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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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11 de abril de 2011
62 de 79 usuarios han encontrado esta crítica útil
El proyecto pintaba bien. Una actualización del cuento de Caperucita Roja convertido en un thriller fantástico. Otra adaptación, sí, pero esta parecía atrevida, “una original vuelta de tuerca a la leyenda, con hombre-lobo incluido”, pensé yo. Sin embargo, al comprobar que la película la firmaba la directora de “Crepúsculo”, mi ceja se levantó en señal de alarma. Lamentablemente, a los cinco minutos todos mis temores se habían confirmado: no iba a ver “El bosque”, precisamente.

La nueva película de Catherine Hardwicke (basada en una idea de Leonardo DiCaprio, uno de sus productores), es otra vuelta de tuerca, si, pero a la arquetípica historia de amor entre chicos y chicas de postal llevada a cualquier época, una fórmula que nunca parece agotarse (vease, por ejemplo, Destino de Caballero), pero que ahora parece vivir un nuevo auge (saga Crepúsculo, A tres metros sobre el cielo, etc.), empeñados como parecen los estudios y las productoras, en exprimir el filón de ese público adolescente que parece tragarse cualquier bodrio romanticoide siempre que vaya bien empaquetadito en un estilizado envoltorio compuesto por una buena campaña promocional, unas caras bonitas, una banda sonora de lo más actual y molona y toneladas ingentes de azúcar.

Con un diseño de producción como de cartón piedra, un vestuario y unos peinados de anuncio de colonia (¿existía la gomina en aquella época?) y unos personajes y desarrollo dramático de telefilme, la Caperucita Roja de Hardwicke ni siquiera puede presumir de estilo, ni de aportar una visión fresca y novedosa de la eterna leyenda. Es un lugar, encontraremos el eterno argumento del amor imposible, las mismas ñoñas reflexiones sobre la responsabilidad, el valor y hacer lo correcto, y algunas escenas para la vergüenza ajena. Ni rastro de ambiente gótico que se prometía, ni de thriller oscuro y estilizado que nos hubiera gustado ver.

En fin, un subproducto comercial para adolescentes con acné en el cerebro, un film (¡y no se pierdan la novela basada en el film!) indigno de contar en su elenco con un actor de la talla de Gary Oldman, el único que, por momentos, consigue aportar algo de tensión y credibilidad (siendo muy benévolos) a un film tan soporífero como prescindible.
12 de marzo de 2011
41 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de las expectativas (el título, su slogan - “La verdad sobre su vida depende de quien la cuente” - y su sinopsis, hacen hincapié en la cuestión del punto de vista del relato sobre la vida - y mujeres - de este hombre), y a pesar de la supuesta complejidad narrativa del material que maneja, el film de Richard J. Lewis adolece de una visión más poliédrica sobre el tal Barney. En su epidermis, no es más que un relato lineal de la vida de un hombre que se casó con tres mujeres, tuvo dos hijos, y que, como diría Joaquín Sabina, “quiso más a la que más le quiso”. Ni siquiera queda claro que la (única) “voz” del relato sea la de Barney (en la adaptación se descartó la voz en off, aunque en la novela Barney relata su vida).

La supuesta complejidad de la novela de Mordecai Richler se traslada al celuloide resumiendo personajes e incluso fusionando otros, y otorgando casi todo el protagonismo a la linea narrativa de las relaciones sentimentales y maritales de Barney. Fruto de ello, es el retrato caricaturesco de las dos primeras esposas de Barney, o el hecho de que las subtramas no acaban de encajar del todo: su ascensión profesional hasta llegar a convertirse en productor de series de televisión o la trama policial-criminal, tan desdibujada como el personaje del detective O’Hearne, quien está convencido de que Barney mató a su mejor amigo, Boggie (Scott Speedman), y ha escrito un libro en el que le inculpa directamente. Incluso la intensa relación de Barney con Boggie resulta a veces rocambolesca y poco verosímil.

Por otro lado, nos encontramos con un film tremendamente heterogéneo, algunos dirían que tramposo, ya que empieza como comedia de trazo algo grueso y acaba como drama lacrimógeno. Posiblemente, lo más interesante esté en algún punto intermedio de esa transición.

