál era su nombre completo? -William R. Simonson. -¿Profesión? -Rico». Poco más se puede añadir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Tras la típica intriga policíaca (con chica guapa incluida) llegamos al esperado (y temible) desenlace: Heston, ayudado por su amigo Sol (interpretado por un magnífico Edward G. Robinson), descubre el terrible secreto que no ha de ser desvelado: el soylent green está hecho con restos de seres humanos. Sol decide suicidarse tras descubrirlo, abrumado por ello. El suicidio no sólo es admitido por esta sociedad sino que se considera un servicio dada la superpoblación, por lo que cuentan con toda una serie de instalaciones de suicidio asistido e higiénico. Esta cuestión (la del suicidio y su tratamiento y engarce con el tema principal de la película) bien merece que nos detengamos un poco. Sol se suicida ante la monstruosidad de lo que ha descubierto y que no puede ni comprender ni tan siquiera comunicar: cuando trata de decírselo al personaje de Charlton Heston, ya en la sala de suicicio y a punto de morir, una distorsión impide que le escuchemos. La barbarie no puede siquiera ser nombrada, es indecible. Tal y como les sucedía a muchos supervivientes de los campos de exterminio nazis, Sol decide suicidarse, abrumado por la culpa de haber sido partícipe de la barbarie, aun siendo también víctima, derrotado porque sabe que nadie le creerá o peor aún, será creído, pero nada se hará y nada podrá hacerse para remediar lo sucedido e impedir que continúe. El pesimismo es evidente. Esto es una mierda, pero es lo que hay y el ser humano es impotente para cambiarlo. El individualismo es estéril, la acción colectiva no parece existir.
El fondo de la película es la política de los hechos consumados (tan cara al capitalismo): se produce una autonomización del sistema que crea un problema artificial (la falta de recursos) y después la solución al mismo, siendo el remedio peor que la enfermedad y además irreversible. O muerte lenta por inanición o a comerte los restos triturados de tus vecinos. Todo da igual.
La película termina con un Charlton Heston enloquecido gritando que el soylent green está hecho con carne humana sin que a nadie, ni a sus compañeros ni a los pobres hambrientos hacinados en la iglesia les importe lo más mínimo. La moral ha desaparecido: en una sociedad que reduce al ser humano a mera vida, a la supervivencia más elemental, no tiene cabida el planteamiento de cuestiones morales, son un lujo que no cabe permitirse. Una exageración, tal vez, pero que expresa una realidad profunda a la que nos enfrentamos cada día y a la que tendremos que enfrentarnos en el futuro, si bien de forma no tan cruda (nunca mejor dicho), pero no por ello menos cruel y desesperada.
19 de octubre de 2007
55 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífica película que retrata los últimos meses de vida del pintor Amadeo Modigliani (interpretado magistralmente por Gérard Philipe), que fue despreciado e ignorado por sus contemporáneos, viviendo en la miseria acompañado y apoyado tan sólo por su mujer Jeanne, unos pocos amigos y su fiel compañero el whisky, pero que tras su muerte se convertirá en uno de los pintores más cotizados de la historia.
Montparnasse 19 (título original de la película) no retrata sólo la vida de un pintor, sino ante todo el final de una época, la del Paris de la bohemia, aquella época en la que el arte tenía aún algo que decir, estaba vivo, era vida en sí mismo. Las escenas de Modigliani pintando enfebrecido, consumido por el alcohol y en la más absoluta miseria nos hablan de tiempos que ya nos son totalmente irreconocibles, ajenos, en los que el arte contenía en sí la utopía, la esperanza. El arte entonces todavía era vida, trágica a menudo, pero vida, y no una triste pantomima cuando no una gran estafa como sucede ahora.
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Pero tras aquella esperanza sólo queda la muerte. La muerte del arte, ejemplificada por la muerte de Modigliani, que es aprovechada por el comerciante de arte Marcel para comprarle todos sus cuadros a su mujer Jeanne antes de que se entere de que ha muerto, sabiendo que se revalorizarán tras haber muerto su autor y multiplicará por mucho su inversión. El final de la película, trágico y grandioso al mismo tiempo, es el triunfo de la mercancía sobre la vida, sobre el arte, sobre la utopía. Es la muerte de la pintura. A partir de entonces todo cambiará. Jacques Becker lo supo captar de forma maravillosa.
