En un principio el filme nos sitúa ante las reflexiones o premisas que se enredarán en la tierra creando la base de este árbol de emociones y sentimientos, de metáforas y complejidad. La base es la de una filosofía monoteista, de sentir a un único dios en todas las cosas, y será sobre estas primeras pinceladas donde Malik nos dejará caer a sus protagonistas: Una familia de creyentes compuesta por una madre entregada a sus hijos (Jessica Chastain) y un padre obsesionado con la disciplina (Brad Pitt).

La narración está basada en flashbacks y flashforwards, pero el gran valor añadido que hace a esta obra diferente del resto es utilizar a la naturaleza y el universo como un recurso para explicar sentimientos y emociones. Así, será frecuente encontrarnos con océanos, con estrellas, con el sol en constante combustión, con bosques, con dinosaurios, con medusas, con minutos y minutos de estos elementos intercalados que podrán despistar al espectador, dando lugar a la gran gama de posibles interpretaciones. Todo ello acompañado de música de ópera, notas musicales que van de la mano de cada instante, que empujan a la vida de este árbol para hacerlo crecer en duración y complejidad.

Aquí es donde entra la poesía, donde nos damos cuenta de que este filete está crudo y hay que masticarlo con intensidad para desgranar cada posible interpretación, un plato para pocos paladares donde la fotografía nos llevará de detalle en detalle, cuidando desde el primer fotograma los pequeños matices, que son las hojas de éste árbol que no deja de crecer.

Y en el fondo creo que de eso se trata, de pasear por ese abanico tan amplio de sentimientos humanos, desde la infancia a la edad adulta, de ver como crecen los personajes, como se preguntan cosas y se relacionan con su entorno, como nos llevan hasta sus pensamientos más íntimos. Será aquí donde veamos al joven Hunter McCracken trepar por esas ramas hasta llevarnos a la copa del árbol, mientras Malik, con un ritmo pausado, nos invita a reflexionar sobre cada diálogo, sobre cada metáfora.

Desde lo más etereo a lo más físico, desde supernovas a puñetazos, desde el rugir de los mares a piedras que rompen ventanas, estamos ante un largometraje diferente, una obra de autor que invita al debate tanto por la forma de contar las cosas, como por lo que se cuenta en sí.

Puede que sea una obra de arte, no lo discuto, yo sin embargo guardo de ella un recuerdo más humilde. Para mi fue como un café filosófico que da de qué hablar para toda una tarde. Tranquilo, a veces demasiado tranquilo por el abuso de metáforas, pero riquísimo en detalles.