El primer acto corresponde a la historia de Barney con su primera esposa Clara. El arranque de la historia es demasiado atropellado, y el tono y las situaciones son algo caricaturescos, mezclados con cierto sabor agridulce, que completa un arranque ciertamente extraño y poco verosímil. Para colmo, este primer acto (su breve matrimonio con Clara, en Italia) aporta poco o nada a la historia.

Luego viene su segunda esposa, la segunda Sra. P (Minnie Driver) y el tono se endereza hacia la comedia de enredo más arquetípica. Las situaciones siguen siendo caricaturescas, como lo es el hecho de casarse con la mujer equivocada y enamorarse de otra el mismo día de la boda, o el choque de contextos que se produce entre la naturalidad del padre de Barney, Izzy (un entrañable Dustin Hoffman), y la estirada familia de la novia. Pero al menos, durante este pasaje, el film parece corregir la irregularidad inicial.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Pero a partir de su boda con Miriam (exquisita Rosamund Pike), su tercera esposa y su verdadero amor, el film parece sentar la cabeza como su protagonista, y se va convirtiendo en un drama cada vez más amargo, hasta llegar a un final lacrimógeno que quizá echa por tierra la sutilidad emocional de esa relación, y que, para colmo, se sitúa en el extremo opuesto al tono con el que arranca la película.

Barney Panofsky es un personaje cómico que llegado el momento demuestra un profundidad y una integridad inesperada. Donde otros personajes totalmente cómicos se enredarían intentando solucionar de forma estúpida las situaciones, él se pone digno y corta de un tajo el enredo. Y es que Barney es un tipo curioso, sí, pero me temo que demasiado simpático y menos redondo de lo necesario para crear un retrato totalmente poliédrico y complejo, que justificase, además, ciertas actitudes que se antojan algo gratuitas, como ser incapaz de comprender que su esposa necesite volver a trabajar, o que, debido a su falta de atención, la está perdiendo.

En fin, un irregular film que da la impresión de no lograr alcanzar la profundidad que pretendía, ni en su personaje ni en su estructura narrativa, y cuyo máximo mérito reside en regalarnos más de dos horas de un fantástico Paul Giammatti llevando el peso de la función y pasando de la comedia al drama con una naturalidad y una riqueza de matices impresionante.
24 de octubre de 2012
35 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son muchos los que achacan al Ben Affleck actor cierta rigidez interpretativa, por decirlo de un modo suave. Sin embargo, lo que es rigidez en su faceta ante las cámaras se convierte en sobriedad cuando pasa tras ellas. Quién lo hubiera dicho…

O quizá no debería sorprendernos tanto. No parece probable que Affleck se transforme en un genio cuando se quita el traje de actor y se pone el de director. Sin embargo, demuestra gran sabiduría. Veámoslo de este modo: si como actor nunca sobreactua, ni nunca destacará por encima de sus personajes, como director también prefiere ceder el protagonismo al guión, como si se limitase (considerando esto su gran acierto) a filmar, con gran solvencia, sólidos guiones.

Discípulo aventajado del clasicismo norteamericano (si en su primer film había algo de 'Mystic River', aquí resuena 'Munich' en algunos momentos), Affleck parece tener claro que la historia está por encima de la pirotecnia, del estilo propio a cualquier precio. En este sentido, parece más un artesano que un autor. Como ya demostrara en 'Gone, baby, gone' (2007) primero, y confirmara en 'The Town' (2010), Affleck quizá no sea Eastwood, pero sabe dirigir. Tiempo al tiempo.

Primero de sus films en cuyo guión no participa, ‘Argo’ nos relata la historia, basada en hechos reales (¿En qué medida? Eso ya es otra historia), del rescate, en 1980, de unos diplomáticos estadounidenses atrapados en Irán, tras huir de la embajada norteamericana, al ser esta asaltada por una revuelta popular. Para llevar a cabo el rescate, la Inteligencia estadounidense recurrió a un falso rodaje en Teherán de una película ficticia: 'Argo'. Así, el rescate se realizó sin efectuar un disparo. La historia de este gran engaño guarda muchas similitudes con la llamada ‘Operación Jaque’, realizada en 2008 por el ejército colombiano para rescatar a Ingrid Betancourt de las garras de las FARC (historia que Hollywood se planteó llevar a cabo con Brad Pitt a la cabeza).