1 de septiembre de 2008
55 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
El polaco Walerian Borowczyk es uno de los grandes genios incomprendidos e ignorados de la historia del cine. La Bête es quizás su gran obra maestra, una fábula erótica que recrea de forma muy personal y bizarra elementos de cuentos como La Bella y la Bestia o Caperucita roja, resaltando los elementos eróticos de estos cuentos infantiles en una lectura que debe mucho al psicoanálisis y con una visión libertaria de la sexualidad que entronca con el surrealismo. El resultado es una película barroca, preciosista, de una belleza y una sensualidad como pocas veces se puede apreciar en el cine y con una carga crítica quizás no evidente pero sí presente a lo largo de toda la película. Estamos ante una obra alegórica con un estilo que bebe mucho de los grandes del siglo XVIII (Diderot o Sade, por ejemplo), que moraliza para acabar con toda moral sexual y nos enfrenta a nuestros propios deseos sexuales más salvajes, desesperados e inconfesados y a la posibilidad/imposibilidad de satisfacerlos, al miedo que nosotros mismos sentimos ante ellos.
Mi primer encuentro con esta película tuvo lugar siendo todavía un “inocente” adolescente, en una de esas noches de fin de semana en las que regresaba a casa más borracho que una mosca en una jarra de cerveza, encendía la televisión y ponía el Canal 7 y su mítico ciclo de cine erótico, bajando el sonido para que no me pillasen mis padres (todos lo hemos hecho, no lo neguéis). Y un día, al encender la televisión, cuál no sería mi sopresa al ver a una especie de bestia bastante cutre con un aparato descomunal entre las piernas violando a una dama del siglo XVIII, desconcertado me quedé mirando fijamente la televisión un par de minutos, pensando que iba más borracho de lo que pensaba y finalmente la apagué y me fui a la cama. Años después me enteraría de la existencia de ese señor llamado Borowczyk y de esta película, La Bête, que de inmediato asocié a aquella escena, pudiéndola ver, por fin, de un tirón y con plena conciencia de a lo que me enfrentaba.
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El marqués de L’Esperance decide casar a su hijo Mathurin con una rica heredera, Lucy, gracias a la cual salvar de la bancarrota a la familia, pero para ello debe ocultar el secreto de la familia. Lucy y su tía acuden al castillo de L’Esperance pero lo que descubren allí no es lo que esperaban. Mathurin no es el atento y romántico galán que imaginaban, sino un bruto con pocas luces. A esto se unen las extrañas leyendas de la familia en torno a una antepasada del siglo XVIII, Romilda, que se encontró con un monstruo que la atacó en el bosque y nunca volvió a ser la misma. Lucy comienza a tener sueños húmedos en los que los protagonistas son Romilda y una bestia que la ataca en el bosque y la viola. Romilda trata de resistirse, pero poco a poco cede al placer (enorme) que le proporciona la bestia, lo que también le ocurre a Lucy, que se masturba y busca a Mathurin para que satisfaga sus necesidades sexuales, pero éste duerme como un niño. Mathurin muere en la cama de forma absurda y Lucy y su tía descubren el gran secreto de la familia, Mathurin era un descendiente de aquella bestia del bosque. Las dos mujeres huyen, pero Lucy no logra apartar de su mente la visión de la bestia, su promesa de placer.
Borowczyk trata como nadie las escenas sexuales dándoles un toque onírico, de gran belleza y simbolismo, haciéndolas trascender hasta alcanzar un potencial utópico que las sitúa más allá de la propia satisfacción sexual y las convierte en instantes de vida plenamente vivida que contrastan con la miseria de la vida que aguarda a Lucy, con el ambiente opresivo del castillo y la moral puritana de la tía. El fetichismo sexual de Borowczyk, es una de las claves de la película, un fetichismo en el que el objeto no es un sustituto de la persona amada que cosifica a ésta sino una promesa de placer y libertad, un elemento que destruye todo prejuicio y toda moral y abre el camino a la liberación de la sexualidad, a su disfrute pleno. Entre estas escenas destacan las de Lucy masturbándose con una rosa, la paja con los pies que le hace Romilda a la bestia o la de la bestia masturbándose con la peluca de Romilda. Aunque también el fetichismo se convierte en un sustituto que cosifica en el caso de la hija del marqués, que cada vez que su padre interrumpe su pasión con el sirviente ha de conformarse masturbándose con el cabecero de la cama. Aquí el fetichismo es un sustituto porque el mundo burgués hace acto de presencia.