'Argo' es un film es adrenalítico, y no lo es, insisto, por su montaje visual o sonoro, sino por la tensión y el ritmo que nacen de una situación límite bien exprimida.

Por otro lado, destaca la equidistancia en el tratamiento de la historia. Más 'diplomático' (valga la expresión) que político, no parece buscar ningún tipo de denuncia más allá de la constatación de unos hechos probados. Aunque le caerán palos de los de siempre por pro americanista, lo cierto es que desde el primer fotograma, el film se declara neutral, lo cual es, aunque parezca una contradicción, es lo más valiente si enfrente está el archienemigo Irán. Comienza poniéndonos en unos antecedentes que no dejan en muy buen lugar a Estados Unidos, y que desatan la furia y la barbarie que presenciamos en la (genial) primera escena, que abre con un plano de una bandera americana ardiendo. Por otro lado, en ningún momento abusa del sentimentalismo ni pretende dignificar a los diplomáticos atrapados, más allá, obviamente, de su condición de seres humanos, con derecho a no ser colgados en público por su nacionalidad.

Tiene mucha miga ‘Argo’. Quizá sin pretenderlo, funciona a varios niveles, como un juego de muñecas rusas. Es cine de mentira dentro de una historia real. Es un retrato de Hollywood dentro de un thriller político. Es un guión basura dentro de un buen guión. Es ‘Argo’ dentro de ‘Argo’. Para más inri, el guión de la falsa 'Argo' habla de un rescate espacial, el mismo que relata convincentemente a los guardias revolucionarios el personaje de Scott McNairy (‘Monsters’) en el clímax de la película, creando una sutil metáfora que reverbera en todo el conjunto.

Y, por último, está el reparto: si cuentas con Bryan Cranston (recuperado para el cine gracias a su éxito con 'Breaking Bad') al mando de la operación, y con John Goodman y Alan Arkin para perpetrar la farsa hollywoodiense (y darle el ¿necesario? alivio cómico a la historia), la operación no puede salir mal.
16 de julio de 2011
26 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la línea del mejor cine francés, "Stella" (estrenada en Francia en 2008) es un film intimista, un retrato del difícil paso de la niñez a la adolescencia, de sus problemas, y de su belleza, de una sutilidad, de una ternura y de desazón, que abruma sin caer en dramatismos maniqueos ni en truculencias barriobajeras.

1977. Stella Vlamink es una pre-adolescente de 11 años de un suburbio de Paris cuyo hogar es el bar de sus padres. Allí lo ha aprendido casi todo del mundo de los adultos que lo frecuentan (sobre poquer, sobre billar, sobre futbol, prostitución, peleas, etc.), pero apenas sabe nada de lo que necesita para aprobar en el colegio o para relacionarse con sus compañeros y con el mundo de ahí afuera. Sus padres no son la mejor ayuda en ese sentido.

Cuando empieza una nueva etapa escolar en un nuevo colegio, Stella se enfrentará, además de a sus limitaciones académicas, a sus carencias en el contacto con los demás, y se abrirá a un mundo nuevo para ella, el de los primeros problemas de la adolescencia como el primer amor o la amistad verdadera.

A través de la voz en off de la protagonista, el film hace un retrato familiar disfuncional y caótico. Stella es un pez fuera del agua, una niña en un mundo de adultos, y como tal, su educación ha sido muy diferente a la de sus compañeros de clase. No se trata de una niña maltratada, ni falta de cariño, sino de atención. Sus padres descuidan sus necesidades emocionales, la tratan como a un adulto mas y proyectan en ella sus problemas (su madre dice estar contenta con su vida, pero abronca a Stella por no estudiar como si se abroncase ella misma; su padre la quiere, pero casi siempre está ausente). Su hogar, el bar, es divertido, pero es un microcosmos caótico nada propicio para una niña de su edad.

Así, Stella se ha endurecido, se ha construido una fortaleza alrededor de su corazón para que nada de lo que vive a diario le haga daño. Pero sólo es una coraza externa. En el fondo, sigue siendo una frágil niña de 11 años, deseosa de recibir más atención, de encontrar una amiga con quien compartir. Y ese sutil abanico de sentimientos lo interpreta magistralmente la joven actriz Léora Barbara, que aguanta casi todo el peso del film, transmitiendo a ratos fragilidad, a ratos seguridad y otras veces hieratismo y una total desconexión de una realidad dolorosa.