Borowczyk crea una obra maestra que perturba, que nos enfrenta a nuestros miedos y prejuicios. Las escenas de la hija del marqués y el criado follando en la habitación con los niños escondidos ofenderán a muchos y seguramente sería impensable poder rodar algo así hoy. Lo que Borowczyk pretende es desacralizar el sexo para así poder elevarlo, muestra sus aspectos más crudos (la violación, el fetichismo, el bestialismo) para así liberarlo y liberarnos de la moral cristiana que lo criminaliza, lo prostituye y lo convierte en una perversión.
13 de octubre de 2008
52 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Neil Jordan y Angela Carter (co-autora del guión, basado a su vez en un relato suyo) reinterpretan en esta película el cuento popular de Caperucita Roja. Es bien conocido que los cuentos de hadas son mucho más que simples fábulas y que contienen siempre una enseñanza para la vida que los niños han de interiorizar. De inocentes no tienen nada. Caperucita Roja es una alegoría del tránsito de la infancia a la pubertad, de la pérdida de la inocencia y el despertar a la sexualidad. “Caperucita Roja es una niña que ya lucha con los problemas de la pubertad, para lo que todavía no está preparada desde el punto de vista emocional, puesto que no ha vencido aún sus conflictos edípicos.” (Bruno Bettelheim: Psicoanálisis de los cuentos de hadas). Pero la película de Jordan no es una mera versión cinematográfica del cuento, sino que lo reinventa, añadiéndole elementos tomados de otros cuentos y mitos (el más evidente el del hombre lobo), así como añadidos sólo entendibles en el contexto de la modernidad, o tal vez deberíamos decir de la posmodernidad, pues el resultado es un pastiche (tan del gusto posmoderno) en plano estético tanto como en el narrativo, si bien a diferencia de otros productos similares tiene una coherencia interna dentro de su heterogeneidad y una calidad más que dignas.
Desde el punto de vista técnico la película es más que notable. Los escenarios, tenebrosos y mágicos, recrean bastante bien lo que podemos imaginar al leer o escuchar los viejos cuentos de hadas, ese ambiente onírico, opresivo y acogedor al mismo tiempo, que cambia según el tono del relato. A crear este ambiente contribuye la magnífica fotografía, muy colorista. Y hay que destacar también los efectos especiales, con una de las mejores transformaciones en hombre lobo del cine: creíble (hasta cierto punto, claro), bella y brutal, pero también sobria (al menos en comparación con lo que solemos estar acostumbrados en el cine licántropo, especialmente en los últimos tiempos).
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La alegoría es llevada un punto más allá de su forma clásica por medio de un enrevesado relato en el que distintos cuentos (narrados por la abuela para poner en alerta a la niña respecto al peligro que representa el hombre y su deseo sexual) se superponen a una realidad mágica y atemporal que a su vez es soñada por la niña en un escenario moderno. Todo ello en un contexto en el que los símbolos abundan siendo evidentes algunos (la sangre que se mezcla con la sangre al serle cortada la cabeza a un hombre lobo en uno de los cuentos de la abuela, ¿qué os sugiere?) y otros no tanto. Quizás en determinados momentos esa superabundancia de símbolos llega a abrumar y a restar fuerza al relato (o relatos), haciéndole perder fluidez.
La inclusión del hombre lobo es interesante desde varios puntos de vista: como elemento fantástico-terrorífico puramente estético, como alegoría de la sexualidad liberada, como metáfora del hombre en tanto que ser brutal, pero especialmente como la encarnación del seductor, de aquel que despierta la sexualidad de la niña en tránsito hacia mujer. “Nunca te fíes de un hombre cuyas cejas se le juntan”, dice la abuelita tratando de preservar la inocencia de la niña, pero puede más en ésta la curiosidad y el deseo de conocer lo prohibido. El hombre lobo representa lo reprimido que sale a la luz, el deseo, la sexualidad que despierta. Y ese despertar ha de ser controlado, evitando que lo haga bruscamente, ése es el sentido del mito, del cuento: controlar lo que es incontrolable, educar, reprimir. Al ser devorada por el lobo, Caperucita muere, pero muere en tanto que niña, renaciendo como mujer. Nace a la sexualidad, por tanto, pero a una sexualidad temerosa siempre del lobo, forjada en una experiencia traumática. Pero esta Caperucita posmoderna no es devorada, sino que cede a la seducción del lobo, se une a él, convirtiéndose en su igual. Esto cambia el sentido del cuento. La sexualidad no nace de una experiencia traumática (de una inocencia violada en cierto sentido) sino de una experiencia asumida, elegida por Caperucita, que decide huir con el lobo. Es el amor que triunfa frente a un mundo sobreprotector y represivo. Ésta puede ser una lectura. Pero también hay otra, la de la precocidad. Es la sexualidad de la niña que ya quiere ser mujer y se maquilla para parecerse a su hermana mayor, a la que envidia por pertenecer ya a la edad adulta, tal y como aparece en el principio de la película. Es la adolescencia ganándole terreno a la infancia, producto de una sociedad que trata a los niños como consumidores en miniatura y les vende móviles, barras de labio y discotecas, una sociedad que obliga a los niños a reproducir el mundo adulto con lo que les niega el derecho a descubrir, a investigar y a imaginar una relaciones que no sean las impuestas. Dos lecturas intercambiables, conflictivas, contradictorias pero que también pueden combinarse o al menos complementarse en una sociedad tan esquizofrénica como ésta.