(continua en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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En el fondo, la paradoja del film consiste en comprobar cómo una niña rodeada de mayores debe desaprender casi todo lo que ha aprendido de ellos en su corta vida para ganar la inocencia que le toca por su edad. Y es que “Stella” no habla de los malos tratos, ni por parte de padres ni de profesores, sino más bien de las continuas lecciones vitales y emocionales contraproducentes que puede recibir un niño de unos adultos superados por sus roles. Otra reflexión del film es que la escuela (la cultura en general, debemos entender) puede ser una oportunidad para formar personas, aunque sin embargo, no fueran los métodos descritos en el film (vigentes a mediados de los 70) los mejores para conseguirlo.

Con todo, "Stella" es uno de esos films que cuesta analizar desde sus apartados técnicos, pese a que apenas se puede criticar nada: una buena labor de realización, un magnífico desempeño de sus actores principales (atención al parecido más que razonable entre Benjamin Biolay y Benicio del Toro), una buena ambientación o su espléndida banda sonora. Sin embargo, como a cualquier película cuyo punto de referencia es la propia vida, sus heridas y su belleza, el film de Silvie Verheyde no debería ser juzgado sino desde la verdad de lo que cuenta. Y ahí también aprueba con nota. Por ello, me asalta una inquietante pregunta: ¿porque tardan tanto films como éste en encontrar un hueco en nuestra salas?
23 de octubre de 2012
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acostumbrados como estamos a creernos el ombligo del mundo, se nos pudiera olvidar que no sólo hay inmigrantes chinos en España, sino en casi cualquier parte del mundo. También los hay en Italia, bien cerca de aquí. Y el choque cultural (un choque siempre silencioso, caracterizado por la desconfianza mutua) es el mismo allí que aquí, más aún tratándose de culturas tan afines como la italiana y la española. Es por eso que el film de Andrea Segre se nos antoja tan cotidiano, y su historia tan potente. El debut de Andrea Segre funciona como si se tratase del reverso humano de las morbosas noticias sobre la mafia china que copan estos días los informativos. Hasta pareciera que dichas noticias forman parte de una calculada (aunque extraña) campaña de promoción.

El film se ocupa de Shun Li, una inmigrante china residente en Italia, que por órdenes del jefe de la empresa (¿mafia?) para la que trabaja, es trasladada a Chioggia (la “pequeña Venecia” del título, siempre lluviosa) para regentar un bar del puerto. Allí Shun Li entrará en contacto con los habitantes del pueblo, y en particular, entablará amistad con Bepi, “el poeta” (Rade Serbedzija), un viejo lobo de mar cuyo apodo nos habla de su especial sensibilidad. Bepi, tan sólo como Shun Li, se esforzará en conocerla, en comprenderla, en darle alguna ilusión entre tanto trabajo. Es así como Shun Li empieza a disfrutar un poco de las pequeñas cosas de la vida: de una conversación sobre sus raíces, de un paseo en barca y un día en la cabaña de la laguna de Bepi. Pero pronto la desconfianza se interpondrá entre ellos. No la de ellos dos, sino la de las gentes del pueblo hacia Shun Li y las “mafias” chinas, y la de los propios chinos hacia la relación prohibida de Shun Li con Bepi. Para ellos, “los italianos no son amigos, sólo clientes”.

Como su melancólico escenario, el pueblo de Chioggia, “Shun Li y el poeta” es un precioso y entrañable film, dirigido por Segre con una sensibilidad especial, nada maniquea, para indagar en el alma de unos personajes y de un conflicto tremendamente cercanos. El conflicto lingüístico, siempre tan cómico, también está presente (aunque en ningún momento se abusa). El contenido duelo interpretativo entre Serbedzija y Zhao Tao hace el resto. El film solo se trastabilla algo en su recta final, en mi opinión, algo confusa y anticlimática.

Esta pequeña joya sólo tiene otra pega: después de verla, podríamos caer en la cuenta de que el camarero del chino de la esquina, el que lleva la frutería del barrio y el del badulaque de debajo de casa, además de unos “currantes” que nos están invadiendo, son también seres humanos con sentimientos, con heridas y con sueños. Y eso podría ser un poco incómodo.
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