Häxan
Documental
Suecia1922
7,6
3.760
Documental, Intervenciones de: Elisabeth Christensen, Benjamin Christensen, Kate Fabian ...
8
28 de octubre de 2008
52 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mezcla de ficción y documental, Häxan es una de esas joyitas del cine mudo danés (pionero en tantas cosas), con muchas similitudes en forma, contenido, estructura y mensaje con Las páginas del Libro de Satán de Dreyer, rodada más o menos al mismo tiempo, e influyendo también en otra obra del propio Dreyer, Dies irae. Dividida en siete capítulos, Christiensen lleva a cabo una historia de la brujería analizándolo desde diferentes aspectos (orígenes de las supersticiones, análisis de los tópicos sobre brujería, características de la represión, etc.).
Es un retrato magnífico del miedo a lo desconocido durante la Edad Media y Moderna y la brutalidad y la sinrazón con que se combatía aquello que no se comprendía, algo que Christensen traslada muy sutilmente al presente para hacernos ver que todas las barbaridades de la Inquisición no son algo tan remoto y lejano como pudiese pensarse sino que se repite a lo largo de la historia. “La creencia de la gente era tan fuerte que la presencia del diablo se convirtió en algo real” se dice en un momento de la película. Siempre hay un mal absoluto al que se achacan todos los males y que sirve como justificación para las mayores atrocidades y para justificar la propia existencia de los mecanismos de represión. Llámese a ese mal brujería, judaísmo, comunismo, o terrorismo, lo cierto es que ese miedo abstracto es una creación artificial del poder que a fuerza de ser presentado como el mayor enemigo de la humanidad acaba por convertirse en una realidad que sirve como válvula de escape y justifica las peores atrocidades: la Inquisición, los campos de exterminio o Guantánamo, todo ello con el aplauso entusiasta de una inmensa mayoría de la población que termina creyendo todas las mentiras y aplaudiéndolas, hasta que un día se ve denunciada por bruja o descubre que tiene sangre judía o ve como le aplican la ley antiterrorista… entonces ya es demasiado tarde para parar lo que ha contribuido a crear.
Como curiosidad decir que la película estuvo perdida hasta los años sesenta en que fue recuperada, estrenándose una nueva versión con narración de William Burroughs y una nueva banda sonora.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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En el último de los capítulos se ofrece una explicación psicológica (muy freudiana y muy matizable) de la brujería, asociándola a problemas mentales como el sonambulismo o la histeria que, al no ser comprendidos como enfermedades mentales, se vinculaban a la obra de fuerzas exteriores malignas. Es quizás la parte más mediocre de la película, aunque también tiene interés al mostrar la visión más común entre la clase culta de comienzos de siglo XX respecto a la brujería.
Visualmente, Häxan es una auténtica maravilla, con una fotografía espectacular, onírica y terrorífica, y una escenografía y ambientación muy curradas, cuidando hasta el más mínimo detalle para crear una sensación de realismo y al mismo tiempo de alucinación y pesadilla. A pesar de no ser una película de terror (al menos lo que hoy podemos concebir como tal) tiene una serie de elementos que la sitúan en los orígenes del género, al que contribuyó en gran medida a dar forma, especialmente en su vertiente satánica (los diablos, aquelarres y brujas de Christensen son paradigmáticos). A destacar algunas escenas memorables, como la que recrea un Sabbath en el que todas las brujas besan el trasero de nuestro señor Lucifer o las numerosas alusiones sexuales que recorren la película y que a veces sorprenden por su contenido explícito.
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